Pues ¿cuántos reinos en la edad pasada,
por ser de niños reyes gobernados
con ajena prudencia y corta espada,
perdieron con los reyes los estados?
Tenemos toda el África alterada,
los furiosos alárabes, cansados
de nuestras nobles armas, deseosos
de, hallando esta ocasión, salir furiosos.
Sale don PEDRO
PEDRO:
Pues don Düarte, don Dionís, don Egas...
DUARTE:
¡Oh poderoso rey!
PEDRO:
Humilde infante;
que, no rendido de ambiciones ciegas,
estimo en más renombre semejante.
DIONÍS:
Si con los ojos de prudencia llegas
a mirar, gran señor, cuán importante
es tu grandeza y tu real persona,
recibe de este reino la corona.
No serás el primero infante, hermano
del muerto rey, que su corona herede,
cuando no deja valerosa mano
en quien el reino con firmeza quede.
DUARTE:
Legítimo heredero, y no tirano,
es el hermano, y preferir se puede
por su edad y prudencia al hijo amado,
cuando le faltan para el mismo estado.
DIONÍS:
Salimos de la sala mal contentos
de tu resolución, aunque piadosa,
dañosa al reino y cuerdos sentimientos
de la más parte, ilustre y generosa.
EGAS:
Favorece, señor, nuestros intentos;
niño es el rey, la pérdida forzosa;
y si ha de perder reino, fama y vida,
renuncie en ti la gloria merecida.