Diferencia entre revisiones de «Orlando furioso, Canto 15»

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1 Fue de siempre el vencer loable cosa,
ya sea por fortuna o ya por maña;
si bien, cuando es victoria sanguinosa,
un tanto al capitán la gloria empaña;
y en cambio es reputada por gloriosa
y señalada por divina hazaña,
cuando sin daño de la propia armada
se pone al enemigo en retirada.

2 Señor, la vuestra el vítor mereciera
cuando al León que el mar tiene domado,
del Po habiendo ocupado la ribera
de Francolino a donde muere ahogado,
hicisteis tal, que aunque rugir lo oyera,
no he de temer, si vos me estáis al lado.
Cómo vencer se debe nos mostrasteis:
matasteis al rival, y nos salvasteis.

3 No supo hacer así el moro imprudente
y a los suyos a aquel foso condujo
donde el fuego voraz e incontinente
no perdonó a ninguno de su influjo.
No era el foso a todos suficiente,
pero la llama pertinaz redujo
de cuanto cayó en él a polvo todo,
y así tantos hallaron acomodo.

4 Once mil veintiocho sarracenos
se hallaban en el pozo en mala hora,
en que cayeron a puñados llenos,
por decisión de quien los guía ahora.
Allí entre tanta luz vienen a menos
y la insaciable llama los devora;
mas Rodomonte, a quien el mal se debe,
no sufre en aquel mal ni aun daño leve;

5 pues había pasado al lado opuesto
entre enemigos de pasmoso salto.
De haber caído al foso como el resto
se habría puesto allí fin a su asalto.
A aquel valle infernal dirige el gesto
y, cuando el fuego ve subir tan alto
y el llanto de su gente oye y lamento,
maldice al cielo con terrible acento.

6 Entre tanto Agramante dirigía
sus tropas al asalto de una puerta,
pues mientras tal batalla se veía
allí donde había tanta gente muerta,
pensó que sin custodia se hallaría
bastante a mantenerla de él cubierta.
Con él va Bambirago, rey de Arzila;
Balinverzo, que en vicio refocila;

7 Corineo de Mulga; el opulento
Prusión, rey de las Islas Fortunadas,
Malabuferso, rey del polvoriento
Fizán, siempre de arenas soleadas;
y más y más personas van sin cuento
expertas en la guerra y bien armadas;
y soldados cobardes y desnudos
que aun no hallarían valor tras mil escudos.

8 No fue el moro en su intento muy certero
de traspasar los muros parisinos;
y halló en persona tras la puerta, empero,
al rey Carlos y a muchos paladinos:
a Salamón junto al danés Ugiero,
y a ambos Guidos y a ambos Angelinos;
a Gano y Namo halló frente a su expolio,
y a Otón, Avino, Belenguer y Avolio;

9 más gente de menor fama y renombre
de francos, de alemanes y lombardos;
que a ojos de su señor, hacerse un nombre
buscan entre la flor de los gallardos.
Mas no quiero que más de esto se nombre,
y a un duque hacerle más mis versos tardos,
el cual me grita y atención me pide
rogando que mi pluma no lo olvide.

10 Ya es tiempo de volver donde he dejado
al venturero Astolfo de Inglaterra,
el cual ya de su largo exilio hastiado
ardía por volver a ver su tierra,
después de que esperanza le hubo dado
de tal la que venció a Alcina en guerra.
Ella de que regrese allá procura
por la vía más franca y más segura.

11 Y así le fue galera aparejada,
como otra hendió jamás región marina;
y, porque teme que en la mar salada
pueda estorbarle su vïaje Alcina,
dispone Logistila que a la armada
Andrónica acompañe y Sofrosina
hasta que al Mar Arábigo o al Golfo
de Persia sano y salvo llegue Astolfo.

12 Dispone que con gran vuelta bordee
la India, Escitia y reinos nabateos,
y, luego que tan larga ruta emplee,
vuelva a encontrar a persas y eritreos;
que aquel ártico piélago pasee
que azotan vientos cómitres y reos,
y tan pobre de sol estación tiene
que a estar sin él algunos meses viene.

13 Después que el hada vio dispuesto todo,
licencia al duque dio para que fuera,
mas antes lo instruyó en breve periodo
de cosas que muy largo contar fuera;
y, porque nueva vez de ningún modo
atarlo el arte mágica pudiera,
le dio un libro de bello y gran relieve
rogando que con él siempre lo lleve.

