Epítome de las Historias filipícas de Pompeyo Trogo: Libro segundo

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☙ LIBRO SEGUNDO ❧

En el cuento de las cosas hechas por los escitas: las cuales fueron harto esclarecidas y magníficas, me pareciera bien hacer su principio, desde el primer origen: porque no fueron menos ilustres en los principios que después lo fueron en los sucesos del imperio, ni menos claros, por la virtud de las mujeres que de los varones: porque ellas establecieron el señorío de los Partos y Bactrianos, ellas principiaron y fundaron el señorío de las Amazonas, que después sucesivamente se hicieron muy amplificados reinos. De manera que quien bien quisiere considerar los hechos de las mujeres con las de los varones no se sabrá determinar: cuales hayan sido más notables e insignes.

Esta gente de los Escitas fue tenida siempre por muy antigua: aunque muchos días hubo contienda entre ellos y los Egipcios, sobre la antigüedad del linaje: pretendiendo cada una de estas naciones hacerse los unos más antiguos que los otros: porque los Egipcios decían que en el principio del mundo unas tierras ardían con grandes calores, y otras eran cubiertas de hielos


y nieves, y por consiguiente muy frías: y que por tanto ni las unas ni las otras eran convenientes para la generación de los hombres, ni para la habitación tampoco: hasta que después con el proceso del tiempo se hallaron por la industria e ingenio humano las vestiduras y atavíos con que defender los cuerpos, y así mismo las casas y edificios: para con ellos mitigar los vicios que las tierras de su naturaleza tienen de semejantes injurias: y que Egipto por el contrario era en sí tan templada que en ella ni se sentían los fríos excesivos del invierno, ni los desordenados calores del verano: y además de esto que la tierra era fértil, y tanto que ninguna otra también como ella produce los frutos a la humana vida necesarios: y que era verosímil y conforme a toda razón: pensar los hombres haber nacido primero en aquella parte donde se pudieron mejor criar y sustentar.

Los Escitas en contra alegan que la templanza del aire, no se había de tener por argumento ni señal de antigüedad: porque decían (y conforme a razón) muy bien que la naturaleza que distinguió las regiones así por frío y calor también creó los animales aptos y convenientes para cada una de ellas para que bien y sin muy grande dificultad pudiesen sustentar y sufrir las pasiones que en ellas hubiese: y que ni más ni menos habían sido diversificadas las simientes y árboles según la diversidad de las tierras, y en su favor hacían un argumento, diciendo en esta forma. Cuanto el aire en la Escitia es más recio y áspero, tanto son los hombres de ella:


así en los cuerpos como los ingenios más recios para poderlo tolerar: y que si estas partes del mundo que ahora están divididas en algún tiempo fueron una misma cosa: y esto ahora fuese por agua, ahora por fuego, que según diversos filósofos fueron principio de todas las cosas del mundo: el universo del cual estaba todo ocupado antes de la creación: por cualquiera de estas vías, los Escitas habían sido primero: porque si fuego fue el primero que al principio poseyó el mundo, y de él todas las cosas se hicieron: no hubo parte que primero se descubriese que la septentrional, por causa de su frialdad: y que Egipto y todo el Oriente se había muy tarde descubierto y templado pues aún ahora parecen arder aquellas partes y tener excesivo calor. Y por el contrario si todo fue agua: ninguna parte principal se descubrió que la Escitia por ser tierra más alta y donde las aguas pueden mejor correr para lo bajo y que en los bajos duro el agua mucho más tiempo: por donde claro parece constar que tanto cuanto cada una tierra antes se secó, tanto antes que en las otras, en ella se engendraron los animales. Y allende de todo lo dicho la Escitia es cierto ser harto más alta que todas las tierras que vemos: y la razón por donde consta ser esto así, es porque todos los ríos y fuentes que en ella nacen, van a parar a la laguna Meótide y de allí al Mar de Ponto: y después al de Egipto. Al contrario experimentamos de Egipto, que con muchas dificultades, gastos y trabajos de reyes y súbditos, haciendo continuos pertrechos,


municiones y amparos apenas se han podido ni pueden defender, de las inundaciones y diluvios de las aguas que en ella de cada día concurren: ni se pudo ni se podría habitar, si con arte e industria, el Nilo hubiesen echado y echasen cada hora por fuerza, por ciertos canales: mayormente que aquella tierra parecía recién fundada del cieno que el Nilo cada año trae: y de los amontonamientos y valladares que los reyes de tierra hacían. Con estos argumentos vencidos los Egipcios siempre los Escitas fueron juzgados más antiguos.

Los términos de la Escitia son estos. Ella se extiende bien hacia el oriente y de la una se encierra con el mar de Ponto: de otra con los Montes Ripeos, y por la otra se termina con la Asia y el río Fasis: ocupa mucha parte de tierra así en amplitud y anchura, como en largueza. Los habitantes de ella entre si no tienen términos: porque no labran la tierra ni menos tienen casas ni habitaciones ciertas. Todos son pastores de ganados, con los cuales se andan apacentándolos por las soledades y desiertos donde haya mejores hierbas: y consigo llevan los hijos y mujeres en unos carros cubiertos con cueros y pellejos de animales: de los cuales carros usan en lugar de casas para guardarse de las lluvias y otras injurias del demasiado sol y aire. Son gente que mantiene mucha justicia, y esto más por su condición y buen natural, que no por leyes. Ninguna maldad hay entre ellos que sea mayor que el hurtar: porque como no tienen casas ni lugares donde guardar sus haciendas: no


podrían vivir si el hurtar entre ellos se permitiese usar. El oro y la plata tanto lo menosprecian, como nosotros lo deseamos. Se sustentan con leche y miel: no saben los usos de la lana ni de las ropas que de ella se hacen: aunque más frío haga. Continuo solamente se visten de pellejos de bestias fieras y de ratones. De aquí procede que por ser tan constantes en sus usos aumentan en tanto grado la justicia y rectitud en que viven: porque no desean nada de lo ajeno. La codicia de las riquezas no la hay sino donde hay el uso de ellas: y placiese a dios que todos los hombres tuviesen la misma templanza y abstinencia de lo ajeno: porque la codicia de las riquezas sacadas de entre los hombres en la verdad no habría tanta muchedumbre de guerras como de continuo tenemos, ni morirá como mueren más hombres a cuchillo que por muerte natural o condición de los hados. Y por cierto que parece cosa digna de mucha admiración haberles a ellos naturalmente concedido aquello que a los griegos con toda la doctrina de los sabios y preceptos de filósofos no pudieron alcanzar. Y que las costumbres de las gentes tan ejercitadas en las artes y filosofía sean vencidas por comparación de la inculta barbarie: PORQUE MUCHO MÁS APROVECHA ENTRE AQUELLAS GENTES LA IGNORANCIA DE LOS VICIOS, QUE ENTRE ESTOS OTROS LA NOTICIA Y CONOCIMIENTO DE LA VIRTUD. Pero dejaremos ahora está por


tornar a el cuento de estos Escitas, los cuales tres veces intentaron y acometieron de poseer y ocupar todo el imperio de la Asia quedando ellos siempre, o sin recibir daño o a lo menos nunca vencidos según les vino ahora con Darío rey de los Persas que lo alcanzaron lejos de su tierra e hicieron tornar atrás con muy fea huida, y a Ciro antes habían muerto con todo su ejército. Ni más ni menos hicieron a Zapirón capitán de Alejandro Magno, el cual algún tiempo después fue desbaratado su ejército y muerto él y todos los que consigo traía. Las armas de los romanos aunque las oyeron y conocieron por fama nunca las experimentaron. Allende de esto ellos fundaron y dieron principio al reino de los Partos y los Bactrianos que son en si gente áspera y recia, para los trabajos y cosas de guerras alcanzan demasiada fuerza de miembros, ninguna cosa intentan que piensan no salir con ella: en las guerras no quieren ni desean otra cosa sino salir con la honra de la victoria.

