No y sí;
hasta que más sola esté;
que aunque es casamiento, en fe
de que ha de ser tuya vienen
mil damas que la entretienen
con parabienes injustos,
porque nunca los disgustos
alegres visitas tienen.
Ellas vienen de colores
y ella, de negro vestida,
hace exequias a su vida
en honra de tus amores.
MARTÍN:
Señor, ¿qué haces? No llores.
¿Tú eres aquel gran Padilla
que puso asombro a Sevilla,
venciendo en Benamarín
tantos moros?
PADILLA:
¡Ay Martín!
¿Verme ansí te maravilla?
¿Arrojo yo por ventura
sombrero, capa y espada,
estando el alma obligada
a tan forzosa locura?
¡Vive Dios!
MARTÍN:
Señor, procura
componerte brevemente,
que sale de adentro gente.
PADILLA:
Dile al alma esa razón,
que mis sentidos no son
quien sabe si soy quien siente.