14 Cómo el encanto pueda hacerse vano
muestra este libro que le da la maga;
y, si es puesto en el índice el arcano,
se explica dentro cómo se deshaga.
Le dio otro don, que aventajó de plano
a cuanto don jamás se hizo o paga:
un cuerno de sonido tan horrendo
que pone en fuga a quien oyó su estruendo.

15 Digo que es tan horrendo su sonido
que hace, cuando se oye, huir la gente,
y no hay en todo el mundo un pecho ardido
que no resista huir cuando lo siente;
de viento o terremoto o trueno el ruido
es comparado a él voz balbuciente.
Tras mucho encarecer su providencia,
del hada al fin tomó el inglés licencia.

16 Dejando el puerto y aguas abrigadas
con viento en popa que del barco tira,
a las ciudades ricas y pobladas
de la olorosa India el duque vira.
Mil islas allí ve desperdigadas
a un lado y otro, y cuando al cabo mira
la tierra de Tomás, a tramontana
dirige el timonel la capitana.

17 Casi rozando el áureo Quersoneso,
rompe aquel mar la rápida galea;
y cerca de la costa en su progreso
ve cómo el Ganges el azul blanquea;
ve Trapobana, y Comorín tras eso,
y el mar que entre ambas tierras culebrea.
Tras largo trecho hasta Coquín llegaron
y luego de la India se alejaron.

18 Porque surcando el mar de extremo a extremo
al duque royó el seso una carcoma;
de Andrónica inquirió si del extremo
que del caer del sol su nombre toma,
hubo barco jamás que a vela o remo
en el mar oriental la proa asoma;
y, si puede viajar, sin tocar tierra,
quien va de India a Francia o Inglaterra.

19 «Debes saber --Andrónica le arguye--
que el mar todas las tierras encarcela,
y todo el agua en sola una confluye
ya sea donde el mar se hierve o hiela;
mas, pues pasado el Ecuador concluye
la tierra de Etiopía y no revela
adonde alcanza, alguno hay que ha afirmado
que está el paso a Neptuno allí vedado.

20 »Por tal razón del índico levante
no hay nave nuestra que hacia Europa vaya,
ni se mueve de Europa navegante
que parta rumbo a alguna oriental playa.
Interponerse esta región delante
mantiene a unos y a otros muy a raya;
pues creen, al verla larga, que su punta
al hemisferio boreal se junta.

21 »Mas, rodando los años, veo partirse
del extremo remoto de poniente
modernos Argonautas y erigirse
rutas ignotas hasta el día presente:
rodear algunos África y seguirse
tanto la costa de la negra gente,
que el signo pasen donde no se aleja
ya más el sol y Capricornio deja;

22 »y hallar el fin de estas tierras lejanas
que hacen pensar que mar hay dos diversas;
y recorrer las costas y cercanas
islas de indios, árabes y persas;
dejar otros las dos tierras que, hermanas,
por obra hercúlea ahora son dispersas,
de suerte que del sol siguiendo el curso
un nuevo mundo traigan a concurso.

23 »Veo la santa cruz, veo los pendones
del Imperio ondear en esa tierra;
veo cruzar el mar sus galeones,
y andar a estos países a hacer guerra;
veo por diez vencidos a montones,
veo cómo Aragón las Indias hierra,
y a todo capitán del Quinto Carlos,
allá por donde vaya, derrotarlos.

24 »Quiso desde antiguo Dios que ignota
fuese esta ruta y gran tiempo aún lo sea,
y que nadie conozca esta derrota
hasta que siete siglos pasar vea;
que la reserva para hacerla nota
en tiempo en que regirse el mundo crea
por el emperador más sabio y justo
que haya habido o habrá después de Augusto.

25 »De sangre de Aragón y de Austria veo
nacer del Rin en la ribera izquierda
príncipe cuyo gran valor no creo
que el mundo en otro principe recuerda.
Repuesta en dignidad será y empleo
por él la desterrada Astrea cuerda,
y la virtud que a olvido el mundo puso,
cuando a ella desterró, vuelta a su uso.

26 »Por estos logros la Bondad suprema
dispone que en su sien no sólo asiente
de aquel inmenso Imperio la diadema
que fue de Augusto y la romana gente;
mas de aquella región de tierra extrema
que no conoce sol ni estación siente;
y quiere bajo él en aquel año
que sea uno el pastor y uno el rebaño.

27 »Y, por que más se allane el cumpliento
de estos ya escritos celestiales planes,
el cielo le dará con gran aumento
en tierra y mar invictos capitanes.
Veo que Hernán Cortés ciudades ciento
dará a este César sometiendo clanes
y reinos de un oriente tan remotos
que aquí, que en India estamos, son ignotos.

