Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo XX

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Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Alonso Fernández de Avellaneda
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Tomo II, Parte VI
Capítulo XX

Capítulo XX

En que se da fin al cuento de los felices amantes


»No había bien subido a dar el aviso el criado a sus amos, cuando se arrepintió don Gregorio dello; porque, como venía con intención de saber de sólo de la vida dellos y, sin dárselos a conocer, irse luego a meter religioso en la mesma religión en que lo era la priora, para hacer allí una condigna penitencia con que en parte satisfaciese sus graves culpas, parecióle que todo se lo impidiría lo que había empezado a intentar. Con la melancolía que esto le causó, y deseando obviar los inconvenientes que de ver a sus padres se le podían seguir, volvió las espaldas para retirarse de la puerta; pero, apenas lo había comenzado a hacer, cuando ya el criado estuvo en ella a buscarle y los padres salieron a la ventana a llamarle.

»No se pudo escusar de entrar el turbado peregrino en su casa; y haciéndolo, y subido arriba en una cuadra, le rogaron los venerables viejos se sentase en una silla, y, poniéndosele cada uno a su lado, le hicieron mil preguntas del don Gregorio que había dicho al criado había conocido y tratado en Nápoles, haciéndole tras cada una un millón de ofrecimientos. Decíanle con no pocas lágrimas:

»-¡Ay, hermano mío, y qué diéramos por haber visto como vos ese único y amantísimo hijo nuestro, absoluto señor de nuestra hacienda y total causa del llanto con que pasamos la vida! ¿Está bueno? ¿Tiene qué comer? ¿Sirve o es soldado? ¿Hase casado o qué vida tiene quien tan sin piedad es verdugo de las nuestras?

»Estaba don Gregorio, cuando oía estas razones, más muerto que vivo de ternura y sentimiento; pero, disimulando cuanto pudo, les dijo:

»-Lo que dél, ¡oh ilustres señores!, os puedo decir, es que, según me comunicó, ha padecido infinitos trabajos desde que salió de vuestra casa y obediencia; pero ¿cuándo los dejó de dar el cielo al hijo que, saliendo de la que debe a sus padres, ofende su valor, lastima sus canas, menoscabando su propria salud, fuerzas y reputación? Dígolo, porque en todo sé que ha padecido don Gregorio mucho, y creo que volviera de buena gana a vuestros ojos si lo permitiera la vergüenza que se lo impide.

»-¿De qué la ha de tener Gregorio -replicó la madre-, pues en su vida ha hecho bajeza ni hay en la ciudad quien se pueda quejar dél?

»-No significaban sus razones -añadió el peregrino-, cuando me hablaba, eso; antes, siempre colegí dellas se había ausentado por alguna afición que tenía a no sé qué religiosa, a quien él llamaba doña Luisa; y temí algunas veces no hubiese escándalo por ella en el convento o acádola dél, según andaba de recelo de cuantos le podían conocer.

»-La mejor seña que nos podíais dar -dijo el padre- de que el que habéis conocido es nuestro hijo es decirnos nombraba él a doña Luisa; porque es una religiosa gravísima deste lugar y priora ha años de tal convento, a quien él visitaba a menudo. Pero habéisle hecho agravio a ella y a su valor en pensar cosa de su persona que desdiga della y de su virtud singular que profesa.

»Cuando don Gregorio oyó el abono que sus padres daban de la priora, en confirmación de lo que toda la ciudad había dado della, y reparó por otra parte en la ternura y sentimiento con que hablaban dél, se demudó de suerte que, dándole un parasismo mortal, quedó como muerto reclinado a la silla. Acudieron de improviso los padres a darle algo confortativo, pensando era desmayo de hambre el que le había tomado; y, quitándole el sombrero que tenía calado y desabrochándole con piedad cristiana, reparando en el rostro la madre que hacía este oficio y le enjugaba el sudor dél, le conoció y levantó los gritos al cielo, diciendo:

»-¡Ay, hijo de mis ojos, y qué disfraz es el con que has querido entrar en esta tu propria casa!

