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XIX
INTRODUCCIÓN

La preceptiva y la crítica no forman talentos ciertamente, pero sirven para librarlos de deplorables extravíos. Se comprende fácilmente que escaseen las buenas traducciones poéticas por carecer, los que á esta labor se dedican, de las indispensables dotes de naturaleza; mas no por esta radical deficiencia, sino por falta de conocimientos especiales y de reflexivo estudio, podrá explicarse que un poeta como el Sr. Rodríguez Rubí haya desfigurado la oda inmortal de Manzoni, El cinco de Mayo, disolviendo sus aladas estrofas en difusa y altisonante silva; ó que un humanista como el señor Valera, encomie como excelente la traducción en verso, ó mejor diré, la interpretación que de la Ilíada hizo Hermosilla, en la que se reproduce todo lo que hay en el original, y algo más, excepto la magia de la dicción y de la versificación, parte esencial de la poesía; y esto después de correr por el mundo, sobre el modo de traducir á Homero, disertaciones tan interesantes como las que dio á luz Littré, en francés, y en inglés las del eminente crítico Mr. Arnold, recientemente arrebatado á las letras, sin contar numerosos trabajos publicados en Alemania.

Dados tales antecedentes, no sorprenderá que otro docto español que en la segunda década de este siglo publicó una traducción de Juvenal, declare con donosa ingenuidad que principió su versión sin entender bien lo que era traducir[1]. "Y así en dácame estas pajas—añade—volví en castellano dos Sátiras de mi autor; leílas á algunos amigos, merecí sus aplausos, henchíme de satisfacción, holguéme en mi trabajo, y así me creí gallar-

  1. Folgueras Sion, Sátiras de Juvenal, Madrid, 1817.