El primero que contra los Escitas movió guerra fue Vexores rey de Egipto: el cual antes que en la tierra de ellos entrase envió sus embajadores para que les denunciase y requiriese si le querían obedecer sin guerra. Pero los Escitas siendo ya primero avisados de su venida por los comarcanos respondieron a los embajadores: que por cierto un tan gran capitán y señor de pueblos tan ricos no había hecho cuerdamente en mover guerra contra unas gentes tan pobres como los Escitas: los cuales el antes debería de temer y aun


huir: porque la fortuna de la guerra era muy variable: y el cuento y cabo incierto: los premios o provechos ningunos: los daños y pérdidas muy conocidos. Por tanto que no esperarían a que el viniese por no darle tanto trabajo, y también porque él traía consigo cosas más de desear que no lo eran las que ellos tenían y que por todas estas causas era razón de salirle a recibir y que así lo harían: y no hubo tardanza ni dilación en la obra de cumplirlo: porque así como lo habían dicho luego con mucha celeridad lo pusieron por obra y partieron para aquella parte por donde supieron que venía Vexores. Oída la presa que ellos traían no osando esperarles a la hora convirtió en huida el denuedo y osadía con que había pedido la obediencia: y dejando todo el ejército con todo el aparato de guerra muy temeroso y amedrentado se retrajo hasta su reino: donde los Escitas también procuraron llegar y aun de entrar sino que las muchas lagunas los impidieron.

Cuando ya los Escitas se vieron fuera de su tierra porque no pareciese que se volvían sin hacer alguna cosa notable, comenzaron a entrar conquistando por medio de la Asia: en donde venciendo batallas y ganando pueblos, hicieron muchas gentes sus súbditas y tributarias: aunque los tributos eran pequeños y más por título y nombre de victoria e imperio que no por premio ni pago del vencimiento. En pacificar las tierras que ganaron y componer y ordenar las cosas de ellas se detuvieron XV años enteros: al cabo de los cuales fueron llamados de su tierra


por sus mujeres: las cuales enviados mensajeros les denunciaron, si no quisiesen volver que ellas procurarían de haber generación de los pueblos vecinos y comarcanos: porque no querían que el linaje de los Escitas por parte de las mujeres para adelante se perdiese.

Pues a estos Escitas fue la Asia tributaria bien mil quinientos años: hasta que vino Nino rey de los Asirios: el cual la exento y libro de la sujeción que tenían a gentes extrañas: y puso fin en aquel pagar de tributo.

En este medio tiempo hubo dos mancebos de sangre real el uno llamado Plinos y el otro Escolopito, los cuales desterrados de su tierra por ciertos bandos y disensiones que se rescresieron entre los grandes y principales llevaron consigo grande muchedumbre de mancebos e hicieron su asiento junto al río Termodonte en la tierra de Capadocia, y también ocuparon los campos temisterios que estaban en lo bajo y allí vivieron muchos años usando siempre robar y despojar a sus vecinos. Pero al fin hecha la conspiración y conjuración de los pueblos, ellos fueron por cautela y engaño muertos.

Sus mujeres de estos Escitas por esta manera muertos viendo que sobre el destierro de los maridos les había sobrevenido otro mayor mal que era quedar viudas: y que ya no tenían quien las ampararse ni favoreciese, fueron puestas en necesidad y determinación de tomar armas por si: y al principio defendían su tierra lo mejor que podían: y después andando el tiempo no contentas con esto haciéndose ejercitadas en el uso de las armas y


batallas acostumbradas y cebadas en el deleite de señorear y vencer de nuevo cobraron ánimo y atrevimiento para salir a conquistar la ajena. Y allende de esto perdieron la gana y deseo que hasta allí había tenido de juntarse ni casarse con varones diciendo ser aquel un género de servidumbre introducido debajo de este título y nombre de matrimonio: y de esta manera dieron de sí singular ejemplo, y dejaron memoria para todos los siglos venideros: porque no sólo acrecentaron su república sin varones: pero aun sin miedo y con menosprecio de ellos la defendieron. Verdad es que no todos los varones de su tierra habían sido muertos, que algunos de ellos habían quedado en sus casas: pero por que no pareciese que entre ellas algunas había de más privilegio ni mejor librada que las otras: para que todas fuesen iguales, de común parecer y consentimiento acordaron de matar todos aquellos que en sus casas habían quedado: y luego pusieron por obra: y así mismo se pusieron en vengar la muerte de sus maridos con el vencimiento y destrucción de sus comarcanos: y sobre todo el daño que hicieron después tornada a alcanzar la paz por fuerza de las armas: porque su generación no se perdiese acordaron de juntarse en ciertos tiempos con los vecinos para de ellos concebir y poder multiplicarse: y si de este concúbito o juntamiento nacían varones, a la hora luego los mataban: y si hembras las criaban según sus costumbres con mucha diligencia ejercitándolas, no en hilar ni labrar como las otras mujeres, sino en hechos y cosas de guerra y armas.


Tomaron también por uso de quemarse la tetilla derecha luego de nacer, porque no les fuese impedimento después para el bracear y poder tirar sus lanzas o flechas. Y de aquí también principalmente tomaron este nombre de Amazonas que en lengua griega quiere decir mujeres sin tetas. Dos reinas hubo entre ellas muy señaladas de quien principalmente se hace mención, Marpesia y Lampedo: las cuales partida entre sí la gente y después de haberse hecho ricas y poderosas hacían guerras a tiempos, ahora la una, y después la otra con mucha solicitud y cuidado defendiendo sus términos. Y por engrandecer más y que no carecieran de autoridad sus hechos ni pudiesen venir a ser tenidas en poco, y para sublimar y hacer más magnífico su nacimiento, hicieron que se publicase entre las gentes que eran hijas del dios Marte.

Estas sujetaron la mayor parte de la Europa y entraron dentro de la Asia: donde tomaron algunas ciudades, y fundaron la ciudad de Éfeso, y otras algunas: desde allí enviaron una parte de ellas a su tierra con gran presa y despojos de lo que en las guerras habían ganado, quedando las otras para defender lo que de la Asia habían conquistado. Más no pasó después mucho tiempo que las que quedaron hecho con curso de los Bárbaros no fueron todas muertas juntamente con Marpesia su reina que también murió allí. En su lugar sucedió después en el reino Oritía hija suya: aunque otros quieren decir que no se llamó sino Otrera que fue una doncella de todas las otras muy estimada y acatada


así por su maravillosa industria y saber en la guerra, como por su virtuosa constancia: la cual sobre todo guardo en nunca quebrantar ni corromper la integridad de su casta y limpia virginidad: en el cual estado se conservó por toda la vida. Por sus virtudes y buenas costumbres de esta Oritía se aumentó tanta fama y gloria a las gentes de las Amazonas: que Euristeo rey de Micenas ciudad de Acaya debajo de cuyo imperio y mando Hércules estaba y por cuyo mandado iba a conquistar con las fieras y probar y hacer grandes experiencias de su virtud como en sus doce trabajos se cuenta entre las cuales fue este uno que le pidió, le trajese las armas de la reina de las Amazonas: juzgando ser cosa imposible poderla nadie despojar de ellas. En esta demanda y conquista se partió Hércules acompañado de los más principales mancebos de Grecia en una armada de nueve naos: y llegados en la provincia donde habitaban las tomo desapercibidas y sin pensamiento ni recelo de tal cosa. Reinaban a la razón entre las Amazonas de cuatro hermanas que eran las dos las cuales eran Antíope y Oritía, o por otro nombre Otrera: y esta Oritía a la sazón no se halló allí: porque andaba haciendo guerra fuera de sus reinos: y como con ella fuesen idas la mayor parte de las mujeres de guerra cuando Hércules vino a tomar puerto en su rivera, hallándose muy pocas con Antíope: y esas desapercibidas, porque no se recelaba en aquel tiempo de ningunos enemigos: aunque no por eso perdieron el ánimo, más antes luego en oyendo


decir como Hércules venía todas las que allí se hallaron armándose muy de prisa como en cosa de arrebato se acostumbra, acudieron al puerto donde por ser pocas y no apercibidas muy fácilmente y sin ningún trabajo fueron vencidas y muertas muchas de ellas y otras cautivas. Entre las prisioneras fueron halladas dos hermanas de Antíope, la una llamada Menalipa y esta fue tomada por Hércules, la otra llamada Hipólita por mano de Teseo: de las cuales Teseo tomó la suya casi como en premio y galardón de la batalla: y tomándola por mujer engendró en ella un hijo llamado Hipólito.

