marcha para ellos, y la infantería se puede mantener con ellos. Los soldados comunes son todos de sangre India, de tamaño pequeño, pero activos, y admirablemente hábiles para marchas rápidas y guerra estilo guerrilla. Nunca vi hombres tan bien portados, quietos y ordenados. Reciben treinta y siete y medio centavos por día en moneda. De esto reciben doce y medio centavos diariamente y el resto en, o cerca del final del mes. No reciben raciones, pero viven fácilmente con los doce y medio centavos. Ellos galopan hasta una tienda del lado de la carretera, y con tres centavos compra una docena de tortillas y un pedazo de queso de leche agria del país, que les sirve de almuerzo. Para desayuno, una mazorca de maíz cocida les sirve admirablemente, y para la cena algunos frijoles y tortillas son suficientes. En trabajo de campamento o cuartel, reciben raciones, y e las cobran. El coronel Lomelí lleva un magnífico anillo de diamante y un reloj de oro, y monta espléndidamente, una silla adornada de plata poniendo en gran ventaja al fino caballo negro que monta.
Dejando el grupo justo antes de la caída de la noche, galopé solo a la gran hacienda de San Marcos, donde fuimos a pasar la noche, encontrándome en el camino al propietario que iba en camino para encontrar al Sr. Seward y darle la bienvenida a su casa.
Esta gran hacienda costó un millón de dólares, y durante muchos años antes de la invasión francesa daba anualmente ganancias netas de $60,000. La Guerra arruinó a su antiguo propietario, y el actual la compró por $200,000. Los edificios rodean una gran plaza, en la de centro de la cual hay una fuente constantemente brotando, a las cuales recurren todos los trabajadores y mujeres buscando agua. En un lado de la plaza están los talleres donde se hacen
