Sopla

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​Sopla​ de Práxedis G. Guerrero


Las mansas multitudes hacían un ruido como de rebaño en el esquiladero; rodeábanme la brutalidad, la infamia, la adulación, la mentira, la vanidad; cansáronse mis nervios; hui de la ciudad porque sentíame prisionero en ella, y vine hasta esta roca solitaria que será el mausoleo de mis fastidios. Solo estoy por fin; la ciudad y sus ruidos quedáronse muy lejos; libre soy de ellos; respiraré otro ambiente; el murmullo de la naturaleza será la dulce canción que escuchará mi oído.

De pie sobre el alto cantil sonríe el vagabundo.

Llegó ligera brisa; y a los pulmones del vagabundo penetró algo asfixiante; oyó que en las madejas de su cabellera bronca gemía una voz extraña.

-¿De dónde vienes tú, brisa ligera, que causas ansiedades y tristezas locas?

-Vengo de largo peregrinaje. Pasé por las cabañas de los peones y vi cómo nacen y crecen esos esclavos; con mis dedos sutiles toqué las carnes sin abrigo de los pequeños, los senos lacios y enjutos de las madres feas y bestializadas por las miserias y los maltratos; toqué las facciones del hambre y de la ignorancia; pasé por los palacios y recogí el gruñido de las envidias, el regüeldo de las harturas, el sonido de las monedas contadas febrilmente por los avaros, el eco de las órdenes liberticidas; palpé en mi mano invisibles tapices, mármoles dorados, joyas con que se adornan para valer algo los que nada valen. Pasé por las fábricas, por los talleres, por los campos y me impregné de la salobridad de muchos sudores sin recompensa; permitiéronme apenas asomarme a las minas y recogí el aliento cansado de miles de hombres. Atravesé las naves de los santuarios y hallé al crimen y a la pereza moralizando; tomé de allí acres olores de vil incienso. Escurríme en las cárceles y acaricié a la infancia prostituida por la justicia, al pensamiento encadenado en las bartolinas y vi cómo miriadas de insectos chicos comen la carne de insectos grandes. Forcé cuarteles y vi en sus cuadras humillaciones, brutalidades, vicios hediondos, una academia de asesinato. Entré a las aulas de los colegios y vi a la ciencia en amistad con los errores y los prejuicios; a seres jóvenes, inteligentes, en pugna recia por adquirir certificados de explotadores, y vi en los libros derecho inicuo que da derecho para violar todo derecho. Pasé por valles, por serranías; silbé en la lira de los tiranos, que la han formado las cuerdas tiesas de los ahorcados en los ramajes de las florestas. Traigo dolores, traigo amarguras, por eso gimo; traigo resignaciones, vengo del mundo, por eso asfixio.

Vete, ligera brisa; quiero estar solo.

Fuése la brisa, pero en la cabellera bronca del vagabundo quedó apresada la angustia humana.

En rachas fuertes llegó otro viento, intenso y formidable.

-¿Quién eres tú? ¿De dónde vienes?

-Vengo de todos los rincones del mundo; traigo el porvenir justiciero; soy el aliento de la revolución.

-Sopla, huracán; peina mi cabellera con tus dedos terribles. Sopla, vendaval, sopla sobre mi cantil abrupto, sobre los valles, en los abismos, gira en torno de las montañas; derriba esos cuarteles y esos santuarios; destruye esos presidios; sacude esa resignación; disuelve esas nubes de incienso; quiebra las ramas de esos árboles en que han hecho sus liras los opresores; despierta a esa ignorancia; arranca esos dorados que representan mil infortunios. Sopla, huracán, remolino, aquilón, sopla; levanta las arenas pasivas que hollan los pies de los camellos y los vientres de las víboras y haz con ellas proyectiles ardientes. Sopla, sopla, para que cuando la brisa vuelva no deje aprisionada en mi cabeIlera la horrible angustia de la humanidad esclava.

Práxedis G. Guerrero

Regeneración, N° 3 del 17 de Septiembre de 1910.