El último día y noche de la humanidad
Finalmente llegó, el amanecer del último día de la humanidad. No hubo repercusiones, no se oyó ninguna clase de clamor en las calles o en los medios de comunicación. Pareciera como si todo el planeta hubiera aceptado solemnemente su hora final, su extinción del plano existencial, la actual realidad que les negó una segunda oportunidad.
El último saludo al sol fue como siempre fue y no volvería a ser jamás. El cielo cedió a la celeste luz matutina y las nubes estamparon sus figuras de algodón blanco sobre la cuidad de altas torres de cristal. Sin embargo, la atmosfera de aparente normalidad cotidiana no tardaría mucho en ser interrumpida por largos y bulliciosos ríos de luces sobre las carreteras. Millones de ciudadanos se pusieron en marcha en su último viaje, siendo sus destinos finales los rincones del mundo de donde provinieron, todos regresando a los agujeros de donde emergieron como semillas, expandiendo sus tallos hacia todos los rincones del mundo, convirtiéndose en individuos de alma y mente única, ahora retornando con honorable resignación hacia sus callejones, a con sus familias, a con sus seres amados de sangre o corazón, a expirar.
Todos los que tenían algún lugar hacia dónde ir, llegaron, los que aún tenían algo que agradecer, fueron gratos, aquellos que debían confesar, finalmente escupieron la verdad. Finalmente, como una dolorosa lección, el arrepentimiento superó a todos los miedos que ataron por largos años a las tímidas voces del verdadero ser.
Sin embargo, también estaban aquellas lamentables almas solitarias, personas a las que no le debían nada a nadie, o los desafortunados quienes no tienen o no les queda nadie en el universo a quienes recurrir por consuelo o compañía, ¿A dónde ir en tales circunstancias?, ¿Cuál era la diferencia entre el fatídico día llegado y los de los años vividos?
Las manecillas tocaron las doce del mediodía, una campanilla rompió el reflexivo silencio de los hogares, sumidos en una calma casi muerta de motivación alguna. Cualquier acción ahora carecía completamente de significado, las tareas el día a día habían perdido su razón de ser. Para aquellas personas atormentadas por el paso del tiempo y por la prisa por terminar una labor lo antes posible, esta parecía ser una extraña burla, específicamente para ellos; una moraleja que los quebró hasta recapacitar y entender que su intento de no perder el tiempo los había llevado a hacer precisamente aquello que deseaban evitar. Tanto dolor por un detalle tan pequeño, ahora insignificante.
…
Un viejo mendigo se frotó las manos y se recostó sobre la pared. ¡Vaya manera de terminar la vida!, pensó, y sin embargo, no se sentía triste ni profundamente arrepentido, no…ya no había más tiempo para aquello. Él tenía todo el derecho al consuelo, la vida no había resultado ser tan justa y grata con él, pero ahora, finalmente, estaba llegando a su fin. Con cada aliento que exhalaban sus arrugados labios, estaba un segundo cada vez más cerca al ocaso de su sufrimiento. Por fin, ¡A dormir!, un infinito descanso bien merecido, el ansiado desenlace de su triste historia.
Las calles comenzaban a vaciarse, la ruidosa y alegre plaza ahora solo era habitada por los espíritus de las vidas ausentes algunas vez caminantes y apresuradas.
No obstante, había aún quienes paseaban solitarios entre los parques, observaban las edificaciones, o incluso, tomados de las manos de alguien más, sonreían y recostaban la cabeza sobre el hombro, mientras la nostalgia pintaba de azul a las memorias que dichos lugares podían traer. Fue así que una pareja de jóvenes enamorados cruzó la acera, en frente del mendigo recostado sobre el muro.
-Buenos días – el anciano saludó alegre
Los dos novios detuvieron su paseo, intercambiaron miradas sorprendidas, y el joven decidió responder.
-Disculpe, me temo que ya son las doce del día – respondió mientras observó su reloj de muñeca El viejo señor soltó una amable risa, frotándose las manos
- ¡Oh!, de ser así, ¡Buenas tardes! – corrigió su saludo
- ¿No irá usted a reunirse con su familia? - continuó el joven, curioso
¿Familia?, ¿Era aquella alguna clase de broma del universo? El solitario mendigo soltó su aliento helado, desprovisto del calor jovial que alguien más cierta vez le negó. Sonrió e hizo notar su ronca y amistosa voz otra vez
- Así es, hoy iremos todos a reunirnos con nuestras familias
Ambos jóvenes permanecieron callados. Aquella era una irónica verdad, hoy el mundo entero volvería a verle los rostros de quienes los amaron, o en otros casos, les negaron sus manos de afecto…todos estos pensamientos estando sostenidos únicamente por la vaga y temblorosa idea reconfortante de haber algún recinto espiritual, más allá de la vida, aguardando, juicioso, por todos los habitantes de la tierra.
