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Crónica General del No. 27, 1880

De Wikisource, la biblioteca libre.
La Ilustración Española y Americana (1880)
Crónica General del No. 27, 1880
de José Fernández Bremón

Nota: Se han modernizado algunos acentos.

CRÓNICA GENERAL


22 de Julio de 1880

Las islas Filipinas serían uno de los países más hermosos del globo sin esas oscilaciones subterráneas que de vez en cuando hacen dudar al hombre de aquello en que más confianza necesita: la tierra que sirve de base a su hogar, el suelo donde fija sus pies; pero acaso debe la riqueza de su vegetación a esa misma inseguridad, pues la juventud de los territorios es tan agitada como la del hombre. No ha llegado aún para esas islas espléndidas el período de la vejez y del descanso: las poblaciones deben ser a manera de tiendas, para que el peso de sus techos no aplaste a los moradores cuando sobreviene el terremoto, que a veces no se anuncia sino con el desastre que ocasiona: leves minutos han bastado últimamente para convertir en ruinas una parte de Manila.

Conflicto horrible debe ser para las autoridades que tienen la responsabilidad moral de mantener el orden y el deber de velar por todos, el ataque de ese enemigo misterioso que conmueve la tierra con sus hercúleas espadas, sin que haya fuerza humana para combatirle. Y no es sólo el daño material: el terror aumenta extraordinariamente los estragos, porque los temblores de tierra son los fenómenos que infunden más espanto. El miedo se hace lícito a todos, porque es un miedo general: sólo deben permanecer serenos los que tienen la obligación de proteger a todos. Al dar la prueba de valor y de entereza que han dado esta vez los generales Primo de Rivera y Moreno del Villar, capitán general y segundo cabo de la isla, estamos seguros de que en su brillante y peligrosa carrera militar jamás han tenido que combatir un enemigo tan temible, ni apelar con más energía al temple de su alma. En cuanto al digno arzobispo de Manila, tan acostumbrado a ejercer la caridad, ¡qué ocasión ha tenido de abandonarse a sus naturales sentimientos!

La emoción que ha producido en la Península ese infausto acontecimiento, la nuestra, el lazo que nos une con ese hermoso y hoy afligido territorio, con el cual tenemos los más dividida nuestra familia, nos impulsan a enviar a la prensa filipina ese triste saludo con que los hermanos se entienden en los días de desgracia. No sabemos fijamente la extensión de ésta al escribir nuestros apuntes, pero estamos seguros de que España no verá con indiferencia, ni dejará de acudir a remediar en lo posible esa catástrofe.

Francia descansa después de haberse divertido el día 14. Turquía se ha cruzado de brazos, como dejando a las potencias reunidas en Berlín el cuidado de arreglar sus fronteras; las potencias parece que se disponen a un simulacro naval en las aguas de Turquía; Rusia y China están en camino de entenderse: el nihilismo parece que dormita en Rusia, y sólo Inglaterra ha fijado en estos días la atención del mundo, discutiendo, y negando por fin, el derecho de sepultura al Príncipe imperial en la Abadía de Westminster.

Lo dijimos hace mucho tiempo: ni a la significación del último heredero de aquella dinastía que empezó en Napoleon el Grande, ni al carácter nacional que tiene aquel ilustre panteón en Inglaterra, convenía la erección de la estatua sepulcral que se había proyectado. En ningún lugar se deben respetar tanto los sentimientos naturales como en los asilos de la muerte: allí la piedad de los vivos se alarma fácilmente, y producen mal efecto ciertas anomalías; porque si bien acaban en el sepulcro las enemistades humanas, ello es que los vivos recogen y guardan como ninguna otra, la herencia de los odios.

Ni a lo que representaba el Príncipe, ni a lo que representa el panteón, era propio aquel sepulcro: la idea había sido mala y el Parlamento inglés ha hecho bien en desecharla.

La trágica leyenda del Príncipe imperial, su apellido y su importancia darán prestigio a su sepulcro donde quiera que reposen sus cenizas. No necesitaba de la Abadía de Westminster.

Veintidos años ha cumplido en la Granja S. M. la Reina Da. Cristina el día 21. Es el año primero que cumple en España, entre su nueva familia, en su nueva patria, la que muy pronto ha de ser la patria de su hijo. Si las felicitaciones deben hacerse en los momentos de gran felicidad, ninguna han podido escoger tan solemne las corporaciones y los altos dignatarios que se han acercado en ese día a S. M. para ofrecerle sus respetos, ó la han enviado entusiastas saludos telegráficos. No son esos días, sin embargo, los propicios para los saludos humildes: es indudable que, además de esas felicitaciones entusiastas, han deseado a la Reina inmensa ventura, desde el fondo de su corazón, otros muchos españoles.