Hércules alcanzada la victoria de la batalla restituyo a Menalipa tomando en cambio y rescate las armas de la reina en cuya demanda había venido: y por esta manera cumplido el mandamiento del rey Euristeo se volvió a su tierra.

Como Oritía después supo el hecho de esta guerra y como le habían llevado a Hipólita su hermana y como el que la tenía era Teseo rey de Atenas, luego comenzó a inducir y amonestar a sus compañeras para que junto con ella quisieran vengar aquella injuria, diciéndoles cuán poco fruto ni honra se les figura de haber vencido y hecho señoras de Ponto y de la Asia, si los griegos se fuesen jactando de haberse atrevido a venir en su tierra: y no tanto por hacerles la guerra y vencerlas como por robarlas.

Demás de esto pidió ayuda a Sagilo rey de los Escitas contándole muy por extenso el daño que habían recibido, la necesidad en que estaban, y la causa por la cual emprendía aquel hecho,


añadiendo también y trayendo a la memoria como ellas eran del linaje de los Escitas por cuya causa y razón eran obligados a defenderse y favorecerse los unos a los otros: y especialmente los Escitas les eran en mucha obligación a las Amazonas viendo como por su virtud ellas siendo mujeres habían sido bastantes y poderosas a hacer notorio a todas las otras naciones que entre los Escitas no fuesen tenidas en menos ni por de menor ánimo y fuerzas las mujeres que los hombres. Con estas razones y otras muchas de esta calidad, fue tan bastante esta señora: que bastó a inducir y traer a Sagilo a que le diese su favor y socorro. Movido a hacerlo por parecerle que aquella era gloria para su nación y tierra: y así envió con ella a su hijo Panaságoro con mucha gente de a caballo para que la favorecieran, en caso que poco fruto ni utilidad les hizo esta ayuda: porque después estando sobre Atenas en los reales, nacida disensión entre los Escitas y las Amazonas, antes de dar la batalla las desampararon: y quedando ellas solas muy fácilmente fueron vencidas y sobrepasadas por los Atenienses. La verdad es que todavía los Escitas las favorecieron y aprovecharon: porque recogidas a su real de ellos con su ayuda ser favorecidas se defendieron tan bien que sin recibir daño ninguno se volvieron todas a su tierra, en la cual murió Oritía.

A esta sucedió después en el reino Pentesilea la cual en la guerra troyana venida en favor del rey Príamo contra los Griegos hizo muy señalados hechos, y dio de sí grandes muestras


de virtud entre aquellos fortísimos varones donde murió perdida la mayor parte de su ejército: y las pocas que quedaron teniendo harto que hacer en defenderse de sus vecinos enemigos: se sostuvieron hasta la edad de Alejandro Magno en cuyo tiempo Minitia, o según otros Talestris salió al encuentro a este Alejandro: y pidiéndole su amor o concúbito le alcanzó: y teniendo su ajuntamiento con él, estuvieron juntos por espacio de catorce días continuos deseando esta reina mucho haber generación de tal padre: y después vuelta a su tierra en muy breve tiempo hizo fin, pereciendo en ella toda la memoria y nombre de las Amazonas.

Mas volviendo a las cosas de los Escitas, ellos hicieron otra tercera expedición en la Asia donde se detuvieron largos días estando ausentes de sus mujeres e hijos en el espacio de siete años donde después sucedió que al tiempo que volvieron a sus casas fueron recibidos con guerra de sus esclavos. Porque las mujeres hartas de esperar después de tan larga ausencia: creyendo que ya no se detenían en guerra sino que eran todos muertos o perdidos se juntaron con otros nuevos maridos: y estos fueron los esclavos y criados que ellos habían dejado para guarda de sus ganados. Los cuales viendo volver a sus señores con victoria: como tuviesen en la memoria el hierro y traición que contra ellos habían cometido: temerosos de su mal determinaron resistirlos. Y así los salieron a recibir, y no como a señores, sino como a extraños defendiéndoles la entrada de la tierra, y así pelearon


los unos contra los otros diversas veces y con diversos sucesos y acontecimientos vacilando la victoria ahora a la una parte ahora a la otra.

Hasta tanto que determinaron los Escitas de mudar el género y manera de pelear: porque no faltó entre ellos alguno que los amonesto lo hiciesen así: trayéndoles a la memoria que no lo habían con enemigos sino con esclavos: los cuales no se habían de vencer por la virtud de las armas, sino con la fuerza del dominio y señorío que sobre ellos tenían: y que por tanto habían de llevar a la batalla de allí adelante, no lanzas, ni espadas, ni otras armas ningunas: sino solo los azotes y palos con que los solían castigar: y todos los otros instrumentos que más los esclavos suelen temer. Así que aprobado este consejo y parecer por todos, cada uno se apercibe en la forma y manera acordada como les fue mandado: y como vinieron a confrontar con sus enemigos tomándolos de súbito, y a deshora les mostraron los azotes amenazándolos con ellos y diciéndoles palabras de que los señores suelen usar cuando acostumbran a castigar a sus siervos. De la cual cosa los esclavos que estaban descuidados se vieron tan turbados: que lo que las armas no habían podido acabar, lo acabo muy presto el temor de los azotes: porque a la hora fueron vencidos y volvieron a las espadas no como enemigos vencidos, sino como esclavos fugitivos. De los cuales cuantos pudieron ser presos y habidos a las manos, todos fueron ahorcados y puestos en sus palos. Las mujeres viendo también el aleve y maldad que contra sus


maridos habían cometido, algunas se colgaron de lazos y otras se mataron a cuchillo. De manera que todas vieron tan desastroso como malo y triste fin: y de allí en adelante siempre hubo paz por largos tiempos entre los Escitas: hasta que vino a reinar Lantino contra el cual Darío rey de la Persia según arriba se contó movió guerra, porque no le había querido dar una hija suya en casamiento. Este Darío entró en la Escitia con seiscientos mil hombres de pelea y lo que allí después le sucedió fue, que no queriendo los enemigos salir con él a batalla, él temiendo no le ocupasen el paso del río Istro y le encerrasen: de manera que no pudiese tornarse después dio la vuelta hacia atrás. Más antes que saliese de aquella tierra perdió noventa mil hombres: caso que entre tanta muchedumbre no se sintieron ni echaron menos: y esto fue lo más memorables de los Escitas. Darío después de que allí se partió tomó por fuerza de las armas la Asia y a Macedonia y las puso debajo de su señorío e imperio: y así mismo venció los Jonios por mar en batalla naval: y al fin sabido que los Atenienses habían tomado armas en favor de los Jonios contra el, volvio todo el ímpetu de la guerra contra los Atenienses.

Pues a esta coyuntura somos llegados que las cosas de los de Atenas se ha de escribir: las cuales no solo excedieron la esperanza de lo que se podía hacer, pero también la fe y crédito de todo lo hecho: mostrándose mayores en obra de lo que nadie pudiera desear. Y que por la ocasión también parece que lo demanda, será bien en


breve repetir su origen que no como todas las otras gentes de soeces y bajos principios crecieron en tanta alteza: antes solos ellos se glorian y jactan así de la nobleza de su origen como del sucesivo aumento que después tuvieron. Porque no fueron advenedizos, ni gentes llegadas por hay de la hez del pueblo los fundadores y primeros edificadores de aquella ciudad: sino que en el mismo suelo y lugar donde habitaron nacieron y traen su origen de allí donde tienen su asiento.

Estos se glorian de haber sido los primeros inventores de las artes del lanificio que es del hilar y tejer y de semejantes artes: y que también enseñaron el uso del aceite y del vino: y así mismo la manera de como se había de labrar y sembrar la tierra: y después coger los frutos para el mantenimiento y sustento de los hombres. Los cuales hasta entonces no sabían ni tenían noticias de otros mantenimientos ni manjares sino de solo bellotas. Y de aquí también emanaron y procedieron todas las buenas letras y las artes de la elocuencia: y toda la policía y orden de vivir y regimiento popular: porque todas estas artes tenían a Atenas por propio domicilio y morada.

Antes de Deucalión reinó en ella Cécrope: el cual según la manera de hablar fabulosamente de los antiguos fue llamado biforme que quiere decir de dos formas o naturalezas: porque el fue el primero que juntó por matrimonio a el hombre con la mujer. A este sucedió Cránao: el cual tuvo una hija llamada por nombre Átice: de quien después toda la región tomó denominación: y se llamó Atenas.


