Diferencia entre revisiones de «Historia del pescador y el efrit»

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{{encabezado2|[[Las mil y una noches]] <br> Pero cuando llegó la novena noche|Anónimo}}
{{encabezado2|[[Las mil y una noches]] <br> Historia del pescador y el efrit|Anónimo}}






He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había un pescador, hombre de edad avanzada, casado, con tres hijos y muy pobre. Tenía por costumbre echar las redes sólo cuatro veces al día y nada más. Un día entre los días a las doce de la mañana, fue a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y no podía con ella. Llevó el cabo a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar maniobrando en torno de la red, y no paró hasta que la hubo sacado. Vistiose entonces muy alegre, y acercándose a la red encontró un borrico muerto. Al verlo exclamó desconsolado: "¡Todo el poder y la fuerza están en Alah, el Altísimo y el Omnipotente!"
PERO CUANDO LLEGÓ LA NOVENA NOCHE


Luego dijo: "En verdad que este donativo de Alah es asombroso". Y recitó los siguientes versos:
¡Oh buzo, que giras ciegamente en las tinieblas de la noche y de la perdición! ¡Abandona esos penosos trabajos; la fortuna no gusta del movimiento!


Sacó la red, exprimiéndole el agua, y cuando hubo acabado de exprimirla, la tendió de nuevo. Después, internándose en el agua, exclamó: "¡En el nombre de Alah!" Y arrojó la red de nuevo, aguardando que llegara al fondo. Quiso entonces sacarla, pero notó que pesaba más que antes y que estaba más adherida, por lo cual la creyó repleta de una buena pesca, y arrojándose otra vez al agua, la sacó al fin con gran trabajo, llevándola a la orilla, y encontró una tinaja enorme, llena de arena y de barro.


Al verla se lamentó mucho y recitó estos versos:
Ella dijo:


¡Cesad, vicisitudes de la suerte, y apiadaos de los hombres!
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando la bruja cogió un poco de agua y pronunció unas palabras misteriosas, los peces empezaron a agitarse, irguiendo la cabeza, y acabaron por convertirse en hijos de Adán, y en la hora y en el instante se desató la magia que sujetaba a los habitantes de la ciudad. Y la ciudad se convirtió en una población floreciente, con magníficos zocos bien construidos y cada habitante se puso a ejercer su oficio. Y las montañas volvieron a ser islas como en otro tiempo. Y hete aquí todo lo que hubo respecto a esto. Por lo que se refiere a la bruja ésta volvió junto al rey, y como le seguía tomando por el negro, le dijo: "¡Oh querido mío!, dame tu mano generosa para besarla".
¡Qué tristeza! ¡Sobre la tierra ninguna recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo realizado por alcanzarla!


¡Salgo de casa a veces para buscar candorosamente la fortuna, y me enteran de que la fortuna hace mucho tiempo que murió!
Y el rey le respondió en voz baja: "Acércate más a mí". Y ella se aproximó. Y el rey cogió de pronto su buena espada, y le atravesó el pecho con tal fuerza, que la punta le salió por la espalda. Después, dando un tajo, la partió en dos mitades.


¿Es así ! oh fortuna ! como dejas a los Sabios en la sombra, para que los necios gobiernen el mundo?
Hecho esto salió en busca del joven encantado, que le esperaba de pie. Entonces le felicitó por su desencantamiento, y el joven le besó la mano, y le dió efusivamente las gracias. Y le dijo el rey: "¿Quieres marchar a tu ciudad, o acompañarme a la mía?" Y el joven contestó: "¡Oh, rey de los tiempos! ¿sabes cuánta distancia hay de aquí a tu ciudad?" Y dijo el rey: "Dos días y medio". Entonces le dijo el joven: "¡Oh rey! si estás durmiendo, despierta. Para ir a tu capital emplearás, con la voluntad de Alah, todo un año. Si llegaste aquí en dos días y medio, fué porque esta población estaba encantada. Y cuenta, ¡oh rey! que no he de apartarme de ti ni siquiera el instante que dura un parpadeo". El rey se alegró al oírlo, y dijo: "Bendigamos a Alah, que ha dispuesto te encontrase en mi camino. Desde hoy serás mi hijo, ya que Alah no me los ha querido dar hasta ahora". Y se echaron uno en brazos del otro, y se alegraron hasta el límite de la alegría.