»El padre que, oyendo los gritos de la madre, percibió llamaba de hijo al peregrino, se llegó, tan desmayado como él lo estaba, a mirársele, y, conociéndole, ayudó también a las endechas de la madre, diciendo:

»-¿Qué peregrina invención ha sido ésta, Gregorio mío, de querer disimulártenos, dándotenos a conocer tan por rodeos? ¿Pensarías hacer con tus padres, sin duda, lo que con los suyos hizo san Alejos? Mas no creo tal, pues tan lejos está de parecerse a aquel santo quien tan sin ocasión ni violencia de casamientos ha usado tan peregrino rigor.

»Alborotóse luego la casa, corriendo las nuevas de la vuelta de don Gregorio por el barrio; y, antes que él volviese del desmayo en sí, estaba rodeado de criados y vecinos. Y corrido, cuando volvió a cobrar sus sentidos, de ver la publicidad de su vuelta, abrazó a sus padres, prostrándoseles luego a sus pies y pidiéndoles le dejasen reposar a solas, despidiendo los circunstantes, pues bastaba hubiesen sido testigos de su corrimiento y del perdón que les pedía por los enojos causados.

»Fuéronse cuantos esto le oyeron, contentos de ver lo quedaban los padres, los cuales luego dieron también orden en que se acostase y reposase. Hízolo, y, preguntando a su madre en la cama cuánto había que no se había visto con la priora, supo della que tres días, y cómo, hablándole en la conversación dél y representándole el sentimiento con que vivían todos en su casa por su ausencia y no saber si era muerto ni vivo, había en ella vertido no pocas lágrimas y despedido del pecho algunos lastimosísimos suspiros, indicio claro del sincero amor que le tenía y de lo que sentía su perdición. Más le crecía el asombro a don Gregorio cuando estas cosas oía; porque, como no sabía el milagro y estaba cierto, por otra parte, de su maldad y de lo que con la priora le había acontecido, parecíale todo sueño y que era ilusión del demonio el pensar verse en casa de sus padres y vuelto tan a su salvo en su patria. Y así, a ratos, con la vehemencia desta imaginación se suspendía, de suerte que no acertaba a responder.

»Con todo, rogó a su madre, después de haber reposado algunos días, le hiciese merced de llegar al convento y verse con la priora, dándole aviso de su vuelta y de cómo había sido con hábito penitente de peregrino, después de haber estado en Roma a pedir absolución a Su Santidad de las mocedades que había cometido en los años que había faltado de su casa, en cuyo conocimiento había venido por sus oraciones, a lo que creía, y por haber oído un sermón de las alabanzas del santísimo rosario y de las misericordias que por su devoción hacia la Virgen benditísima en grandísimos pecadores. Rogóla juntamente instase con ella le diese licencia en todo caso para ir a besarle las manos y darle cuenta de los sucesos de su persona, sola aquella vez, pues en hacello o dejarlo de hacer estaba su consuelo y quietud.

»Fue la madre luego a hacer la visita, encargadísima de sacar la licencia que deseaba su hijo, cuyo alivio procuraban ella y todos los demás deudos, por ver cuánto necesitaba dello la melancolía con que le veían. Habló, en llegando al convento, a la priora. Y cuando le hubo dado las referidas nuevas y recado, vio en las lágrimas que de contento derramó tras él (que a eso atribuía la madre de don Gregorio las que doña Luisa derramaba de confusión y vergüenza), el gozo que mostraba de su vuelta y mudanza; y, alegre de ver que ya por su instancia permitía le hablase (enterada primero della de cuán otro venía de la fuente de las indulgencias y perdones que da Dios a los pecadores por manos de su supremo vicario; cosas todas que se las aseguraba ser así el enviarle a decir el mismo don Gregorio venía de Roma; lo cual y el entender juntamente que había alcanzado tan grande misericordia por el mismo medio que ella, del santísimo rosario, fueron bastantes causas para obligarla a concederle sin escrúpulo la licencia que le pedía para llegar a hablarla el día siguiente; porque siempre el corazón le dijo había de ser tan feliz el fin desta segunda visita, cuanto le había sido nocivo el de la primera), volvióse la madre con esta respuesta contentísima a su casa; y con razón, pues en ella llevaba, aunque sin entenderlo así, la medicina que más convenía al consuelo de su hijo y a su salvación. El cual, deseándola con las veras que lo suele hacer aquel a quien Dios abre los ojos del alma, pasó la noche toda en oración, suplicando a su divina Majestad, por la puridad de su santísima Madre, cuyo rosario nunca se le cayó de las manos, se sirviese de darle en la esperada visita el espíritu para cosas de edificación de su alma, que convenía tuviese quien en aquel puesto en que se había de ver, tan desatinado había andado. La misma oración hizo en su coro la santa priora; y preparándose, venida la mañana, ambos con recebir los divinos sacramentos de la confesión y eucaristía, se pusieron, llegando el plazo, en el locutorio do se habían de ver con iguales deseos de saber el uno el suceso del otro.