El tercer rey fue Anfictión y este fue el que consagró aquella ciudad a Minerva a quien tenían por diosa del saber y favorecedora de los ingenios: y del nombre de ella que en griego se llama Atenea fue llamada la misma ciudad Atenas.

En el tiempo de este hubo un gran diluvio e inundación de aguas que echaron a perder toda la mayor parte de Grecia: sólo se escaparon los que se acogieron a las alturas de los montes o metidos en algunas barcas se acogieron a Tesalia al rey Deucalión el cual con mucho amor y compasión los recibió recogiéndolos y reparándolos lo mejor que pudo. Y por esta razón tomaron principal ocasión los poetas de fabulosamente decir que este reparo el género humano y lo torno a reformar después de consumido por las aguas.

Procediendo el tiempo por orden de sucesión vino el reino a Erecteo en cuyo tiempo fue inventado y constituido el sembrar del trigo cerca de Eleusis ciudad vecina de Atenas por un hombre llamado Triptólemo: en memoria del cual beneficio se instituyeron los nocturnos sacrificios de la diosa Ceres: que por otro nombre se llamó Eleusina. También reinó en Atenas Egeo padre de Teseo que tuvo por mujer a Medea y vivió con ella algún tiempo hasta que después viendo crecido a Teseo su antenado hizo divorcio con él y con un hijo que de él tenía llamado Medo, y se fue para Colquis. Muerto Egeo vino el reino a Teseo, y de Teseo a Demofonte su hijo que era uno de aquellos que en favor de los griegos fueron contra Troya.


Había entre los Atenienses y los Dores algunas enemistades antiguas las cuales los Dores determinaron vengar por guerra: y para esto enviaron a consultar los oráculos sobre el fin que en ello habrían y les fue respondido que serían vencedores si no matasen al rey de los Atenienses por cuya causa venidos sobre los Atenienses luego lo primero que hicieron los Dores fue hacer mandamiento y pregón general que todo hombre se guardase de matar al rey de los Atenienses.

Reinaba en aquellos tiempos en Atenas Codro (varón señalado: el cual según algunos cuentan tenía orejas como asno). Este príncipe sabida la respuesta del oráculo y el mandamiento de sus enemigos de que ninguno le matase: determinó de dejar el hábito e insignias reales: y vistiéndose unas vestiduras de labrador remendadas y pobres tomando un haz de sarmientos y una hoz de podar se fue a meter por medio del real de sus enemigos. Y viéndose en medio de ellos, como él a sabiendas con su hoz hiriese a un soldado de ellos por indagarle y conmover a ira contra sí, el otro no pensando quien fuese airado contra él alcanzó su espada le hirió y mató. Conocido después por otros que sobre él vinieron visto como aquel muerto era el Rey de Atenas, sin más detenerse los Dores levantaron su Real y se fueron: y por esta vía los Atenienses por la virtud de su buen Rey y capitán (que por la salud de su patria se ofreció a la muerte) quedaron libres de la guerra. Después de Codro no hubo más Rey en Atenas, lo cual se hizo: porque más memoria


hubiese de él en el mundo, por ser el último rey. Y de allí en adelante mudaron la forma de gobierno, eligiendo magistrados y oficiales que por años tuviesen la administración de la república.

A la sazón no tenían leyes: porque hasta allí el albedrío y parecer de su príncipe tenían por ley: y por esta razón escogieron entre todos los hombres sabios y prudentes de su ciudad a Solón varón notable y de mucha virtud y justicia para que como de nuevo fundase la ciudad con leyes y ordenanzas. El cual en hacer los estatutos y leyes guardo tanta modestia y templanza, que concordándolas entre los del pueblo y los nobles a voluntad de todos de los unos y de los otros supo ganar gracias: como quiera como todo lo que en favor de los unos y de los otros ordenase parecía que lo que a los unos contentase había de ser odioso a los otros. Entre otras señaladas cosas que de este excelente varón se cuenta es esta una.

Entre los de Atenas y Mégara otra ciudad había habido muy graves debates y contiendas sobre el señorío y propiedad de la isla Salamina: tanto que muchas veces pelearon y contendieron entre sí y llegaron con la cosa a términos de ni quedar unos ni otros. Por cuya causa los Atenienses visto el mucho daño que de aquel debate y contienda se les recrecía, mandaron so pena de muerte que ninguno fuese osado de hablar ni hacer mención de recobrar la isla de los enemigos. Solón considerando por una parte el peligro que corría si hablase y por otra el daño que la república recibía en el callar por privarse del señorío


de su isla, acordó hacerse el loco. Y fingiendo que le había tomado furor o frenesí anduvo algunos días así por las calles para después (como lo hizo) tener licencia para no solo decir, más aún hacer lo que le agradase sin pena ninguna. Y de esta manera un día se fue a la plaza en habitó feo y no decente a su persona: por mejor poder mostrar con este atavió y poco sosiego de su persona ir hombre ajeno de todo su seso. Y llegado a la plaza como se llegasen muchos alrededor de él por ver la novedad comenzó a cantar y decir versos: cosa que nunca jamás el solía acostumbrar: y con ellos inducía a los Atenienses a tomar la isla. Y fueron de tanta eficacia y virtud estos versos, y sus palabras hicieron tanta impresión en los corazones de los oyentes, que a la hora sin más dilación publicaron guerra contra los Megarenses: y vencidos los enemigos tomaron el señorío de la isla.

En este medio tiempo los de Mégara visto que los Atenienses les habían movido guerra y tenían ocupada la isla: por que no pareciese que sin hacer ningún fruto con ellas se habían vestido las armas, para la defensa y que sin poder resistir se volvían propusieron de meterse en sus naos e irse secretamente a la ciudad de Eleusis donde las señoras y dueñas de Atenas celebraban unas fiestas y sacrificios nocturnos con confianza de tomarlas allí descuidadas y solas y llevárselas.

Desde su consejo fue avisado Pisístrato capitán Ateniense y les contraminó sus pensamientos y astucia en esta forma. Puso en una celada cierto número de los suyos, y aviso a las señoras que así como si de nada


se recelaran procediesen en sus sacrificios cantando y haciendo grandes estruendos, regocijos y placer: y que aunque viesen venir los enemigos no por eso celasen porque no pudiesen conocer que eran sentidos ni de temor dejasen de desembarcar como lo traían propuesto. Y así habido: que los Megarenses salidos de las naos sin temor de acechanzas cayeron en poder de sus enemigos: donde todos ellos fueron muertos y presos. No contento con solo esto Pisístrato tomando las naos de los contrarios y metiendo sus gentes y las señoras de Atenas porque allá en Mégara pensasen eran los suyos que volvían victoriosos con las mujeres cautivas de esta manera guío sus naos contra Mégara. Los Megarenses conocida su armada y la presa de las mujeres que esperaban, salieron a recibirlos con muchas alegrías al puerto donde Pisístrato llegado muertos los que pudo haber poco faltó que no les entrase y tomase su ciudad. Y por esta vía fueron los Megarenses vencidos con sus engaños propios.

Pisístrato como si el fruto de gloria y despojos de la victoria fuera para él y no para la patria después sometió y puso la ciudad en tiranía. Y con grandes cautelas y engaños haciéndose dar muchos azotes en su casa hasta tanto que casi abiertas las espaldas se salió por las calles, y hecho ayuntamiento y congregación del pueblo descubriendo sus llagas se quejó de la crueldad de los nobles que decía habían sido los actores de aquel mal: y justo con las palabras para más conmover el pueblo derramaba muchas lágrimas trayendo todas


las astucias y engaños que podía contra los nobles a efecto de indignar más el pueblo contra ellos: y por esta vía y de tal manera encendió en ira la multitud del pueblo que de ligero se cree: y jurando afirmaba que por amor de los plebeyos los nobles le querían y le trataban mal. En suma con estas cosas él supo tanto que alcanzó le diesen cierto número de alabarderos para guarda de su persona: con la ayuda y fuerza de los cuales ocupó y tuvo la tiranía bien treinta y tres años. Después de Pisístrato muerto un hijo suyo llamado Diocles: que había de suceder en la tiranía del padre: porque forzó y corrompió una doncella en venganza de esta injuria siendo muerto por un hermano de la doncella; otro segundo hijo de Pisístrato llamado Hipias sucedió en el señorío y tiranía del padre.