Y luego, arrojando la tinaja lejos de él, pidió perdón a Alah por su momento de rebeldía y lanzó la red por vez tercera, y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al ver esto, recitó todavía unos versos de un poeta:
Dirigiéronse entonces al palacio del rey que había estado encantado. Y el joven anunció a los notables de su reino que iba a partir para la santa peregrinación a la Meca. Y hechos los preparativos necesarios, partieron él y el rey, cuyo corazón anhelaba el regreso a su país, del que estaba ausente hacía un año. Marcharon, pues, llevando cincuenta mamalik (Mamelucos, soldados esclavos) cargados de regalos. Y no dejaron de viajar día y noche durante un año entero, hasta que avistaron la ciudad. El visir salió con los soldados al encuentro del rey, muy satisfecho de su regreso, pues había llegado a temer no verle más. Y los soldados se acercaron, y besaron la tierra entre sus manos, y le dieron la bienvenida. Y entró en el palacio y se sentó en su trono. Después llamó al visir y le puso al corriente de cuanto le había ocurrido. Cuando el visir supo la historia del joven, le dió la enhorabuena por su desencantamiento y su salvación.


¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras, hombre ingenuo, que ni tu pluma de caña ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamás?
Mientras tanto, el rey gratificó a muchas personas, y después dijo al visir: "Que venga aquel pescador que en otro tiempo me trajo los peces". Y el visir mandó llamar al pescador que había sido causa del desencantamiento de los habitantes de la ciudad. Y cuando se presentó le ordenó el rey que se acercase, y le regaló trajes de honor, preguntándole acerca de su manera de vivir y si tenía hijos. Y el pescador dijo que tenía un hijo y dos hijas. Entonces el rey se casó con una de sus hijas, y el joven se casó con la otra. Después el rey conservó al pescador a su lado y le nombró tesorero general.


Y alzando la frente al cielo, exclamó: "¡Alah! ¡Tú sabes que yo no echo la red más que cuatro veces por día, y ya van tres!" Después invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando que tocase al fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos, tampoco conseguía sacarla, pues a cada tirón se enganchaba más en las rocas del fondo. Entonces dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah!" Se desnudó, metiéndose en el agua y maniobrando alrededor de la red, hasta que la desprendió y la llevó a tierra. Al abrirla encontró un enorme jarrón de cobre dorado, lleno e intacto. La boca estaba cerrada con un plomo que ostentaba el sello de nuestro señor Soleimán, hijo de Daud (Salomón hijo de David, considerado el Señor de los efrits).
En seguida envió a su visir a la ciudad del joven, situada en las Islas Negras, y le nombró sultán de aquellas islas, escoltándole los cincuenta mamalik con numerosos trajes de honor para todos aquellos emires. El visir, al despedirse, besó ambas manos del sultán y salió para su destino. Y el rey y el joven siguieron juntos, muy felices con sus esposas, las dos hijas del pescador, gozando una vida de venturosa tranquilidad y cordial esparcimiento. En cuanto al pescador, nombrado tesorero general, se enriqueció mucho y llegó a ser el hombre más rico de su tiempo. Y todos los días veía a sus hijas, que eran esposas de reyes. ¡Y en tal estado, después de numerosos años completos, fué a visitarles la Separadora de los amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable! ¡Y ellos murieron!
Pero no creáis que esta historia-prosiguió Schehrazada- sea más maravillosa que la del mandadero.


El pescador se puso muy alegre al verlo, y se dijo: "He aquí un objeto que venderé en el zoco (Bazar) de los caldereros, porque bien vale sus diez dinares de oro". Intentó mover el jarrón, pero hallándolo muy pesado, se dijo para sí: "Tengo que abrirlo sin remedio; meteré en el saco lo que contenga y luego lo venderé en el zoco de los caldereros". Sacó el cuchillo y empezó a maniobrar, hasta que levantó el plomo. Entonces sacudió el jarrón, queriendo inclinarlo para verter el contenido en el suelo. Pero nada salió del vaso, aparte de una humareda que subió hasta lo azul del cielo y se extendió por la superficie de la tierra. Y el pescador no volvía de su asombro. Una vez que hubo salido todo el humo, comenzó a condensarse en torbellinos, y al fin se convirtió en un efrit cuya frente llegaba a las nubes, mientras sus pies se hundían en el polvo. La cabeza del efrit era como una cúpula; sus manos semejaban rastrillos; sus piernas eran mástiles; su boca una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una alcarraza; sus ojos, dos antorchas, y su ,cabellera aparecía revuelta y empolvada. Al ver a este efrit, el pescador quedó mudo de espanto, temblándole las carnes, encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cegaron a la luz.


