Bodas de sangre/Segundo Acto

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Cuadro Primero[editar]

Zaguán de casa de la NOVIA. Portón al fondo. Es de noche. La NOVIA sale con enaguas blancas encañonadas, llenas de encajes y puntas bordadas, y un corpiño blanco, con los brazos al aire. La CRIADA lo mismo.


CRIADA.— Aquí te acabaré de peinar.

NOVIA.— No se puede estar ahí dentro, del calor.

CRIADA.— En estas tierras no refresca ni al amanecer.


(Se sienta la NOVIA en una silla baja y se mira en un espejito de mano. La CRIADA la peina.)


NOVIA.— Mi madre era de un sitio donde había muchos árboles. De tierra rica.

CRIADA.— ¡Así era ella de alegre!

NOVIA.— Pero se consumió aquí.

CRIADA.— El sino.

NOVIA.— Como nos consumimos todas. Echan fuego las paredes. ¡Ay!, no tires demasiado.

CRIADA.— Es para arreglarte mejor esta onda. Quiero que te caiga sobre la frente. (La NOVIA se mira en el espejo.) ¡Qué hermosa estás! ¡Ay! (La besa apasionadamente.)

NOVIA (Seria.).— Sigue peinándome.

CRIADA (Peinándola.).— ¡Dichosa tú que vas a abrazar a un hombre, que lo vas a besar, que vas a sentir su peso!

NOVIA.— Calla.

CRIADA.— Y lo mejor es cuando te despiertes y lo sientas al lado y que él te roza los hombros con su aliento, como con una plumilla de ruiseñor.

NOVIA (Fuerte.).— ¿Te quieres callar?

CRIADA.— ¡Pero, niña! Una boda, ¿qué es? Una boda es esto y nada más. ¿Son los dulces? ¿Son los ramos de flores? No. Es una cama relumbrante y un hombre y una mujer.

NOVIA.— No se debe decir.

CRIADA.— Eso es otra cosa. ¡Pero es bien alegre!

NOVIA.— O bien amargo.

CRIADA.— El azahar te lo voy a poner desde aquí hasta aquí, de modo que la corona luzca sobre el peinado. (Le prueba un ramo de azahar.)

NOVIA (Se mira en el espejo.).— Trae. (Coge el azahar y lo mira y deja caer la cabeza abatida.)

CRIADA.— ¿Qué es esto?

NOVIA.— Déjame.

CRIADA.— No son horas de ponerse triste. (Animosa.) Trae el azahar. (La novia tira el azahar.) ¡Niña! ¿Qué castigo pides tirando al suelo la corona? ¡Levanta esa frente! ¿Es que no te quieres casar? Dilo. Todavía te puedes arrepentir. (Se levanta.)

NOVIA.— Son nublos. Un mal aire en el centro, ¿quién no lo tiene?

CRIADA.— Tú quieres a tu novio.

NOVIA.— Lo quiero.

CRIADA.— Sí, sí, estoy segura.

NOVIA.— Pero este es un paso muy grande.

CRIADA.— Hay que darlo.

NOVIA.— Ya me he comprometido.

CRIADA.— Te voy a poner la corona.

NOVIA (Se sienta.).— Date prisa, que ya deben ir llegando.

CRIADA.— Ya llevarán lo menos dos horas de camino.

NOVIA.— ¿Cuánto hay de aquí a la iglesia?

CRIADA.— Cinco leguas por el arroyo, que por el camino hay el doble.


(La NOVIA se levanta y la CRIADA se entusiasma al verla.)


Despierte la novia la mañana de la boda. ¡Que los ríos del mundo lleven tu corona!


NOVIA (Sonriente.).— Vamos.


CRIADA (La besa entusiasmada y baila alrededor.).— Que despierte con el ramo verde del laurel florido. ¡Que despierte por el tronco y la rama de los laureles!


(Se oyen unos aldabonazos.)


NOVIA.— ¡Abre! Deben ser los primeros convidados. (Entra. La CRIADA abre sorprendida.)

CRIADA.— ¿Tú?

LEONARDO.— Yo. Buenos días.

CRIADA.— ¡El primero!

LEONARDO.— ¿No me han convidado?

CRIADA.— Sí.

