Reflexiones o sentencias: 57

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§ 561. Lo que demuestra que los hombres conocen sus defectos mas de lo que se piensa, es el vérselos paliar cuando los oimos hablar de su conducta. El mismo amor propio, que de ordinario los ciega, los ilumina entonces y les da una vista tan perspicaz, que les hace suprimir ó disfrazar las menores cosas que pueden ser reprehensibles.


§ 562. Es preciso que los jóvenes que entran en el mundo sean vergonzosos ó atolondrados; pues de ordinario degenera en impertinencia un aire de regularidad y compostura.


§ 563. No durarian largo tiempo las rencillas, si no hubiese agravio mas que de una parte.


§ 564. De nada aprovecha juventud sin hermosura, ni hermosura sin juventud.


§ 565. Hay personas tan livianas y frívolas, que estan tan distantes de tener verdaderos defectos, como sólidas calidades.


§ 566. Por lo comun solo hablan las mugeres de sus primeros amores, cuando tienen otros.


§ 567. Hay personas tan llenas de sí mismas que, aun cuando aman, encuentran medio para estar ocupadas de su pasion, sin estarlo de la persona amada.


§ 568. Por agradable que sea el amor, aun mas agrada por los modos con que se manifiesta que por sí mismo.


§ 569. Poco ingenio pero recto, incomoda menos con el tiempo, que mucho pero revoltoso.


§ 570. La envidia es el mayor de todos los males, y el que nos hace mirar con mas aversion á los que nos la causan.


§ 571. Despues de haber hablado de la falsedad de tantas virtudes aparentes, será razon decir algo de la falsedad del desprecio de la muerte. Oigo hablar de este desprecio de la muerte que blasonan los paganos obtener de sus propias fuerzas sin esperanza de otra mejor vida: y hay mucha diferencia entre sufrir la muerte con constancia, y despreciarla. Lo primero es bastante ordinario; pero yo creo que jamas es sincero lo segundo. Se ha escrito sin embargo cuanto ha podido persuadir mejor, que la muerte no es un mal real; y asi los hombres mas débiles, como los héroes, han dado mil ejemplos célebres para establecer esta opinion: dudo, no obstante, que lo haya jamas creido hombre alguno de buen sentido, y el trabajo que se toman para persuadirlo á los otros y á sí mismos, es una buena prueba de la dificultad de la empresa. Podemos tener mil motivos de disgusto en la vida; pero nunca hay razon para despreciar la muerte. Aun los mismos que voluntariamente se la dan, no la tienen por cosa de tan poca monta; pues se conmueven y se esfuerzan á apartarla de sí, como los demas, cuando les viene por otra via que la que han elegido. La desigualdad que se nota en el valor de un número infinito de hombres animosos, proviene del diferente modo con que se presenta la muerte á su imaginacion, y de que la tienen mas presente en un tiempo que en otro: y asi sucede, que despues de haber despreciado lo que no conocian, temen finalmente lo que llegan á conocer. Es indispensable el no mirarla con todas sus circunstancias para no creer que sea el mayor de los males. Los mas hábiles y los mas alentados son aquellos que se valen de los mas especiosos pretextos para excusarse de fijar en ella la consideracion: pero todo hombre que la sabe mirar tal cual es, encuentra que es una cosa espantosa. La necesidad de morir era el fondo de toda la constancia de los filósofos: creian deber ir de buena gana adonde no podian dejar de ir; y no pudiendo eternizar su vida, no habia cosa que no hiciesen por eternizar su reputacion, y salvar del naufragio la parte posible. Contentémonos nosotros, para mirarla con buen semblante, con no decirnos á nosotros mismos todo lo que pensamos de ella; y esperemos mas de nuestro temperamento, que de aquellos débiles raciocinios que nos quieren hacer creer podemos acercarnos á la muerte con indiferencia. La gloria de morir con firmeza, la esperanza de ser echados menos, el deseo de dejar una buena reputacion, la seguridad de libertarnos de las miserias de la vida, y de no depender mas de los caprichos de la fortuna, son remedios que no deben desecharse; pero tampoco debemos creerlos infalibles. Hacen para asegurarnos, lo que unos simples matorrales hacen regularmente en la guerra para asegurar á los que deben acercarse al lugar de donde disparan; que cuando se miran de lejos, parece pueden ponerlos á cubierto de los tiros; pero al paso que se aproximan, se desengañan de la debilidad de su socorro. Es lisongearnos creer que la muerte nos parecerá de cerca lo que la hemos imaginado desde lejos; y que nuestros sentimientos, que no son otra cosa que debilidad y flaqueza, serán de un temple harto fuerte para resistir á la prueba mas violenta de todas. Tambien es conocer mal los efectos del amor propio, pensar que pueda servirnos para estimar en nada aquello mismo que debe destruirle necesariamente: y la razon, en que creemos hallar tantos recursos, es muy débil en esta ocasion para persuadirnos lo que queremos. Ella es, al contrario, la que mas ordinariamente nos vende; y en lugar de inspirarnos el desprecio de la muerte, nos manifiesta cuanto tiene de espantoso y terrible. Cuanto puede hacer por nosotros, es aconsejarnos que apartemosla vista de ella, y la fijemos en otros objetos. Caton y Bruto los eligieron ilustres: un Lacayo se contentó, hace poco tiempo, con ponerse á danzar en el cadahalso en que iba á ser enrodado. Y asi, aunque sean diferentes los motivos, producen por lo comun los mismos efectos; de modo que es cierto que, por desproporcion que haya entre los hombres grandes y los comunes, se ha visto mil veces á unos y otros recibir la muerte con un mismo semblante: pero siempre con esta diferencia; que en el desprecio que manifiestan de la muerte los hombres grandes, es el amor de la gloria el que los ciega; y en los comunes, es un efecto de su ignorancia el que les impide conocer el tamaño de su mal, y les deja libertad para pensar en otra cosa.