Crítica social/Prodhon y Courbet

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Proudhon y Courbet

I

Hay volúmenes tuyo título reunido al nombre del autor, basta para dar, antes de toda lectura, idea del alcance y de la entera significación de la obra.

El libro póstumo de Proudhon: «Del principio del Arte y su destino social», estaba sobre mi mesa; no lo había abierto; sin em-, bargo, creía Saber lo que contenía, y ocurrió que mis previsiones se realizaron.

Proudhon es un carácter honrado, de una rara energía, amante de lo justo y de lo verdadero. Es 'el nieto de Fourier, se inclina al bienestar de la humanidad; sueña una vasta asociación humana en la que cada hombre sea miembro activo y modesto. Pide, en una palabra, que la igualdad y la fraternidad reinen, que la sociedad, en nombre de la razón y de la conciencia, se reconstituya sobre las bases del trabajo en común y del perfeccionamiento continuo. Parece cansado de nuestras luchas, de nuestras desesperaciones y de nuestras miserias. Quisiera obligarnos a la paz, á una vida arreglada. El pueblo que ve en sueños, es un pueblo que saca su tranquilidad del silencio del corazón y de las pasiones; ese pueblo de obrero no vive más que de justicia.

En toda su obra ha trabajado Proudhon para el nacimiento de ese pueblo. De día y de noche debía pensar en combinar los diversos elementos humanos, de manera de establecer sólidamente la sociedad que soñaba.

Quería que cada clase, cada trabajador, entrase por su parte en la obra común, y ordenaba las inteligencias, reglamentaba las facultades, deseoso de no perder nada y temiendo al propio tiempo introducir algún fermenfo de discordia.

Le veo a la puerta de su ciudad futura, inspeccionando a todo hombre que se presenta, sondeando su cuerpo y su inteligencia, marcándole luego y dándole un número por nombre, una tarea por vida y por esperanza. E! hombre no es más que un ínfimo peón de albañil.

Un día, se presentó en la puerta la banda de artistas. Hete aquí a Proudhon perplejoi Quiénes son esos hombres? ¿ Para qué sirven? ¿Qué diablos se les puede encomendar que hagan? Proudhon no' se atreve a rechazarles lisa y llanamente, porque, después de todo, no desdeña ninguna fuerza, y espera, con paciencia, sacar de ellos algún provecho. Se pone a pensar y a reflexionar. No quiere ser desmentido; acaba por encontrarles un rincon- —cito; les echa un largo sermón, en el cual les recomfenda que sean muy cuerdos, y les deja entrar, vacilando todavía y diciéndose a sí mismo: «Les vigilaré, pues tienen malas fachas y ojos brillantes que nada bueno prometen».

Tenéis razón para temblar, no deberíais haberles permitido entrar en vuestra ciudad modelo. Son hombres singulares que no creen en la igualdad, que tienen la extraña manía de tener corazón, y que extreman a veces la perversidad hasta tener genio. Van a perturbar a vuestro pueblo, a trastornar vuestras ideas de comunidad, van a negaros y a empeñarse en no ser más que ellos mismos. Se os llama el 16gico terrible; me imagino que vuestra lógica dormía èl día en que cometísteis la irreparable falta de aceptar pintores entre vuestros zapateros y vuestros legisladores. No amáis a los artistas, toda personalidad os desagrada, queréis aplastar al individuo para ensanchar la vía de la humanidad. Pues bien, sed sincero, matad al artista. Vuestro mundo estará más tranquilo.

Comprendo perfectamente la idea de Proudhon, y hasta si se quiere, me asocio a ella.

Quiere el bien de todos, lo quiere èn nombre de la verdad y del derecho, no hay porqué mirar si aplasta algunas víctimas dirigiéndose al fin. Consiento en habitar en esa ciudad: me aburriré mortalmente en ella sin duda, pero me aburriré honradamente, lo que 'es una compensación.

Lo que no podría esperar, lo que me irrita, es que Proudhon obliga a vivir en esa ciudad dormida a hombres que rechazan enérgicamente la paz y el anonadamiento que les, ofrece. Es tan sencillo no recibirles, hacerlesdesaparecer. Pero por el amor de Dios, no les echéis una filípica; sobre todo, no os distraigáis en amasarlos con otro fango distinto del que Dios les ha formado, por el simple placer de crearlos una segunda vez tal como vos los deseáis.

