Di tú, que lo sabes bien,
pues siempre de ti me fío,
qué finezas, qué desvelos
me hace esta ingrata pasar.
Dilo.
BOCEGUILLAS:
Eso es nunca acabar:
ansias, llantos, quejas, celos;
si fueran maravedises,
llenáramos de vellón
desde Madrid al Japón,
los bajos y altos países.
Ayudaba el otro día
a misa, que lo hace bien,
y por responder "Amén,"
dijo, "Petronila mía."
Las noches tan desveladas
de claro en claro pasamos,
que, aunque por dormir, tomamos
almidones y almendradas,
una de éstas, entre sueños,
se levantó y dio tras mí,
diciendo, "¡Ah, traidor!, aquí
te tengo; de los empeños
de mi honor será notorio
el desquite." Desperté,
y díjele, "¿A mí? ¿Por qué,
no siendo yo don Gregorio?"
"Sí eres," dijo, "que causar
a mi hermana te atreviste
la muerte, y pues la ofendiste,
no te has de petronilar."