LEONARDO.— Por eso vengo.

CRIADA.— ¿Y tu mujer?

LEONARDO.— Yo vine a caballo. Ella se acerca por el camino.

CRIADA.— ¿No te has encontrado a nadie?

LEONARDO.— Los pasé con el caballo.

CRIADA.— Vas a matar al animal con tanta carrera.

LEONARDO.— ¡Cuando se muera, muerto está! (Pausa.)

CRIADA.— Siéntate. Todavía no se ha levantado nadie.

LEONARDO.— ¿Y la novia?

CRIADA.— Ahora mismo la voy a vestir.

LEONARDO.— ¡La novia! ¡Estará contenta!

CRIADA (Variando la conversación.).— ¿Y el niño?

LEONARDO.— ¿Cuál?

CRIADA.— Tu hijo.

LEONARDO (Recordando como soñoliento.).— ¡Ah!

CRIADA.— ¿Lo traen?

LEONARDO.— No. (Pausa. Voces cantando muy lejos.)

VOCES.— ¡Despierte la novia
la mañana de la boda!

LEONARDO.— Despierte la novia
la mañana de la boda.

CRIADA.— Es la gente. Vienen lejos todavía.

LEONARDO (Levantándose.).— La novia llevará una corona grande, ¿no? No debía ser tan grande. Un poco más pequeña le sentaría mejor. ¿Y trajo ya el novio el azahar que se tiene que poner en el pecho?

NOVIA (Apareciendo todavía en enaguas y con la corona de azahar puesta.).— Lo trajo.

CRIADA (Fuerte.).— No salgas así.

NOVIA.— ¿Qué más da? (Seria.) ¿Por qué preguntas si trajeron el azahar? ¿Llevas intención?

LEONARDO.— Ninguna. ¿Qué intención iba a tener? (Acercándose.) Tú, que me conoces, sabes que no la llevo. Dímelo. ¿Quién he sido yo para ti? Abre y refresca tu recuerdo. Pero dos bueyes y una mala choza son casi nada. Esa es la espina.

NOVIA.— ¿A qué vienes?

LEONARDO.— A ver tu casamiento.

NOVIA.— ¡También yo vi el tuyo!

LEONARDO.— Amarrado por ti, hecho con tus dos manos. A mí me pueden matar, pero no me pueden escupir. Y la plata, que brilla tanto, escupe algunas veces.

NOVIA.— ¡Mentira!

LEONARDO.— No quiero hablar, porque soy hombre de sangre, y no quiero que todos estos cerros oigan mis voces.

NOVIA.— Las mías serían más fuertes.

CRIADA.— Estas palabras no pueden seguir. Tú no tienes que hablar de lo pasado. (La CRIADA mira a las puertas presa de inquietud.)

NOVIA.— Tienes razón. Yo no debo hablarte siquiera. Pero se me calienta el alma de que vengas a verme y atisbar mi boda y preguntes con intención por el azahar. Vete y espera a tu mujer en la puerta.

LEONARDO.— ¿Es que tú y yo no podemos hablar?

CRIADA (Con rabia.).— No; no podéis hablar.

LEONARDO.— Después de mi casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una culpa nueva que se come a la otra; pero ¡siempre hay culpa!

NOVIA.— Un hombre con su caballo sabe mucho y puede mucho para poder estrujar a una muchacha metida en un desierto. Pero yo tengo orgullo. Por eso me caso. Y me encerraré con mi marido, a quien tengo que querer por encima de todo.

LEONARDO.— El orgullo no te servirá de nada. (Se acerca.)

NOVIA.— ¡No te acerques!

LEONARDO.— Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!

NOVIA (Temblando.).— No puedo oírte. No puedo oír tu voz. Es como si me bebiera una botella de anís y me durmiera en una colcha de rosas. Y me arrastra y sé que me ahogo, pero voy detrás.

CRIADA (Cogiendo a LEONARDO por las solapas.).— ¡Debes irte ahora mismo!

LEONARDO.— Es la última vez que voy a hablar con ella. No temas nada.

NOVIA.— Y sé que estoy loca y sé que tengo el pecho podrido de aguantar, y aquí estoy quieta por oírlo, por verlo menear los brazos.