»No tiene, señores, mi ruda lengua palabras con que explicar bastantemente la turbación de las con que se saludaron al primer encuentro los dos felices amantes; porque, en viéndose el uno al otro (si es que las lágrimas les dejaron mirarse), se turbó él y encalmó ella de suerte que por muy gran rato no supieron ni de sí ni de adónde estaban. Las galas con que don Gregorio entró a verla: con un vestido de paño liso, sin gorbión alguno, el sombrero puesto en los ojos, sin espada ni más compañía que bonísimos deseos y unas planchas grandes de hoja de lata, hechas rallo, en pecho y espaldas, y una cruz entre la ropilla y jubón, con rosario y horas en la faltriquera; sacando la priora el adorno que queda dicho se puso la primera noche que llegó al convento y con que en ella dio principio a su rigurosa penitencia. Puestos, pues, de la suerte dicha, cuando la suspensión y llanto les dio lugar, empezó él a decirle:

»-Por la cruz en que remedió mi eterno Dios pecadores tales cual yo soy, y por las lágrimas, afrentas y angustias con que en ella espiró, y por las que al pie de tan salutífero árbol sintió su purísima Madre, que por serlo tanto, pudo ser sólo su hechura de su omnipotencia, os pido me digáis, ¡oh religiosa señora!, si sois vos la priora doña Luisa que cuatro años ha con vuestra vista me cegastes, perdistes y enamorastes de suerte que, loco, desatinado y sin temor de Dios, me resolví en sacaros de aquí y llevaros a Lisboa y a Badajoz, cometiendo las ofensas y sacrilegios contra el cielo, que sólo un merecido infierno puedo esperar. Y si acaso sois la que pienso, decidme también cómo yéndoos conmigo, os quedastes acá, y, quedándoos acá, os fuistes conmigo; que cierto estoy (¡y ojalá no lo estuviera tanto!) que os vi, hablé, amé y solicité y saqué deste convento, sin temor de hacer a vuestro estado y profesión la ofensa que se siguió por postre de tan infernales principios. Porque veo me aseguran cuantos de vos pregunto por otra parte (cosa que vuelve loco) que jamás habéis faltado desta casa; antes dicen que siempre la habéis regido con notables ejemplos y mil virtuosas medras. Yo soy don Gregorio el malo, el sacrílego, el aleve, el traidor y, finalmente, el peor de los hombres y el igual a Lucifer en los pensamientos, pues los puse en quien era esposa de mi mismo Dios, cielo suyo y niñas de sus ojos. A la Virgen bendita del Rosario debo el conocimiento de mis culpas, pues dejándoos (si sois la que pienso, y no fantasma) en Badajoz, y dando cabo en la Corte, descuidado de mi bien, merecí un día oír acaso un sermón de uno de los apóstoles que de la predicación de su santo rosario tiene María en el mundo; en que, pintando las misericordias que por tal devoción hace su clemencia, pintó mi ceguera y dibujó mi perversa vida, dando juntamente remedio a todos mis males; que todo lo hizo predicando un milagro y la eficacia de la dicha devoción. Sentí, tras sus palabras, la de la divina gracia, pues supe confesarme luego y dejar la Corte del rey de España, y buscar la de quien es vicario de Aquel por quien los reyes reinan y en cuyo servicio consiste sólo el verdadero reinar. Alcancé absolución de aquella santa silla; y, volviendo peregrino a saber, disfrazado, de mis padres, y a saber la nota y escándalo que de vuestra persona y de la mía había en esta ciudad, he hallado en ella que en boca de todos sois vos la santa, la recogida y ejemplar, sin habérseos notado falta ni ausencia; siendo yo solo el que os he pintado y saben los cielos y vos (si sois la que pienso) y mi misma conciencia, que es el más riguroso fiscal y quien me trae a sombras de tejado, de temor de la divina justicia, de quien sólo pienso escapar recogido, en el templo de la divina misericordia, mediante la intercesión de quien es Madre dellas.