Cuando vió al pescador, el efrit dijo: "¡No' hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de Alah!" Y dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: "¡Oh tú, gran Soleimán, profeta de Alah, no me mates; te obedeceré siempre, y nunca me rebelaré contra tus mandatos!" Entonces exclamó el pescador: "¡Oh gigante audaz y rebelde, tú te atreves a decir que Soleimán es el profeta de Alah! Soleimán murió hace mil ochocientos años, y nosotros estamos al fin de los tiempos. ¿Pero qué historia vienes a contarme? ¿Cuál es el motivo de que estuvieras en este jarrón?"
{{capítulos|[[Las mil y una noches:18|Capítulo 18]]|[[Las mil y una noches:19|Capítulo 19]]|[[Las mil y una noches:20|Capítulo 20]]}}


Entonces el efrit dijo: "No hay más Dios que Alah. Pero permite, ¡oh pescador! que te anuncie una buena noticia". Y el pescador repuso: "¿Qué noticia es esa?"
[[Categoría:Las mil y una noches-Tomo I|Las 19]]

Y contestó el efrit: "Tu muerte. Vas a morir ahora mismo, y de la manera más terrible".

Y replicó el pescador: "¡Oh jefe de los efrits! ¡mereces por esa noticia que el cielo te retire su ayuda! ¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero ¿por qué deseas mi muerte? ¿qué hice para merecerla? Te he sacado de esa vasija, te he salvado de una larga permanencia en el mar, y te he traído a la tierra".

Entonces el efrit dijo: "Piensa y elige la especie de muerte que prefieras; morirás del modo que gustes".

Y el pescador dijo: "¿Cuál es mi crimen para merecer tal castigo?" Y respondió el efrit: "Oye mi historia, pescador". Y el pescador dijo: "Habla y abrevia tu relato, porque de impaciente que se halla mi alma se me está saliendo por el pie".

Y dijo el efrit:

"Sabe que yo soy un efrit rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr El-Genni. Y Soleimán envió hacia mí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a pesar de mi resistencia, y me llevó a manos de Soleimán. Y mi nariz en aquel momento se puso bien humilde.

Al verme, Soleimán hizo su conjuro a Alah y me mandó que abrazase su religión y me sometiese a su obediencia. Pero yo me negué. Entonces mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con plomo, imprimiendo el nombre del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles que me llevaran en hombros y me arrojasen en medio del mar. Permanecí cien años en el fondo del agua, y decía de todo corazón: "Enriqueceré eternamente al que logre libertarme". Pero pasaron los cien años y nadie me libertó. Durante los otros cien años me decía: "Descubriré y daré los tesoros de la tierra a quien me liberte". Pero nadie me libró. Y pasaron cuatrocientos años, y me dije: "Concederé tres cosas a quien me liberte". Y nadie me libró tampoco. Entonces, terriblemente encolerizado, dije con toda el alma: "Ahora mataré a quien me libre, pero le dejaré antes elegir, concediéndole la clase de muerte que prefiera".

Entonces tú, ¡oh pescador! viniste a librarme y por eso te permito que escojas la clase de muerte".

El pescador, al oír estas palabras del efrit, dijo: "¡Por Alah que la oportunidad es prodigiosa! ¡Y había de ser yo quien te libertase! Indúltame, efrit, que Alah te recompensará! En cambio, si me matas, buscará quien te haga perecer".

Entonces el efrit le dijo: "¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has libertado!"

Y el pescador le contestó: "¡Oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal por el bien! ¡A fe que no miente el proverbio!" Y recitó estos versos:

¿Quieres probar la amargura e las cosas? ! Sé bueno y servicial !

¡Los malvados desconocen la gratitud! _

¡Pruébalo , si quieres y tu, suerte . será la de la pobre Magir, madre de Amer!

Pero el efrit le dijo: "Ya hemos hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar."

Entonces pensó el pescador: "Yo no soy más que un hombre y él un efrit, pero Alah me ha dado una razón bien despierta. Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde llega su malicia." Y entonces dijo al efrit: "¿Has decidido realmente mi muerte?" Y el efrit contestó: "No lo dudes." Entonces dijo: "Por el nombre del Altísimo, que está grabado en sello de Soleimán, te conjuro a que respondas con verdad a mi pregunta." Cuando el efrit oyó el nombre del Altísimo, respondió muy conmovido: "Pregunta, que yo contestaré la verdad." Entonces dijo el pescador: "¿Cómo has podido entrar por entero en este jarrón donde apenas cabe tu pie o tu mano?" El efrit dijo: "¿Dudas acaso de ello?" El pescador respondió: "Efectivamente, no lo creeré jamás mientras no vea con mis propios ojos que te metes en él."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