28 »A Próspero Colona y de Pescara
veo un marqués, y tras de aquellos veo
del Vasto un joven que le hará muy cara
Italia al Lirio de Oro, según creo:
veo que entrando antes acapara
éste frente a los otros el trofeo,
como el buen corredor, que último empieza
y a todos pasa y llega a la cabeza.

29 »Veo la mucha fe y mucha valía
de Alfonso (que a llamarse este así viene)
al que a una edad aún tierna y aún baldía
(pues es de veintisiéis la edad que tiene)
Carlos su grande ejército confía,
de suerte que con él no ya mantiene
su imperio, sino tanto lo dilata
que el mundo todo su precepto acata.

30 »Del modo en que con estos por la tierra
verá aumentarse su heredado estado,
así por todo el mar cuya agua encierra
África al uno, Europa al otro lado,
victorioso saldrá de cualquier guerra,
después que a Andrea Doria haya amigado.
Hablo del Doria aquel que de piratas
el mar ha de limpiar con sus fragatas.

31 »Loor no alcanza Pompeyo en igual grado,
si bien limpió de pleno aquellos lares,
pues ellos frente al más potente estado
que hubo jamás, no fueron nunca pares.
Doria tan sólo de sí propio armado
con genio y fuerza purgará los mares.
de suerte que de Calpe al nubio río
que no tiemble con él no habrá navío.

32 »Veo entrar bajo su escolta y guía cierta
dentro de Italia a la imperial persona,
de la cual le abrirá gentil la puerta
para que ciña en ella su corona.
Veo que el premio que con él concierta
no es para sí, sino a la patria dona:
la libertad de su nación decreta,
y no tenerla para sí sujeta.

33 »Esta piedad hacia su patria extraña
más es digna de honor que cuanta guerra
ganó César en África o España,
o en Francia o en Tesalia o Inglaterra,
Ni hubo de Octavio ni de Antonio hazaña
que más que la del Doria aplauso encierra,
pues justo es que su a loor doblegue y tuerza
haber contra su patria usado fuerza.

34 »Cualquiera, pues, que su nación intente
mudar de libre a esclava, se sonroje;
y, si es que a Andrea Doria nombrar siente,
los ojos con vergüenza al suelo arroje.
Veo a Carlos cómo más su premio aumente;
pues, además, para aquel Doria escoge
el reino desde el cual podrá el normando
toda Apulia poner bajo su mando.

35 »No sólo liberal en tanto grado
será Carlos con Doria en el trofeo,
mas con cuantos la sangre derramado
hayan con gran largueza en este empleo.
De haber ciudad, de haber todo un estado
dado a un fiel suyo más feliz lo veo
(si digno de ello fue en su ministerio)
que de añadir más reinos al imperio.»

36 Así de las victorias imperiales
que, luego que haga el tiempo gran trascurso,
darán al español sus generales,
hacía al duque Andrónica discurso;
mientras iba a los vientos orientales
su compañera refrenando el curso,
la cual, según propicio o no lo sienta,
lo disminuye a voluntad o aumenta.

37 Llegados, pues, al mar de Persia vieron
cómo se extienda allí tan anchamente;
y en pocos días con el golfo dieron
de los Magos llamado antiguamente.
Allí por tomar puerto, condujeron
las naves a la costa finalmente:
donde, libre de Alcina y de su guerra,
Astolfo prosiguió el viaje por tierra.

38 Pasó por más de un campo y bosque ameno,
por más de un monte fue, por más de un prado,
y campo, bosque, monte y prado lleno
halló de asaltador de lado a lado.
Leones vio y dragones con veneno
y otras mil fieras de mortal bocado;
mas tan pronto a la boca el cuerno lleva,
cuando huyen sin que alguno se le atreva.

39 Cruza la Arabia que Feliz se llama,
muy rica en mirra y oloroso incienso,
que el fénix que renace de la llama
de hogar tomó entre todo el mundo inmenso.
Llega al mar que a Israel, según la fama,
pudo vengar por celestial consenso,
cuando al egipcio y a su tropa anega;
luego a la tierra de los héroes llega.

40 Sigue el canal Trajano hasta la boca
sobre el corcel que igual no conocía,
pues tan ligero corre y se desboca
que apenas huellas en la arena hacía;
no ya la hierba ni la nieve toca,
el mar con el pie seco andar podría;
y tanto el paso en su carrera aprieta
que es más veloz que rayo, aire o saeta.