»Acabó en esto la lengua de don Gregorio las razones, y comenzaron de nuevo sus ojos a confesar sus hierros y a mostrar el sentimiento que tenía dellos.

»Consoladísima quedó la priora cuando hubo oído del autor de sus desventuras el conocimiento que tenía dellas, y más cuando supo que le había venido tan grande bien por las manos clementísimas de quien había vuelto por su honra y suplido su falta en el gobierno los años que, dejada de Dios, había seguido desenfrenadamente sus apetitos y las sendas de su condenación. Y consolándole y dándole cuenta de sus sucesos y de lo que debía a María benditísima, y cómo pensaba pagarle en parte tan grande deuda con una verdadera y perpetua penitencia de sus culpas y un privarse de verle jamás a él, le rogó fuese el que debía, mirase por su alma y huyese del mundo cuanto le fuese posible y de vanas conversaciones y pláticas; que le daba palabra ella de hacer lo mismo, como también se la daba de callar el suceso mientras viviese. Pero no muerta, pues antes de morir le pensaba dejar escrito en manos de su confesor, con orden de que le divulgase el mesmo día para gloria de Dios y recomendación de la celestial autora de tal misericordia. Ofrecióle don Gregorio hacer las mismas diligencias y de no quedar en el mundo, sino entrarse en un retirado convento de su propria orden, do pagase su sensualidad el debido escote de los excesos pasados, a fuerza de ayunos y disciplinas. Y tras celebrar él con mil alabanzas de la Virgen y un millón de asombros y admiraciones la merced milagrosa y favor inaudito que su infinita clemencia había usado por la devoción del santo rosario con la priora y con él mesmo, se despidió del convento para nunca más llegar a él, y della para jamás verla. Y lo proprio hizo ella, pidiéndose ambos con lágrimas perdón recíproco y las oraciones el uno del otro. Continuó siempre, como queda dicho, la priora sus mortificaciones, consoladísima de la conversión de don Gregorio, dando por ella iguales gracias a la Virgen que por la suya propria, a quien le encomendó toda su vida.

»Volvióse de allí él a su casa, do estuvo algunos días asentando cosas; y, comunicada al cabo dellos a sus padres su devoción, y representándoles las obligaciones que tenían de consolarse con haberle visto vuelto vivo, les pidió su bendición y licencia para ser religioso, pues lo debía a Dios y a su Madre, rogándoles ahincadamente se la diesen y tuviesen a bien tomase tan divino estado. Tras lo cual también los rogó dejasen sus bienes después de sus días a pobres, que son los verdaderos depósitos y en quien mejor se guardan, pues en su poder jamás se menoscaban las haciendas. Alcanzáronlo todo dellos sus lágrimas y raro espíritu; con que se fue contentísimo a ser religioso en la misma ciudad, profesando en la religión que tomó, con notables demonstraciones de virtud. Y, llegando por ellas a ser perlado de su convento, quiso Dios acabase sus días, ordenando juntamente el Cielo fuese el de su muerte en el mesmo en que fue la de la priora y a la misma hora; haciendo cada uno antes de espirar una devotísima plática a su comunidad, murieron con notables señales de su salvación, recebidos todos los divinos sacramentos.

»Halláronse en poder de los confesores de ambos, luego que espiraron, las relaciones de los amores, sucesos, conversiones, milagros y de los favores que la Virgen les había hecho; y, publicándose el caso y verificándose, acudió toda la ciudad a ver sus santos cuerpos, que estaban hermosísimos en los féretros. Hízoseles sumptuosísimo entierro, invidiando todos la buena suerte de los padres de fray Gregorio, los cuales tuvieron honradísima y consolada vejez con su feliz fin. Llegado el de su vida dellos, repartieron su hacienda en los conventos de la priora y de su hijo, con ejemplo de todos; murieron cargados de años y de buenas obras. De los de la santa priora no digo nada, porque así ellos como la otra hermana que tenía religiosa, murieron mucho antes que ella.»