El Demonio de los Andes/07

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VII : Las hechas y por hacer[editar]

Andaba Francisco de Carbajal en persecución del capitán Diego Centono y cogiendo prisioneros a los rezagados que éste, en su precipitada fuga hacia Quilca, iba dejando.

Una mañana trajéronle sus exploradores dos de los soldados de Centeno.

Era el uno hombre de marcial y noble aspecto; y el otro, reverso de la medalla, mellado de un ojo y lisiado de una pierna, parecíase a Sancho Panza en lo ruin de la figura.

Carbajal procedía siempre sumariamente con los prisioneros. Un par de preguntas, y lo demás era tarea del verdugo.

En esta ocasión empezó el Demonio de los Andes por interrogar al hidalgo y terminó por sentenciarlo. El prisionero, sin revelar una debilidad indigna, protestó con estas palabras:

-Guárdeme, Dios, Señor Carbajal, de una felonía, y no me dice la conciencia que la haya cometido para merecer la muerte a que vueseñoría me condena. En estas guerras de españoles contra españoles empecé sirviendo al rey, sin cambiar nunca de bandera.

- Entiendo -contestó Carbajal con su acostumbrada ironía- que vuesa merced quiere dejar a sus herederos una ejecutoria limpia, y sepa que lo ahorco por hacerle favor; pues siendo vuesa merced tan leal servidor de su majestad, el rey habrá de reconocerlo así y premiará en los hijos el mérito del padre. Desengáñese que, muriendo, hace buena obra en provecho de los suyos y que de agradecérsela han. Conque así, siga a este hombre, rece un credo cimarrón y déjese matar sin hacer ascos.

Volviéndose luego al otro soldado le preguntó:

-¿Cómo te llamas, abejorro?

-Cosme Hurtado para servir a Dios y a vueseñoría -contestó el de la ruin estampa.

Carbajal, al oír el apellido, soltó una estrepitosa carcajada, y dijo:

-¡Hurtado! ¡Hurtado! ¡Por el alma del Condestable! ¡Vaya un posma que no lo vi más feo en cuanto de la cristiandad tengo visto! Nómbrase hurtado, y no es bueno ni para hallado.

Y luego continuó:

-¿Cuál es tu oficio?

-Curandero.

-Cierto que, por la facha, eres más sucio que un emplasto entre anca y anca. ¿Y a muchos curas?

-Cúralos Dios, que no yo.

-Agudo eres, bribón, y eso te salva, que siempre gusté de hombres despiertos. Tómote a mi servicio para que cures las caballerías de mi escuadrón, y ten presente que te perdono las hechas y por hacer.

-Vengo en ello, que vueseñoría me cautiva con su generosidad perdonándome las hechas y por hacer -recalcó el homólogo de Sancho.

Corriendo los meses, volvió Centeno a tomar la ofensiva, y se presentó en Huarina con más de mil hombres aparejados para la batalla. Carbajal, cuyas fuerzas no excedían de la mitad, se dispuso también para el combate, confiando no en el número, sino en la mejor disciplina y armamento de los suyos. A pesar de las precauciones que el aguerrido maestre de campo adoptara, no pudo impedir que algunos descontentos se fugasen la víspera de la batalla al campo enemigo, y entre ellos encontrose Cosme Hurtado, antiguo soldado de Centeno.

Comprometida la batalla, Carbajal dio a sus arcabuceros esta voz de mando (que literalmente copiamos de varios cronistas):

-Hijos míos, no apurarse en hacer fuego, gastando en balde pólvora y plomo y puntería a los c.....s.

Y tan acertada fue la orden, que a la primera descarga quedaron fuera de combate ochenta realistas y el pánico se apoderó de sus filas.

Perdida, pues, por Centeno la batalla, cayó nuevamente prisionero el albéitar Cosme Hurtado. Cuando lo llevaron a presencia de Carbajal, éste lo cogió de una oreja diciéndole:

-¡Hola, pícaro! Hoy te ahorco.

-No puede ser, Señor Don Francisco, que vueseñoría es hombre de palabra y empeñada la tiene para dejarme con vida -contestó con desparpajo el prisionero.

-¡Mientes por mitad de la barba, belitre!

-Sean jueces estos caballeros. Vueseñoría me dijo un día en público, y testificarlo han más de ciento, que me perdonaba las hechas y por hacer. Ahora, si vueseñoría quiere olvidarlo, ahórqueme enhorabuena, que mala será para su fama, sobre la que echará el feo borrón de no haber honrado su palabra.

¡Miren por donde se apea el bellaco! -murmuró Carbajal-. Y lo peor es que dice cierto y que resguardo tiene en mi palabra de caballero.

Y el Demonio de los Andes, recelando que Hurtado tuviera en el estuche otras por hacer, lo puso en libertad, permitiéndole que fuera a reunirse con los realistas que, al mando del licenciado La Gasca, se aproximaban ya a Andahuailas.

Los españoles de aquellos tiempos, por depravados y descreídos que fuesen, llevaban hasta la exageración el cumplimiento de la palabra empeñada. Por esto se inventó, tal vez, el refrán que dice: «Al toro por las astas y al hombre por la palabra».