A Santa Rosa

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​A Santa Rosa​ de Clemente Althaus


Oh del Señor inmaculada esposa,
oh de pureza y de virtud modelo,
tú que la flor más bella y olorosa
un día fuiste del nativo suelo,
y hoy eres viva trasplantada rosa
en los floridos cármenes tel cielo;
flor que el Eterno con deleite mira
y cuyo aroma recreado aspira:
orgullo del moderno continente,
y de sus pueblos inmortal patrona;
tú que circundas a tu blanca frente
de luceros espléndida corona;
oh el mayor timbre de la patria gente,
tú de quien este suelo más blasona
que del oro y la plata con que un día
el universo pobre enriquecía:
vuelve los ojos a la triste tierra
que tanto amaste en tu primera vida;
los males mira que en su seno encierra,
los vicios mira que en su seno anida;
víctima vela de la cruda guerra
y furente discordia fratricida;
mira cuán presto en bandos se desune
la que extranjero agravio deja impune.
No como el nombre de la raza hebrea
consientas, virgen, que a la gente humana
Ludibrio el nombre de peruano sea:
recuerda que también eres peruana;
que, aunque hoy celeste patria te posea,
aún eres en el cielo nuestra hermana,
y entre la dicha al pensamiento ignota,
aún eres nuestra dulce compatriota.
La festiva ciudad que, aclamadora,
hoy su gozosa población aduna,
y ufana y reverente conmemora
tu milagrosa celestial fortuna,
vio de tu clara luz nacer la aurora
y el hogar guarda que abrigó tu cuna;
y aquí el cuerpo purísimo reposa
que fue velo de tu alma candorosa.
Esta tierra a tus padres fue nativa,
tus padres que en castísimos amores,
enlazando de paz la verde Oliva
a las modestas inocentes Flores,
eran vivo jardín, floresta viva
que daba de virtud blandos olores;
y la flor más balsámica y hermosa
de tan rico pensil era la rosa.
Del eterno divino jardinero
por la mano vivífica plantada,
criada fue por su amoroso esmero,
y con celestes aguas rociada,
embalsamando el universo entero
y hechizando del mundo la mirada
con su fragancia y su beldad divinas,
guardó para sí sola las espinas.
Las calles mismas que con pompa tanta,
de flores mil por alfombrada vía,
hoy recorriendo va tu imagen santa
entre humo vago que el incienso envía,
fueron holladas por tu viva planta,
siendo la tierna caridad su guía;
y estos templados aires bien conoces
que hinche el sacro metal de alegres voces.
Esta la estancia fue do la mañana
te halló orando con labio fervoroso,
y donde el sueño con dulzura vana,
te convidaba a su feliz reposo:
este tu lecho, aquella la ventana
donde esperabas al divino esposo
que, en tu seno a su faz hallando abrigo,
dejaba el cielo por estar contigo.
Aquí el florido y aromoso huerto
donde, invitadas por tu voz, las aves
al Señor tributaban un concierto
de alabanzas y cánticos süaves:
donde aún las hojas con murmullo incierto,
y aún los insectos con zumbidos graves,
como movidos por celeste encanto,
acompañaban tu inspirado canto.
¿Y será que en tu nueva patria mudes
el dulce amor de tu nativo suelo?
¡Ah! no: que de la tierra las virtudes
no cambian, sino crecen en el cielo:
al blando son de angélicos latidos
su voz levante tu piadoso celo,
y de Dios sin cesar en el oído
tu ruego suene, tierno y encendido.
Sí, ruega siempre a la inmortal clemencia
por esta tu primera patria triste,
en donde con heroica penitencia
esa segunda patria mereciste:
ella que tu memoria reverencia,
aunque de tu alto ejemplo tanto diste,
en tus plegarias cifra la esperanza
de presente y futura bienandanza.
Alcanza que el Eterno no consienta
que el hermano al hermano dé la muerte,
mas, desterrando la ambición sangrienta,
los divididos ánimos concierte:
haz que tu patria por la unión se sienta
Feliz y firme, vencedora y fuerte,
y que no quede con vergüenza inulto
del osado extranjero nuevo insulto.


30 de Agosto de 1865.


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)