Las damas cuerdas no vienen,
con burlas y fingimientos,
a sacar los pensamientos
de las amigas que tienen;
mi señora tiene amor,
vos no habéis de reducilla;
si queréis bien a Padilla,
disimulaldo mejor. Vase
ANA:
¿Tú hablas? ¿Qué es esto, cielos?
Todos contra mí son ya.
¡A qué de cosas está
sujeto quien tiene celos! Sale don ÁLVARO
ÁLVARO:
Yo he de hacer lo que digo y justamente
cuando el rey me mandase lo contrario.
ANA:
¿Qué furia es ésta? Aunque con tantas causas
tendréis por necia la pregunta mía.
ÁLVARO:
Dícenme que Padilla se ha quejado
a su alteza, de suerte que le ha dado
crédito a cuanto ha dicho, y aun he oído
que con mercedes le ha favorecido,
que nos podían hacer guerra notable;
mas ya tengo el remedio prevenido,
quiero, doña Ana, yo, quiero casarme,
quiero dar a mi hija este disgusto,
en esto vengo ya determinado;
por ventura tendré (que aun tengo bríos)
quien herede mi casa con mi hacienda;
si me venciere el de Padilla, entienda
que, pues aspira sólo a la riqueza,
allá se ha de quedar con su pobreza.