Safo a Faón

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​Safo a Faón​ de Clemente Althaus


¡En amor convirtieras el desvío,
si acertara a pintarte
del inmenso amor mío,
bellísimo Faón, pequeña parte!
¡Enseñárame Febo
modo de canto nuevo,
muy más eficaz arte,
para expresar pasión tan nueva y rara
que con pasión ninguna se compara;
y las penas tan bárbaras y atroces
que sin descanso siento,
al ver que con desdén la desconoces!
Para amor tanto y tan feroz tormento
fáltanme las imágenes y voces,
y es helado y escaso
aún el celeste idioma del Parnaso.
¡Por qué no sale el fuego
del furibundo, ciego,
desesperado amor con que te adoro
envuelto en mis palabras,
por que tu alma al amor o piedad abras!
¡No en licor negro, en encendido lloro,
o de mi corazón en tinta roja,
menester fuera humedecer la pluma,
para decirte la sin par congoja,
el duelo inmenso que por ti me abruma:
violento usurpador de mi albedrío
que, apenas te miré, ya no fue mío,
quedando de improviso en tanto grado
la voluntad de tu belleza sierva,
cual si me hubieras pérfido hechizado,
con el veneno de amorosa yerba!
Y ¡si con la voz viva yo siquiera
significarte tal pasión pudiera,
y tan prolijas penas!
Mas llego apenas a tu dulce lado,
los ojos alzo por mirarte apenas,
(bien los tuyos lo saben, despiadado)
cuando la voz me falta y el aliento,
al paladar mi lengua se encadena,
y se entorpece tardo el pensamiento:
cunde llama sutil de vena en vena;
desampara la sangre mi mejilla
y al corazón agolpase que el pecho
rasgar ya quiere, a su latir estrecho;
negra nube a mis ojos amancilla
el puro sol; mi oído
llena sordo zumbido
un helado sudor toda me inunda;
me da apenas sostén mi débil planta,
y difunta semejo o moribunda:
y es fuerza así que tanta
furia de amor remita,
aunque tan muerta, a la palabra escrita.
Y ¡ojalá que tu mano no se afrente
de abrir, oh mi Faón, el triste pliego
de la que siempre te causara enojos,
ni de leerlo afréntense tus ojos,
si leer a tus ojos lo consiente
el piélago de llanto en que lo aniego!
¡Ah! como al viento el humo,
como al sol nieve, como al fuego cera,
del amor a las llamas me consumo,
sin que de cuerpo ni alma se preserve
mínima parte de la horrible hoguera
que más y más desesperada hierve.
No es amor, es la misma Citerea,
que ya de toda mí se enseñorea,
y Gnido deja y Amatunta y Pafo
por el ardiente corazón de Safo.
No en fuego tan funesto
ardió la triste furibunda Mirra
que al burlado Ciniro, en torpe incesto
gozó, agitada de mortal espanto,
y aún hoy, trocada en árbol, atestigua
su desventura antigua
e infausto amor con oloroso llanto;
no amaba tanto Fedra al desdeñoso
casto hijo de su esposo,
ni la maga de Colcos al perjuro
robador del dorado vellocino;
ni Eco al garzón divino,
de su propio traslado,
que vio del agua en el espejo puro,
por celestial castigo enamorado:
ni con mi ciego loco desatino
parangonar es dado
exceso alguno de amorosa llama
de que se acuerda con horror la Fama...
Y esa que a mí prefieres ninfa bella,
¿Piensas que amarte sabe? el amor de ella
junto al amor de Safo es sombra vana,
apariencia, ilusión, juego, mentira...
Mas, si a pintarte aspira
en vano el labio mi pasión insana,
¿cómo pintar podré mis celos e ira,
al mirarte en los brazos de otro dueño?