Todo el libro de Proudhon está ahí. Es una segunda creación, un homicidio y an alumbramiento. Acepta al artista en pero el artista que él se imagina, el 'artista que necesita y que crea tranquilamente en plena teoría. Su libro está vigorosamente pensado, tiene una 1ógica aplastante; solamente que todas las definiciones, todos los axiomas, son falsos. 'Es un colosal error deducido con una fuerza de razonamiento que no se debería poner jamás sino al servicio de ia verdadsu ciudad, Su definic:6n 'del arte hábilmente conducida y hábilmente explotada, 'es esta: «Una representacióif idealista de la naturaleza y de nosotros mismos, con la mira del perfeccionamiento físico y moral de nuestra especie».

Esta definición es verdaderamente del hombre práctico de quien hablaba no ha mucho, que quiere que las rosas se coman en ensalada.

Sería banal en manos de cualquier otro, pero Proudhon no bromea cuando se trata del perfeccionamiento físico y moral de nuestra especie. Se sirve de su definición para negar el pasado y para soñar un porvenir terrible.

El arte perfecciona, convengo en elo, pero perfecciona a su manera, contentando el espíritu y no predicando, dirigiéndose a la razón.

Por otra parte, la defin:c:ón me preocupa poco. No es más que el reśúmen muy inocente de una doctrina de otro modo peligrosa.

No puedo aceptarla únicamente a causa de los desarrollos que le da Proudhon; en sí misma la encuentro obra de un bravo sujeto que juzga el arte como se juzga la gimnasia y el estudio de las raíces griegas.

Proudhon sienta esto en tesis general. Yo público, yo humanidad, tengo derecho a guiar al artista y a exigir de él lo que me agrada; no debe ser él, debo ser yo, 'no debo pensar más que como yo, no trabajar más que para | mí. El artista por sí mismo no es nada, lo es todo por la humanidad y para la humanidiad.

En una palabra, el sentimiento individual, la libre expresión de una personalidad están proscriptos. Hay que ser no más que el intérprete del gusto general, no trabajar más que en nombre de todos, a fin de agradar a todos. El arte alcanza su grado de perfección cuando el artista se borra, cuando la obra no lleya ya nombre, cuando es el producto de una época toda entera, de una nación, como la estatuaria egipcia y la de nuestras catedrales góticas.

Yo siento én principio que la obra no vive más que por la originalidad. Es preciso que descubra un 'hombre en cada obra, o la obra me deja frío. Yo sacrifico resueltamente la humanidad al artista. Mi definición de una obra de arte seria: «Una obra de arte es un rincón de la creación visto a través de un temperamento». ¿Qué me importa el resto? Yo soy artista y os doy mi carne y mi sangre, mi corazón y mi pensamiento. Me exhibo desnudo ante yosotros, me entrego tal cual soy, bueno o malo. Si quereis informaros, miradme, aplaudid o silbad, que mi ejemplo sea un esiímulo o una lección. ¿Qué más que reis de mí? No puedo daros otra cosa, puésto que me entrego todo entero, en mi violencia o en mi dolor, tal como Dios me hizo. Sería | risible que viniéseis a hacerme cambiar y a hacerme mentir, vos, el apóstol de la verdad! No habéis comprendido que el arte es la libre expresión de un corazón y de una inteligencia, y que es tanto más grande cuanto más personal se muestra. Si existe arte de las, naciones, la expresión de las épocas, existe también la expresión de las individualidades, el arte de las almas. Un pueblo ha podido crear arquitecturas, pero ¡ cuánto más conmovido me siento ante un poema o un cuadro, obras individuales, donde me vuelvo a hallar con todas mis alegrías y mis tristezas! Por lo demás no niego la influencia del medio y del momento sobre el artista, pero ni siquiera tengo que preocuparme por ello. Acepto el artista tal como se me presente.

Decís dirigiéndoos a Eugenio Delacroix: «Me cuido bien poco de vuestras opiniones personales... No es por vuestras ideas y por vuestro propio ideal con lo que debéis obrar sobre mi ánimo al pasar ante mis ojos; es con la ayuda de las ideas y del ideal que están en mí, lo que es precisamente lo contrario de lo que os vanagloriais 'de hacer. De manera que vuestro talento se reduce... a producir en nosotros impresiones, movimientos y resoluciones que redundan, no ni en vuestra fortuna, sino en provecho de en gloria la felicidad general y del perfeccionamiento de la especie. Y en vuestra conclusión exclamáis: «En cuanto a nosotros, socialistas revolucionarios, decimos a los artistas como a los literatos: Nuestro ideal es el derecho y la verdad. Si no sabeis con esto hacer arte y estilo, atrás! No os necesitamos. Si estais al servicio de los corrompidos, de los fastuosos, de los holgazanes, atrás! No queremos vuestras artes. Si la áristocracia, el pontificado y la majestad real os son indispensables, atrás siempre! Proscribimos vuestro arte así como vuestras personas.»

