Entra, no tengas temor;
que ya es tiempo que destape
tu rostro, y encubra el mío.
LUDOVICO:
¡Válgame Dios!
GUTIERRE:
No te espante
nada que vieres.
LUDOVICO:
Señor,
de mi casa me sacasteis
esta noche; pero apenas
me tuvisteis en la calle
cuando un puñal me pusisteis
al pecho, sin que cobarde
vuestro intento resistiese,
que fue cubrirme y taparme
el rostro, y darme mil vueltas
luego a mis propios umbrales.
Dijisteis más, que mi vida
estaba en no destaparme;
un hora he andado con vos,
sin saber por dónde ande.
Y con ser la admiración
de aqueste caso tan grave,
más me turba y me suspende
impensadamente hallarme
en una casa tan rica,
sin ver que la habite nadie
sino vos, habiéndoos visto
siempre ese embozo delante.
¿Qué me queréis?
GUTIERRE:
Que te esperes
aquí sólo un breve instante.
Vase don GUTIERRE
LUDOVICO:
¿Qué confusiones son éstas,
que a tal extremo me traen?
¡Válgame Dios!
Vuelve don GUTIERRE
GUTIERRE:
Tiempo es ya
de que entres aquí; mas antes
escúchame. Aqueste acero
será de tu pecho esmalte,
si resistes lo que yo
tengo agora de mandarte.
Asómate a ese aposento.
¿Qué ves en él?
LUDOVICO:
Una imagen
de la muerte, un bulto veo,
que sobre una cama yace;
del velas tiene a los lados,
y un crucifijo delante.
Quién es no puedo decir,
que con unos tafetanes
el rostro tiene cubierto.
GUTIERRE:
Pues a ese vivo cadáver
que ves, has de dar la muerte.
LUDOVICO:
Pues ¿qué quieres?
GUTIERRE:
Que la sangres,
y la dejes, que rendida
a su violencia desmaye
la fuerza, y que en tanto horror
tú atrevido la acompañes,
hasta que por breve herida
ella expire y se desangre.
No tienes a qué apelar,
si buscas en mí piedades,
sino obedecer, si quieres
vivir.
LUDOVICO:
Señor, tan cobarde
te escucho, que no podré
obedecerte.
GUTIERRE:
Quien hace
por consejos rigurosos
mayores temeridades,
darte la muerte sabrá.