Recordación Florida/Tomo II Libro XII Capítulo II

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CAPÍTULO II.


De la poblazón de Santo Domingo Mixco, ejercicio de sus indios naturales, su condición y otras cosas del contorno de este país.

De poblazón extendida y dilatada se goza el material aspecto de la fundación de Mixco, compuesta de numeroso pueblo, pero de intratable y áspera condición, en mal formadas angostas y barrancosas calles, y más desapacible y desaliñada, á causa del gredoso y resbaladizo suelo de su desigual terreno, y más cuando se considera su estelaje malencólico y opacamente funestado por las continuas y espesas nieblas que turbulenta y continuamente envía sobre aquel horizonte á las horas de los crepúsculos, ocasionadas de la frecuencia de sus húmedos y nocturnos limos, con mayor ocasión de fluxibilidad de sus atezados y á veces amarillos barriales. La vecindad de indios que componen su poblazón es numerosa de más de ochocientos vecinos, que á la correspondencia de sus habitadores llega á el de tres mil y doscientos, sin el número de vecinos españoles, mestizos y mulatos, que no es pequeño ni poco considerable para el beneficio de los campos y socorros militares de los puertos marítimos de ambas costas, teniendo aqui su domicilio y familias de muchos años á esta parte, con caserías de teja muy aseadas y pulidas.

Ejercitados los indios cultores del pueblo de Mixco en el empleo generoso y útil cultivo de las labores y sementeras de trigo de los españoles, en que perciben y acaudalan suficiente y puntual sueldo, sin que salgan de las haciendas, sin sus jornales, y en las propias, no desmedradas ni limitadas cosechas de este grano con que juntan largas y estimables porciones, que en cada año, con larga mano disfrutan y descomponen á la graciosa y próvida Ceres. A este tiempo de su precisa y diaria ausencia, las hijas y mujeres se entretienen y gastan el tiempo en largas y delicadas tareas de alfarería, fabricando las más cumplidas porciones de loza basta, bien que la de más cuenta no es la más fina que se gasta en Goathemala y los pueblos circunvecinos; aunque no generalmente en todos, porque en otros también se fabrica y labra, viniendo la más primorosa del pueblo de Aguachapa, como diré en la Segunda parte, con otras cosas maravillosas de aquel país, y las calderas que llaman el Infernillo, bien maravilloso y notable. Ríndeles este trato de loza á estos indios de Mixco muy grande utilidad, porque sólo en esta ciudad de Goathemala entran todos los días del año recuas cargadas de ella, tinajuelas, alcarrazas y caxetes.

Todas las cosas siguen la naturaleza y propiedad de sus generantes, y á su imitación se producen mirando á la conservación de la propia cualidad de su temperamento, por dilatar conservando su propia regular naturaleza, y así se experimenta y verifica en este pueblo; pues siendo su temperamento desapacible y molesto su suelo, en su natural cualidad compuesto y ordenado sobre lo áspero y agreste de duros y recios guijarros (que tanto montan tetpetates), los indios que nacen debajo de la destemplada constelación de este clima son de recios y ásperos naturales, y de cerviz indómita; testificando sus propios vigilantes curas que en ocasiones se han visto en términos de morir á sus manos sobre causas bien ligeras; siendo cierto que siempre han ocupado esta doctrina religiosos del orden de Predicadores, muy graduados, doctos y de ejemplarísimas costumbres, y que por su parte no se puede presumir ni sospechar el motivo, y más cuando por el superior gobierno se han castigado en semejantes desórdenes á los principales motores de estas conspiraciones. Así lo ví practicar cuando se conmovió este pueblo contra su cura, el presentado Fr. Lorenzo de Guevara, religioso bien conocido por la claridad y perfección de sus virtudes, ciencia y don excelente de gobierno, sobre que les prohibió cierta ceremonia supersticiosa en ocasiones que se eclipsaba la luna; porque en una y la primera que experimentó oyó en el pueblo un rumor y alarido inopinado, grande ruido de atabales y golpes que repetían en cueros, tablas y hierros como rejas y azadas, y que lloraban á grito herido y lastimero las indias porque moría la luna, diciendo que aquello era ayudarla: y sobre sosegarlos, siendo esto muy a deshora de la noche, y reprenderles aquella costumbre y estilo de los gentiles sus progenitores, quisieron matarle; siendo preciso con favor de los españoles vecinos ausentarse de ellos y venirse á esta ciudad: no siendo tan antiguo este caso que pase de veinticuatro años; pues gobernaba este reino el General D. Martín Carlos de Mencos, sobre que no parece pueden faltar autos en la secretaría de Gobierno.

Sin duda en el tiempo de su gentilidad debió de ser numerosísimo este pueblo, y ya que no lo fuese por la vecindad de su propia república, lo sería por razón de otros poblezuelos adjuntos y contiguos, á la manera de crecidos y numerosos barrios ó cejos fundados en su circunferencia; pues motiva á discurrirlo no con vano fundamento la variedad de Cuez y adoratorios (llamo Cuez y adoratorios los cerrillos de sus enterramientos, como queda dicho), que por lo dilatado de las campiñas se ven elevadamente erigidos, y en los vestigios y desmantelos de muchas ruinas hay prueba de esta evidencia; siendo testigos, (aunque mudos), tantos horribles ídolos que ruedan atropados y precipitados á vista de la señal milagrosa de la santa Cruz por todas las tierras de aquel país.

Bien acaso con ocasión de cultivar y arar la tierra del capitán D. Gabriel Esteban de Salazar, alguacil mayor que fué de esta Audiencia, el Gobernador de las armas D. Juan de Galvez y D. Cristóbal Salazar, caballeros deudos míos, en compañía de Melchor de Pineda, vecino de Mixco, discurrieron que por servir de estorbo a las abezanas de los bueyes sería bien echar un ídolo bien crecido, que estaba en aquel campo, á una de aquellas profundas y pendientes barrancas; y habiéndolo ejecutado los tres con sus criados sin ser vistos de otra persona, á la mañana siguiente hallaron el ídolo en el propio sitio y lugar que antes tenía. Admirados y confusos de este suceso, volvieron á despeñarle en otra quebrada muy honda y distinta de la primera, y á otro día siguiente á su despeño volvieron á hallarle fijo en el lugar de su primera mansión. Por tercera instancia persistieron en su propósito, y por tercera reincidencia le hallaron en el propio sitio, hasta que resolvieron, por último acuerdo, entregarlo á la violencia y voracidad del fuego; ejecutándolo con grande lamentable sentimiento y resistencia de los indios de servicio de la propia labor, viendo que el fuego, picos y barras reducían á piezas y fragmentos aquella maldita figura. Y es digno de advertencia y reparo que la piedra en que estaba tallada y esculpida la ridícula figura del ídolo era de tamaño crecido, y las barrancas en que fué lanzado pendientes y sin salida, si no era á grande vuelta y rodeo de camino: con que no pudiendo ser sacado y conducido á hombros de indios, ni menos trasportado á fuerza de lomo, sería con la industria del demonio, que le asistía, sublevado á la eminencia que antes obtenía.