Y yo creo podemos responder en nombre de los artistas y de los literatos, de los que sienten latir en ellos el corazón y bullir sus pensamientos: «Nuestro ideal, son nuestros amores y nuestras emociones, nuest:os l'antos y nuestras sonrisas. Nada, queremos de vosotros, como vosotros nada quereis de nosotros. Vuestra comunidad y vuestra igualdad nos descorazonan. Nosotros hacemos estilo y arte con nuestria carne y nuestra alma; somos amantes de la vida, y os damos cada día un poco de nuestra existencia. No estamos al servicio de nadie, y nos negamos a entrar al vuestro. No dependemos más que de nosotros, no obedecemos más que a nuestra naturaleza; somos buenos o malos, dejándoos el derecho de escucharnos o de taparos las oídos. Vosotros nos proscribís, decís, a nosotros y a nuưestras obras. Intentadlo, y sentireis en vosotros tan gran vacío, que llorareis de vergüenza y de miseria.»

Nosotros somos fuertes, y Proudhon lo sabe bien. Su cólera no seria tan grande si pudiera aplastarnos y dejar libre el campo para realizar su sueño humanitario. Le mortificamos nosotros con toda la potencia que tenemos en la carne y en el alma. Şe nos ama, nosotros llenamos los corazones, sujetamos a la humanidad por. todas sus facultades amatorias,. por sus recuerdos y sus esperanzas, i Así cómo nos aborrece, cómo su orgullo de filósofo y de pensador se irrita viendo a la multitud apartarse de él y caer ante nosotros de rodillas! El la llama, nos rebaja, nos clasifica y nos pone en el último extremo del banquete socialista. Sentémonos, amigos míos, y perturbemos el banquete.

No tenemos más que hablar, no tenemos más que coger el pincel, y he aquí que nuestras obras resultan tan tiernas que la humanidad se echa a llorar, y olvida el derecho y la justicia para no ser más que carne y co+ razón.

Si me preguntais qué es lo que vengo a hacer en este mundo, yo, artista, os responderé: «Vengo a vivir plenamente.»

| Ahora se comprenderá cuál debe ser el libro de Proudhon. Examina los diferentes períodos de la historia del arte, y su sistema, que aplica con 'brutalidad ciega, le hace aventurar las más extrañas blasfemias. Estudia uno después de otro el arte egipcio, el arte griego y romano, el arte cristiano, el Renacimiento, el arte icontemporáneo. Todas esas manifestaciones del pensamsento humano le desagradan; pero tiene una marcada preferencia por las obras, las escuelas en que el artista desaparece y se llama legión. El arte egipcio, ese arte hierático, generalizado, que se reduce a un tipo y a una actitud; el arte griego, esa idealización de la forma, ese clisé puro y correcto, esa belleza divina e impersonal; el arte cristiano, esas figuras pálidas y macilentas que pueblan nuestras catedrales y que párecen salir todas de una misma cantera: tales son los períodos artísticos que hallan gracia ante Proudhon porque sus obras parecen ser el producto de la multitud.

