Plan curativo

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Todo en broma
Plan curativo​
 de Vital Aza


PLAN CURATIVO

–¡Niña!
          –¡Mamá!
–¿Qué te pasa?
¿No vienes a la novena
–¡Ay, mamá, si no estoy buena!
–¿Que no? Pues quédate en casa.
–¿Y vas sola?
          –Claro está.
–¡Yo lo siento!
          –No te apures.
Es preciso que te cures.
Acuéstate.
          –¡No, mamá!...
–¿A ver, qué sientes?
          –¡Calor!
–¡Es aprensión, criatura!
¡Si no tienes calentura!
–¿Qué no tengo?
          –No, señor.
–Pues siento un frío en los pies
y en la cabeza un mareo...
–Anda y damos un paseo,
antes de ir a San Ginés.
–¡Me canso!
          –Iremos en coche.
Lo tomaremos por horas.
¡Verás cómo te mejoras
con el fresco de la noche!
–¡Tengo tos!
          –¡Quita, por Dios!,
–¡Me duele aquí cuando toso!
–¡Bobadas! ¡Eso es nervioso!
¡No vale nada esa tos!
–Pues no te canses, mamá;
hoy no salgo, lo repito.
Voy a acostarme un poquito
encima de este sofá.
–¡Jesús! ¡Eres más cobarde!...
–Quizá me alivie con eso.
–¡Aprensión! Pues dame un beso.
¡Las ocho y media! ¡Qué tarde!
Y hoy es el último día...
Así... Abrígate los pies.
¡Otro beso! Hasta después.
Que te alivies, hija mía.

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(Sale la mamá de casa,
queda la criada alerta,
se oye rechinar la puerta
y una voz que dice:¡Pasa!)

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–¡Alfredo!
          –¡Amalia querida!
–¿Te habrán visto?
          –No. Ten calma.
¿Me quieres?
          –¡Con vida y alma!
¿Y tú a mí?
          –¡Con alma y vida!

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(Es muy corta la novena,
corren breves los instantes,
y en gracia a los dos amantes,
paso por alto la escena.
Se oyen pasos... ¡La mamá!
Huye el joven con premura,
y la niña se apresura
a acostarse en el sofá.)

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–Hija mía, ¿estás durmiendo?
¡Temí haberte despertado!
Por volver pronto a tu lado
recé de prisa y corriendo.
¿Cómo te encuentras?
–¡Mejor!
–¿A ver? ¡Dios mío! ¿Qué tienes?
¡Si están ardiendo tus sienes!
Voy a llamar al doctor.
–No, mamá.
–Sí, vida mía.
–Ya estoy bien; no es de cuidado.
Tienes el pulso agitado.
–Los nervios...
–¡Qué tontería!
Corro al punto. Tú estás mala.
¡Qué te receten cuanto antes!

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(Y al cabo de unos instantes
entra el médico en la sala.
Pulsa a la niña intranquila;
la encuentra un poco nerviosa,
y por mandar cualquier cosa,
le manda que tome tila.)
–Hoy por hoy no es de cuidado.
Conozco bien su dolor.
(Hay que advertir que el doctor
vive en el cuarto de al lado.)
–¿Conque no es grave, verdad?
(Dice la madre.)
–Señora...
Aquí entre los dos, ahora,
el mal es de gravedad,
–¡Dios mío!
–¡Yo soy muy viejo
y práctico!
–¡Ya lo sé!
–Y como la aprecio a usted,
me permito este consejo:
¡Abra usted mucho los ojos!
La niña –a mi plan me aferro–
necesita, mucho hierro,
–¿En píldoras?
          –No. ¡¡En cerrojos!!