Este Hipias haciendo prender a él que había muerto a su hermano le hizo dar tormento para que confesase quienes habían sido en aquella muerte. El mancebo cautelosamente y a sabiendas nombro a todos los amigos de su padre desde tirano y suyos del Hipias: los cuales luego fueron muertos: y preguntando otra vez si había más respondió el mancebo, no hay nadie que yo desee ya que muera, si no es el mismo tirano. Con la cual palabra allende de la venganza de la corrupción de su hermana se mostró vencedor del tirano. Por la virtud de este mancebo, venida en la ciudad el recuerdo y memoria de su libertad: acordaron de levantarse contra el tirano; y por esta manera echado Hipias de la ciudad le fue forzado irse desterrado por extranjeras


y peregrinas tierras y naciones: hasta tanto que vino a la Persia: donde llegado a los palacios de Darío y sabido allí como el quería mover guerra a los Atenienses se le ofreció para servirle de capitán en aquella guerra.

Los Atenienses avisados de la venida de Darío, y temiendo no poder resistir tan gran poder como el que este príncipe traía: pidieron favor y socorro a los Lacedemonios con quien a la sazón estaban confederados. Los cuales les respondieron no podérselo dar por aquellos cuatro días: por causa de cierta religión que entre ellos se guardaba la cual les prohibía tomar armas: empero que pasado aquel espacio de tiempo ellos se lo darían.

Oída esta respuesta por los atenienses pareciéndoles haber peligro en la tardanza no curaron en aguardar su socorro, antes con solo diez mil ciudadanos que entre todos ellos había y otros mil de los platenses que les ayudaron animosa y osadamente salieron a dar la batalla a sus enemigos que era bien seis cientos mil, y los esperaron en los campos de Maratón. Tenían por capitán a Milcíades, el cual había sido uno de los principales que había insistido y dado prisa en que se efectuase el parecer y concejo que él y los otros habían dado en que no se debían esperar a los lacedemonios: confiándose ya mucho más en la celeridad y presteza de salir al camino a sus enemigos: que no en el favor y ayuda de los lacedemonios. Y así fue, que venidos al campo el y los suyos: tan animosa y varonilmente que era cosa de gran maravilla y de


no poderse explicar con cuánto placer y denotado esfuerzo iban: en tanto grado que estando ya a mil pasos las unas huestes de las otras arremetieron con tan impetuoso furor contra los enemigos, que llegaron a juntarse con ellos antes que las saetas ni lanzas pudiesen llegar a ellos ni hacerles ningún daño. Ni después tampoco faltó buen suceso a está tan grande osadía: porque peleaban con tanta virtud y esfuerzo, que no parecía sino que los de una parte eran hambrientos lobos, y los de la otra ovejas: finalmente tanto hicieron que con gran daño y pérdida de los enemigos los vencieron y echaron del campo. Y los persas vencidos y desbaratados se retrajeron huyendo a sus naos, hasta las cuales sus contrarios los vinieron siguiendo y matando y aún dentro en sus propias naos los persiguieron de tal manera que muchas de ellas les echaron a fondo y muchas otras les tomaron. Fueron tantos los claros varones de los atenienses que en aquella batalla se mostraron y señalaron: que sería cosa de muy gran dificultad el querer señalar y distinguir quien haya ganado más honra y gloria.

Pero entre los otros que allí se señalaron, resplandeció y se manifestó la gloria de un mancebo llamado Temístocles en quien desde entonces comenzó a resplandecer la gran virtud y bondad que después habría de mostrar siendo capitán.

Así mismo a sido celebrada por mano de muchos autores así historiadores como poetas la fama de Cinégiro soldado ateniense; el cual después de haber hecho grande matanza en los enemigos yendo en el


alcance como llego a los naos y vio que se quería partir una nao cargada la asió con la mano derecha para detenerla, y así lo hizo que nunca jamás lo soltó hasta que se las cortaron, y como se viese cortada la mano derecha, acudiendo presto con la izquierda a detenerla y tornada a cortar aquella torno asir con los dientes y la detuvo hasta que socorrido de los suyos y tomada la nao y todos los que en ella había. Ved si fue gran virtud la de este hombre, el cual no cansado de la matanza que en aquel día había hecho, aún después de ver que había perdido entre ambas manos al fin todavía peleaba a bocados y con los dientes como fiera. Murieron en esa batalla doscientos mil personas aún sin los que después murieron en las naos: y entre ellos murió Hippias aquel tirano de Atenas autor y principal movedor de esta guerra. Y esto no creo yo fue sin especial permisión de los dioses vengadores de la patria y justos punidores de la injuria que este hacía en tomar armas contra ella.

Pasados algunos días queriéndose rehacer Darío para tornar a hacer la guerra murió dejando muchos hijos: parte de los cuales habido antes de ser rey, y los otros después de habido el reino.

Entre ellos (sobre cuál había de suceder en el reino y señorío de su padre) comenzó a haber discordia y diferencia: porque Artemenes el mayor por el privilegio de más edad usurpaba el señorío del padre para sí diciendo convenirle de derecho y por orden de naturaleza. Y Jerjes su hermano le contradecía diciendo que no se había de mirar a cual primero había nacido


sino al que en mejor fortuna y mayor estado: porque aunque era verdad que Artemenes era el hijo mayor de Darío, también era verdad que había nacido persona particular antes que su padre fuese elegido por rey: y que él era el primero que había nacido después de habido el reino: y que por esta razón los hermanos que habían nacido siendo Darío persona particular y privada que se contentasen con el patrimonio particular que su padre entonces tenía: porque el reino a él solo convenía, pues era hijo mayor del rey: y allende de esto que Artemenes no solo fue engendrado de padre persona particular: pero aún también de madre y abuelo y el de todas partes de reyes: y que no había conocido padre ni madre sino reyes: y que su abuelo Ciro fue rey y no solo heredero pero fundador de aquel reino: la cual sola causa debía bastar para que aunque todos en cuanto el padre fueran iguales, el por parte de la madre y abuelo fuese preferido. Para dividir y poder concordar este debate y contienda se vinieron entre ambos para Anafernes tío suyo como a juez doméstico y familiar para que el interpusiese en ello su parecer con determinación y propósito de estar por lo que él determinase. Anafernes oídos entre ambos sobrinos y bien conocida y entendida la causa por entero, determinase en dar la sentencia en favor de Jerjes: prefiriéndole en ella a Artemenes, y pronunciándole por rey. Fue esta contienda y debate tan fraternal y de entre hermanos y con tan poco odio ni mala voluntad: que ni el vencedor


se ensoberbeció ni engrandeció conociéndose tener dominio y mando sobre el otro: ni el vencido tan poco mostró sentimiento ni pena ninguna de verse privado del reino ni sujeto a su hermano: porque aún en la diferencia y contienda se enviaban el uno al otro diversas veces muchos presentes y dones, y celebraban convites y hacían banquetes con mucho regocijo y placer de entre ambos. Ved con cuánta más templanza en aquel tiempo los hermanos partían entre sí los grandes reinos. Que nosotros ahora dividimos las pequeñas haciendas y patrimonios que de nuestros padres heredamos. Quedando ya pues Jerjes constituido por rey y vistas y asentadas sus cosas: luego propuso en sí de proseguir la guerra que su padre Darío contra Grecia había comenzado: y por cinco años enteros se ocupó en aderezar y poner a punto todas las cosas para este hecho necesarias. Y sucedió que en la sazón, estaba allí en Persia en el palacio del rey Jerjes Demarato, rey que había sido de los Lacedemonios: el que había sido desterrado de su tierra.

