Dicharacho de virrey

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Tradiciones peruanas - Novena serie
Dicharacho de virrey​
 de Ricardo Palma


Recelando el virrey Amat que, por hallarse España en aprestos de guerra contra Inglaterra, alguna poderosa flota de la última intentase hacerse dueña del Callao y de Lima, procedió a organizar en la bendita ciudad de Santa Rosa varias compañías de milicias cívicas, cuyos jefes, oficiales y soldados fuesen todos nacidos en la península y contasen a la vez con recursos que, sin gasto para el real tesoro, les permitiesen atender a su manutención y equipo. Por lo pronto, estaban obligados a concurrir dos o tres veces por semana a ejercicios militares, y a lucir uniforme de parada en las fiestas oficiales a que el virrey asistiera.

Llegó el grandioso día de jurar bandera y pasar la primera revista a las compañías, las cuales se exhibieron en el orden siguiente :

Primera compañía, compuesta de castellanos y extremeños: 140 plazas.

Segunda compañía, formada por navarros y aragoneses: 128 hombres.

Tercera compañía, andaluces: 144 soldados.

Cuarta compañía, vizcaínos: 130 plazas.

Quinta compañía, asturianos: 118 hombres.

Sexta compañía, gallegos: 126 soldados.

Séptima compañía, catalanes: 121 hombres.

Octava compañía, formada por canarios, mallorquines, valencianos y de otras provincias del reino: 147 plazas.


El virrey, acompañado de la Real Audiencia, Cabildo y altos empleados, presenciaba el desfile desde la galería de Palacio. El pueblo, en la Plaza Mayor, palmoteaba y vivaba a cada compañía cuando su abanderado saludaba al representante de la corona.

Como el virrey era catalán, acaso por lisonjearlo, fue más estrepitoso el aplauso de la muchedumbre a la compañía catalana y a su capitán, que era nada menos que don Antonio de Amat, sobrino de su excelencia.

Un caballero andaluz que en la galería formaba parte de la comitiva palaciega, dijo a otro andaluz su vecino, no en voz tan baja que no alcanzase a oír sus palabras el virrey:

—Para insolencia y p... ; Cataluña.

El catalanismo del excelentísimo señor don Manuel de Amat y Juniet se sintió como picado de víbora, y sin volverse hacia el impertinente comentador, contestó:

— Para fachenda, holganza y truhanería, Andalucía.