¡Pluguiera a los cielos!
Que a quien juega, nunca faltan,
de esto o de aquello, dineros.
Antiguamente los reyes
algún oficio aprendieron,
por, si en la guerra o la mar
perdían su patria y reino,
saber con qué sustentarse:
¡dichosos los que pequeños
aprendieron a jugar!
Pues en faltando, es el juego
un arte noble que gana
con poca pena el sustento.
Verás un grande pintor,
acrisolando el ingenio,
hacer una imagen viva,
y decir el otro necio
que no vale diez escudos;
y que el que juega, en diciendo
“paro,” con salir la suerte,
le sale a ciento por ciento.
Diana:
En fin, ¿no juega?
Tristán:
Es cuitado.
Diana:
A la cuenta será cierto
tener amores.
Tristán:
¡Amores!
¡Oh qué donaire! Es un hielo.
Diana:
Pues un hombre de su talle,
galán, discreto y mancebo,
¿no tiene algunos amores
de honesto entretenimiento?
Tristán:
Yo trato en paja y cebada,
no en papeles y requiebros.
De día te sirve aquí;
que está ocupado sospecho.
Diana:
Pues ¿nunca sale de noche?
Tristán:
No le acompaño; que tengo
una cadera quebrada.
Diana:
¿De qué, Tristán?
Tristán:
Bien te puedo
responder lo que responden
las malcasadas, en viendo
cardenales en su cara
del mojicón de los celos:
“Rodé por las escaleras.”