En tal ocasión, hermano,
y más si amor te enloquece,
era lo cierto decir,
como hombre cuerdo y prudente:
«Yo tengo en casa una hermana,
que en esta ocasión os puede
tener consigo entretanto
que este negocio remedien
ruegos, dineros y amigos.»
FELICIANO:
Luego si yo la trujese,
¿la tendrías tú contigo?
LEONARDA:
¿Eso dudas? ¿Luego entiendes
que tengo el alma de piedra?
Iré por ella si quieres,
y si hay lugar en tristezas,
le diré lo que mereces.
FELICIANO:
¡Ay, Leonarda de mis ojos!
A tus pies quiero atreverme
a pedirte que me obligues,
y que esta dama consueles.
Haz poner el coche, y parte
a la calle, que parece
que, estando a los pies de un ángel,
entonces fue de la sierpe.
Toma mi hacienda, mi vida,
como sola el alma dejes,
y esto porque no la tengo.