LEONARDO.— No me quedo tranquilo si no te digo estas cosas. Yo me casé. Cásate tú ahora.

CRIADA (A LEONARDO.).— ¡Y se casa!

VOCES.— (Cantando más cerca.)
Despierte la novia
la mañana de la boda.

NOVIA.— ¡Despierte la novia! (Sale corriendo a su cuarto.)

CRIADA.— Ya está aquí la gente. (A LEONARDO.) No te vuelvas a acercar a ella.

LEONARDO.— Descuida. (Sale por la izquierda. Empieza a clarear el día.)

MUCHACHA 1ª.— (Entrando.)
Despierte la novia
la mañana de la boda;
ruede la ronda
y en cada balcón una corona.

VOCES.— ¡Despierte la novia!

CRIADA.— (Moviendo algazara.)
Que despierte
con el ramo verde
del amor florido.
¡Que despierte
por el tronco y la rama
de los laureles!

MUCHACHA 2ª.— (Entrando.)
Que despierte
con el largo pelo,
camisa de nieve,
botas de charol y plata
y jazmines en la frente.

CRIADA.— ¡Ay pastora,
que la luna asoma!

MUCHACHA 1ª.— ¡Ay galán,
deja tu sombrero por el olivar!

MOZO 1°.— (Entrando con el sombrero en alto.)
Despierte la novia.
que por los campos viene
rondando la boda,
con bandejas de dalias
y panes de gloria.

VOCES.— ¡Despierte la novia!

MUCHACHA 2ª.— La novia
se ha puesto su blanca corona,
y el novio
se la prende con lazos de oro.

CRIADA.— Por el toronjil
la novia no puede dormir.

MUCHACHA 3ª.— (Entrando.)
Por el naranjel
el novio le ofrece cuchara y mantel.


(Entran tres convidados.)


MOZO 1°.— ¡Despierta. paloma!
El alba despeja
campanas de sombra.

CONVIDADO.— La novia, la blanca novia,
hoy doncella,
mañana señora.

MUCHACHA 1ª.— Baja, morena,
arrastrando tu cola de seda.

CONVIDADO.— Baja, morenita.
que llueve rocío la mañana fría.

MOZO 1°.— Despertad, señora, despertad,
porque viene el aire lloviendo azahar.

CRIADA.— Un árbol quiero bordarle
lleno de cintas granates
y en cada cinta un amor
con vivas alrededor.

VOCES.— Despierte la novia.

MOZO 1°.— ¡La mañana de la boda!

CONVIDADO.— La mañana de la boda
qué galana vas a estar,
pareces, flor de los montes,
la mujer de un capitán.

PADRE (Entrando.).—
La mujer de un capitán
se lleva el novio.
¡Ya viene con sus bueyes por el tesoro!

MUCHACHA 3ª.— El novio
parece la flor del oro.
Cuando camina,
a sus plantas se agrupan las clavellinas.

CRIADA.— ¡Ay mi niña dichosa!

MOZO 2º.— Que despierte la novia.

CRIADA.— ¡Ay mi galana!

MUCHACHA 1ª.— La boda está llamando
por las ventanas.

MUCHACHA 2ª.— Que salga la novia.

MUCHACHA 1ª.— ¡Que salga, que salga!

CRIADA.— ¡Que toquen y repiquen
las campanas!

MOZO 1°.— ¡Que viene aquí! ¡Que sale ya!

CRIADA.— ¡Como un toro, la boda
levantándose está!


(Aparece la NOVIA. Lleva un traje negro mil novecientos, con caderas y larga cola rodeada de gasas plisadas y encajes duros. Sobre el peinado de visera lleva la corona de azahar. Suenan las guitarras. Las MUCHACHAS besan a la NOVIA.)


MUCHACHA 3ª.— ¿Qué esencia te echaste en el pelo?

NOVIA (Riendo.).— Ninguna.

MUCHACHA 2ª (Mirando el traje.).— La tela es de lo que no hay.

MOZO 1°.— ¡Aquí está el novio!

NOVIO.— ¡Salud!

MUCHACHA 1ª.— (Poniéndole una flor en la oreja.)
El novio
parece la flor del oro.

MUCHACHA 2ª.— ¡Aires de sosiego
le manan los ojos!


