mas no lo son para mí,
que al poner una mujer
de aquellas prendas la mano
al rostro de un hombre, es llano
que otra ocasión puede haber.
Y bien veis que lo acredita
el andar tan mejorado.
RICARDO.
Ella es mujer y él criado.
FEDERICO.
Su perdición solicita.
La fábula que pintó
el filósofo moral
de las dos ollas, ¡qué igual
hoy a los dos la vistió!
Era de barro la una,
la otra de cobre o hierro,
que un río a los pies de un cerro
llevó con varia fortuna.
Desvióse la de barro
de la de cobre, temiendo
que la quebrase, y yo entiendo
pensamiento tan bizarro
del hombre y de la mujer,
hierro y barro, y no me espanto,
pues acercándose tanto,
por fuerza se han de romper.
RICARDO.
La altivez y bizarría
de Diana me admiró,
y bien puede ser que yo
viese y no viese aquel día,
mas ver caballos y pajes
en Teodoro, y tantas galas,
¿qué son sino nuevas alas?
Pues criados, oro y trajes
no los tuviera Teodoro
sin ocasión tan notable.