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VIII
INTRODUCCIÓN

Wolfe (1862-3); las poesías de Ovidio, Propercio y Tibulo que en este tomo se incluyen y son sólo muestra de una colección intitulada Flos Poetarum (1863-5), que permanece inédita: y entre las más recientes, El Occidente y El Lago, de Lamartine (1884-5), Memorias de los muertos, del mismo, la más esmerada tal vez de la colección, y por último La Alondra, de Shelley, versión terminada cuando ya estaba en prensa este libro, por lo cual figura en la sección cuarta, debiendo acaso haberse incorporado con más propiedad en la primera.

Traducidas en diversas épocas y circunstancias las poesías que en metro castellano ofrece este tomo á los lectores, natural es que en ellas se adviertan notables diferencias por lo que hace al acierto de la ejecución literaria, á las condiciones de la versión misma en cada caso; no, empero, por lo que toca al sistema de traducir, á los principios ó reglas que guiaron la mente del traductor en su tarea; del propio modo que en los manuscritos de una misma persona se nota firme ó trémulo el pulso, mayor cuidado ó absoluto descuido acaso al manejar la pluma, sin que haya por eso mudanza propiamente en el carácter de la letra.

Desde Arjona, traductor de Estacio, y Jáuregui, feliz intérprete del Aminta del Tasso, en el siglo XVI, hasta Bello (modelo el más perfecto en este género), hasta la Avellaneda, Llórente y Mácpherson en nuestros días, nunca faltaron en las naciones hispanas poetas que enriqueciesen la literatura patria con excelentes traducciones, interrumpiendo la monotonía de modas tiránicas, y avivando los ingenios enfermos de amaneramiento,