No espero,
que habemos de saber dónde;
que es Sevilla confusión.
Y si en monasterio está,
¿quién, Feliciano, podrá
matarle en esta ocasión?
Lo mejor será enviar
a Sanlúcar dos soldados
para matarle pagados;
porque éste se ha de embarcar,
y no podrá conocellos.
FELICIANO:
Vámosle a buscar agora,
que es lo que importa.
DON PEDRO:
Señora,
pensé que esos ojos bellos
enterneciera la muerte
de don Diego, y tan airados
los hallo, que mis cuidados
crecen con rigor más fuerte;
que, por doblar mis enojos,
como a mi hermano un traidor,
me matan con más rigor
la espada de vuestros ojos.
Que, si no estáis ofendida...
FELICIANO:
¿De qué os aflige mi hermana?
¡No ha de amanecer mañana
este villano con vida! (Vase.)