41 Es este aquel caballo de Argalía
que fue de llama y viento concebido,
y sin cebada o paja se nutría
del aire, y Rabicán fue conocido.
Llegó, por donde el duque lo traía,
do el Nilo a aquel canal sirve de nido;
y, antes que a la junta se llegara,
bajel veloz descubre que lo encara.

42 En su popa navega un eremita
de blanca barba hasta mitad del pecho
que a ir sobre el leño al paladín invita.
«Hijo --le grita desde largo trecho--,
si el trago de la vida aún no te ahíta,
si no deseas ser muerto y deshecho,
haz que a la opuesta arena el corcel cruce,
que ésa a tu fin derecho te conduce.

43 »No mucho más de seis millas delante
se encuentra una sangrienta y brutal casa,
y vive allí descomunal gigante
que en ocho pies la altura humana pasa.
No hay caballero alguno ni viandante
que, vivo, si se acerca, la rebasa:
unos descuartiza, otros degüella,
y vivo alguno engulle o lo desuella.

44 »Entre tanta crueldad, él se divierte
con una red que tiene harto extremada,
que extiende entre la arena de tal suerte,
no lejos de su lóbrega morada,
que quien de ella no sabe, no la advierte:
tan bien dispuesta está, tanto es delgada.
Con gritos al viajero hacia ella atrae,
que, huir queriendo de él, en la red cae.

45 »Y con risa, atrapados así en ella,
los lleva hasta su tétrico cubierto;
no mira si es guerrero o si doncella,
o si noble o criado en monte o huerto:
comidos carne y sesos, los desuella
y arroja al fin los huesos al desierto;
y con la humana piel de aquel despiece
los muros de su vil mansión guarnece.

46 »Pasa a esta margen, hijo, te aconsejo,
que lleva al mar sin riesgo y sin apuro.»
«Yo te agradezco, padre, tu consejo
--respondió el caballero muy seguro--,
mas nunca por mi honor peligro dejo
del cual muy más que de la vida curo.
En vano a aconsejarme tal te has vuelto;
antes a hallar el antro estoy resuelto.

47 »Puedo, al huir, con deshonor salvarme,
mas tal salud más que a la muerte esquivo;
pues lo peor que puede allá tocarme
es que entre tantos muera, si allá arribo.
En cambio, si de Dios está guïarme,
y queda muerto él, mientras yo vivo,
libre el camino haré y, si no me engaño,
será el provecho así mayor que el daño.

48 «Comparo, pues, la muerte de uno solo
frente a la vida de infinita gente.»
«Ve en paz --le respondió--, tierno pipiolo;
Dios mande cuando estés de él frente a frente
al arcángel Miguel desde Su polo.»;
y después lo bendijo humildemente.
Partió siguiendo el Nilo el caballero,
fiado en el cuerno más que en el acero.

49 Hay entre la laguna y el gran Nilo
sendero estrecho en la arenosa orilla
que conduce hasta aquel desierto asilo
que es a los ojos triste pesadilla:
miembros colgados hay con grueso hilo
de la gente infeliz que al pasar pilla.
No se ve almena o ventanuco alguno
donde colgando al menos no haya uno.

50 Como en castillo alpino o en poblado
suele el cazador tras sus bravezas
a las puertas de osos que ha cazado
hincar las garras, pieles y cabezas;
así el fiero gigante había colgado
aquellos que juzgó mejores piezas.
De otros infinitos se ven huesos
y su sangre colmar fosos y accesos.

51 Se halla Caligorante ante la puerta
(que así se llama aquel monstruo asesino
que adorna su mansión con gente muerta,
como otros con tapices de oro fino);
y en pie apenas del gozo a estarse acierta,
cuando al duque de lejos ve en camino;
pues son dos meses ya, y casi un tercero,
que no hace aquel camino un caballero.

52 Va a la laguna que de verde caña
repleta está, con paso harto ligero;
pues piensa hacer rodeo y, con gran maña,
sorprender por la espalda al caballero;
para hacerlo en su oculta telaraña,
que está bajo la arena, prisionero;
como a otros peregrinos ya había hecho,
que habían su fortuna allí deshecho.

53 Cuando ve el paladín que el monstruo sale,
frena el corcel, no libre del cuidado
de que en la oculta red su pie recale,
aquella de que el viejo le había hablado.
Del cuerno entonces contra él se vale,
que obró al sonar su efecto acostumbrado:
tan gran temor en el jayán resuelve,
que éste, al oírlo, atrás el paso vuelve.