(El NOVIO se dirige al lado de la NOVIA.)


NOVIA.— ¿Por qué te pusiste esos zapatos?

NOVIO.— Son más alegres que los negros.

MUJER DE LEONARDO (Entrando y besando a la NOVIA.).— ¡Salud! (Hablan todas con algazara.)

LEONARDO (Entrando como quien cumple un deber.).—
La mañana de casada
la corona te ponemos.

MUJER.— ¡Para que el campo se alegre
con el agua de tu pelo!

MADRE (Al PADRE.).— ¿También están ésos aquí?

PADRE.— Son familia. ¡Hoy es día de perdones!

MADRE.— Me aguanto, pero no perdono.

NOVIO.— ¡Con la corona da alegría mirarte!

NOVIA.— ¡Vámonos pronto a la iglesia!

NOVIO.— ¿Tienes prisa?

NOVIA.— Sí. Estoy deseando ser tu mujer y quedarme sola contigo, y no oír más voz que la tuya.

NOVIO.— ¡Eso quiero yo!

NOVIA.— Y no ver más que tus ojos. Y que me abrazaras tan fuerte, que aunque me llamara mi madre, que está muerta, no me pudiera despegar de ti.

NOVIO.— Yo tengo fuerza en los brazos. Te voy a abrazar cuarenta años seguidos.

NOVIA (Dramática, cogiéndole del brazo.).— ¡Siempre!

PADRE.— ¡Vamos pronto! ¡A coger las caballerías y los carros! Que ya ha salido el sol.

MADRE.— ¡Que llevéis cuidado! No sea que tengamos mala hora.


(Se abre el gran portón del fondo. Empiezan a salir.)


CRIADA (Llorando.).—
Al salir de tu casa,
blanca doncella,
acuérdate que sales
como una estrella...

MUCHACHA 1ª.— Limpia de cuerpo y ropa
al salir de tu casa para la boda.


(Van saliendo.)


MUCHACHA 2ª.— ¡Ya sales de tu casa
para la iglesia!

CRIADA.— ¡El aire pone flores
por las arenas!

MUCHACHA 3ª.— ¡Ay la blanca niña!

CRIADA.— Aire oscuro el encaje
de su mantilla.


(Salen. Se oyen guitarras, palillos y panderetas. Quedan solos LEONARDO y su MUJER.)


MUJER.— Vamos.

LEONARDO.— ¿Adónde?

MUJER.— A la iglesia. Pero no vas en el caballo. Vienes conmigo.

LEONARDO.— ¿En el carro?

MUJER.— ¿Hay otra cosa?

LEONARDO.— Yo no soy hombre para ir en carro.

MUJER.— Y yo no soy mujer para ir sin su marido a un casamiento. ¡Que no puedo más!

LEONARDO.— ¡Ni yo tampoco!

MUJER.— ¿Por qué me miras así? Tienes una espina en cada ojo.

LEONARDO.— ¡Vamos!

MUJER.— No sé lo que pasa. Pero pienso y no quiero pensar. Una cosa sé. Yo ya estoy despachada. Pero tengo un hijo. Y otro que viene. Vamos andando. El mismo sino tuvo mi madre. Pero de aquí no me muevo. (Voces fuera.)

VOCES.— ¡Al salir de tu casa
para la iglesia,
acuérdate que sales
como una estrella!

MUJER (Llorando.).—
¡Acuérdate que sales
como una estrella!
Así salí yo de mi casa también. Que me cabía todo el campo en la boca.

LEONARDO (Levantándose.).— Vamos.

MUJER.— ¡Pero conmigo!

LEONARDO.— Sí. (Pausa.) ¡Echa a andar! (Salen.)

VOCES.— Al salir de tu casa
para la iglesia,
acuérdate que sales
como una estrella.


Telón lento



Cuadro Segundo[editar]

Exterior de la cueva de la novia. Entonación en blancos grises y azules fríos. Grandes chumberas. Tonos sombríos y plateados. Panorama de mesetas color barquillo, todo endurecido como paisaje de cerámica popular.

CRIADA (arreglando en una mesa copas y bandejas).—
Giraba,
giraba la rueda
y el agua pasaba,
porque llega la boda,
que se aparten las ramas
y la luna se adorne
por su blanca baranda.

