Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo IX

De Wikisource, la biblioteca libre.
Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Alonso Fernández de Avellaneda
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Tomo II, Parte V
Capítulo IX

Capítulo IX

De cómo don Quijote, por una estraña aventura, fue libre de la cárcel, y de la vergüenza a que estaba condenado


Estando el pobre de Sancho llorando lágrimas vivas y esperando, hecho ojos, cuándo había de ver a su señor desnudo de medio arriba y caballero en su asno para darle los docientos azotes que había oído le habían de dar de presente, pasaron siete o ocho caballeros de los principales de la ciudad por allí a caballo, y, como vieron tanta gente a la puerta de la cárcel a hora tan extraordinaria, pues eran más de las cuatro, preguntaron la ocasión de la junta; y un mancebo les contó lo que aquel hombre armado, que decían habían de bajar para azotarle por las calles, había hecho y dicho dentro y fuera de la ciudad y en la cárcel, y cómo había querido quitar un azotado a la justicia en medio de la calle, de lo cual se maravillaron; y mucho más cuando supieron que no había hombre ni mujer en toda la ciudad que le conociese.

Tras éste, llegó otro y les dijo todo lo que antes de entrar en la ciudad había dicho a una tropa de caballeros, los cuales allí nombró, con lo cual rieron mucho; pero maravilláronse de que no hubiese persona que les dijese a qué propósito iba armado con adarga y lanza. Estando en esto, quiso la suerte que Sancho se llegase a escuchar lo que allí se decía de su amo; y mirando bien a los caballeros, conoció entre ellos a don Álvaro Tarfe, el cual, aunque había seis días que las justas se habían hecho, él no se había ido, por aguardar una sortija que unos caballeros de la ciudad, de los más principales, y él tenían ordenada para el domingo siguiente.

Soltó Sancho el asno del cabestro en viéndole, y, puesto de rodillas en mitad de la calle, delante de los caballeros, con su caperuza en la mano, llorando amargamente, comenzó a decir:

-¡Ah, señor don Álvaro Tarfe! Por los Evangelios del señor San Lucas, que vuesa merced tenga compasión de mí y de mi señor don Quijote, el cual está en esta cárcel y le quieren sacar a azotar cuando menos, si señor San Antón y vuesa merced no le remedian; porque dicen que ha hecho aquí a la justicia no sé qué sin justicia y desaguisado, y por ello le quieren echar a galeras por treinta o cuarenta años.

Don Álvaro Tarfe luego conoció a Sancho Panza y sospechó todo lo que podía ser; y así, maravillado de verle, le dijo:

-¡Oh, Sancho! ¿Qué es esto? ¿Que vuestro señor es para quien se apareja todo este carruaje? Pero de su locura y vana fantasía, y de vuestra necedad, todo se puede presumir; pero no lo acabo de creer, aunque me lo afirmáis con los estremos con que me lo habéis representado.

-Él es, señor, ¡pecador de mí! -dijo Sancho-. Entre vuesa merced allá y hágale una visita de mi parte, diciendo que le beso las manos y que le advierto que, si le han de sacar en aquel asnillo que metieron ahora, que de ninguna manera suba en él, porque yo le tengo aparejado aquí el rucio, en que podrá ir como un patriarca; el cual, como ya sabe, anda llano, de tal manera, que el que va encima puede llevar una taza de vino en la mano, vacía, sin que se le derrame gota.

Don Álvaro Tarfe, riéndose de lo que el simple de Sancho le había dicho, le mandó que no se fuese de allí hasta que él volviese a salir; y, hablando con dos caballeros de aquéllos, se entró con ellos en la cárcel, donde hallaron al buen hidalgo don Quijote, que le estaban desherrando para sacarle a la vergüenza. Al cual, como vio don Álvaro tan malparado, llena de sangre la cara y manos y con unas esposas en ellas, le dijo:

-¿Qué es esto, señor Quijada? ¿Y qué aventura o desventura ha sido la presente? ¿Parécele a vuesa merced que es ahora bueno tener amigos en la Corte? Pues yo lo seré esta vez tal de vuesa merced, como verá por la esperiencia. Pero, dígame, ¿qué desgracia ha sido ésta?

