Historia de la Compañía de Jesús en Nueva-España. Tomo I: Suplemento primero a la Historia de la Compañía de Jesús en Nueva-España
Suplemento primero a la Historia de la Compañía de Jesús en Nueva-España
Escrita por el padre Francisco Javier Alegre
El departamento del Nuevo-México es hoy bastante conocido por los aventureros tejanos, y objeto de sus especulaciones mercantiles, principalmente desde que se ha puesto en contacto con los Estados Unidos del Norte: se ha abierto un camino por el que transitan numerosas caravanas de mercaderes, y por medio de las cuales se fomenta el contrabando, se introducen efectos de primera necesidad y de lujo, y por precios muy cómodos. El abandono en que el gobierno español tuvo aquellos pueblos, y por lo que carecieron de muchos auxilios y artículos necesarios a la vida, ha hecho que sus habitantes tengan por un gran bien lo que considerado exactamente es un verdadero mal, y que envidiando la suerte de los establecimientos anglo-americanos, crean que no pueden ser libres y felices sino a la sombra de aquel pabellón, renunciando a la verdadera felicidad que hoy disfrutan por una facticia y quimérica. Conviene, por tanto, que el gobierno conozca el mérito de aquellas regiones, de donde puede sacar grande aprovechamiento por medio de una administración liberal a par que justa, y con cuyo objeto nos proponemos dar aquí una ligera idea. Tenemos a la vista un manuscrito precioso que disfrutaremos en este suplemento y llenará nuestro objeto; mas para ello es indispensable formar la relación, aunque sucinta, tomándola desde que conquistaron aquellas regiones los españoles y predicaron el Evangelio los religiosos franciscanos.
[Situación geográfica. Descubrimiento, conquista del Norte. México y sus revoluciones] Se conoce por territorio del Nuevo-México desde el grado 23 de latitud boreal hasta el 45; pero rigorosamente se ignoran sus límites al Norte32. Al Mediodía tiene la provincia de Chihuahua, al Oriente la Luisiana y provincia de Tejas, y al Occidente parte de Sonora y California Alta. Su temperamento es frío, pero el terreno muy fértil por las muchas nieves que caen en invierno. Es común opinión que este territorio es el más parecido a la península española por su feracidad, temperamento y producciones. Es despejado y ameno, y participa de la Sierra Madre que se tiene por un manantial de oro33 y plata, y sería el país más próspero si no tuviera tan cerca la gentilidad.
La conquista de esta tierra privilegiada tuvo los mismos principios que la de la provincia de Coahuila: toda fue obra de la Providencia. Por los años de 1532 se encontró la sección de tropa que puso Nuño de Guzmán a las órdenes de Pedro Chirinos a seis españoles que en la invasión de Pánfilo de Narváez a la Florida se extraviaron en los montes, y se encontraron con una nación que a la vez padecía una epidemia que la desolaba, y habiendo aquellos españoles acertado prodigiosamente con arbitrios eficaces para su curación, la contuvieron. Este feliz suceso los defendió de la fiereza de los bárbaros, los cuales no los dejaron salir del país por el interés de que los curaran en sus enfermedades. Ellos no perdieron la ocasión oportuna de catequizar a los indígenas que pudieron en los principios religiosos, y buscando arbitrios y modo para salir de su cautiverio promovieron con los indios amigos una expedición a la parte occidental del territorio, en donde suponían encontrar a sus compañeros. En las dilatadas mansiones que hicieron se detuvieron mucho tiempo en Nuevo-México, y de allí entraron a Sonora donde se reunieron a los españoles.