(En voz alta) ¡Pon los manteles!

(En voz patética.) Cantaban.
cantaban los novios
y el agua pasaba,
porque llega la boda,
que relumbre la escarcha
y se llenen de miel
las almendras amargas.

(En voz alta) ¡Prepara el vino!

(En voz patética.) Galana.
galana de la tierra.
mira cómo el agua pasa.
Porque llega tu boda
recógete las faldas
y bajo el ala del novio
nunca salgas de tu casa.
Porque el novio es un palomo
con todo el pecho de brasa
y espera el campo el rumor
de la sangre derramada.
Giraba,
giraba la rueda
y el agua pasaba.
¡Porque llega tu boda,
deja que relumbre el agua!


MADRE (entrando).— ¡Por fin!

PADRE.— ¿Somos los primeros?

CRIADA.— No. Hace rato llegó Leonardo con su mujer. Corrieron como demonios. La mujer llegó muerta de miedo. Hicieron el camino como si hubieran venido a caballo.

PADRE.— Ese busca la desgracia. No tiene buena sangre.

MADRE.— ¿Qué sangre va a tener? La de toda su familia. Mana de su bisabuelo, que empezó matando, y sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de falsa sonrisa.

PADRE.— ¡Vamos a dejarlo!

CRIADA.— ¿Cómo lo va a dejar?

MADRE.— Me duele hasta la punta de las venas. En la frente de todos ellos yo no veo más que la mano con que mataron a lo que era mío. ¿Tú me ves a mí? ¿No te parezco loca? Pues es loca de no haber gritado todo lo que mi pecho necesita. Tengo en mi pecho un grito siempre puesto de pie a quien tengo que castigar y meter entre los mantos. Pero me llevan a los muertos y hay que callar. Luego la gente critica. (Se quita el manto)

PADRE.— Hoy no es día de que te acuerdes de esas cosas.

MADRE.— Cuando sale la conversación, tengo que hablar. Y hoy más. Porque hoy me quedo sola en mi casa.

PADRE.— En espera de estar acompañada.

MADRE.— Esa es mi ilusión.— los nietos. (Se sientan.)

PADRE.— Yo quiero que tengan muchos. Esta tierra necesita brazos que no sean pagados. Hay que sostener una batalla con las malas hierbas, con los cardos, con los pedruscos que salen no se sabe dónde. Y estos brazos tienen que ser de los dueños, que castiguen y que dominen, que hagan brotar las simientes. Se necesitan muchos hijos.

MADRE.— ¡Y alguna hija! ¡Los varones son del viento! Tienen por fuerza que manejar armas. Las niñas no salen jamás a la calle.

PADRE (alegre).— Yo creo que tendrán de todo.

MADRE.— Mi hijo la cubrirá bien. Es de buena simiente. Su padre pudo haber tenido conmigo muchos hijos.

PADRE.— Lo que yo quisiera es que esto fuera cosa de un día. Que en seguida tuvieran dos o tres hombres.

MADRE.— Pero no es así. Se tarda mucho. Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años. Cuando yo llegué a ver a mi hijo, estaba tumbado en mitad de la calle. Me mojé las manos de sangre y me las lamí con la lengua. Porque era mía. Tú no sabes lo que es eso. En una custodia de cristal y topacios pondría yo la tierra empapada por ella.

PADRE.— Ahora tienes que esperar. Mi hija es ancha y tu hijo es fuerte.

MADRE.— Así espero. (Se levantan.)

PADRE.— Prepara las bandejas de trigo.

CRIADA.— Están preparadas.

MUJER DE LEONARDO (entrando).— ¡Que sea para bien!

MADRE.— Gracias.

LEONARDO.— ¿Va a haber fiesta?

PADRE.— Poca. La gente no puede entretenerse.

PADRE.— ¡Ya están aquí!


(Van entrando invitados en alegres grupos. Entran los novios cogidos del brazo. Sale LEONARDO.)


NOVIO.— En ninguna boda se vio tanta gente.

NOVIA (sombría).— En ninguna.

PADRE.— Fue lucida.

MADRE.— Ramas enteras de familias han venido.

