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NUESTRA ÚLTIMA VISTA DE MÉXICO.

Esa noche nuestro vapor salió para la Habana, y cuando el sol se puso en el oeste me senté en cubierta a fumar mi último cigarrito, envuelto en humo y pensamiento, y vi la orilla de palmeras de México hundirse lentamente en el horizonte y desaparecer de la vista. ¡De la vista, pero no de memoria! México hermoso, desafortunado; en todos mis años después, ¡Qué visiones de ti y tuyas me atormentarán día y noche!

Otra vez veré la alegre flotilla por la Laguna de Cuyutlán, las colinas arboladas y valle tropical de La Calera; Colima—la amada del sol—con sus jardines, ruinas, y palmares, y su gran volcán humeante al fondo, estará frente a mí. Otra vez veré la galante cabalgata y las brillantes armas de la guardia de Jalisco, desfilando por la gran Barranca de Beltrán, o caminando con antorchas sobre las colinas de San Marcos. I veré la redonda luna plena levantarse hermosa sobre Guadalajara, y escuchar la canción de amor y notas suaves de la guitarra, o ver las bellezas de las ciudades de México flotar a través de los laberintos dela voluptuosa danza. Una vez más veré el fuego, y escucharé el rugido de las bolas de fuego, bajar estrepitosamente en las oscuras profundidades de la tierra, en las minas de Guanajuato. Nuevamente pisaré los sangrientos campos de batalla, donde se decidió el problema de Gobiernos libres de América; nuevamente me pararé en los pequeños montículos de piedras y tres cruces negras que marcan una época en la historia del mundo, en medio de los campos de maíz al pie del solitario cerro de las Campanas. Una, y otra vez más, caminaré por las salas desiertas de Chapultepec, y miraré el bello Valle y Ciudad de México, y hasta el poderoso Popocatépetl coronado con nieves eternas. Otra vez me pararé donde