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CORREDOR INDIO.

Cheeseman, inmediatamente comandada por el Coronel Geo. M. Green, si no mal recuerdo, hacia el final de la guerra.

Las diligencias no venían, y gente que venía por el camino nos dijeron que la carretera era intransitable para vehículos por la mayor de del camino de Zapotlán a la Barranca debido a los daños causados por la reciente tormenta.

Se envió un mensajero indio, a pie, con la promesa de que si regresaba antes de las 4 p. m., con noticias de la diligencia, le darían dos dólares. Era entonces las 2 p. m., y nos acostamos a descansar. Cinco minutos antes de las 4 p. m., el mensajero descalzo regresó con la noticia de que la diligencia nos encontraría nueve millas mas adelante en la carretera, en un punto donde una gran quebrada había hecho imposible que vehículos pasaran. Había corrido dieciocho millas, en dos horas, como se demostró posteriormente, y ganó bien sus dos dólares.

Montamos de inmediato y continuamos, el Sr. Seward sobre una mula guiada por un nativo medio desnudo y sosteniéndose con ambas manos, y finalmente encontramos la fina, grande diligencia, hecha con diseño estadounidense en México, enviado de Zapotlán para nosotros. Aquí, estábamos cerca de la de cumbre del paso a través de la Sierra Madre, y el campo no parecía muy diferente a las faldas de la Sierra Nevada sobre Grass Valley y Colfax, en California. La maleza en su mayoría había desaparecido, y el campo estaba escasamente cubierto con matas, pinos amarillos, con largas hojas colgando, dándoles un aspecto de sauce llorón. El aire a esta altura es bastante confortablemente fresco, y nos quitamos la ropa delgada en la que nos habíamos sofocado en la Tierra Caliente,