Señora, no tengáis pena,
que aunque es bastante la causa,
por amigo de don Pedro
acompañé su venganza.
Que entré soberbio os confieso,
y, en viendo ese talle y cara,
amainé todas las velas.
Tengo sangre de Vizcaya;
lo que dijere una vez
será firme y sin mudanza.
Dadme licencia que os vea,
y en esta ocasión os valga;
que vive Dios de poner
un millón que hay en mi casa
por vuestro servicio, y luego
honor, sangre, vida y alma.