Este Demarato no obstante el haber sido mal tratado en su patria teniendo todavía afición a su naturaleza y siendo más amigo de su patria después de huido de ella que no lo era de Jerjes: aunque había recibido de el muchas buenas obras y beneficios: y por causa que tenía por cierto que si Jerjes la tomara descuidada y desapercibida podría hacer grande daño, acordó avisar a los gobernadores y magistrados por esta vía. Escribió en unas tablas de madera (de las cuales en aquellos tiempos en


lugar de papel había) todo lo que Jerjes tenía determinado de hacer contra ellos, y lo que más le pareció que ellos debían hacer: y tomando una poca de cera blanda la encendió por encima de las letras de tal manera que más pareció haber borrado y raido las primeras letras que no haber escrito ni puesto otras de nuevo. Y la cera así cubierta y disimulada la dio a un criado suyo de quien él se confiaba: mandandole que llegado en la Lacedemonia, diese aquella tabla en medio del Senado, a todos los magistrados. Lo cual se hizo así: que el criado en breve tiempo cumplió el mandamiento de su señor. Más como los magistrados de Lacedemonia vieron aquella cosa, mucha duda tuvieron por algunos días en saber qué quería decir aquella tabla en la cual no veían escritura alguna, ni tampoco creían que sin especial causa se había hecho aquella diligencia: y por esta razón cuanto menos lo entendían, tanto más lo estimaban y tenían por mayor cosa. Estando pues ellos conjeturando que podía ser, una mujer muy cuerda hermana del rey Leónidas cayó en el secreto de la cosa, y entendió el caso: de forma que levantada la cera livianamente de la superficie de la tabla fácilmente pudieron leer la escritura y entendieron lo que Demarato sobre la guerra que se movía les quería significar.

Tornado pues a las cosas de la Persia: ya Jerjes había juntado setecientos mil hombres de los de su reino y otros trescientos mil de amigos y confederados: por manera que no sin justa causa se dijo que el ejército


de Jerjes bebiendo agotaban los ríos por donde pasaban y que sus gentes apenas cabían en toda Grecia. Con todas estas gentes dicen que también trajo mil naos por número de manera que solo faltaba en tan poderoso ejército capitán que igualase con él en el ánimo y prudencia: porque a su rey Jerjes el que mirara y tuviera respeto a sus riquezas, le loara como a rey, pero no como a capitán. Y la razón de esto era: porque de las riquezas había tanta abundancia, en su reino que faltaban las aguas de los ríos, y las riquezas del rey sobraban.

Las costumbres y maneras de guerra de este rey Jerjes usaba eran estas. Hallase siempre el primero para huir y el postrero para pelear. En los peligros temeroso y cobarde: donde no había peligro soberbio e hinchado. En conclusión antes de experimentar la guerra así como si fuera señor de la naturaleza deshacía todas las cosas de ella: allanando los montes por donde iba, e igualando las honduras de los valles. Echaba puentes en unos mares a otros para mejor navegarlos metiéndolos por las angosturas de la tierra: cuya entrada en Grecia así como fue muy terrible y espantosa, así también la salida fue muy torpe y fea. Porque Leónidas rey de los Lacedemonios lo espero en un estrecho lugar llamado Termópilas con solos cuatro mil hombres: tomándoles el paso en una angostura que se hacia entre dos muy ásperas tierras: a donde como Jerjes llegó, vista la poquedad de la gente, menospreciándoles y haciendo poco caso de ellos: mandó que solos aquellos saliesen


con ellos a pelear cuyos padres habían sido muertos la vez pasada en los campos maratonianos. Y así fue que aquellos por vengar los suyos y la injuria recibida fueron principio de nuevo estrago y destrucción. Tras estos procediendo otra muchedumbre vil y de poco valor sucesivamente de hora en hora se iba acrecentando más su dañosa y cruenta matanza la cual se hacia continuo mayor. Tres días enteros pelearon con grande ira y mayor dolor de los Persas, y al cuarto le fue dicho a Leónidas el capitán como veinte mil hombres de los Persas habían ocupado la altura de los montes. Oído esto amonesto a la gente de los compañeros y confederados que consigo tenia se retrajesen lo mejor que pudiesen y se guardasen para otra mejor ocasión y donde más provecho pudiesen hacer: porque el con los pocos que allí había de los Lacedemonios quería experimentar la fortuna, porque más era obligado a hacer por la patria que por la vida: y que los otros se guardasen para defensa y amparo de la tierra. Oído el mandado del rey todos se partieron sino fueron solos los Lacedemonios que quedaron con el con determinación de hacer lo que ahora contaremos.

Los Lacedemonios al principio de esta guerra consultando los oráculos de Delfos para saber el suceso y fin que de ella habían de haber, fueles respondido que, o habían de perder el rey o la ciudad: y a esta causa Leónidas su rey queriéndose partió para la guerra de esta manera animo y confirmo los suyos diciéndoles que porque la ciudad no se perdiese estaba de propósito y


determinación de ofrecerse a la muerte por su tierra: y con esta intención ocupo el estrecho de Termópilas, para que con pocos, o venciesen con mayor gloria, o muriesen con menor daño a la republica.

Así que enviados los compañeros amonesto a los Lacedemonios ciudadanos suyos que se acordasen que de cualquier manera que peleasen habían de morir: por tanto que pues a tal estado eran venidos, que mirasen si no pareciese que habían tenido más esfuerzo para esperar que para pelear: y que no esperasen a que los enemigos los cercasen, sino que en venido la noche habida ocasión estando los contrarios hartos, alegres y descuidados, los acometiesen en sus mismas tiendas: porque en ninguna parte el vencedor ni vencido puede morir con más honra que en el real de los enemigos. Estas y otras semejantes palabras decía Leónidas para inducirlos y atraer a que esforzada y varonilmente peleando alcanzasen gloriosa victoria o muerte honrada: puesto caso que no eran necesarias sus amonestaciones: porque ellos de suyo estaban determinados y persuadidos a morir según después se hizo: que tomando luego sus armas seiscientos solos que eran rompieron por medio del real entre quinientos mil hombres, y se fueron derecho a la tienda del rey, o para matarle si pudiesen, o para mejor y mas sin pena morir allí que en otra parte. Gran alboroto y ruido se levanto en el real de los Persas con su venida de los Lacedemonios: los cuales como no hallasen al rey Jerjes luego se derramaron como vencedores matando y derribando


Todos cuantos hallaba delante de si, como aquellos que sabían, peleaban no tanto en esperanza de victoria, como en venganza de sus muertes. Duro esta batalla desde el principio de la noche hasta otro día en la tarde: y al fin no vencidos sino hartos de vencer, y cansados de matar se cayeron muertos entre los montones enemigos que estaban caídos por aquellos campos, Jerjes en esta batalla recibió dos llagas. Visto el mal suceso que por tierra le había acontecido, quiso mudar fortuna y probar como les sucedería por mar. Temístocles capitán de los Atenienses como vio que los Jonios por cuya causa los Persas habían movido la guerra contra Atenas venían ahora con sus naos en ayuda y compañía del rey Jerjes, de esto y por todas las vías que pudo procuro atraerlos a su parte: aunque no pudo haber lugar esto: por no poderles hablar como quisiera: y por tanto visto que por aquí no podía, hizo que en los caminos por donde habían de pasar se pusiesen unas señales que fueron unos mármoles, y en ellos mando escribir con letras grandes estas palabras.

Que locura os a tomado o Jonios, o que hazaña es la que intentáis: y que pecado tan grande es el que quieres acometer? Queriendo hacer guerra contra aquellos que fueron fundadores de una tierra y nación en los tiempos pasados y en los de ahora vuestros favorecedores y vengadores de vuestros enemigos? Como para esto fundamos nosotros vuestros edificios para que después saliesen de ellos los que derrocasen los nuestros? Que hiciera des si no fuera esta causa principal por donde Cleantes con Darío y ahora


con Jerjes hemos tenido la guerra por ventura cuando vosotros rebelaste nosotros os desamparamos? No lo miráis por cierto bien, ni aún tenéis alguna razón de hacerlo así: pues antes estáis obligados en ley de buena amistad y hermandad, si bien queréis considerar, a pasaros a nuestro real y venir en ayuda y favor de aquellos que siempre os han favorecido. O si esto no os parece cosa muy segura, al menos entrabándose la pelea naval debéis siquiera darnos lugar apartándoos lo más que pudieres de la batalla: para que pues no aprovecháis nada, a lo menos no dañéis.

Y en este tiempo antes que las naos se encontrasen ni unos con otros rompieren, Jerjes por mar envió cuatro mil hombres de guerra a Delfos, para que robasen y metiesen a sacomano el templo de Apolo: mostrando que ya no se contentaba con hacer la guerra a los griegos tan solamente: sino que también se levantaba contra los dioses inmortales: pero avino después que toda aquella muchedumbre se perdió con grande inundación de aguas que hubo en el mar, y también con las crecientes de los ríos.

