tu ojo. Quedarías totalmente ciego entonces."
"Golondrina, Golondrina, pequeña Golondrina," dijo el Príncipe, "has lo que te ordeno".
Entonces arrancó el otro ojo del Príncipe y se lanzó hacia abajo con el. Voló hacia la niña y deslizó la joya en la Palma de su mano. "¡Que pedazo de vidrio tan encantador!" gritó la niña; y corrió a casa, riendo.
Entonces la golondrina volvió al Príncipe. "Eres ciego ahora," dijo, "Por lo que permanecerá con usted siempre."
"No, pequeña Golondrina," dijo el pobre Príncipe, "te debes ir a Egipto."
"Me quedaré contigo siempre," dijo la golondrina, y se durmió a los pies del Príncipe.
Todo el siguiente día se sentó en el hombro del Príncipe y le contó historias de lo que había visto en tierras extrañas. Él le dijo acerca de los ibis rojos, que se paran en largas filas en las