54 Astolfo sopla y sigue, empero, alerta;
pues sabe que la red mucho no dista.
Huye el felón, sin ver dónde halle puerta;
pues, junto al corazón, perdió la vista.
Tanto su miedo es, que a huir no acierta
sin que al lugar de su celada embista:
va hacia la red, la red sobre él se cierra,
lo enreda todo; y lo derriba en tierra.

55 Astolfo, que caer ve aquel gran peso,
ya sin temor, hasta el jayán avanza;
y, espada en mano a pie, con buen suceso,
se acerca a hacer a mil almas venganza.
Mas piensa luego que matar un preso,
desdoro infame, más que gloria, alcanza:
tanto su cuerpo atado llega a verse
que apenas en la red puede moverse.

56 Había aquella red hecho Vulcano
de hilo sutil de acero, y con tal arte
que era intentar romperla esfuerzo vano,
aunque se intente en la más débil parte.
Era la misma red que pies y mano
había a Venus ya ligado y Marte:
la había hecho el celoso, y la había hecho
para pescarlos juntos en el lecho.

57 Hurtó la red después del horno ajeno
Mercurio, y pretendió cazar a Flora,
la bella Flora que con vuelo ameno
al asomar del sol va tras la Aurora,
mientras con rosa y lirio de su seno
matiza el campo y el vergel decora.
Tanto aguardó aquel dios la ninfa esa
que un día con la red la hizo presa.

58 Donde desagua al fin el río etiopo
parece ser que el dios veloz prendióla.
Luego el templo de Anubis en Canopo
fue muchos siglos su morada sola.
Tres mil años después, como su escopo,
Caligorante del lugar robóla:
La quiso, y dio de su crueldad ejemplo;
pues quemó la ciudad, y robó el templo.

59 De suerte allí la camufló en la arena
que a cuanto perseguía y caza daba,
caía y, al caer en red tan buena,
atado en brazos, cuello y pie quedaba.
Tomando Astolfo de ella una cadena
las manos a la espalda al felón traba;
pecho y brazos le envuelve y, sin que ceja
pueda apenas mover, alzar lo deja,

60 no sin la red quitarle antes de encima,
pues manso era ahora más que un corderillo.
Así exhibirlo donde vaya estima
ya sea por ciudad, villa o castillo.
Llevar quiso la red también, que estima
que obra mejor no haya hecha a martillo.
Y tirando de él, cual si asno fuese,
ufano le ordenó que lo siguiese.

61 El yelmo y el escudo al fin le entrega,
como a escudero, y prosiguó el camino,
harto contento de que aquella vega
seguro pueda andar el peregrino.
Avanza tanto Astolfo, que se llega
de donde Menfis ya se ve vecino,
Mefis por las pirámides famoso,
que tiene enfrente el Cairo populoso.

62 Todo el pueblo corriendo a sí atraía
para ver el jayán desmesurado:
«¿Cómo es posible --uno a otro decía--
que aquel pequeño al grande haya aherrojado?»
Astolfo apenas avanzar podía,
tan grande era el gigante y tan pesado;
y como paladín que igual no tiene
a ser por todo el mundo honrado viene.

63 Tan grande el Cairo en esa edad no era,
como en la nuestra alguno ahora mantiene,
cuando a caber su población entera
en sus dieciocho mil barrios no viene;
cuando infinitos duermen en la acera
y cada casa tres alturas tiene;
cuando un alcazar su sultán habita,
tan rico y bello que estupor suscita;

64 en donde a quince mil de sus vasallos
que se han de la fe nuestra moros hecho,
con mujer, con familia y con caballos
tiene reunidos bajo un mismo techo.
Ve Astolfo Nilo y cauce y, al mirallos,
saber quiere en el mar si hace gran trecho;
y va a Damieta, donde oyó el suceso
que queda el que va allí o muerto o preso.

65 Y es la razón que en aquel delta aciago,
ladrón se asila dentro de una torre.
que a propios y extrajeros causa estrago,
y en sus pillajes hasta el Cairo corre.
Ninguno hay quien le dé su justo pago,
ni quien del mundo su peligro borre:
cien mil veces ya ha sido antes herido,
mas darle muerte nunca se ha podido.

66 Astolfo, para hacer romper el hilo
de él a la Parca, por que al fin no viva,
se llega en busca del ladrón Orrilo
(que así se llama), y a Damieta arriba.
Pasa por donde entra al mar el Nilo
y en la ribera ve la torre altiva
donde se alberga aquella alma encantada
que fue hijo de un trasgo y de una hada.