Y esto parece haber sido permisión de dios, que quiso que entendiese Jerjes que cuando la ofensa de dios se hace más grave, tanto las fuerzas de los hombres son más débiles y flacas contra el ( o por mejor decir ningunas). Después de esto Jerjes fue sobre tres ciudades nombradas Tespias, Platea y Atenas: las cuales hallando despobladas y vacías de las gentes de ellas todas las átalo, y con incendios de fuegos deshizo y consumió: queriendo


con fuego ejecutar su ira contra los edificios: pues que con hierro no podía contra los hombres habitadores de ellos.

Estas ciudades habían quedado así desamparadas y solas por el consejo de Temístocles: el cual después de habida la victoria contra Darío en los campos maratonianos dijo que aquel vencimiento no tanto había sido para fin de la guerra, como para principio y causa de otra mayor y los amonesto que fabricasen doscientas naos grandes para hacer su armada por mar.

Así que consultado por ellos el oráculo de Apolo en Delfos, les fue respondido que buscasen su salud y defensa en muros de madera. Las cuales palabras Temístocles entendió y declaro que querían decir y significarle ayuda de las naos. Y por esta vía persuadió a todos que no los muros sino los moradores de ellos hacían patria: y que las ciudades no eran los edificios sino los ciudadanos: y que por muchas y bastantes causas y razones les convenía y estaba mejor confiar su salud de las naos que no de los muros: y especialmente viendo que el dios Apolo se lo aconsejaba y mandaba así. De forma que este consejo aprobado por los más experimentados y prudentes atenienses: puestos sus hijos y mujeres y todas las cosas preciosas y de valor que tenían en las islas más escondidas: ellos todos los que eran idóneos para pelea se metieron en las naos: y ni más ni menos que los atenienses lo hicieron también las otras ciudades a imitación y ejemplo de ellos. Después de allegada y junta toda la flota de los compañeros y puesta toda su


esperanza en la batalla naval: lo primero que hicieron fue ocupar el estrecho de la isla Salamina: porque no pudiesen los enemigos rodear y tomar en el medio: lo cual podían bien hacer por ser muchos. Y por cuanto allí hubo diferencias entre los príncipes y capitanes de las ciudades: los cuales como dejada la guerra cada uno por su parte se quisiese ir a defender lo suyo.

Temiendo Temístocles se disminuyese la flota por la ida de los compañeros, envió un muy fiel criado suyo secretamente a Jerjes so color de amistad, haciéndole saber que, si quería tomar juntas las ciudades de Gracia, que en aquella sazón tenía tiempo: porque si los dejase derramar después con mucha mayor dificultad y trabajo podría tomar cada una por si: por tanto, le avisaba se apresurase y no quisiese perder la ocasión y oportunidad en tal tiempo ofrecida. Y con este colorado engaño persuadió e incito a Jerjes a que luego diese señal de batalla: por cuya razón fueron los griegos forzados (olvidadas las diferencias) a ocuparse con la venida de sus enemigos en tomar las armas para defenderse.

Venidas a confrontar y juntarse la una flota con la otra, el rey Jerjes como acobardado y temeroso de la batalla para verlo desde lejos se quedó en la rivera rodeado de una parte de las naos.

Artemisa, reina de Halicarnaso, la cual había venido en favor de Jerjes, andando entre los primeros y más animosos capitanes peleando bravamente con gran corazón animaba todas las gentes por manera que más brava y osadamente peleasen. Allí pudieras


ver en Jerjes temor y cobardía grande de mujer: y en ella esfuerzo y osadía de varón. Mucho rato estuvo la batalla dudosa peleando los unos y los otros reciamente, hasta que después los Jones según el consejo y amonestación de Temístocles comenzaron aflojando poco a poco a quitarse afuera. Cuya falta hizo a los persas en tanta manera perdiendo el ánimo desmayar: que luego comenzaron a mirar por donde podrían mejor escaparse: y así se pusieron luego en huida: ya de todo vencidos y desbaratados. En esta revuelta se perdieron muchas naos, parte de ellas echadas a fondo y anegadas: parte tomadas en prisión: y otras temiendo la crueldad del rey Jerjes tanto como la ira de los enemigos no osando juntarse a tornar con el enderezaron su viaje para sus casas.

Jerjes habiendo recibido esta perdida y destrucción tan grande, estaba suspenso muy triste y pensativo no sabiendo que hacerse: hasta que Mardonio un capitán suyo vino a él, y le amonesto se volviese para su reino por que la fama de aquel siniestro suceso y acontecimiento (la cual siempre suele acrecentar y levantar más las cosas) no moviese alguna sedición en su ausencia. Y demás de esto le aconsejo y le pidió le dejase a él trescientos mil hombres de los más escogidos que consigo traía: diciendo que con aquellos él le sometería la Grecia, o a lo menos ya que de otra manera sucediese y el fuese vencido no sería con tanta infamia suya de Jerjes: pues no podrían los griegos jactarse de haberlo vencido a él sino a un capitán suyo: y que entonces siendo el por caso desbaratado también


dejando la conquista se tornaría. Este consejo pareció bien al rey Jerjes: y así luego le dio el cargo a el Mardonio de la guerra: haciéndole capitán de todas aquellas gentes que él le había pedido: y él se partió con los demás la vía de su tierra, los griego oída la partida de Jerjes: tomaron acuerdo sobre si sería bien enviar gentes antes de el al Helesponto para que derribasen el puente que al tiempo de la venida en aquel estrecho había hecho con pensamiento que no hallando paso: el y todos los de su ejército podrían muy fácilmente ser desbaratados, o que puesto en tal estado: le constriñera a que el de la necesidad forzado, les viniese a demandar la paz.

Este parecer no fue aprobado por Temístocles: porque temía que los enemigos viéndose encerrados y en partes donde no podían huir como hombres desesperados, no volviesen la desesperación en virtud, tomasen vigor y fuerzas para defender las vidas que de ellos tan amadas eran abriendo el camino con las armas, pues de otra manera no lo podían hacer ni tenían ánimo para ello. Y también daba otra razón, diciendo que hartos enemigos quedaban en Gracia, y que por tanto no era menester acrecentar más número de ellos con detener los que se iban.

Viendo Temístocles que este su consejo que el daba no era recibido porque todos estaban de contrario parecer del suyo, acordó de tomar aparte aquel criado suyo que de antes otra vez había enviado: y en secreto le mando fuese a avisar a Jerjes de que si quería ir en su tierra le cumplía darse mucha prisa en ir a tomar la


puerta: porque los griegos habían acordado de irse y derribarla, y estaban determinados de hacerlo así. Jerjes temeroso y espantado de oír tal nueva: dando cargo a los capitanes que llevasen la gente, el con algunos pocos a toda prisa se fue caminando de Abido, que así se llamaba la ciudad donde estaba el puente: y esto hacia el con un intento que si algo sucediese: se hallase ya el de la otra parte seguro de que cualquier peligro que pudiese sobrevenir.

Dado que poco le aprovecho toda esta diligencia que puso: porque ya la puerta estaba caída que habiendo sido el invierno pasado recio las grandes tempestades, que había hecho se la habían llevado: aunque no por eso se detuvo ni quiso dejar de pasar: porque luego hizo buscar una barca de pescadores en que de presto paso de la otra parte.

Y por cierto esta fue una cosa harto digna de considerar y notar mucho, de aquellos que quieren mirar las grandes y varias mudanzas del mundo, y la vanidad de las cosas humanas: viendo ir ahora en una barquilla muy pequeña a aquel que poco antes había antes apenas cabía en todo el mar y casi solo y sin criado ninguno y que iba en tanta soledad y peligro aquel cuyos ejércitos henchían toda la tierra.

Ni tampoco vieron mejor ni prospero viaje las gentes que atrás había dejado. A las cuales sobre todo el trabajo del camino que había sido muy grande: porque con el temor que llevaban, nunca habían osado parar: se les siguió y sobrevino hambre, y la falta de mantenimientos que muchos días padecieron, engendro pestilencia: de forma que eran tantos los que perecían: que todos los


caminos por donde iban dejaban lleno de cuerpos muertos: y de aquí emano que las aves y bestias fieras llamadas de la corrupción y convidadas con el sebo de los que caían se iban tras ellos y seguían al ejército.