Cuando de noche en solo lecho y frío,
de donde vivo desterrado el sueño
y que humedece de mi llanto el río,
revolviéndome inquieta a todos lados
en los ásperos linos; las almohadas
teniendo entre mis brazos enlazadas,
cual no puedo tus miembros adorados,
espantosa memoria de repente
viene a asaltar mi mente
de que en el punto mismo en que me abraso
con solitario amor no satisfecho,
y los suplicios del infierno paso,
os guarda blando lecho
unificados en abrazo estrecho,
y que otra goza lo que yo no gozo;
las negras furias todas del Cocito
apoderarse siento de mi pecho
y dél hacer fierísimo destrozo:
contra las duras gélidas paredes
que en el rigor excedes,
alzando ronco dilatado grito,
mi frente miserable precipito;
meso mi cabellera; con frecuente
diestra mi pecho despedazo, muerdo
entrambas manos con rabioso diente,
y con blasfemias ásperas irrito
a los Dioses, perdido todo acuerdo.
No hay en el Orco mísero precito
cuyo tormento compararse pueda
con el que apuro en tan tenaz recuerdo:
no aquel a quien dentada aguda rueda
rompe y asierra el cuerpo palpitante;
ni el que jamás a humedecer alcanza
su labio en la bullente
agua que mira sin cesar delante
y apeteciendo está sin esperanza;
ni el condenado al perennal trabajo
de subir a alto monte grave roca
que, siempre que la cumbre casi toca,
rueda de nuevo rápida hacia abajo;
ni el otro de cuyo hígado sangriento,
inmortal alimento
que sin cesar renace,
hambriento buitre sin cesar se pace:
ninguna de estas penas mi alma arredra,
mayor que todas ellas es la mía;
y, si trocarlas diéranos la suerte,
tu sed, Tántalo, alegre admitiría;
Yxión, tu rueda; Sísifo, tu piedra;
y el buitre que no se harta de roerte
las entrañas, oh Ticio, noche y día!
Todos juntos tomara vuestros duelos
como pena ligera,
y entre vosotros todos repartiera
el sin igual tormento de mis celos.
¿Cuál encarecimiento habrá expresivo
de la vida misérrima que vivo?
Siento en la más secreta
parte del corazón como escondida
honda aguda saeta,
o que mano de bronce, dél asida,
con sus tenaces garras me le aprieta;
duéleme el alma, duéleme la vida:
reposo no me da lugar alguno;
el manjar aborrece el labio ayuno;
y, si a gustarle a veces me violento,
cansada de sufrir ruego importuno,
me es acíbar y tósigo el sustento;
en perenne vigilia
consumo de la noche el giro lento;
los cuidados y amor de mi familia,
de mis amigas el sincero trato
donde las almas liga la confianza,
la placentera danza,
las femeniles galas y el ornato,
la variada belleza
de la naturaleza,
y cuanto me halagaba y complacía,
hoy en el dolor fiero
de no corresponderme a quien yo quiero,
todo en rostro me da, tolo me hastía.
Ni a consolarme parte
es del divino Homero
la excelsa poesía,
ni las bellezas mágicas del arte:
mi ingenio mismo entorpecido duerme;
mas, aunque a su primera
lozanía volviera,
¡ni aún él pudiera en mi dolor valerme!
¡Ay! en vano es insigne el nombre mío
entre los claros nombres
que celebra y pregona
en áurea trompa por do quier la Fama;
en vano con la délfica corona
que circunda mis sienes, a los hombres,
de mi sexo honra y luz, envidia causo:
¡Ah! ¿qué me importa la apolínea rama,
ni qué me importa el lisonjero aplauso
que ufana rinde la concorde Grecia
a su gran poetisa,
si Faón me desprecia
y los laureles que le ofrezco pisa?
¡Más me valiera ser hermosa y necia,
que hospedar alma grande y numen alto
en cuerpo humilde, de belleza falto!
¡Oh dichosa rival! por tu hermosura
que en adorada red tiene cautivo
a mi Faón esquivo,
Safo su dulce lira te daría
y su creciente gloria perdurable:
sí, que no aplaca la congoja mía
imaginar que en tanto
que haya en el mundo amor y poesía,
siglos sin fin después que ya no se hable
la melodiosa lengua en que los canto,
en idiomas diversos
resonarán mis amorosos versos.
