Atalaya de la vida humana: 079
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Atalaya de la vida humana I | Mateo Alemán |
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Ya tenía los vestidos en las manos y los pies fuera de la cama, cuando entró en mi aposento un mozo de caballos y dijo:
-Señor Guzmán, abajo en el zaguán están unas hermosas que lo llaman.
-¡Oh! ¡Que les venga el cáncer! -dije-. Diles que se vayan al burdel o que no estoy en casa.
Parecióme que ya toda Roma sabía de mi desdicha y que serían algunas maleantes que me venían a requerir con algún ladrillejo. Receléme dellas, hice que las despidiesen y así se fueron. Aquella noche me mandó mi amo continuar la estación. Respondíle hallarme mal dispuesto, por lo cual quiso que me retirase temprano y avisase de lo que había menester, y si fuese necesario, llamar a el médico.
Beséle las manos por la merced muy a lo regalón y volvíme a mi aposento, donde me recogí solo, como aquel día lo había hecho. Por la mañana del siguiente amaneció comigo un papel de mi Nicoleta, quejándose de mí, porque habiéndome venido a visitar el día pasado, no le había querido hablar ni darle aviso de lo que la noche antes había tratado con su ama; que ocasión tuve, pues había pasádose aquella noche sin dar vuelta por aquella calle, y que me había esperado hasta más de las doce. Añadió a éstas otras palabras que me dejaron tan sobresaltado como confuso. Y para salir de dudas le respondí por otro billete que aquel día por la tarde la visitaría por la calleja detrás de la casa.