Don Quijote le miró en la cara y luego le conoció, y con una risa grave le dijo:

-¡Oh, mi señor don Álvaro Tarfe! La vuesa merced sea bien venido. Maravíllome en estremo de la estraña aventura que vuesa merced ha acabado. Digame luego, por Dios, de qué suerte ha entrado en este inespugnable castillo, adonde yo, por arte de encantamiento, he sido preso con todos estos príncipes, caballeros, doncellas y escuderos que en estas duras prisiones hemos estado tan largo tiempo; de qué manera ha muerto los dos fieros gigantes que a la puerta están, levantados los brazos, con dos mazas de fino acero, para estorbar la entrada a los que, a pesar suyo, quisieren entrar dentro; cómo o de qué suerte mató aquel ferocísimo grifo que en el primer patio del castillo está, el cual, con sus rapantes garras, coge un hombre armado de todas piezas y le sube a los vientos, y allí le despedazan. Envidia tengo, sin duda, a tan soberana hazaña, pues por manos de vuesa merced todos seremos libres. Este sabio encantador, mi contrario, será cruelísimamente muerto, y la maga, su mujer, que tantos males ha causado en el mundo, ha de ser luego sin misericordia azotada con pública vergüenza.

-Sacáranle a ella a vuesa merced -dijo don Álvaro-, sin duda, si su buena Fortuna, o, por mejor decir, Dios, que dispone todas las cosas con suavidad, no hubiera ordenado mi venida. Pero, comoquiera que sea, yo he muertos todos esos gigantes que dice y dado la libertad deseada a esos caballeros que le acompañan. Pero conviene por agora, pues yo he sido su libertador, que vuesa merced, obedeciéndome, como lo pide el agradecimiento que me debe, se esté solo aquí en esta sala con esas esposas en las manos, hasta que yo ordene lo contrario, que así importa para el buen remate de mi feliz aventura.

-Mi señor don Álvaro -dijo don Quijote-, será vuesa merced obedecido en eso puntualmente; y quiero, por hacer algún nuevo servicio a vuesa merced, permitirle que de aquí adelante se acompañe conmigo: cosa que jamás pensé hacer con caballero del mundo. Pero quien ha dado cabo y cima a una tan peligrosa hazaña como ésta, juntamente merece mi amistad y compañía, porque vaya viendo en mí, como en un espejo, lo que por todos los reinos del mundo, ínsulas y penínsulas, he hecho y pienso hacer, hasta ganar el grandísimo imperio de Trapisonda y ser casado allí con una hermosa reina de Ingalaterra, y tener en ella dos hijos, habidos por muchas lágrimas, promesas y oraciones. El primero de los cuales, porque nacerá con una señal de una espada de fuego en los pelos, se llamará el de la Ardiente Espada; el otro, porque en el lado derecho tendrá otra señal parda, de color de acero, a modo de una maza, significadora de las terribles mazadas que ha de dar en este mundo, se llamará Mazimbruno de Trapisonda.

Dieron todos una gran risada; mas don Álvaro Tarfe, disimulando, los mandó salir a todos fuera y rogó a uno de los dos caballeros que con él habían entrado se quedase allí, para que ninguno hiciese mal a don Quijote, mientras él con el otro, que era deudo muy cercano del justicia mayor, iban a negociar su libertad, pues sería cosa fácil el alcanzársela, constando tan públicamente a todos de su locura.