La fecunda semilla de religión que habían dejado en unos corazones tan bien dispuestos como los de los indios, se conservó hasta el arto de 1591 en que entró al Nuevo-México el padre fray Agustín Ruiz, misionero franciscano. Este religioso residía en una misión del territorio de Chihuahua, y fue avisado de unos indios conchos amigos, que —327→ no lejos de allí había muchas naciones, y entre ellas algunos indígenas que ya tenían noticia de la religión católica. Trató luego el padre Ruiz de buscar a estos indios con empuño, y en breves días logró su objeto, catequizando y bautizando a aquellas afortunadas gentes. Luego procuró el auxilio de algunos compañeros, que felizmente se le proporcionaron de las misiones de Sonora. Cuando el virrey de México supo los nuevos descubrimientos y sus progresos, mandó a don Antonio Espejo con alguna gente y socorros para proteger las misiones. Por algunos alborotos que se suscitaron entre las tribus inmediatas, fue de necesidad que se pidiese más tropa para fundar algunos presidios, y salió de México una nueva partida a las órdenes de don Juan de Oñate, pariente de los conquistadores de Jalisco; el cual llegó a su destino en 1595. A los cincuenta años, es decir, en el de 1644, hubo una sublevación general de las naciones del territorio, en que murieron todos los misioneros, y aun el gobernador español a manos de los bárbaros: solo escaparon muy pocos habitantes que se refugiaron en el Paso del Norte. Desde allí se hicieron nuevas solicitudes al virrey para que se reconquistase lo perdido, y muchos de los descendientes de los primeros defensores del país se reunieron a la gente que salió de Zacatecas y otros puntos a la reconquista de tan recomendables posesiones el año de 1694, a las órdenes de don Diego Vargas.
Esta revolución la refiere más detalladamente el padre Andrés Cabo en su Historia34, diciendo, que los indios ya reducidos del Nuevo-México, subían a veinticinco mil, y estaban avecindados en veinticuatro pueblos: se convinieron con los gentiles que estaban extendidos por aquellas tierras en dar sobre los españoles. Para ejecutar esto con el secreto que el negocio pedía, hubo en diversas partes varias juntas. Ignórase si los indios ya convertidos movieron a los idólatras, o estos a aquellos: lo que consta es que la trama se urdió tan bien y que se guardó tal secreto, que aquella conjuración que poco a poco se había ido disponiendo y que se extendió por más de ciento cincuenta leguas, fue ignorada de los españoles, hasta que el día 10 de agosto, improvisamente a una misma hora los asaltaron, dejando muertos veintiún padres franciscanos, que cuidaban de aquellos pueblos y trabajaban en la reducción —328→ de los infieles y a todos los españoles que andaban por aquellas vastas provincias.
Desembarazados los indios de estos, tuvieron la audacia de sitiar el fuerte de la capital de Santa Fe, donde residen los gobernadores. Por medio de algunos naturales fieles, los soldados de aquella guarnición fueron avisados de que los enemigos se acercaban a la plaza: así que, poniendo en son los pocos morteretes y fusiles que había, se aprestaron para detener el ímpetu de los conjurados, que luego aparecieron dando grandes alaridos a su usanza. Los soldados los dejaron acercar; pero cuando estuvieron a tiro, las descargas hicieron en ellos tanto estrago, que el terreno quedó cubierto de cadáveres; mas no por esto aquellos bravos indios se acobardaron: soldados frescos entraron a substituir a los muertos que disparaban diluvios de flechas contra los españoles. En estas vicisitudes pasaron los días sin que aquellos indios se movieran de sus puestos, esperanzados de que su constancia haría rendir la plaza. Al cabo de este tiempo, consumidas las provisiones de boca y guerra, y no pudiendo los españoles tolerar la hediondez que despedían los montones de muertos debajo del fuerte, determinaron abandonarlo con la población, y a media noche por caminos secretos y despoblados salieron de Santa Fe, y se retiraron al presidio del Paso del Norte, que distaba doscientas leguas, desde donde dieron aviso al virrey35 de lo que pasaba. Entre tanto, aquellos indios al día siguiente, viendo que el fuego había cesado, se creyeron que consumida la pólvora se les rendirían los españoles; pero como advirtieron que no se oía ruido ni había —329→ indicio de gente, contentos de haberlos obligado a huir, y sin pensar en seguirlos, quemaron todos los edificios. El virrey, temeroso de que aquella rebelión cundiera por las provincias confinantes, mandó hacer levas y tomar todas las disposiciones para recobrar en el siguiente año lo perdido.
Al principio del siguiente, marcharon de México los escuadrones destinados a la expedición. Ordenóseles juntar gente de aquellos presidios y sentar el cuartel general en el Paso del Norte, en donde por las diligencias de aquel gobernador hallaron dispuestas todas las cosas para hacer aquella jornada que emprendían con todo el arte militar. De aquí salieron en busca de los enemigos; pero sus diligencias fueron inútiles, porque estos jamás midieron sus fuerzas con los españoles, y bien que tuvieron diversos campos, estos los habían sentado en puntos inaccesibles, donde espiaban la coyuntura de que algunos soldados se desbandasen para dar sobre ellos. Este modo de guerrear, el más seguro para quebrantar las fuerzas de los españoles mantuvieron los indios en aquella campaña, de lo que aburridos los castellanos, quemadas sus rancherías y maizales, se volvieron al presidio. Hasta aquí el padre Cabo.