67 Halla trabado allí crüel combate
entre dos caballeros y este Orrilo.
Solo está Orrilo, pero tal se bate
que pone a los dos otros casi al filo.
Cuanto uno y otro en armas aquilate,
la fama escribe con punzante estilo.
Son hijos de Oliver, que aquí os reintegro:
Grifón el blanco y Aguilante el negro.

68 Cierto es que el nigromante se pusiera
con gran ventaja a hacerles la batalla;
que había junto a él traído fiera
que sólo en aquel clima hostil se halla:
habita el agua y sale a la ribera,
y con cuerpos humanos se avitualla
de pobres y de incautos vïandantes
e ingenuos e infelices navegantes.

69 En la arena la bestia junto al puerto
a manos de los dos muerta yacía;
por esto no se hacía a Orrilo tuerto
si a un tiempo el uno y otro combatía.
Lo han desmembrado ya, mas nunca muerto,
que no por desmembrarlo perecía;
pues, si cortada mano o pierna le era,
la unía a sí otra vez, como de cera.

70 Ya le parta Grifón de abajo a arriba
o ya Aguilante hasta mitad del pecho,
haciendo él burlas de los golpes iba,
y ellos se enojan de no hallar provecho.
El que ha visto caer la plata viva,
también mercurio dicho, y ser deshecho
para luego reunirse en una masa,
si piensa en ello, entenderá qué pasa.

71 Si alguno de la testa lo despoja,
desmonta y a ella a tientas se dirige;
y, luego que del pelo la recoja,
la suelda aunque no sé con que la fije.
Tal vez Grifón la pilla y se la arroja
al río; pero no por tal se aflige:
nada como un pez al fondo Orrilo
y sale con cabeza al fin del Nilo.

72 Dos damas con decoro engalanadas,
de blanco y negro cada cual vestida,
que causa eran de verse las espadas,
miraban la titánica embestida.
Son ellas dos las dos benignas hadas
que habían dado a ambos la comida,
tras ser puestos de niño a sus expensas
en las garras de dos aves inmensas,

73 que rapto hicieron de ellos a Gismunda
y los llevaron lejos de su tierra.
Pero huelga que más de esto refunda,
pues que en historia popular se encierra;
aunque el autor de padre se confunda
y, dando uno por otro, el nombre yerra.
Ahora a la batalla ambos se entregan
que las dos damas, con fruición, les ruegan

74 Ya en aquel clima el sol era partido,
aunque no aún en las Islas de Fortuna,
y habían las sombras todo ya escondido
bajo la incierta y egoísta luna;
cuando Orrilo dio vuelta hacia su nido,
después que las dos hadas, blanca y bruna,
quisieron diferir el fiero asalto
hasta que el sol volviese a estar en alto.

75 Astolfo, que a Grifón junto a Aguilante,
en las enseñas y el herir gallardo,
había conocido allí al instante,
no fue remiso en saludar ni tardo.
Y ellos, viendo que aquel que aquel gigante
traía, era el barón del leopardo
(que así en la corte el duque era llamado),
lo saludaron con igual agrado.

76 Las damas a los dos mozos llevaron
a un palacete a descansar vecino.
Doncellas y escuderos se llegaron
con antorchas en medio del camino.
Después que arma y caballo les fiaron,
dentro del jardincillo palatino
vieron que aparejada había cena
junto a una fuente límpida y amena.

77 Ataron al gigante en la verdura
con otra gran cadena resistente
a una centenaria encina dura,
que no podrá quebrar aunque lo intente.
Con diez hombres la cárcel se asegura,
para que no se suelte de repente;
y a aquella compañía pille inerme,
mientras de noche descuidada duerme.

78 A aquella mesa suntuosa e inmensa,
donde es el plato la menor blandeza,
gran parte del discurso se dispensa
en esa singular naturaleza
(que sueño se le antoja a quien la piensa)
de que, cortado ya brazo o cabeza,
Orrilo lo recoja, se lo suelde,
y vuelva más feroz y más rebelde.

79 Había en su libro Astolfo antes leído
(que dice ante la magia qué convenga)
que Orrilo no será muerto y vencido,
mientras un pelo en la cabeza tenga;
mas, si es tal pelo roto o extraído,
no habrá magia que el alma le sostenga.
Dice esto el libro; mas no el modo en que en ello
se pueda conocer cuál sea el cabello.

