Album de un loco: 3
Historia de una voz
[editar]I
[editar]Dios ha henchido la tierra de armonía:
desde el rugiente mar que la circuye,
hasta el gusano que en su centro cría,
todo con una voz, mansa o bravía,
a su armonía inmensa contribuye.
Todo tiene una voz sobre la tierra,
la cueva oscura y el peñasco hueco
en su concavidad tienen un eco;
mil rumores eufónicos encierra
en sus senos el aire; la espesura
de los bosques dulcísimo un arrullo
levanta con sus hojas, el arroyo
que bajo el césped fresco se desliza,
y el manantial que bulle en algún hoyo,
tienen una voz suave en su murmullo,
que la campestre soledad hechiza.
Tiene el león su cóncavo rugido,
los pájaros su cántico sonoro,
los errantes insectos su zumbido;
todo a esta inmensa música hace coro
con un eco, una voz, un son o grito;
desde el hirviente mar que la rodea,
hasta la infiltración que se gotea;
desde el trueno que rueda en lo infinito,
hasta el zumbido tenue del mosquito.
Mas todo este concierto misterioso,
que en sus sonoros ámbitos encierra
bajo su azul atmósfera la tierra,
en la inquietud del día o el reposo
de la nocturna paz, desde el rugido
del león al zumbido del insecto,
desde la mar que se enfurece insana
hasta la gota que en la peña mana,
es un rumor monótono, imperfecto,
equiparado al musical efecto
de la armonía de la voz humana.
El mar, la fiera, el ave, el aura, el eco,
producen un rumor informe y hueco,
que del oído la atención seduce,
que vagamente la atención recrea;
la voz de cuanto existe se reduce
a unos compases de armonía fija,
que retumba, que trina, que gorjea,
que murmura, susurra o que golpea
tenaz, y sin cesar se reproduce,
invariable y tal vez impertinente,
pero la voz del hombre, como hija
de su alma inteligente,
como emanada de la voz divina
del sumo Creador omnipotente,
no gorjea monótona, no trina
invariable y tenaz, sino argentina,
suave, flexible, armónica, sonora,
cautiva la atención y la domina;
no hiere con su son sólo el oído,
que pasa por el alma su sonido;
rica de sentimiento, se introduce
dentro del corazón, y en él produce
la sensación que producir desea;
porque la humana voz no se reduce
a un son inútil, que en el aura ondea;
sino que es un son vivo, que traduce
de su alma noble la viviente idea.
La voz del hombre, lánguida, vehemente,
bronca en su ira, en su placer aguda,
no es voz perdida, de expresión desnuda,
como la voz del aire o del torrente,
que, aunque eleva rumor, es siempre muda;
sino que es una voz que un ser encierra,
en sus mismos sonidos existente;
su voz es la palabra, que en la tierra
desparrama, veloz, rica y potente,
la luz de su cerebro inteligente.
Y cuando de esta luz germinadora,
de esta voz, de la idea productora,
un poeta inspirado se apodera,
y de su voz sonora la armonía
dobla con su sonora poesía,
su sonido vital se regenera,
su palabra mortal se diviniza,
su dulce voz al universo hechiza,
y le oye con placer la tierra entera,
que al poder de su voz se magnetiza.