Visita al cementerio

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​Visita al cementerio​ de Clemente Althaus


¡Oh ciudad silenciosa de los muertos!
En ti se apaga el huracán humano,
cual muere al pie de las tranquilos puertos
el estruendo y furor del océano.
Tú el sólo asilo de los hombres eres
donde olviden del hado los rigores,
sus ansias, sus dolores, sus placeres
que no son en rigor sino dolores.
Parece que me invitas a que vaya
en ti a librarme de este mar tan fiero,
cual a su abrigo la segura playa
convida al fatigado marinero.
¡Hay en ti tanta paz, tanto sosiego,
del otro mundo misteriosa orilla!
¡Y es tan turbado el mar en que navego,
y tan frágil y rota mi barquilla!
Tantos a ti me ligan dulces lazos,
que no me juzgo a tu mansión ajeno:
¡Ah! ¡de mi corazón cuántos pedazos
están ya sepultados en tu seno!
¡Oh cementerio! ¡Cuántos de los míos
son ya de tu recinto pobladores!
¡Cuántos me piden a sus restos fríos
justa ofrenda de lágrimas o flores!
Aquí estás, dulce padre idolatrado,
de mi vida perenne pensamiento,
cuyo fin, de los tuyos apartado,
¡Ay! ¡tan presto siguió a mi nacimiento!
Tú cuyo elogio universal, sincero
excusa la inmodestia al filial labio
de enaltecer tu triunfador acero
y el lauro darte que corona al sabio:
por ti el nacer maldigo, por ti anhelo
tal vez la cruda pavorosa muerte,
para irte a conocer allá en el cielo,
pues no pude en la tierra conocerte.
Aquí estás, noble Pío, en quien el nombre
presagio fue de tu piedad divina:
¡y tú, digna consorte de tal hombre,
adorable dulcísima Joaquina!
Y Plácido, y Victoria y Margarita!...
¡Ah! ¡quién la parte numerar pudiera
de la familia, que el sepulcro habita
y que a la viva en el sepulcro espera!
Aquí también reposa tu ceniza,
tú cuya muerte desde playa ajena
sólo pude llorar, oh mi nodriza,
mi pobre inolvidable Magdalena!
¡Caros difuntos! Cuando gimo el lado
de vuestras tumbas, la esperanza siento
de que se anime vuestro polvo helado,
de que escuchéis mi dolorido acento.
Y aún me parece que a mi atento oído
llega un son melancólico y profundo,
suspiro que, en respuesta a mi gemido,
me enviáis vosotros desde el otro mundo.
Y entonces, caros seres, desearía,
diciendo adiós al mundo tempestuoso,
quedarme en vuestra dulce compañía,
gozar vuestro dulcísimo reposo.
Y en el silencio de la noche oscura,
escuchar por el vasto cementerio
la voz de los difuntos que murmura
de la vida y la muerte el gran misterio.


(1869)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)