80 No menos en el loor se complacía
que si hubiese obtenido ya la palma;
pues ya con brevedad se prometía
quitar a un tiempo a Orrilo pelo y alma.
De esta aventura, pues, trazado había
llevar la carga él con toda calma:
Orrilo morirá a sus propias manos,
si no lo juzgan mal los dos hermanos;

81 que le ceden al hijo de hada y duende,
pensando que ha de fatigarse en vano.
Ya la áurea aurora por el cielo asciende,
cuando bajó otra vez Orrilo al llano.
La lid entre él y el duque se reemprende,
uno con maza, y otro espada en mano.
De mil un golpe sólo Astolfo espera
que el alma de la carne le eche fuera.

82 Tal vez le corta el puño con la maza,
tal vez un brazo u otro con la mano;
mas corte atravesando la coraza
o corte trozo a trozo, todo es vano;
que siempre de la arena de la plaza
sus miembros coge Orrilo, y queda sano.
Si en cien cuartos lo hubiese allí deshecho,
lo habría al poco otra vez visto rehecho.

83 De mil golpes al fin uno endereza
hacia el mentón cortando la garganta:
del busto le arrancó yelmo y cabeza
y a apearse del caballo se adelanta.
Recoge al punto la sangrienta pieza
y otra vez monta con presteza tanta
que, huyendo de él en dirección al Nilo,
no puede recobrar lo suyo Orrilo.

84 El necio, que en tal hecho no repara,
a tientas dónde pueda estar comprueba;
mas, cuando entiende ya por cosa clara
que la cabeza el corredor se lleva,
presto hacia su caballo se dispara,
monta de nuevo, y a seguirlo prueba.
«¡Vuelve!» querría decir; mas nada exhorta,
porque es el duque quien su boca porta.

85 Mas, pues consigo trae aún los talones
se calma, y de aguijar corcel no deja.
Rabicán, que es veloz entre millones,
al poco gran espacio de él se aleja.
Astolfo en tanto aquellos mil mechones
repasa de la nuca hasta la ceja,
y mira si halla aquel pelo encantado
que a Orrilo hace inmortal si no es cortado.

86 En tal fértil maraña de cabellos
no hay uno que haga a los demás ventaja:
¿cuál, pues, Astolfo elegirá entre ellos
que dé muerte al ladrón, si al fin lo saja?
«Mejor será acabar con todos ellos»,
se dijo y, sin tijera ni navaja,
echó mano a la espada con premura,
la cual más que cortar, cortar, rasura.

87 Y, asiendo por la napia la cabeza,
la rapa hasta dejarle mondo el coco;
de suerte que el que busca al fin tropieza:
el rostro, entonces, dibujó de un loco,
torció los ojos, y mostró que empieza,
por señas claras, a morir al poco;
el cuerpo que seguía unido al cuello,
cayó sin poder dar ni aun el resuello.

88 Volvió después Astolfo a donde el resto
había dejado, con el casco en mano
que era de ser de un muerto manifiesto,
y mostró el cuerpo que cayó en el llano.
No sé si a ambos gustó, aunque en el gesto
mostraron cortesía al buen britano:
quizás que otro el honor del hecho tome
de envidia a ambos el pecho les carcome.

89 Tampoco que tal fin la lid hallase
pienso que fuese a las dos hadas grato;
pues éstas, porque mucho más se atrase
de los hermanos el destino ingrato
que en Francia creen que en breve tiempo pase,
habían de luchar dado el mandato,
pensando entretenerlos de tal modo
que pierda aquel influjo el poder todo.

90 Tan prontó oyó el alcaide de Damieta
que había sido muerto el crudo Orrilo,
cuando lanzó un pichón, al cual sujeta
billete bajo el ala con un hilo.
Llega al Cairo y allí la misma treta
usaron como allí es común estilo,
de suerte que por todo Egipto cierto
se supo en breve así que Orrilo ha muerto.

91 El duque, cuando dio fin a este empleo,
prestó consuelo a uno y otro hermano;
y, aunque tuviesen de por sí el deseo
de presto a aquel servicio dar su mano,
moviólos a que en pro del europeo,
la Iglesia y el Imperio aún Romano,
dejasen las batallas en Oriente
y hallasen el honor entre su gente.

92 Aguilante y Grifón presto pidieron,
cada cual a su dama la licencia,
las cuales, aunque mucho se dolieron,
no supieron hacerles resistencia.
Mas antes hacia Oriente se volvieron,
pues creyeron piadosa reverencia
ir donde Dios a estarse en carne vino,
antes de a Francia proseguir camino.