Los cementerios enclavados en Madrid ya están repletos, y sin embargo, continua en tramitación el expediente de su clausura, y el cementerio del Este, que ha de alejar los muertos de los vivos, sigue en proyecto: ¿quién tiene interés en que hagamos vida común con los difuntos. Las brisas que envían los cuatro puntos cardinales están realmente embalsamadas con esos aromas con que se embalsaman los cadáveres; respiramos el aliento de las tumbas, y el cementerio se filtra por las rendijas de las casas, no sólo en el barrio de Chamberi, sino hasta en las zonas más hermosas del ensanche.

Y en tanto, avanza el verano con todos sus peligros. La previsión, la higiene, la simple humanidad, ordenan, como dice muy bien La Época, crear inmediatamente los depósitos de cadáveres que han de sustituir al vergonzoso que existe en el cementerio del Sur, donde es inhumano consentir que operen los médicos forenses. Esto desde luego, y al mismo tiempo cerrar los cementerios que infestan la población y abrir el definitivo.

Tan grave es la cuestión y tan urgente, que, a pesar de la índole de nuestra crónica, no podemos menos de unir en ella nuestra voz al clamoreo de los alarmados vecinos de Madrid.

Satisfechos deben estar el digno Director del Conservatorio de Artes, D. Francisco de Paula Márquez, y los profesores a cuyo cargo está la enseñanza en las Escuelas de Artes y Oficios: la prensa toda de Madrid, invitada para examinar los trabajos de los alumnos de las diferentes clases de dibujo, los ha colmado de elogios, y tales han sido, que nada podemos añadir. Parecía que todas las escuelas habían salido triunfantes a la vez en una noble competencia: reciban el Director y todos los celosos profesores nuestra enhorabuena.

En aquella simetría de lo bueno nos permitiremos una ligera distinción,que no redunda en el menor desmere cimiento de ninguna otra clase. El acreditado pintor señor Vallejo ha tenido en la suya la buena idea de quitar los modelos a sus discípulos, después de haberlos copiado, haciéndoselos ejecutar luego de memoria, tanto para calcular su retentiva y para que fijen profundamente la atención en su trabajo, como para que se acostumbren a dibujar sin el auxilio del modelo, de que abusa algo el arte moderno, pues aun en la pintura más elevada ha sustituido a la afectación de las líneas clásicas la afectación menos perceptible de las posturas demasiado copiadas del natural. Como el recuerdo exacto es imposible, con el sistema del Sr. Vallejo los alumnos se acostumbran a modificar, preparándose para crear más adelante.

Hace algunos años expusimos al Sr. Ministro de Fomento la conveniencia de abrir nuevas escuelas, en vista del creciente número de alumnos que acudía a matricularse: el ruego, y la evidencia de aquella necesidad sobre todo, dieron fruto, creándose alguna escuela más, lo cual honra al Sr. Conde de Toreno. Pues bien: las matrículas aumentan y hacen falta más escuelas: hay en la juventud artesana de Madrid verdadero entusiasmo por iniciarse en esas nobles artes, que forman el gusto y han de producir con el tiempo una revolución en el progreso de nuestras industrias. Esperamos de la ilustración del actual ministro de Fomento, Sr. D. Fermín de Lassala, otro impulso en esa obra meritoria y necesaria.

Nuestras constantes relaciones con América nos ponen en el caso de apreciar sensiblemente todas las intermitencias del servicio de Correos con aquellas repúblicas, en que tenemos tantos intereses, y con las cuales aconseja la buena política tener cada vez mayores vínculos.

Los periódicos mejicanos aseguran que el Gobierno de aquel país trata de apoyar el proyecto de una línea de vapores españoles que, partiendo desde la Habana, toquen en los puertos de Progreso, Campeche, Frontera, Veracruz, Túxpam y Tampico, y enlacen a Santo Domingo, Puerto Rico, San Thomas y otros puntos.

La necesidad que se siente de comunicaciones regulares y directas con la América española ¿no animará a nuestro Gobierno a favorecer un proyecto tan útil ? Lo menos que se puede hacer por los intereses de unos y otros pueblos es ponerlos en contacto. La interrupción ó desigualdad de las comunicaciones equivale hoy al aislamiento.