{{capítulos|[[Las mil y una noches:9|Capítulo 9]]|[[Las mil y una noches:10|Capítulo 10]]|[[Las mil y una noches:11|Capítulo 11]]}}

[[Categoría:Las mil y una noches-Tomo I|010]]

Revisión del 16:15 10 mar 2007

Plantilla:Encabezado2


He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había un pescador, hombre de edad avanzada, casado, con tres hijos y muy pobre. Tenía por costumbre echar las redes sólo cuatro veces al día y nada más. Un día entre los días a las doce de la mañana, fue a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y no podía con ella. Llevó el cabo a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar maniobrando en torno de la red, y no paró hasta que la hubo sacado. Vistiose entonces muy alegre, y acercándose a la red encontró un borrico muerto. Al verlo exclamó desconsolado: "¡Todo el poder y la fuerza están en Alah, el Altísimo y el Omnipotente!"

Luego dijo: "En verdad que este donativo de Alah es asombroso". Y recitó los siguientes versos:

¡Oh buzo, que giras ciegamente en las tinieblas de la noche y de la perdición! ¡Abandona esos penosos trabajos; la fortuna no gusta del movimiento!

Sacó la red, exprimiéndole el agua, y cuando hubo acabado de exprimirla, la tendió de nuevo. Después, internándose en el agua, exclamó: "¡En el nombre de Alah!" Y arrojó la red de nuevo, aguardando que llegara al fondo. Quiso entonces sacarla, pero notó que pesaba más que antes y que estaba más adherida, por lo cual la creyó repleta de una buena pesca, y arrojándose otra vez al agua, la sacó al fin con gran trabajo, llevándola a la orilla, y encontró una tinaja enorme, llena de arena y de barro.

Al verla se lamentó mucho y recitó estos versos:

¡Cesad, vicisitudes de la suerte, y apiadaos de los hombres!

¡Qué tristeza! ¡Sobre la tierra ninguna recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo realizado por alcanzarla!

¡Salgo de casa a veces para buscar candorosamente la fortuna, y me enteran de que la fortuna hace mucho tiempo que murió!

¿Es así ! oh fortuna ! como dejas a los Sabios en la sombra, para que los necios gobiernen el mundo?

Y luego, arrojando la tinaja lejos de él, pidió perdón a Alah por su momento de rebeldía y lanzó la red por vez tercera, y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al ver esto, recitó todavía unos versos de un poeta:

¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras, hombre ingenuo, que ni tu pluma de caña ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamás?

Y alzando la frente al cielo, exclamó: "¡Alah! ¡Tú sabes que yo no echo la red más que cuatro veces por día, y ya van tres!" Después invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando que tocase al fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos, tampoco conseguía sacarla, pues a cada tirón se enganchaba más en las rocas del fondo. Entonces dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah!" Se desnudó, metiéndose en el agua y maniobrando alrededor de la red, hasta que la desprendió y la llevó a tierra. Al abrirla encontró un enorme jarrón de cobre dorado, lleno e intacto. La boca estaba cerrada con un plomo que ostentaba el sello de nuestro señor Soleimán, hijo de Daud (Salomón hijo de David, considerado el Señor de los efrits).

El pescador se puso muy alegre al verlo, y se dijo: "He aquí un objeto que venderé en el zoco (Bazar) de los caldereros, porque bien vale sus diez dinares de oro". Intentó mover el jarrón, pero hallándolo muy pesado, se dijo para sí: "Tengo que abrirlo sin remedio; meteré en el saco lo que contenga y luego lo venderé en el zoco de los caldereros". Sacó el cuchillo y empezó a maniobrar, hasta que levantó el plomo. Entonces sacudió el jarrón, queriendo inclinarlo para verter el contenido en el suelo. Pero nada salió del vaso, aparte de una humareda que subió hasta lo azul del cielo y se extendió por la superficie de la tierra. Y el pescador no volvía de su asombro. Una vez que hubo salido todo el humo, comenzó a condensarse en torbellinos, y al fin se convirtió en un efrit cuya frente llegaba a las nubes, mientras sus pies se hundían en el polvo. La cabeza del efrit era como una cúpula; sus manos semejaban rastrillos; sus piernas eran mástiles; su boca una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una alcarraza; sus ojos, dos antorchas, y su ,cabellera aparecía revuelta y empolvada. Al ver a este efrit, el pescador quedó mudo de espanto, temblándole las carnes, encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cegaron a la luz.