Dio el momento en dónde una mujer joven atravesó la acera en dónde se encontraban los tres personajes.
- ¡Buenas tardes! - el mendigo volvió a irradiar calidez con solo dos ásperas palabras
La mujer detuvo sus pasos, tan sorprendida como si finalmente cayera en la cuenta de que no estaba completamente sola en aquella desolada plaza de recuerdos agonizantes.
- Buenas tardes - devolvió el saludo, muy bajo, un susurro
- ¿Solía usted trabajar en el museo? - el mendigo volvió a hablar
- Sí, es ahí a donde me dirijo, ¿Cómo lo sabe?
- ¡Oh! - exclamó y juntó las manos, haciendo sonar sus frías palmas - es usted la señorita que siempre... ¡Siempre! corría apresurada, vistiendo un traje negro, muy elegante. Una vez le dio una patada a mi lata - levantó una lata de aluminio, la cual le servía usualmente para guardar sus escasas monedas - debía estar usted muy apresurada ese día
La mujer bajó la cabeza, un poco avergonzada.
La vergüenza, junto con todas las clases de sentimientos negativos, eran las cosas más absurdas en las que uno podría encerrarse en estas circunstancias.
- No se preocupe, ¡Fue un accidente! - el mendigo borró de la mente de la mujer cualquier emoción culposa
La mujer sonrió.
- Un momento, ¿No es usted quien le debía dinero al museo? - La mujer notó la presencia del joven
El joven pareció hundirse en preocupación, mas pronto recuperó la alegría en su rostro, no pudiendo evitar soltar una carcajada.
- ¡Tiene razón! - rio el joven - ¡Fue un accidente! Casualmente me apoyé sobre el pódium que sostenía un jarrón, y luego...bueno, ya entenderás lo que sucedió - rio junto a su novia, pues ambos sabían, ¡Todos sabían!, que ya nada, nada importaba
Otra pareja caminó por la misma acera.
- ¿¡Tú!? - el joven exclamó al reconocer a su amigo - ¡No sabía que tenías…!
El otro joven, amigo, sonrió, abrazando a la joven que tenía muy cerca a su lado.
- Sí, finalmente, hoy pude decirle lo que sentía, no tenía otra opción. Era hoy...o nunca
- ¡Ah, el amor! - habló el mendigo, repitiendo aquellas palabras alguna vez dirigidas a él, una frase que resonaba en los solitarios ecos en su mente, como una triste moraleja
Increíblemente, muchas más personas se quedaron atrapadas en la acera, invitadas a formar parte de una conversación entre desconocidos, anónimos, honestos y finalmente sinceros.
Había más personas sin rumbo, mas de lo que él mendigo creería. Muchos compartieron experiencias, sus propios senderos que los llevaron a su actual destino final.
Todos rieron, algunos lloraron, pero pronto recuperaron la alegría, pues el llanto parecía haber adquirido el mismo valor que un estornudo, solo una necesidad y un medio para liberar, pero no para caer...
No, ya no había tiempo para ello.
La tarde calentó su atmósfera sin la necesidad de frenar sus fríos vientos. Esta era otra clase de calidez, un fuego vivo y presente, rebosante de alegría, una bella luz que hace mucho se marchitó para el abandonado anciano de las apresuradas calles.
Nunca era lo suficientemente tarde para sentir lo más cercano a la dicha, al amor.
Una muchedumbre de donnadies se sintió mucho más unida que con las personas a las cuales se supone que deberían sentirse.
El cielo ahogó al celeste entre su manto naranja. Era hora de regresar a casa.
Era hora de dormir para siempre.
Hora de volver a abrazar al silencio callejero.
- Disculpe, ¿Le gustaría venir con nosotros?
El pobre mendigo, oyó, sorprendido. Frente a él se extendían las manos generosas de la primera pareja de jóvenes que conoció.
Él podría llorar, sintió sus vacíos años luchando por gritar...
No, ya no había tiempo para ello.
- Gracias - se reincorporó del suelo, con torpeza
"Gracias" repitió, dedicándole sus últimas voces a una entidad incierta.
...
Era la última noche de la humanidad, y la tierra entera se sumió en su oscuro nido de muerte.
Oscuro, pero cálido, por ahora vivo, y mientras vivo, feliz