El anillo de amatista: X

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El anillo de amatista
de Anatole France
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X

El señor Bergeret se intranquilizaba por el giro de sus asuntos, y temía verse postergado; de pronto le sorprendió en su nueva casa la noticia de su ascenso. Sintió un gozo mayor de lo que parecía consentirle su progresiva ataraxia; concibió vagas ilusiones halagadoras, y se hallaba satisfecho y sonriente cuando se le presentó al anochecer el señor Goubín —su discípulo predilecto desde la traición del señor Roux— para acompañarle, según costumbre, al café de la Comedia.

Era una noche estrellada. El señor Bergeret, al pisar las piedras puntiagudas de la calle, miró al cielo, y como le interesaba la astronomía recreativa, con la punta del bastón señaló al señor Goubín una hermosa estrella roja sobre los Gemelos.

—Es Marte —dijo—. Me agradaría que hubiese anteojos bastante potentes para observar a los habitantes de ese planeta y sus industrias.

—Pero, querido maestro —indicó el señor Goubín—, ¿no me decía usted hace poco tiempo que el planeta Marte no está poblado, que los universos celestes hállanse inhabitados, y que la vida, al menos, tal como la concebimos, debe de ser una enfermedad propia de nuestro planeta, un enmohecimiento esparcido en la superficie de nuestro viejo mundo?

—¿He dicho eso? —preguntó el señor Bergeret.

—¡Claro que me lo ha dicho, querido maestro! —replicó el señor Goubín.

No se engañaba. El señor Bergeret, después de la traición del señor Roux había dicho, intencionadamente, que la vida orgánica es una podredumbre que roe la superficie de nuestro mundo enfermo, y añadió que esperaba, para gloria de los cielos, que la vida se produciría normalmente en los lejanos universos bajo formas geométricas de cristalización, "sin lo cual —había recalcado— no me produciría ningún placer contemplar la noche estrellada". Pero ya pensaba de otro modo.

—Me sorprende usted —le dijo al señor Goubín—. Hay motivos para suponer que todos los soles que ve usted lucir alumbran y dan calor a vidas y pensamientos. La vida, hasta sobre la Tierra, se reviste a veces con formas agradables, y el pensamiento es divino. Tengo curiosidad por conocer aquella hermana de la Tierra que flota en el éter sutil en oposición al Sol. Es nuestra vecina; sólo estamos separados de ella por catorce millones de leguas; poca distancia en los espacios celestes. Quisiera saber si en el planeta Marte los cuerpos vivientes son más hermosos que los de la Tiierra y las inteligencias más claras.

—Eso no se sabrá nunca —dijo el señor Goubín mientras limpiaba los cristales de sus lentes.

—Por lo menos —repuso el señor Bergeret—, los astrónomos observaron ya, con potentes objetivos, la configuración que presenta aquel planeta rojo, y sus observaciones concuerdan en reconocer numerosos canales. El conjunto de hipótesis, que se apoyan las unas en las otras para formar el haz de un gran sistema cósmico, nos conduce a creer que aquel planeta vecino es nuestro hermano mayor; y, desde luego, podemos imaginar que sean sus habitantes, a causa de su mayor antigüedad, más sabios que nosotros.

"Esos canales dan a los continentes que atraviesan un aspecto semejante al de Lombardía. A decir verdad, no vemos ni el agua ni las orillas, sino la vegetación que producen y que se manifiesta al observador como una línea débil y difusa más pálida o más oscura, según la estación, y que se percibe con más claridad desde el ecuador del planeta. Les damos los nombres terrestres de Ganges, Euripo, Fisón, Nilo, Orco. Son canales de regadío como aquellos en los que Leonardo de Vinci trabajaba, según dicen, para demostrar su pericia de excelente ingeniero. Sus sauces, siempre rectos, y los estanques circulares donde terminan, demuestran claramente que son obras de arte, resultado de una idea geométrica. La Naturaleza también es geométrica, pero no de este modo.

"El canal marciano, que los habitantes de la Tierra distinguimos con el nombre de Orco, es una maravilla incomparable; une pequeños lagos redondos, distanciados los unos de los otros por espacios iguales, que le dan el aspecto de un rosario. No es posible dudar: los canales de Marte fueron construidos por seres inteligentes."

