A Carlos Mayer

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Poesías (1870) de Estanislao del Campo
A Cárlos Mayer
Nota: Se respeta la ortografía original de la época


A CARLOS MAYER ([1])





«Al ménos, justicia del cielo, que
«esos malvados reciban en la tierra el
«único castigo que puede alcanzarles
«por ahora:—el anatema de los bue-
«nos, donde quiera que sean conoci-
«dos sus delitos.»



...................«¡Patriota heroico!
«El destino fatal, con la corona
«Del martirio su frente galardona.
«Jóven, lleno de vida y fortaleza,
«De inteligencia y porvenir fecundo,
«Con embrionario mundo en la cabeza
«Sin nada realizar se vá del mundo.»



¡Los bardos de la Patria te entonen sus loores!
¡Las virgenes derramen sobre tu losa, flores,
En que las perlas brillen que viertan al llorar!....
No puedo yo, como ellos, alzarte un digno canto:
No puedo yo, como ellas, de flores y de llanto
Del mártir de la Rioja la lápida regar.


¡Mas pueden, sí, las férreas bordonas de mi lira,
Pulsadas por la mano convulsa de la ira,
Hender, Cárlos, los aires con fiera vibracion,
Y enviar hasta los llanos, en que gloriosa y rota
Cayó tu noble espada, en cada ruda nota
A tus verdugos viles mi justa maldicion!


Y no alzes, como el Cristo, la mutilada frente
Pidiendo generoso, con voz desfalleciente,
Para los tigres fieros el bíblico perdon;
Malditos los que hundieron en tu lozano cuello
La daga ya mellada, el hierro del degüello,
Tornando con tu sangre mas rojo su pendon!


¡Sí! ¡Vibre desde el Plata hasta los mas lejanos
Confines de la Patria, hasta los mismos llanos
Cuya verdor tu sangre preciosa enrojeció,
La maldicion que lanzan los pechos arjentinos
Sobre esa turba aleve de frios asesinos
Que ni en el héroe al niño siquiera respetó!


¡Cobardes! ¿Le buscasteis en medio á la batalla,
Allí, donde zumbaba furiosa la metralla
Que acaso vuestra sangre con su silbido heló?
¿Porqué de vuestros chuzos la punta ensangrentada
Probar allí no quiso el temple de esa espada
Que acaso en vuestra espalda, malvados, se quebró ?


Mas, no, que le acechasteis con negra alevosía,
Sabiendo que es difícil del leon la cacería,
Y en pérfida celada le hundisteis el puñal:
¡Sin duda que muy ancha le abristeis cada herida
Para que así por ellas pudiera hallar salida
Del desgraciado Cárlos el alma colosal!


¡Comprendo, miserables, el miedo con que el pecho
Del héroe aun traspasabais, cuando sangriento lecho
De muerte allá en el seno de la llanura halló!
¿Verdad que recelabais que hácia la rota espada
El brazo aun alargase, lanzando en su mirada
La chispa que en la lucha mil veces os cegó?


¿Verdad que muchas veces del hierro acribillado
Al cielo alzó los ojos y bravo y denodado,
Con nuevo, estraño brio, intrépido cerró?
¡Oh, sí! Fué que sus ojos miraron en la esfera,
El blanco, y el celeste, y el sol de la bandera
Que en las nevadas crestas del Andes onduló.


¿No visteis al postrarle sobre la yerba, muerto,
Vagando por su lábio descolorido, yerto,
Sonrisa misteriosa que os infundió pavor?
¡Oh! era que las puertas del cielo se le abrían
A su alma bendecida, y allí la recibian
Los ángeles que forman el coro del Señor.


La sangrc que rojeaba sobre su ebúrnea frente,
Formándole una aurcola de púrpura esplendente,
Fué el óleo del martirio que su cabeza unjió;
Y el pálido destello de su postrer mirada,
La luz que se apagaba en la ara ensangrentada
Despues que el sacrificio fatal se consumó.


¡No, Cárlos! no levantes, la generosa frente
Pidiendo como el Cristo, con voz desfalleciente,
Para los tigres fieros el bíblico perdon.
¡Malditos los que hundieron en tu lozano cuello
La daga ya mellada, el hierro del degüello
Tornando con tu sangre, mas rojo su pendon.


¡Retumbe desde el Plata hasta los mas lejanos
Confines de la patria, hasta los mismos llanos,
Cuyo verdor tu sangre preciosa enrojeció,
La maldicion que lanzan los pechos argentinos
Sobre esa turba aleve de frios asesinos
Que ni en el héroe al niño siquiera respetó!






  1. Murió asesinado cobardemente por los montoneros de la Rioja.