En salir de la cárcel, subieron en sus caballos, y dijo don Álvaro a un paje suyo que llevase a Sancho Panza, pues ya le conocía, a su casa, y le diese luego en ella muy bien de comer, sin permitirle saliese della un punto hasta su vuelta. Replicó Sancho a voces:

-Mi señor don Álvaro, advierta vuesa merced que mi rucio está tan melancólico por no ver a Rocinante, su buen amigo y fiel compañero, como yo por no ver ya por esas calles a mi señor don Quijote. Y así, vuesa merced pida cuenta a los fariseos que prendieron a mi amo de dicho noble Rocinante; porque ellos se lo llevaron sin que el pobre, en la pendencia, hubiese dicho a ninguno ninguna mala palabra. Y sepa vuesa merced también nuevas, que ellos se las darán, de la insigne lanza y preciosa adarga de mi señor, que a fe que nos costó trece reales de hacerla pintar toda al olio a un pintor viejo que tenía una gran barruga en las espaldas y vivía en no sé qué calle de las de Ariza; que mi amo me daría a la landre si no le diese cuenta dello.

-Andad, Sancho -dijo don Álvaro-; comed y reposad, y descuidad de lo demás, que todo tendrá buen recado.

Fuese Sancho con el paje, tirando del cabestro a su jumento, poco a poco; y, llegados a casa, le pusieron en la caballeriza con bastante comida, y a Sancho se la dieron tan buena en cantidad cuanto él la dio graciosa con mil simplicidades a los pajes y gente de casa; a todos los cuales contó cuanto por el camino les había sucedido a él y a su amo, así con el ventero como con el melonero y en Ateca. Lo cual todo refirieron ellos después a don Álvaro, que, a estas horas, estaba con el otro caballero informando al justicia mayor de lo que era don Quijote y de cuanto le había sucedido, así con el azotado como con el carcelero y con ellos en la cárcel. El justicia mandó luego con mucho gusto a un portero fuese a la cárcel y mandase de su parte, así al carcelero como a los alguaciles, entregasen aquel preso libre y sin costas, con el caballo y todo lo demás que le habían quitado, al señor don Álvaro Tarfe, lo cual todo fue hecho así.

Llegó don Álvaro a la cárcel a la que volvían a armar a don Quijote, ya libre de las prisiones; y, a la que le entregaron la adarga, rieron mucho cuando la vieron con la letra del Caballero Desamorado y figuras de Cupido y damas. Y, aguardando que anocheciese para que no fuese visto, le hizo llevar a su posada con un paje, a caballo en Rocinante. Cenaron en ella con él los caballeros amigos de don Álvaro con mucho gusto, haciendo decir a Sancho Panza sobrecena todo lo que por el camino les había sucedido; y cuando Sancho dijo que había burlado a su amo en no haber querido dar a la gallega los docientos ducados, sino solos cuatro cuartos, se metió don Quijote en cólera, diciendo:

-¡Oh, infame, vil y de vil casta! Bien parece que no eres caballero noble, pues a una princesa como aquélla, a quien tan injustamente haces moza de venta, diste cuatro cuartos. Yo juro, por el orden de caballería que recebí, que la primera provincia, ínsula o península que gane ha de ser suya, a pesar tuyo y de cuantos villanos como tú hay en el mundo.

Maravilláronse todos aquellos caballeros de la cólera de don Quijote, y Sancho, viendo enojado a su amo, le respondió:

-¡Oh, pesia a los viejos de Santa Susana! ¿Y no conocía vuesa merced en la filomía y andrajos de aquella moza que no era infanta ni almiranta? Y más, que le juro a vuesa merced que, si no fuera por mí, se la llevara un mercadante de trapos viejos para her della papel de estraza, y la muy sucia no me lo agradece agora. Pues a fe que si no fuera porque le tuve miedo, que la hubiera hecho a mojicones que se acordara de Sancho Panza, flor de cuantos escuderos andantes ha habido en el mundo. Pero vaya en hora buena, que si una vez me dio una bofetada y dos coces en estas espaldas, buen pedazo de queso le comí que tenía escondido en el vasar.

Levantóse don Álvaro riendo de lo que Sancho Panza había dicho, y con él los demás; y dio orden que llevasen a don Quijote a un buen aposento, donde le hicieron una honrada cama, en la cual estuvo reposando y rehaciéndose dos o tres días; y a Sancho se le llevaron los pajes a su cuarto, con el cual tuvieron donosísima conversación.