Semblanza de Cadenas

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CADENAS.




He aquí uno de los simpáticos á quienes me refería en una de mis anteriores semblanzas.

Desde los principios de su vida se apoderó de las gentes con su afable trato y su gallarda presencia.

Nadie veía en él un financier hace veinte años.

Era un pollo, lo es aún, puesto que todavía suelen anteponer este nombre al suyo los que le nombran en conversación íntima.

Era, como digo, el pollo Cadenas indispensable en los estrenos, en el paseo de la Castellana, en los salones de alguna dama.

Y por entonces sólo se sabía de él -que tenía gran partido en el bello sexo, que hacía la alegre vida de soltero sin apuros, y que era el hijo más amante que pueda celebrar la fama.

Tenía la idolatría de su madre. Yo le he visto todos los días hacer su visita á la santa anciana, que vivía feliz viendo al hijo querido adelantar rápidamente en sus negocios.

Parecían dos enamorados. Poco le importaban á Cadenas la Bolsa, las minas, la política, cuanto hay en el mundo, á la hora de ir á besar en la frente á la madre querida.

¡Antes que ella, no había nada!

Y no hay que dudarlo, el que es buen hijo, será forzosamente buen padre, buen ciudadano, buen amigo.

Cadenas tenía, al empezar á vivir, muchos envidiosos.

¡Cuántas veces he oído en los cafés, en la chimenea del Casino, en los saloncillos de los teatros, murmurar de él sin motivo fundado!

Pero la envidia no contó con la habilidad de la víctima.

Cadenas es un hombre práctico. En su casa hay un gran libro exclusivamente dedicado á lo que allí se llama el sablazo de los amigos.

Acaso el lector que lleve muchos años de ausencia de España, ó el americano que lea este libro, ignorarán lo que es un sablazo en la tierra de los hidalgos y caballeros.

Un sablazo es la petición del dinero que no se devuelve.

Cadenas se propuso que lo acribillaran los madrileños, y la envidia calló.

Ha prestado tantos servicios, ha obligado á tantísima gente, que al fin, es natural, se ha quedado sin un enemigo.

Por otra parte, sus condiciones especialísimas le han hecho con razón acreedor á la estimación general.

Solo, sin más ayuda que su franco carácter, su actividad febril y su conocimiento del mundo, ha llegado á competir con los grandes financieros de nuestro país.

Ha sido diputado, y cuando el público creía que lo era por lujo y que no desplegaría los labios, se levantó un día y habló, y habló tan bien, que á la mañana siguiente la prensa le aclamó como orador notable.

Tiene su plan de Hacienda, y en una situación mejor sería un ministro simpático á los hombres de negocios.

¡Quisiera Sagasta en los momentos actuales cambiar á Camacho por Cadenas!

La política no le ha sido ni productiva ni leal.

Antes de la restauración se contó con él, como se contó con todos los ricos. Después, según la costumbre conservadora, se atendió á los tontos, y naturalmente no se pensó en él.

Pruebas ha dado de prudente callando. Eso prueba la nobleza de su carácter.

De su vida íntima no debo saber nada; pero es público su desinterés, y no menos pública su adhesión á los que ama. Y ha dado pruebas de saber amar bien y de imponer sus pasiones, que admiran por lo sinceras y consecuentes.

Una noche, en un teatro, Cadenas estaba sentado al lado mío.

En un palco cercano á nuestros asientos estaba la marquesa de ***, famosa por su escandalosa vida.

Y al lado de ella, en indecorosa proximidad, un joven, casi un niño, á quien todo Madrid conocía como amante de aquella hermosa compatriota mía, que hacía de su desordenada vida una coquetería más.

En el entreacto el palco se llenó de amigos. La nobleza, la banca, la literatura

— ¿Ve usted? — me decía Cadenas. — ¡Qué consideración, qué respeto, qué atenciones! Y acaso esos mismos murmurarían del que hubiera consagrado su vida entera al amor de una mujer.... ¿Y por qué? Porque acaso también el amante no sería, como ese niño enclenque y podrido, tres veces Duque y cuatro ó cinco veces Grande de España.

Cadenas, en sus costumbres, es espléndido, generoso, sabe gastar, que es un arte difícil; y los numerosos empleados que tiene á sus órdenes le quieren muy de veras.

Últimamente ha dedicado tiempo y trabajo á las minas, porque alguna rareza había de tener. Es una minomanía como otra cualquiera, que ha vuelto locos á muchos.

¿Qué más minas que la inteligencia de un hombre joven y práctico y estimado, en una capital donde apenas trabaja nadie?

Hubo un tiempo en que la Dirección del Tesoro no podía vivir sin él.

Pudo decir parodiando al gran rey: «¡El Tesoro soy yo!»

Con esa figura y ese lenguaje que lleva la convicción á cualquiera, y esa facilidad de apoderarse de las gentes, hará cuanto se proponga, decía un compañero suyo en las Cortes.

— Desengáñese usted — le dije — para todo eso se necesita el talento natural, la mundología, que sacan ya aprendida del vientre de su madre los españoles, más inteligentes uno á uno que todos los franceses juntos.

Y siendo así, Cadenas hubiera llegado á ser lo que es, aun siendo más feo que el Marqués de Vinent, ¡que es un colmo!