Retrato de Elena

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​Retrato de Elena​ de Clemente Althaus


¿Dónde, Elena, en qué parte
del tan vario universo,
hallar podrá mi verso
bellezas a que pueda asemejarte?
¿Con qué esfuerzo del numen o del arte
acertaré a formar tu fiel traslado?
Entre imágenes tantas que, de aquellos
y estos objetos bellos
que ofrece a los sentidos lo creado,
en sus inmensos senos cada día
la memoria riquísima atesora,
¿Cuál tan sublime imagen y tan pura
elegirá la amante fantasía,
para pintar ahora
tu milagrosa y única hermosura?
Cedan de hoy más la palma y alabanza
los pardos, negros y celestes ojos
a los divinos tuyos, que colora
con su verdor alegre la Esperanza:
la mejilla lozana
de la rosada Aurora
iguala apenas la lustrosa grana
que en tu fresca mejilla
aun de la rosa el rosicler humilla;
humilde tributario
es de tu blanca tez el mármol pario;
y al oro envidia diera
tu riza y abundosa cabellera;
merecedora de adornar un día,
coronada de estrellas,
la vasta frente de la Noche umbría.
De la Ciprina Diosa
la más bella afamada estatua griega,
de que hace alarde el orgulloso Louvre,
a la vista dichosa
del que anhelante a contemplarla llega,
más puras bellas formas no descubre
que las que sufre tu pudor sin velo;
sirviéranle tus brazos de modelo,
a escultor que quisiera
devolver, completando su hermosura,
a esta de Venus copia verdadera
los que hoy llora perdidos la Escultura;
y afrenta son de los rosados dedos
con que el Alba rïente
abre las puertas del dorado Oriente
al sol que vuelve a los mortales ledos,
los que rematan tu pequeña mano,
tu linda mano de rosada nieve
bajo la cual apenas
el néctar puro a azulëar se atreve
de las delgadas transparentes venas.
Mas ¿quién dirá la gracia soberana
que aumenta tus hechizos
y que en tu acto menor luce patente?
Cuando, al volver tu majestuosa frente,
mueves los blondos rizos,
o las miradas giras suavemente,
o tu boca risueña
perlas entre corales nos ensena,
abierto el mismo cielo se divisa.
No con tan dulce celestial sonrisa,
donde aún templar parece Amor su dardo,
se esta riendo la divina Lisa
en el lienzo inmortal de Leonardo
Tu voz tan blanda suena,
que semeja tu hablar un dulce canto;
Mas, si cantas, vencida la Sirena
envidiosa te escucha con espanto;
y arroja, ardiendo en ira,
la menos dulce lira,
cuando, animado por tu diestra mano,
brota sublimes mágicos acentos,
y es el rey el piano
de músicos sonoros instrumentos.
Es tu andar tan airoso y elegante,
que parece que fueras, escuchando
de música incesante
el süave son blando,
con el que vas acompasando cada
movimiento y pisada:
irresistible gracia en todo muestras:
de cuanto dices o haces las divinas
gracias te son maestras,
a ti siempre vecinas;
la perfección en fin nos pasma y ciega
que tu persona bienhadada enjoya,
y la beldad recuerda de la Griega,
cantada ruina de la excelsa Troya;
te adora reverente
quien de mirarte alcanza la ventura,
como imagen de Dios, que al bajo suelo
tu beldad estupenda
conceder quiso, en generosa prenda
de las que encierra el prometido cielo.


(1858)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)