De la gloria el fulgor no me compensa,
y no pudiera compensarme nada
la desventura inmensa
de no haber sido por Faón amada.
¡Ah! si penar debía como peno,
¡Por qué, por qué piadosa la Fortuna
no me dio muerte en el materno seno,
o mi tumba también no fue mi cuna!
¿Cuándo tu encono contra mí se aplaca,
Citerea crüel? ¿Qué desacato
a tu deidad soberbia jamás hice?
¿Con qué tremendo crimen esta flaca
mortal de tu rigor merecer pudo
amor tan insensato
por un esquivo corazón ingrato?
¿Por qué, cuando mi pecho
Cupido traspasó con dardo agudo,
no hirió con igual dardo
el pecho del mancebo por quien ardo?
Nunca mi labio las debidas preces
ni las ofrendas olvidó mi mano
que a tus aras consagra sacro rito...
Mas, ya que mis plegarias escarneces,
y el castigo me das sin el delito,
y en mi mal te recreas,
¡maléfica deidad, maldita seas!
Bien se declara en mi tormento grave
que tu bárbaro pecho amar no sabe;
que, si no, mi dolor te condoliera:
a ti, insensible Diosa,
a ti, que madre le eres,
jamás cautivó Amor a la manera
que cautiva y acosa
a nosotras las débiles mujeres,
atenta solo, oh celestial ramera,
a tus carnales gustos y placeres.
no de tus negros cíclopes, Vulcano,
a la rápida mano
y golpear redoblado aumentes prisa:
deja ya, deja el ígneo Mongibelo;
tiempo es que mofa y risa
te avergüences de ser a tierra y cielo;
y, pues miras que Jove,
en premio de forjarle el rayo ardiente,
débil sufre y consiente
que su hija infame así el honor te robe,
tiempo es que sin tardanza
ejecutes tú mismo tu venganza;
tiempo es que, airado justiciero esposo,
el universo asombres,
escarmentando con terrible pena
el torpe adulterar escandaloso
de la vil que al oprobio te condena,
y ayuntada con dioses y con hombres,
cielos y tierra de bastardos llena.
Y tú, Cupido, de tan mala madre
hijo peor aún, fiero verdugo,
antigua peste del linaje humano
que airado el cielo sujetó a tu yugo,
de sus miserias todas primer fuente;
tú a quien tu mismo padre, horrendo Marte
de quien tiembla la tierra,
en lo sangriento y bárbaro y furente,
no pudo aventajar, ni aún igualarte,
siendo sombra la suya de tu guerra,
sé maldito también: siempre a tu oído
la música más dulce y dulce canto
fue de odiados amantes el gemido
y el sollozo y el llanto;
y el más grato espectáculo a tus ojos,
y a tus feroces aras
las víctimas más caras,
los helados despojos
son de cuantos con fuerte
mano, armada de hierro o de veneno,
puerta abren a su espíritu indignado,
o hallan temprana voluntaria muerte
del ancho mar en el profundo seno.
A trance tal tu crüeldad me lleva;
pronto, víctima nueva,
aumentaré tus triunfos, oh Cupido,
que el sufrimiento a resistir no alcanza
dolor tan desmedido,
y es ya la muerte mi única esperanza.
A mi desesperada furia loca
ya la pena fatal tienta y provoca,
de amantes desamados visitada:
pronto, pronto será que, de su altura
con intrépido pie precipitada,
halle en el océano sepultura.
Y tú, Faón, cuando te diga alguno:
«Duerme en los negros senos de Neptuno
la triste Safo, por tu amor suicida»
Merézcate siquiera a la partida
cortés piadoso llanto
la desgraciada que te quiso tanto.
No te lo vedará tu amante esposa,
que, si hora me odia viva,
con Safo que en la tumba ya reposa
ha de ser generosa y compasiva.


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)