CIPRIANO:
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Gobernador de Antioquía,
virrey del gran césar Decio,
Floro y Lelio, de quien
fui amigo tan verdadero,
nobleza ilustre, gran plebe,
estadme todos atentos;
que por hablaros a todos
juntos a palacio vengo.
Yo soy Cipriano; yo
por mi estudio y por mi ingenio
fui asombro de las escuelas,
fui de las ciencias portento.
Lo que de todas saqué
fue una duda, no saliendo
jamás de una duda sola
confuso mi entendimiento.
Vi a Justina, y en Justina
ocupados mis afectos,
dejé a la docta Minerva
por la enamorada Venus.
De su virtud despedido,
mantuve mis sentimientos
hasta que, mi amor pasando
de un extremo en otro extremo,
a un huésped mío, que el mar
le dio mis plantas por puerto,
por Justina ofrecí el alma,
porque me cautivó a un tiempo
el amor con esperanzas,
y con ciencias el ingenio.
De éste discípulo he sido,
estas montañas viviendo,
a cuya docta fatiga
tanta admiración le debo
que puedo mudar los montes
desde un asiento a otro asiento;
y aunque puedo estos prodigios
hoy ejecutar, no puedo
atraer una hermosura
a la voz de mi deseo.
La causa de no poder
rendir este monstruo bello
es que hay un Dios que la guarda,
en cuyo conocimiento
he venido a confesarle
por el más sumo y inmenso.
El gran Dios de los cristianos
es el que a voces confieso;
que aunque es verdad que yo agora
esclavo soy del infierno,
y que con mi sangre misma
hecha una cédula tengo,
con mi sangre he de borrarla
en el martirio que espero.
Si eres juez, si a los cristianos
persigues duro y sangriento,
yo lo soy; que un venerable
anciano, en el monte mesmo,
el carácter me imprimió
que es su primer sacramento.
Ea, pues, ¿qué aguardas? Venga
el verdugo, y de mi cuello
la cabeza me divida,
o con extraños tormentos
acrisole mi constancia;
que yo rendido y resuelto
a padecer dos mil muertes
estoy, porque a saber llego
que, sin el gran Dios que busco,
que adoro y que reverencio,
las humanas glorias son polvo,
humo, ceniza y viento.
Déjase CIPRIANO caerse boca abajo en el suelo
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GOBERNADOR:
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(Verla la cara no quiero.) Aparte
Con ese vivo cadáver
todos sola la dejemos;
porque, cerrados los dos,
quizá mudarán de intento,
viéndose morir el uno
al otro; o sañudo y fiero,
si no adoraren mis dioses,
morirán con mil tormentos.
Vase el GOBERNADOR
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