DOÑA LEONOR
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Sí...ya llegué... Dios mío,
gracias os doy rendida.
(Arrodíllase al ver el convento.)
En ti, Virgen Santísima confío;
sed el amparo de mi amarga vida.
Este refugio es sólo
el que puedo tener de polo a polo. (Álzase.)
No me queda en la tierra
más asilo y resguardo
que los áridos riscos de esta sierra:
en ella estoy... ¿Aún tiemblo y me acobardo?...
(Mira hacia el sitio por donde ha venido.)
¡Ah!... nadie me ha seguido.
Ni mi fuga veloz notada ha sido.
... No me engañé, la horrenda historia mía
escuché referir en la posada...
¿Y quién, cielos, sería,
aquel que la contó? ¡Desventurada!
Amigo dijo ser de mis hermanos...
¡Oh cielos soberanos!...
¿Voy a ser descubierta?
Estoy de miedo y de cansancio muerta.
(Se sienta mirando en rededor y luego al cielo)
¡Qué asperezas! ¡Qué hermosa y clara luna!
¡La misma que hace un año
vio la mudanza atroz de mi fortuna,
y abrirse los infiernos en mi daño!!!
(Pausa larga.)
No fue ilusión... aquel que de mí hablaba
dijo que navegaba
don Álvaro, buscando nuevamente
los apartados climas de Occidente.
¡Oh Dios! ¿Y será cierto?
Con bien arribe de su patria al puerto.
(Pausa.)
¿Y no murió la noche desastrada
en que yo, yo... manchada
con la sangre infeliz del padre mío,
le seguí... le perdí?... ¿Y huye el impío?
¿Y huye el ingrato?... ¿Y huye y me abandona?
(Cae de rodillas.)
¡Oh Madre Santa de piedad! perdona,
perdona, le olvidé. Sí, es verdadera,
lo es mi resolución. Dios de bondades,
con penitencia austera,
lejos del mundo en estas soledades,
el furor espiaré de mis pasiones.
Piedad, piedad, Señor, no me abandones.
(Queda en silencio y como en profunda meditación recostada en las gradas de la cruz, y después de una larga pausa continúa:)
Los sublimes acentos de ese coro
de bienaventurados,
y los ecos pausados,
del órgano sonoro,
que cual de incienso vaporosa nube
al trono santo del eterno sube,
difunden en mi alma
bálsamo dulce de consuelo y calma.
(Se levanta resuelta.)
¿Qué me detengo pues?... corro al tranquilo...
corro al sagrado asilo...
(Va hacia el convento y se detiene.)
Mas ¿Cómo a tales horas?... ¡Ah!... no puedo
ya dilatarlo más, hiélame el miedo
de encontrarme aquí sola. En esa aldea
hay quien mi historia sabe.
En lo posible cabe
que descubierta con la aurora sea.
Este santo prelado
de mi resolución está informado,
y de mis infortunios... Nada temo.
Mi confesor de Córdoba hace días
que las desgracias mías
le escribió largamente
Sé de su caridad el noble extremo,
me acogerá indulgente.
¿Qué dudo, pues, qué dudo?...
Sed, o Virgen Santísima, mi escudo.
(Llega a la portería y toca la campanilla.)
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