De este modo el señor Bergeret poblaba el Universo con formas seductoras y pensamientos sublimes; animaba el vacío del espacio, porque le habían ascendido. Era un hombre muy culto, pero un hombre al fin.

Al entrar en su casa encontró una carta concebida en estos términos:

"Milán, a...

"Mi estimado señor y amigo:

"Ha confiado usted con exceso en mi ciencia. Lamento que no me sea posible satisfacer la curiosidad sentida por usted, según me indica, en el entierro del señor Cassignol.

"Mi atención sólo se ha fijado en nuestros antiguos cantos litúrgicos por aquello en que se refieren de uno u otro modo a la literatura dantesca, y nada puedo decirle que usted ignore referente a la prosa de difuntos.

"La mención más antigua que se conoce de dicho poema es la de Bartolomé Pisano, anterior a 1401. Maroni atribuye el Dies irae a Frangipani Malabranca Orsini, cardenal en el año 1278. Wadding, el biógrafo de la Orden seráfica, lo supone obra de fray Tomás de Celano, qui floruit sub anno 1250. Ninguna de estas dos suposiciones ha sido comprobada. Sin embargo, es probable que haya sido compuesta esa prosa en Italia durante el siglo XVII.

"El defectuoso texto del misal romano fue nuevamente estropeado en el siglo XVII. Una mesa de mármol que se conserva en la iglesia de San Francisco, en Mantua, presenta una transcripción más antigua y menos defectuosa del poema. Si usted lo desea, haré copiar, para enviárselo, el Marmor mantuanum. Me satisfará mucho que disponga usted de mí en esto como en todo. Nada para mí tan grato como servirle.

"En cambio, hágame el favor de copiar, si no le molesta, una carta de Mabillon, conservada en la biblioteca de su ciudad, donativo Joliette, colección B, número 3. 715, folio 70. El pasaje de la carta que me interesa particularmente se refiere a las Anécdotas, de Muratori, y lo consideraré mucho más precioso por ser usted quien me lo proporcione.

"A propósito de esto, le diré que Muratori no creía en Dios. Siempre he deseado escribir un libro acerca de los teólogos ateos, cuyo número es considerable. Perdone las molestias que le ocasiona mi petición, y deseo que se vea usted recompensado, al entrar en la biblioteca, por un tropiezo con la ninfa portera de cabellos dorados que oye con orejas purpurinas las frases amorosas, mientras balancea en las puntas de sus dedos las pesadas llaves que guardan antiguos tesoros. El recuerdo de esa ninfa me convence de que para mí acabaron los días de amor, y, en adelante, debo cultivar los vicios selectos. La vida sería realmente muy triste si el sonrosado enjambre de imaginaciones licenciosas no acudiera solícito a divertir la vejez de las gentes comedidas. Puedo comunicar esta esperanza suave a un espíritu cultivado como el de usted, capaz de comprenderla."Si viene usted a Florencia, le mostraré una musa, guardadora de la casa de Dante, y que vale tanto como su ninfa. Admirará usted sus cabellos rojos, sus ojazos negros, su pecho macizo y bien modelado, y reputará su nariz como una maravilla: encantadora, de regulares proporciones, recta y palpitante. Hago esta mención especial porque ya sabe usted cuán rarísimas veces forma la Naturaleza una hermosa nariz, y que por su desacierto en semejante labor estropea muchas caras bonitas.

"La carta de Mabillon que le ruego me copie empieza por estas palabras: 'Ni los cansancios de la edad, caballero...' Dispense mis impertinencias, y confíe usted, mi bondadoso amigo, en la sincera estimación y simpatía de su devoto.

"Carlos Aspertini.

"Posdata.—¿Por qué se obstinan los franceses en no reconocer un error judicial, evidente para toda inteligencia serena, y que sería tan fácil de reparar sin perjuicio de nadie? Busco las razones de su conducta sin poderlas descubrir. Todos mis compatriotas, toda Europa, todo el mundo comparten mi sorpresa. Siento infinita curiosidad por conocer la opinión de usted acerca del asunto.—C. A."