En cuanto al Renacimiento y a nuestra época, no ve más que anarquía y decadenicia. Os pregunto quiénes son esos que se permiten tener genio sin consultar a la humanidad, esos Miguel-Angel, esos Tiziano, esos Veronese, esos Delacroix, que tienen la audacia de pensar por sí y no por sus contemporáneos, de decir lo que tiemen en sus entrañas y no lo que tienen en las suyas los imbéciles de su tiemņo? Que Proudhon arrastre por el lodo a Leopoldo Robert y Horacio Vernet, me es casi indiferente; pero que sé ponga a admirar el Marat y el Juramento del Juego de Pelota, de David, por razones de filósofo y de demócrata, o que rasgue los lienzos de Eugenio Delacroix en nombre de la moral y de la razón, esto no puede tolerarse. Por todo lo del mundo yo no querría ser elogiado por Proudhon; él se elogia a sí propio elogiando a un artista, él se complace en la idea y en el asunto que el primer peón de albañil podría hal'ar y disponer Estoy aún demasiado dolorido de la carrera que he hecho con él en los siglos. No amo ni a los egipcios, ni a los artistas ascéticos, yo que no admito en el arte más que la vida y la personalidad. Amo, al contrario, la libre manifestación de los pensamientos individuales-lo que Proudhon llama la anarquía,-amo el Renacimiento y nuestra época, esas luchas entre artistas, esos hombres de los que cada uno viene a decir una palabra todavía ayer desconocida. Si la obra no es de sangre y nervios, sino es la expresión entera y punzante de una criatura, rechazo la obra, aunque fuese la Venus de Milo.

--- En una palabra, soy diametralmente opuesto a Proudhon: él quiere que el arte sea producio de la nación, yo exijo que sca producto del individuo.

Por lo demás, es franco. «¿ Qué es un gran hombre?-pregunta.-- Hay grandes hombres? ¿ Se puede admitir, en los principios de la Revolución francesa y en una república fundada sobre el derecho de! hombre, que los haya?»

Estas palabras son graves, por ridícu'as que parezcan. Vosotros, los que soñais libertad, no nos dejareis la libertad de la inteligencia? Dice más lejos, en una nota: «Diez mil ciudadanos que han aprendido el dibujo forman una potencia de colectividad artística, una fuerza de idcas, una energía de ideal muy superior a la de un individuo, y que, encontrando un día su expresión, aventajará la obra maestra.» Es por lo que, según Proudhon, la Edad media, en materia de arte, ha aventajado al Renacimiento. No ex:stiendo los grandes homb'res, el gran hombre es la multitud. Os confieso que no sé ya lo que se quiere de mí, artista, y que prefiero hacer zapatos. En fin, el publicista, cansado de rodeos, suelta todo su pensamiento, y exclama: «Pluguiera a Dios que Lutero hubiesej exterminado a los Rafael, a los Miguel Angel y a todos sus émulos, a todos esos ornamentistas de palacios y de iglesias !» Por lo demás, la confesión es todavía más completa, cuando dice: «El arte no puede nada directamente para nuestro progreso; la tendenciá es bien; prefiero esto: prescindid de él y no hablemos más die ello. Pero no vengais a declamar orgullosamente: «Consigo echar los cimientos de una crítica de arte racional y seria», cuando marcháis en pleno error.

Me imagino que Proudhon habría incurrido en error entrando a su vez en la ciudad modelo y sentándose en el banquete socialista. Se le habría expulsado implacablemente.

¿ No era él un gran hombre, una poderosa inteligencia personal, en el más alto grado? Todo su odio a la individualidad recae sobre a prescindir de él.» Pues él y le condena. Hubiese venido a nuestro encuentro, de nosotros los artistas, los prosgriptos, y nosotros le habríamos acaso consolado, admirándolo, pobre gran orgulloso que habla de modestia.

II Proudhon, después de haber pisoteado el pasado, sueña un porvenir, una escuela artística para su ciudad futura. Haoe de Courbet el revelador de esta esauela, y arroja el incensario a la cabeza del maestro.

TOMO IX 8 Ante todo, debo declarar ingenuamente que estoy desconsolado de ver a Courbet mezclado en este asunto.

Yo habría querido que Proudhon escogiese como ejemplo otro artista, algún pintor sin talento 'alguno. Os aseguro que el publicista, con su falta absoluta de sentido artístico, habría podido elogiar tan resueltamente a un ínfimo 'amasador de yeso, un peán de albañil trabajando para el mayor provecho del perfeccionamiento de la especie. El quiere un moralista en pintura, y parece importarle poco que su moralista moralice con un pincel o con una escoba. Entonces me habría sido permi- țido, después de haber rechazado la escuela futura, rechazar igualmente al jefe de la escuela. No puedo, Es preciso que distinga entre las ideas de Proudhon y el artista al cual aplica sus ideas.

Por otra parte, el filósofo ha disfrazado de tal modo a Couirbet, que me bastará para no tener que rectificar mi juicio admirando al pintor, decir en voz alta que me inclino no ante el Courbet humanitario de Proudhon, Bino ante el pujante maestro que nos ha dado 'algunas hermosas y verdaderas págfnas.