NOVIO.— Gente que no salía de su casa.

MADRE.— Tu padre sembró mucho y ahora lo recoges tú.

NOVIO.— Hubo primos míos que yo ya no conocía.

MADRE.— Toda la gente de la costa.

NOVIO (alegre).— Se espantaban de los caballos. (Hablan.)

MADRE (a la NOVIA).— ¿Qué piensas?

NOVIA.— No pienso en nada.

MADRE.— Las bendiciones pesan mucho. (Se oyen guitarras.)

NOVIA.— Como el plomo.

MADRE (fuerte).— Pero no han de pesar. Ligera como paloma debes ser.

NOVIA.— ¿Se queda usted aquí esta noche?

MADRE.— No. Mi casa está sola.

NOVIA.— ¡Debía usted quedarse!

PADRE (a la MADRE).— Mira el baile que tienen formado. Bailes de allá de la orilla del mar.


(Sale Leonardo y se sienta. Su mujer, detrás de él en actitud rígida.)


MADRE.— Son los primos de mi marido. Duros como piedras para la danza.

PADRE.— Me alegra el verlos. ¡Qué cambio para esta casa! (Se va.)

NOVIO (a la NOVIA).— ¿Te gustó el azahar?

NOVIA (mirándole fija).— Sí.

NOVIO.— Es todo de cera. Dura siempre. Me hubiera gustado que llevaras en todo el vestido.

NOVIA.— No hace falta. (Mutis LEONARDO por la derecha.)

MUCHACHA 1ª.— Vamos a quitarle los alfileres.

NOVIA (al NOVIO).– Ahora vuelvo.

MUJER.— ¡Que seas feliz con mi prima!

NOVIO.— Tengo seguridad.

MUJER.— Aquí los dos; sin salir nunca y a levantar la casa. ¡Ojalá yo viviera también así de lejos!

NOVIO.— ¿Por qué no compráis tierras? El monte es barato y los hijos se crían mejor.

MUJER.— No tenemos dinero. ¡Y con el camino que llevamos!

NOVIO.— Tu marido es un buen trabajador.

MUJER.— Sí, pero le gusta volar demasiado. Ir de una cosa a otra. No es hombre tranquilo.

CRIADA.— ¿No tomáis nada? Te voy a envolver unos roscos de vino para tu madre, que a ella le gustan mucho.

NOVIO.— Ponle tres docenas.

MUJER.— No, no. Con media tiene bastante.

NOVIO.— Un día es un día.

MUJER (a la CRIADA).— ¿Y Leonardo?

CRIADA.— No lo vi.

NOVIO.— Debe estar con la gente.

MUJER.— ¡Voy a ver! (Se va.)

CRIADA.— Aquello está hermoso.

NOVIO.— ¿Y tú no bailas?

CRIADA.— No hay quien me saque.


(Pasan al fondo dos muchachas, durante todo este acto, el fondo será un animado cruce de figuras.)


NOVIO (alegre).— Eso se llama no entender. Las viejas frescas como tú bailan mejor que las jóvenes.

CRIADA.— Pero ¿vas a echarme requiebros, niño? ¡Qué familia la tuya! ¡Machos entre los machos! Siendo niña vi la boda de tu abuelo. ¡Qué figura! Parecía como si se casara un monte.

NOVIO.— Yo tengo menos estatura.

CRIADA.— Pero el mismo brillo en los ojos. ¿Y la niña?

NOVIO.— Quitándose la toca.

CRIADA.— ¡Ah! Mira. Para la medianoche, como no dormiréis, os he preparado jamón y unas copas grandes de vino antiguo. En la parte baja de la alacena. Por si lo necesitáis.

NOVIO (sonriente).— No como a medianoche.

CRIADA (con malicia).— Si tú no, la novia. (Se va.)

MOZO 1° (entrando).— ¡Tienes que beber con nosotros!

NOVIO.— Estoy esperando a la novia.

MOZO 2º.— ¡Ya la tendrás en la madrugada!

MOZO 1°.— ¡Que es cuando más gusta!

MOZO 2º.— Un momento.

NOVIO.— Vamos.


(Salen. Se oye gran algazara. Sale la NOVIA. Por el lado opuesto salen dos MUCHACHAS corriendo a encontrarla.)