Entre tanto Mardonio acá en la Grecia combatió la ciudad de Olinto y la tomo: y luego tentó de traer a los atenienses en su amistad, con la esperanza de paz, prometiéndoles rehacer los edificios de la ciudad que Jerjes les había derrocado y quemado, y de hacerlos con grande acrecentamiento y mejoría más fuertes de lo que eran antes. Mas como vio que no aprovechaban nada aquellos tratos, y que no eran aquellas gentes que trocaban la libertad por precio ninguno, derribados y tornados a poner fuego a ciertos edificios que había comenzado a hacer, paso la guerra a Beocia, y tras él fue el ejército de los griegos que era ya de cien mil hombres: y allí hubieron batalla: en la cual tampoco sucedió más prósperamente a Mardonio de lo que antes a Jerjes había sucedido: porque siendo vencido, y como escapado de algún naufragio se fue huyendo con algunos pocos dejando el real lleno de muy grandes riquezas de oro y plata y otras infinitas y grandes riquezas de la Persia: las cuales los griegos repartieron entre sí: y se tiene esto por cierto haber sido ocasión principal de la lujuria y vicios: que después de allí adelante sucedieron en la Grecia.

En el día que fue esta batalla sucedió acaso que en la Asia debajo del monte mírale peleando así mismo en guerra naval contra los de Persia: a la hora del


rompimiento estando entre ambas flotas para ir a encontrarse, vino la nueva a entre ambos ejércitos, de cómo los griegos habían desbaratado a Mardonio y muerto le toda su gente. Ved que ligereza es la de la fama: que en la mañana pelearon en la Beocia: y al medio día ya fue sabido y publicado en Asia la victoria: pasando tantos mares y tierras en tan breve espacio de horas.

Fenecida pues la guerra contra los persas y cogidos los despojos: luego comenzaron a hablar del premio que cada una ciudad había de haber: y al juicio y parecer de todos fue preferida y tenida en más la virtud de los atenienses.

Y Temístocles juzgado y estimado entre todos los capitanes de las ciudades por principal, de común parecer de todos, y así por él se le siguió a su patria mucha fama y gloria. Por la cual causa los atenienses viéndose tan acrecentados en riquezas y honra, acordaron de tornar a edificar de nuevo su ciudad. Y como para esto ellos tomasen mayor ámbito y circuito de el que antes tenían como para principio de mayores cosas.

Los lacedemonios tomaron en ello algún tanto de desabrimiento y aun recelo, considerando que, si estando su ciudad derribada habían sido tan valerosos que harían después de tornada de nuevo a edificar, y mucho más que antes fortalecida. Y así luego debajo de color y titulo de amonestación y consejo les enviaron sus embajadores: para que lo mejor que pudiesen persuadiesen a dejar el nuevo y fuerte edificio de su ciudad: amonestándolos con


mucha instancia mirase que no gastasen su tiempo y riquezas en fabricar muros y grandes fuerzas en donde después los enemigos se acogiesen: y que mirasen mucho no fuesen ocasión sus edificios de nuevas guerras para adelante. Estas cosas y otras muchas a ellas semejantes mandaron a sus embajadores que les dijesen.

Temístocles entendiendo como todo aquello procedía de envidia que les tenían, y no pareciéndole ser en aquella razón tiempo de darles a entender como los entendían: por no venir luego en rompimiento con ellos: por esta causa disimulando respondió muy mansa y cortésmente, diciendo que ellos enviarían a Lacedemonia sus embajadores, para que comunicasen aquel hecho con ellos: y después de bien visto por todos se hiciese lo que a todos mejor y más útil pareciese: y con esta respuesta se partieron los embajadores de los lacedemonios. Y luego Temístocles comenzó a amonestar a los suyos se diesen mucha prisa en el edificar. Después pasados algunos días: el mismo en persona fue a cumplir aquella embajada: y en el camino unas veces fingiéndose enfermo: otras dando a entender que esperaba los compañeros que venían atrás: sin los cuales afirmaba no tener comisión para poder hacer nada que después pudiese ser valido ni firme: y así por todas las vías que podía procuraba de dilatar y prolongar tanto espacio de tiempo la cosa, que bastase a poderse acabar su obra. Y en este instante, como los lacedemonios supiesen la prisa que en su obra los atenienses se daban: tornaron a enviar segunda vez sus embajadores, para que viesen lo que se hacía.


Sabida por Temístocles la venida de estos embajadores, envió secretamente un criado suyo con una carta a los magistrados de Atenas: en que les decía que prendiesen los embajadores de los lacedemonios, y los tuviesen como por prenda a muy buen recaudo: hasta que tornase: y esto a efecto que los lacedemonios no le hiciesen alguna ofensa o injuria. Hecho esto entro en el senado de los de Lacedemonia, y en presencia de todos dijo. Señores ya está acabada de cercar y fortalecer la ciudad de Atenas, y poderosa para poder sostener y defenderse de cualquier guerra que de hoy más quien quiera le vaya a hacer: a el cual no solo resistirá con armas: pero también con muros: y que si por esto que decía contra el alguna cosa quisiesen intentar, supiesen que sus embajadores estaban en rehenes presos y detenidos en Atenas. Y allende de esto dijo también otras muchas palabras en denuesto, afrenta y represión de los lacedemonios diciéndoles, como no por esfuerzo, ni virtud en ellos viese quería impedir el poder, y valor de sus compañeros: sino con flaqueza y flojedad: y dicho esto se tornó a su ciudad cuasi triunfando de los lacedemonios, y así llegando a Atenas le fue hecho un gran recibimiento por los suyos.

De hay a poco tiempo los lacedemonios, o espartanos porque no se corrompiese su valor y fuerza con ociosidad, y también por tomar venganza de los persas, los cuales dos veces habían venido a hacerles guerra a Grecia: entraron súbita y arrebatadamente talando la tierra de sus enemigos. Y para


hacer esto tomaron por capitán de todo su ejército a Pausanias el cual deseando por méritos y galardones de su capitanía hacerse rey de Grecia: y para poderlo conseguir hizo pacto y alianza con Jerjes que le diese una hija suya por mujer, y que él le ayudaría, cuanto le fuese posible. Y para más atraerle y tener ganada la voluntad para esto que tanto deseaba, como muestra y señal del deseo que tenia de servirle adelante le envió luego todos los persas que de las guerras pasadas en Grecia habían quedado cautivos. Escribió también además de esto a Jerjes que todos los mensajeros que él le enviase los hiciese matar: porque la cosa no pudiese ser descubierta ni sentida.

Pero esto no pudo haber el efecto que el deseaba: porque Arístides capitán de los atenienses que había sido elegido por su compañero le contrasto yéndole a la mano: y proveyendo sabiamente todo lo que era necesario para la defensa de los suyos y conservación de la patria: y por esta vía le desbarato todos sus consejos. Y no paso después mucho tiempo: que Pausanias fue acusado y condenado por traidor. Por lo cual Jerjes, visto que la cautela y engaño que había querido usar mediante Pausanias era ya todo sentido y manifiesto, torno de nuevo a insistir y rehacer la guerra.

Los griegos para contra el hicieron capitán a Cimón de Atenas hijo de Milcíades, aquel que siendo capitán peleo contra Darío en los campos maratónicos. Las obras de este desde mancebo mostraron bien la grandeza de su ánimo y nobleza conforme a las muestras, y señales que al principio había


dado y especialmente de piedad: porque pocos días antes le sucedió que como su padre fuese acusado de robador del erario que es el tesoro del arca de la república la cual el tenia a cargo: porque no daba buena razón ni cuenta estuvo tanto tiempo preso en la cárcel que murió en ella. Lo cual, visto por el hijo, para poderle sacar de la cárcel y darle sepultura: hizo un hecho loable y de gran piedad, que fue meterse en la cárcel y pasar en si las prisiones del padre ya muerto: y quedando allí en su lugar alcanzo que se le diesen para poderle enterrar: porque de otra manera no se le dieran. Ni después en las cosas de la guerra mostro falso el juicio y opinión de los que bien le querían y le habían constituido por capitán: porque mostrándose no menor en virtud que el padre: venido contra Jerjes venciéndole así por mar como por tierra le constriño, a que no con poco temor se tornase a su reino.

Fin del segundo libro.