El Courbet de Proudhon es un hombre singula'r, que s esirve del pincel como un maestro de aldea se sirve de su palmeta. El más Insignificante de sus lienzos, a lo que pa'rece, 'está preñado de fronía y de enseñanzas.

Aquel Courbet desde lo alto de su cátedra nos mifa, nos sondea hasta el corazón, pone al desnudo nuestros vicios; luego, resumiendo nuestras fealdades, nos pinta en nuestra verdad, a fin de hacernos ruborizar. ¿ No estais tentados a poneros de rodillas, a golpearos el pecho y a pedir perdón? Puede ser que el Courbet de carne y huesos se parezca. por algunos rasgos al del publicista; discípulos demasiado celosos y afanosos de pdrvenir han podido extraviar al maestro; hay siempre, por lo demás, un poco de extravagancia y de extraña ceguera en los hombres de temperamento entero; pero confesad que si 'Courblet predica, predica en el desierto, 'y que si merece nuestra admiración, la marece solamente por la manera enérgica como ha apreciado y expresado la naturaleza.

Quis era ser justo y no dejarme tentar por una burla verdaderamente demasiado fácil.

Concedo que ciertos lienzos del pintor pueden parecer dotados de intuiciones satíricas.

El airtista pinta las escenas ordinarias de la vida, y por ello mismo, nos hace, si se quiere, pensar 'en nosotros y en nuestra época. Eso no 'es más que un simple resultado del talento que se encuentra llevado a buscar y repro| ducir la verdad. Pero hacer consistir todo su 'mérito en el solo hecho de que ha tratado asuntos contemporáneos, es dar una extraña idea del arte a los jóvenes artistas que se quiere educar para la. dịcha del género humano.

! Quereis hacer útil la pintura y emplearla en el perfeccionamiento 'dë la especie. Admito que Courbet perfeccione, pero entonces pregunto en qué relación y con qué eficacia perfecciona. Francamente, amontonaría cuadro sobre cuadro, llenaríais el mundo con sus telas y ias telas de sus discípulos, y la - humanidad sería tan viciosa dentro de diez años 'como hoy. Mil años de pintura, de pintura hiecha a vuestro gusto, no valdrían uno de esos 'pensamientos que la pluma escribe claramente y que la inteligencia para siempre retiene, tales como: Conócete a ti mismo; Amaos unos 'a otros, etc. ¡Cómo! ¡Posećis la escritura, poseéis la palabra, podeis decir cuanto quereis y vais a dirigiros al arte de las líneas y de los colores para enseñar e instruir! Por compasión, recordad que no todo 'razón. Si sois prácticos, dejad al filósofo el derecho de darnos lecciones, dejad al pintor el derecho de darnos emociones. No creo que debais exigir del artista que enseñe, y en todo caso, niego formalmente la acción de somos un 'cuadro sobre las costumbres de la turba.

Mi Courbet, el mío, es sencillamente una personalidad. 'El pintor comenzó por imitar a los flamencos y a ciertos maestros del Renacimiento. Pero su naturaleza se sublevaba y se sentíá arrastrado por toda su carne-por toda su carne, ¿lo entendeis?-hacia el mundo ma- 'terial que le rodeaba, las mujeres gruesas y los hombres vigorosos, las campiñas abundosas y copiosamente fecundas. Rechoncho y vigoroso, tenía el punzante deseo de estrechar entre sus brazos la verdadera naturaleza; quería pintar en plena carne y en pleno mantillo.

Entonces se produjo el artista que se nos da hoy como moralista. Proudhon lo dice él mismo, los pintores no siempre saben con precisión cuál es su valor y de dónde aquel valor les viene. Si Courbet, que se pretende muy orgulloso, saca. su orgullo de las lecciones que piensa darnos, tentado estoy a enviarle nuevamente a la escuela. Que lo es nada más que un pobre gransepa, no de hombre bien ignorante, que ha dicho mẹ- nos en veinte lienzos que la Civilité puérile en dos páginas. El no tiene más que el genio de la verdad y de la potencia. Que se conforme con su lote.