MUCHACHA 1ª.— ¿A quién diste el primer alfiler, a mí o a ésta?

NOVIA.— No me acuerdo.

MUCHACHA 1ª.— A mí me lo diste aquí.

MUCHACHA 2ª.— A mí delante del altar.

NOVIA (inquieta y con una gran lucha interior).— No sé nada.

MUCHACHA 1ª.— Es que yo quisiera que tú...

NOVIA (interrumpiendo)—Ni me importa. Tengo mucho que pensar.

MUCHACHA 2ª.— Perdona. (LEONARDO cruza el fondo.)

NOVIA (ve a LEONARDO).— Y estos momentos son agitados.

MUCHACHA 1ª.— ¡Nosotras no sabemos nada!

NOVIA.— Ya lo sabréis cuando os llegue la hora. Estos pasos son pasos que cuestan mucho.

MUCHACHA 1ª.— ¿Te ha disgustado?

NOVIA.— No. Perdonad vosotras.

MUCHACHA 2ª.— ¿De qué? Pero los dos alfileres sirven para casarse, ¿verdad?

NOVIA.— Los dos.

MUCHACHA 1ª.— Ahora, que una se casa antes que otra.

NOVIA.— ¿Tantas ganas tenéis?

MUCHACHA 2ª (vergonzosa).— Sí.

NOVIA.— ¿Para qué?

MUCHACHA 1ª.— Pues... (Abrazando a la segunda.)


(Echan a correr las dos. Llega el NOVIO y, muy despacio, abraza a la NOVIA por detrás.)


NOVIA (con gran sobresalto).— ¡Quita!

NOVIO.— ¿Te asustas de mí?

NOVIA.— ¡Ay! ¿Eras tú?

NOVIO.— ¿Quién iba a ser? (Pausa.) Tu padre o yo.

NOVIA.— ¡Es verdad!

NOVIO.— Ahora que tu padre te hubiera abrazado más blando.

NOVIA (sombría).— ¡Claro!

NOVIO.— Porque es viejo. (La abraza fuertemente de un modo un poco brusco.)

NOVIA (seca).— ¡Déjame!

NOVIO.— ¿Por qué? (La deja.)

NOVIA.— Pues... la gente. Pueden vernos. (Vuelve a cruzar el fondo la CRIADA, que no mira a los novios.)

NOVIO.— ¿Y qué? Ya es sagrado.

NOVIA.— Sí, pero déjame... Luego.

NOVIO.— ¿Qué tienes? ¡Estás como asustada!

NOVIA.— No tengo nada. No te vayas. (Sale la MUJER DE LEONARDO.)

MUJER.— No quiero interrumpir...

NOVIO.— Dime.

MUJER.— ¿Pasó por aquí mi marido?

NOVIO.— No.

MUJER.— Es que no le encuentro y el caballo no está tampoco en el establo.

NOVIO (alegre).— Debe estar dándole una carrera. (Se va la MUJER, inquieta. Sale la CRIADA.)

CRIADA.— ¿No andáis satisfechos de tanto saludo?

NOVIO.— Yo estoy deseando que esto acabe. La novia está un poco cansada.

CRIADA.— ¿Qué es eso, niña?

NOVIA.— ¡Tengo como un golpe en las sienes!

CRIADA.— Una novia de estos montes debe ser fuerte. (Al NOVIO.) Tú eres el único que la puedes curar, porque tuya es. (Sale corriendo.)

NOVIO (abrazándola).— Vamos un rato al baile. (La besa.)

NOVIA (angustiada).— No. Quisiera echarme en la cama un poco.

NOVIO.— Yo te haré compañía.

NOVIA.— ¡Nunca! ¿Con toda la gente aquí? ¿Qué dirían? Déjame sosegar un momento.

NOVIO.— ¡Lo que quieras! ¡Pero no estés así por la noche!

NOVIA (en la puerta).— A la noche estaré mejor.

NOVIO.— ¡Que es lo que yo quiero!


(Aparece la MADRE.)


MADRE.— Hijo.

NOVIO.— ¿Dónde anda usted?

MADRE.— En todo ese ruido. ¿Estás contento?

NOVIO.— Sí.

MADRE.— ¿Y tu mujer?