Nuestros lectores saben que el concienzudo Dr. Thebussem ha hecho muy buenos servicios a la historia del ramo de Correos en España: hubo intención de recompensarlos con algunos honores, y el modesto y original escritor, alarmado, se anticipó a las recompensas, pidiendo la que estimaba en más, y le ha sido concedida: el título de cartero honorario de Madrid, sin sueldo y con uso de uniforme. Era el caso nuevo, y fue preciso un expediente, que ha sido resuelto en toda regla, y cuya copia impresa tenemos el raro honor de poseer, pues aunque hubiéramos dispuesto de dos pesetas para comprar uno de los veinticinco ejemplares puestos a la venta, acaso llegaríamos tarde para adquirir esa joya literaria y tipográfica, que honra a los Sres. Aribau y Cia. Este folleto es el único de que tengamos noticia se haya vendido más barato al que compra un solo ejemplar que a quien adquiera varios, pues a éste se le recarga el precio en un cincuenta por ciento. Para que la innovación fuese más completa, sólo le ha faltado al singular editor dar una gratificación al que reciba gratis el folleto.

Conste, pues, que el Dr. Thebussem es cartero principal honorario de Madrid: puede, si gusta, cuando venga a esta corte, repartirse en persona su correo, vestido de uniforme, el cual le ha sido regalado, por suscripción, entre sus jefes y compañeros.

La modestia del Dr. Thebussem ha sido calificada de orgullo por alguno. El Doctor se justifica asegurando que real y positivamente estima y tiene en mucho ese destino de confianza y el simpático uniforme del cartero. Si alguna vez le vemos en Madrid, sentiremos no tener novia; pero si la tuviésemos, suplicaríamos al Doctor que la llevase nuestras cartas; es un encargo que no podría ofenderle, por ser un acto del servicio.

Mientras algunos sabios, como Mr. Mouchot, estudian en la Argelia la manera de aprovechar el calor solar, esperándose muy pronto cocinillas tan económicas, que cuezan la comida sin más que ponerla al sol, otros nos alarman, como vemos en Las Novedades científicas, asegurando que la fiebre escarlatina se trasmite a veces por medio de la leche; que los sabios han hallado el medio de inocular las fiebres palúdicas, y por último, que se han descubierto nuevas sustancias venenosas en el humo del tabaco.

Estas sustancias son ácido prúsico y un alcaloide irrespirable, que a la dosis de 1/20 de gota mata a un animal.

Tranquilicemos a los fumadores: tanto el Director de Las Novedades científicas, Sr. Utor, como los redactores señores Suez de Montoya, Calderón, Carracido y Mourelo, continúan tragando ácido prúsico y el alcaloide irrespirable.

No habíamos nunca sospechado que el ácido prúsico fuese tan agradable al paladar.

Me habían dicho que mi amigo Luis vivia en la calle de Hortaleza, núm... ya no le recuerdo: la portería estaba cerrada y yo ignoraba el piso: pregunté al dependiente de una tienda, el cual me dijo:

—Los vecinos del piso principal están en los baños de Biarritz, los del segundo en los de Elorrio, y los del tercero en los de Cestona.

—¿Y los porteros?

—Están en los baños de Matías.

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(Consuelo de los que se quedan.)

—Indudablemente es preferible pasar el verano en Madrid; vive uno cómodamente en su casa, tiene de noche el desahogo de los jardines; por las mañanas, en el Retiro; ricos helados por la tarde y horchata de chufas en las horas de calor.

—Sí, señor; sólo se van de Madrid los que no tienen en su casa agua de Lozoya.

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¿Adónde va V., vestido de viaje?

—Voy a la oficina.

—¡Hombre!

—Tengo el negociado de Caminos.

—Ya; y ¿sabe V. si los empleados de Ultramar van a la oficina en traje de guajiros?

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Hace cuatro días encontré a D. Pedro López.

—¿De dónde viene V., D. Pedro?

—De despedir a mi mujer, que ha salido hoy para Alemania.

Al día siguiente me volví a encontrar al Sr. López, y me dijo al instante:

—Vengo de despedir a mi hijo.

–Y ¿adónde ha ido?

—A Panticosa.

—Sí; allí se reúne en verano todo el mundo

—Mañana vuelvo a la Estación.

—¿Se marcha usted?

—Yo iré dentro de poco a las fiestas de Bruselas. Pero mañana se va mi hija a Ontaneda con su tía.

–Pues, señor, dije para mí: Alemania, Panticosa, Bruselas, Ontaneda; estas familias que se dispersan en verano por Europa, ¿se vuelven a encontrar?

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Y la verdad es que se comprende la fuga de Madrid en noches como la del día 20.

Un amigo mío se salió de los jardines.

—¿A dónde vas? le dijimos.

—A descubrir el polo Norte.

José FERNÁNDEZ BREMÓN.