La generación joven, hablo de los mozos de veinte a veinticinco años, no conoce casi a Courbet, cuyos últimos lienzos han sido muy inferiores. Me ha sido dado ver en la calle de Hautefeuille, en el tallèr del maestro, algunos de sus primeros cuadros. Me he sorprendido, y no he encontrado en aquellas telas graves y fuertes que se me habían pintado como monstruos, el más pequeño motivo de risa. Me imaginaba caricaturas, una imaginación loca y grotesca, y estaba ante una pintura ajustada, amplia, de una perfección y de una grandeza extremadas. Los tipos eran verdaderos sin ser vulgares; las carnes, firmes y flexibles, vivían poderosamente; los fondos se llenaban de aire, daban a lás figuras un vigor pasmoso. La' coloración, un poco apagada, tiene una armonía casi dulce, mientras que la justeza de los tonos, la amplitud de la factura establecen los términos y dan un 'extraño relieve a cada detalle. Cerrando los ojos, vuelvo a ver aquellas telas enérgicas, de una sola pieza, construidas con cal y 'arena, reales hasta la vida y bellas hasta la .verdad. 'Courbet es el único pintor de nuestra época; pertenece a la familia de los artífices de la carne, tiene por hermanos quieras que no, a Veronese, Rembrandt, Tiziano.

Proudhon ha visto como yo los cuadros de que hablo, pero los ha visto de otro modo, aparte de toda factura, desde el punto de vista del pensamiento puro. Un lienzo para él es un' asunto; pintadlo de rojo o de verde, poco le importa. El mismo lo dice, no entiende nada de pintura, y discurre tranquilamente sobre las ideas. Comenta, fuerza al cuadro a significar algo; de la forma, ni una palabra.

Así es como llega a la bufonería. El nuevo crítico de arte, el que se vanagloria de echar las bases de uma ciencia nueva, da sus decretos de la manera siguiente: El «Retour de la Foire», de Courbet, es «la Francia rústica, con su carácter indeciso y su espíritu positivo, su lengua simple, sus pasiones tranquilas, su estilo sin énfasis, su pensamiento más cerca de la tierra que de las nubes, sus costumbres igualmente distantes de la democracia y de la demagogía, su preferencia decidida por las maneras comunes, apartada de toda exaltación idealista, feliz bajo una autoridad templada, en este justo medio por las gentes tan querido, y que jay! siempre las traiciona». La «Baigneuse» es una sátira de la burguesía: «Sí, vedla bien a carnuda y rellena, deformada por la grasa y el lujo; en la cual la flojedad de las carnes y la masa ahogan el ideal, y predestinada a morir de poltronería, cuando no de derretiesa burguesa, | | miento de la grasa; vedla tal como su tontería, su egoismo y su cocina nos la presentan.»

Las «Demoiselles ou la Seine» y los «Casseurs de pierres» sirven para establecer un maravilloso paralelo: «Esas dos mujeres viven en el bienestar.. son verdaderas artistas. Pero el orgullo, el adulterio, el divorcio y el suicidio, reemplazando a los amores, revolotean a su derredor y las acompañan; ellas, leg llevan a su dominio; por esto es por lo que al fin, parecen horribles. Los «Casseurs de pierres», al contrario, gritan con sus andrajos venganza contra el arte y la sociedad; en el fondo son inofensivos y sus almas son sanas.» Y Proudhon examina así cada lienzo, explicándolos todos y dándoles un sentido político, religioso, o dé simple policía de costumbres.

Los 'derechos de un comentarista son amplios, lo sé, y le está permitido decir lo que siente 'a la vista de una obra de arte. Hasta hay observaciones recias y fuertes en lo que piensa Proudhon, puesto enfrente de los cuadros de Courbet. Sólo que continúa siendo filósofo y no quiere sentir como artista. Lo repito, sólo el asunto le ocupa, lo discute, lo acaricia, se extasía y se subleva. Absolutamente hablando no veo mal en ello; pero las admiraciones, los comentarios de Proudhon se vuelven peligrosos cuando resume en regla y quiere dictar las leyes del arte que sueña. No ve que Coubert existe por șí mismo, 'y no por los asuntos que ba escogido: el artista habría pintado con el mismo pincel romanos o griegos, Júpiters o Venus, y sería igualmente grande. En cuanto a mí, no el 'árbol, el rostro, la escena que se me representa, lo que me impresiona; es el hombre que encuentro en la obra, es la individualidad potente que ha sabido crear, al lado del mundo de Dios, un mundo personal que mis ojos no podrán olvidar y que reconocerán en todas partes.

Me place Courbet absolutamente, mientras que Proudhon sólo me, gusta relativamente.