NOVIO.— Descansa un poco. ¡Mal día para las novias!

MADRE.— ¿Mal día? El único bueno. Para mí fue como una herencia. (Entra la CRIADA y se dirige al cuarto de la NOVIA.) Es la roturación de las tierras, la plantación de árboles nuevos.

NOVIO.— ¿Usted se va a ir?

MADRE.— Sí. Yo tengo que estar en mi casa.

NOVIO.— Sola.

MADRE.— Sola, no. Que tengo la cabeza llena de cosas y de hombres y de luchas.

NOVIO.— Pero luchas que ya no son luchas.


(Sale la CRIADA rápidamente; desaparece corriendo por el fondo.)


MADRE.— Mientras una vive, lucha.

NOVIO.— ¡Siempre la obedezco!

MADRE.— Con tu mujer procura estar cariñoso, y si la notas infautada o arisca, hazle una caricia que le produzca un poco de daño, un abrazo fuerte, un mordisco y luego un beso suave. Que ella no pueda disgustarse, pero que sienta que tú eres el macho, el amo, el que mandas. Así aprendí de tu padre. Y como no lo tienes, tengo que ser yo la que te enseñe estas fortalezas.

NOVIO.— Yo siempre haré lo que usted mande.

PADRE (entrando).— ¿Y mi hija?

NOVIO.— Está dentro.

MUCHACHA 1ª.— ¡Vengan los novios, que vamos a bailar la rueda!

MOZO 1° (al NOVIO).— Tú la vas a dirigir

PADRE (saliendo).— ¡Aquí no está!

NOVIO.— ¿No?

PADRE.— Debe haber subido a la baranda.

NOVIO.— ¡Voy a ver! (Entra.)


(Se oye algazara y guitarras.)


MUCHACHA 1ª.— ¡Ya ha empezado! (Sale.)

NOVIO (saliendo).— No está.

MADRE (inquieta).— ¿No?

PADRE.— ¿Y adónde puede haber ido?

CRIADA (entrando).— Y la niña, ¿donde está?

MADRE (seria).— No lo sabemos.


(Sale el NOVIO. Entran tres invitados.)


PADRE (dramático).— Pero ¿no está en el baile?

CRIADA.— En el baile no está.

PADRE (con arranque).— Hay mucha gente. ¡Mirad!

CRIADA.— ¡Ya he mirado!

PADRE (trágico).— ¿Pues dónde está?

NOVIO (entrando).— Nada. En ningún sitio.

MADRE (al PADRE).— ¿Qué es esto? ¿Dónde está tu hija?


(Entra la MUJER DE LEONARDO.)


MUJER.— ¡Han huido! ¡Han huido! Ella y Leonardo. En el caballo. Van abrazados, como una exhalación.

PADRE.— ¡No es verdad! ¡Mi hija, no!

MADRE.— ¡Tu hija, sí! Planta de mala madre, y él, él también, él. Pero ¡ya es la mujer de mi hijo!

NOVIO (entrando).— ¡Vamos detrás! ¿Quién tiene un caballo?

MADRE.— ¿Quién tiene un caballo ahora mismo, quién tiene un caballo? Que le daré todo lo que tengo, mis ojos y hasta mi lengua...

VOZ.— Aquí hay uno.

MADRE (al hijo).— ¡Anda! ¡Detrás! (Salen con dos mozos.) No. No vayas. Esa gente mata pronto y bien...; pero sí, ¡corre, y yo detrás!

PADRE.— No será ella. Quizá se haya tirado al aljibe.

MADRE.— Al agua se tiran las honradas, las limpias; ¡esa, no! Pero ya es mujer de mi hijo. Dos bandos. Aquí hay ya dos bandos. (Entran todos.) Mi familia y la tuya. Salid todos de aquí. Limpiarse el polvo de los zapatos. Vamos a ayudar a mi hijo. (La gente se separa en dos grupos.) Porque tiene gente; que son sus primos del mar y todos los que llegan de tierra adentro. ¡Fuera de aquí! Por todos los caminos. Ha llegado otra vez la hora de la sangre. Dos bandos. Tú con el tuyo y yo con el mío. ¡Atrás! ¡Atrás!


TELÓN