93 Podían ir por la izquierda sin mohína,
que era la senda más grata y liviana
y no dejaba lejos la marina;
mas fueron por la diestra menos llana,
porque la alta ciudad de Palestina
por esta es seis jornadas más cercana.
Agua y hierba tan sólo allí se halla;
no hay otro exquisitez ni otra vitualla.

94 Y así, primero de emprender viaje,
hicieron provisión para la vía
cargando en el gigante el equipaje
que hasta una torre porteado habría.
Al fin de aquel camino agrio y salvaje,
desde un monte a sus ojos se ofrecía
la Tierra Santa, en que el Amor Sagrado
con su sangre lavó nuestro pecado.

95 Mozo al que los tres no son extraños,
entrando en la ciudad topan de frente:
Sansoneto de Meca, aun a sus años
(que muy tierna es su edad) ya muy prudente;
guerrero bondadoso y de redaños,
famoso, y celebrado entre la gente.
Orlando, al que escuchó cuando pagano,
le dio el bautismo de su propia mano.

96 Trazando está de cuál más útil modo
del califa de Egipto se defiende,
y a tal fin el Calvario cercar todo
con un muro de dos millas pretende.
Reciben de él saludo y acomodo
que sólo de un sincero amor se aprende;
y, dándoles entrada, en grato espacio
los hizo aposentar de su palacio.

97 Aquella tierra gobernaba en nombre
de Carlos con mandato sabio y justo.
Quiso Astolfo donar a este gran hombre
aquel jayán de desmedido busto,
que más carga portaba --y no os asombre--
que diez bestias, según era robusto.
Le dio Astolfo el gigante, y junto a esto
la red en la que preso lo había puesto.

98 Dio a cambio Sansoneto de don tanto
un cinto primoroso para espada
y espuela con que herir al bruto el canto,
la hebilla y rueda en oro a ambos labrada;
que eran, según se cree, del varón santo
que dio muerte al dragón de una lanzada.
En Yafo, cuando al fin rindió la plaza,
junto a otras muchas armas, les dio caza.

99 Limpias sus almas ya en un monasterio,
famoso en santidad y en buen ejemplo,
de la pasión de Cristo y su misterio
hicieron revisión por cada templo,
que hoy con eterno oprobio y vituperio
ser presa de los árabes comteplo.
Por todo el orbe Europa ahora se echa
a hacer la guerra, y no donde aprovecha.

100 Mientras se entregan con fervor devoto
a los oficios y oraciones estas,
un peregrino griego, a Grifón noto,
le trajo nuevas graves y funestas
que a su intención primera y largo voto
harto contrarias eran y harto opuestas,
y el pecho le inflamaron de tal modo
que le apartaron la oración del todo.

101 Grifón, para desgracia suya, amaba
a una tal Orrigila, mujer bella
que tal talle y tal gesto atesoraba
que una entre mil no habría como ella;
pero tan desleal, impía y prava
que, por más que buscásemos doncella
en tierra firme o ínsula lejana,
no hallaramos ninguna así inhumana.

102 Enferma en la ciudad de Constantino
la había dejado de una fiebre fiera;
y ahora que gozarla aquel mezquino
y bella más que nunca verla espera,
oye que haciendo hacia Antioquía camino
detrás de un nuevo amante se inmodera,
pues juzga más que intolerable el hecho
de estar a aquella edad sola en el lecho.

103 Desde el momento en que escuchó la nueva
suspiraba Grifón de noche y día.
Cualquier placer que más gusta y se aprueba
a él más enferma el alma y más enfría:
entiéndalo el que el daño de Amor prueba,
si son o no sus flechas de valía.
Mas no hay mayor tormento que lo venza
que el no decir su mal por la vergüenza.

104 Y esto, porque ya tantas y tantas
veces le había afeado su porfía
su más juicioso hermano ante su plantas
y buscado arrarcarle aquella arpía,
aquella que a su juicio era de cuantas
mujeres malas hay la más impía.
Grifón la escusa ante su justa saña,
y las más veces a sí mismo engaña.

105 Y así tomó intención, sin revelarse,
de andar solo a Antioquia el largo trecho
y a espaldas de su hermano reportarse
a aquella que era dueña de su pecho,
hallar a aquel que se la hurtó y vengarse
de modo tal que se recuerde el hecho.
Diré en el otro canto cómo a efecto
llevó y dio fin a todo este proyecto.