Sacrificando al artista a la obra, parece creer es que se reemplaza fácilmente un maestro semejante, y expresa sus deseos con tranquilidad, persuadido de que no tendrá más que hablar para poblar de grandes maestros su ciudad. Lo ridículo estriba en que ha tomado una individualidad por un sentimiento general. Courbet morirá y nacerán otros artistas que no se le. asemejarán.

El talento no se enseña, crece en el sentido que le place.

No 'creo que el pintor de Ornans forme escuela; en todo caso, una escueia no probaría nada. Se puede afirmar con toda certidumbre que el gran pintor de mañana, no imitará a nadie directamente; pues si imitase a alguien, no aportaría personalidad alguna, no sería un gran pintor. Interrogad la historia del arte.

Aconsejo a los socialistas demócratas que me parecen con deseos de criar a artistas para su propio uso, que alisten algunos centenares de obreros y les enseñen el arte como se enseña en el colegió el latín y el griego. Así tendrán, al cabo de cinco o. seis años, gentes que les harán precisamente cuadros concebidos y ejecutados a su gusto y semejantes unos a otros, testigos de una simpática fraternidad y de una loable igualdad. Entonces la pintura contribuirá en gran parte al perfeccionamiento de la especie. Pero que los socialistas demócratas no cifren esperanza alguna en los artistas de genio libre y educados fuera de su pequeña iglesia. Podrán encontrar uno que sobre poco más o mnenos les convenga; pero aguardarán mil años antes de poner la mano sobre un segundo artista semejante al primero. Los obreros que nosotros hacemos nos obedecen y trabajan a nuestro antojo; pero los obreros que Dios hace no obedecen más que a Dios y trabajan a gusto de su carne y de su inteligencia.

Conozco que Proudhon querría atraerme ha| cia sí y que yo querría atraerle hacia mí. No somos del mismo mundo, nosotros blasfemamos el uno por el otro. El desea hacer de mí • un ciudadano, yo deseo hacer de él un artista. 'Ahí está todo el debate. Su arte racional, su realismo, no es a decir verdad más que una negación del arte, una lisa y llana ilustración de lugares comunes filosóficos. Mi arte, por el contrario, es una negación de la sociedad, una afirmación del individuo con independencia de todos los siglos y de todas las reglas y de todas las necesidades sociales.

Comprendo cuánto le embarazo, y no quiero aceptar un empleo en su ciudad humanitaria, me pongo aparte, me crezco sobre los otros, desdeño su justicia y sus leyes. 'Obrando así, sé que mi corazón tiene razón, que obedezco a mi naturaleza, y creo que mi obra será bella.

Quédame sólo un temor: consiento en ser inútil, pero no quiero ser perjudicial a mis hermanos. Cuando me interrogo veo que son ellos, al contrario, los que me dan gracias, y que les consuelo a menudo de las durezas de los filósofos. De hoy más dormiré tranquilo.

Proudhon nos reprocha, a nosotros, novelistas y poetas, que vivamos aislados e indiferentes, no preocupándonos el progreso.

Haré observar a Proudhon que nuestros pensamientos son absolutos, mientras que los suyos no pueden ser más que relativos. Trabaja, como hombre práctico, para el bienestar de la humanidad; no intenta la perfección, busca el mejor estado posible, y hace seguidamente todos sus esfuerzos para mejorar este estado poco a poco. Nosotrós, al contrario, subimos de un salto a la perfección; en nuestro sueño alcanzamos el estado ideal. Esto dado, se comprende lo poco que nos preocupa la tierra. Estamos en pleno cielo y no descendemos de él. Esto explica porqué todos los miserables de este mundo extiendan los brazos y se precipiten hacia nosotros, apartándose de los moralistas.

Me resta sólo hacer el resúmen del libro de Proudhon: es la obra de un hombre profundamente incompetente, y que bajo pretexto de juzgar el arte desde el punto de vista de su destino social, lo anonada bajo sus rencores de hombre positivo; dice que no quiere hablar más que de la idea pura, y su silencio sobre todo lo demás,-sobre el arte mismo-es desdeñoso en tal grado, que habría hecho mejor adoptando por título: De la muerte del arte y de su inutilidad social. Courbet, que es un artista personal en ei más alto grado, no tiene que agradecerle que le haya nombrado jefe de los mamarracheros decentes y morales que deben enjabelgar en común su futura ciudad humana.