Cuando vió al pescador, el efrit dijo: "¡No' hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de Alah!" Y dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: "¡Oh tú, gran Soleimán, profeta de Alah, no me mates; te obedeceré siempre, y nunca me rebelaré contra tus mandatos!" Entonces exclamó el pescador: "¡Oh gigante audaz y rebelde, tú te atreves a decir que Soleimán es el profeta de Alah! Soleimán murió hace mil ochocientos años, y nosotros estamos al fin de los tiempos. ¿Pero qué historia vienes a contarme? ¿Cuál es el motivo de que estuvieras en este jarrón?"

Entonces el efrit dijo: "No hay más Dios que Alah. Pero permite, ¡oh pescador! que te anuncie una buena noticia". Y el pescador repuso: "¿Qué noticia es esa?"

Y contestó el efrit: "Tu muerte. Vas a morir ahora mismo, y de la manera más terrible".

Y replicó el pescador: "¡Oh jefe de los efrits! ¡mereces por esa noticia que el cielo te retire su ayuda! ¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero ¿por qué deseas mi muerte? ¿qué hice para merecerla? Te he sacado de esa vasija, te he salvado de una larga permanencia en el mar, y te he traído a la tierra".

Entonces el efrit dijo: "Piensa y elige la especie de muerte que prefieras; morirás del modo que gustes".

Y el pescador dijo: "¿Cuál es mi crimen para merecer tal castigo?" Y respondió el efrit: "Oye mi historia, pescador". Y el pescador dijo: "Habla y abrevia tu relato, porque de impaciente que se halla mi alma se me está saliendo por el pie".

Y dijo el efrit:

"Sabe que yo soy un efrit rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr El-Genni. Y Soleimán envió hacia mí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a pesar de mi resistencia, y me llevó a manos de Soleimán. Y mi nariz en aquel momento se puso bien humilde.

Al verme, Soleimán hizo su conjuro a Alah y me mandó que abrazase su religión y me sometiese a su obediencia. Pero yo me negué. Entonces mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con plomo, imprimiendo el nombre del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles que me llevaran en hombros y me arrojasen en medio del mar. Permanecí cien años en el fondo del agua, y decía de todo corazón: "Enriqueceré eternamente al que logre libertarme". Pero pasaron los cien años y nadie me libertó. Durante los otros cien años me decía: "Descubriré y daré los tesoros de la tierra a quien me liberte". Pero nadie me libró. Y pasaron cuatrocientos años, y me dije: "Concederé tres cosas a quien me liberte". Y nadie me libró tampoco. Entonces, terriblemente encolerizado, dije con toda el alma: "Ahora mataré a quien me libre, pero le dejaré antes elegir, concediéndole la clase de muerte que prefiera".

Entonces tú, ¡oh pescador! viniste a librarme y por eso te permito que escojas la clase de muerte".

El pescador, al oír estas palabras del efrit, dijo: "¡Por Alah que la oportunidad es prodigiosa! ¡Y había de ser yo quien te libertase! Indúltame, efrit, que Alah te recompensará! En cambio, si me matas, buscará quien te haga perecer".

Entonces el efrit le dijo: "¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has libertado!"

Y el pescador le contestó: "¡Oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal por el bien! ¡A fe que no miente el proverbio!" Y recitó estos versos:

¿Quieres probar la amargura e las cosas? ! Sé bueno y servicial !

¡Los malvados desconocen la gratitud! _

¡Pruébalo , si quieres y tu, suerte . será la de la pobre Magir, madre de Amer!

Pero el efrit le dijo: "Ya hemos hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar."

Entonces pensó el pescador: "Yo no soy más que un hombre y él un efrit, pero Alah me ha dado una razón bien despierta. Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde llega su malicia." Y entonces dijo al efrit: "¿Has decidido realmente mi muerte?" Y el efrit contestó: "No lo dudes." Entonces dijo: "Por el nombre del Altísimo, que está grabado en sello de Soleimán, te conjuro a que respondas con verdad a mi pregunta." Cuando el efrit oyó el nombre del Altísimo, respondió muy conmovido: "Pregunta, que yo contestaré la verdad." Entonces dijo el pescador: "¿Cómo has podido entrar por entero en este jarrón donde apenas cabe tu pie o tu mano?" El efrit dijo: "¿Dudas acaso de ello?" El pescador respondió: "Efectivamente, no lo creeré jamás mientras no vea con mis propios ojos que te metes en él."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Capítulo 10