Don Gutierre, bien está;
y quien de tan invencible
honor corona las sienes,
que con los rayos compiten
del sol, satisfecho viva
de que su honor...
GUTIERRE:
No me obligue
vuestra majestad, señor,
a que piense que imagine
que yo he menester consuelos
que mi opinión acrediten.
¡Vive Dios!, que tengo esposa
tan honesta, casta y firme
que deja atrás las romanas
Lucrecia, Porcia y Tomiris.
Ésta ha sido prevención
solamente.
REY:
Pues decidme;
para tantas prevenciones,
Gutierre, ¿qué es lo que visteis?
GUTIERRE:
Nada; que hombres como yo
no ven. Basta que imaginen,
que sospechen, que prevengan,
que recelen, que adivinen,
que... no sé como lo diga;
que no hay voz que signifique
una cosa, que no sea
un átomo invisible.
Sólo a vuestra majestad
di parte, para que evite
el daño que no hay; porque
si le hubiera, de mi fíe
que yo le diera el remedio
en vez, señor, de pedirle.
REY:
Pues ya que de vuestro honor
médico os llamáis, decidme,
don Gutierre, ¿qué remedios
antes del último hicisteis?
GUTIERRE:
No pedí a mi mujer celos,
y desde entonces la quise
más; vivía en una quinta
deleitosa y apacible;
y para que no estuviera
en las soledades triste,
truje a Sevilla mi casa,
y a vivir en ella vine,
adonde todo lo goza,
sin que nada a nadie envidie;
porque males tratamientos
son para maridos viles
que pierden a sus agravios
el miedo, cuando los dicen.
REY:
El infante viene allí,
y si aquí os ve, no es posible
que deje de conocer
las quejas que de él me disteis.
Mas acuérdome que un día
me dieron con voces tristes
quejas de vos, y yo entonces
detrás de aquellos tapices
escondí a quien se quejaba;
y en el mismo caso pide
el daño el propio remedio,
pues al revés lo repite.
Y así quiero hacer con vos
lo mismo que entonces hice;
pero con un orden más,
y es que nada aquí os obligue
a descubriros. Callad
a cuanto viereis.
GUTIERRE:
Humilde
estoy, señor, a tus pies.
Seré el pájaro que fingen
con una piedra en la boca.
Escóndese. Sale el infante don ENRIQUE
REY:
Vengáis norabuena, Enrique,
aunque mala habrá de ser,
pues me halláis...
ENRIQUE:
¡Ay de mí triste!
REY:
...enojado.
ENRIQUE:
Pues, señor,
¿con quién lo estáis, que os obligue?