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— 163— — ¹Por quién? — preguntaron ellos, dudando do las pa- labras de la india. — Por los blaudengues, que ya andan buscando como hacerlo. — 5i'o no lo conseguirán, gente saben pelear, y como tienen escondrijos que los blandengues no conocen, se ocultaran para que no den con ellos. — Será,n sorprendidos en su guarida, Bruno Páez. — ¹Y quién podrá, sorprenderlos cuando tanto vigilan? — ¡Yo! — exclamo la india. — ;1'u, — Si, yo los conduciré sin que ninguno lo note. — ¹Y yo te pregunto, do, si «los conquistadores,» como tu les llamas á, los cris- tianos, son los enemigos que más aborrece tu tribu, como te atreves? .. — Yo ya no pertenezco á la tribu, Bruno Pá,e! — contes- to — ¡Qué dices! — exclamaron los cuatro, asombrados. — Porque portenezco á ese hombre — anadié ella, sena- lando al joveu, con resplandores de vehemencia en la mi- rada. — ¡Soy su esposa, soy su esclava! — ¡La hija de la tribu charrua esposa y esclava de un hombre de nuestra raza! — exclamo Bruno Páez, más asom- brado aun, como los otros tres. — ¡Oh, si lo saben los de la tuya, ni el ni tu escaparéis a, la muerte! — Si, Bruno Pá,ez, escaparemos, y vosotros, que no sois malos, nos ayudaréis á conseguirlo. — p Como? — ¹Estais dispuestos? — repitio la india. — Siempre que podamos... — Poneos alerta y cuando, en la noche, oigá,is el grito del chajá y me veá,is aparecor eu la guarida de la banda, es senal do que tras de mi llegarán los cristianos armados. Huid¡huid entonces, sin que lo noten y no pareis hasta llegar á, San Fernando de Maldonado.