A merced de paciencia y constancia, se recobró después el Nuevo-México; pero no toda la parte que antes poseía el gobierno español, que hoy está poseída por naciones bárbaras limítrofes, que no han cesado de hacer irrupciones, y que serán mayores en lo sucesivo, por estar auxiliadas con armamentos de que los han provisto los anglo-americanos. Hoy no son aquellos bárbaros que solo peleaban con macanas, hondas y flechas: hoy hacen la guerra con rifles y fusiles, guardan las formaciones militares, y necesitamos para combatirlos igualdad en el armamento, e igualdad numérica en nuestros soldados; reflexión importante que no debe despreciar nuestro gobierno, si no quiere perder una inmensa extensión de terreno rico por la vegetación, no menos que por los tesoros de oro y plata de sus minas. El gobierno español no supo sacar el aprovechamiento que, debiera de aquellas posesiones, y puede decirse que las condenó al olvido. La ignorancia en que sus habitantes se han visto sumergidos, es igual a la escasez y miseria a que se han visto condenados. ¿Quién creerá que hasta el año de 1833 no se vio en Nuevo-México una imprenta ni un periódico? Pues ello es cierto, y podría presentar pruebas de esta verdad. Entre tanto, aprovechándose los norteamericanos de tales circunstancias, los han abastecido —330→ de cuanto necesitaban, ora sea de lujo, ora de necesidad, y por bajos precios. Los emisarios y corresponsales de estos, situados en Santa Fe y en otros puntos, ponderándoles las ventajas de su constitución los han seducido, hasta pretender agregarse al gobierno norteamericano inspirándoles odio mortal contra el gobierno de México, llegando al extremo de asesinar al gobernador don Alvino Pérez en un motín militar las mismas tropas de su mando. Los excesos habrían pasado hasta efectuar de todo punto su emancipación, si la Providencia no hubiera deparado allí un genio de la guerra y de la política en la persona del señor general don Manuel Armijo, que ha logrado restablecer el orden interior y batir con gloria la horda de aventureros tejanos que marchaban poco ha a ocupar todo el Nuevo-México.
El resultado que da esta relación es que el gobierno debe ocuparse seriamente en reducir a todas aquellas naciones bárbaras por medio, no de soldados, que ni tiene en número bastante ni dinero para pagarlos, sino por medio de misioneros que sepan atraer con la dulzura y suavidad evangélica a aquellos indios ferocísimos. No estamos hoy en el siglo doce en que San Francisco de Asís a poco de haber establecido su orden celebró su primer capítulo general en el campo de las esteras o petates (entre Asís y la Porciúncula) reuniendo allí más de cinco mil frailes36. Tampoco vivimos en el siglo dieciséis en que un hijo natural de Carlos V vino de lego a San Francisco (el padre Gante) a establecer el Evangelio, quebrando más de quince mil ídolos mexicanos, y no queriendo admitir la mitra de México con que se le brindaba; pasó esa época dorada en que el espíritu de la predicación se había generalizado por todo el mundo, e hizo que se presentase en la India un Xavier, y que el ardor de la caridad de San Ignacio incendiase el orbe comunicándose a sus buenos hijos. Los tiempos, repito, son muy diversos, casi se ha extinguido aun en los hijos de los que entonces lo practicaron... Hay por hoy, frailes convidados para llevar el Evangelio a las Californias, para fundar una nueva iglesia y evitar los progresos que hacen allí los sacerdotes protestantes, se le resisten al gobierno y a sus prelados para marchar a aquellas regiones, diciendo... Que en los votos hechos al —331→ tiempo de su profesión no hicieron el de misionar entre bárbaros, y esto ha detenido las remisiones de operarios que se pretendía hacer de México. Solamente se presentan en la palestra los hijos de San Ignacio reanimados hoy del espíritu de su santo fundador, y dicen... «Aquí estamos... Volaremos a las partes más remotas del universo a publicar el Evangelio y a morir por su nombre y su verdad:... mandadnos... nada exigimos de vosotros, nos basta un breviario, un crucifijo y un calzado; nuestra subsistencia corre de cuenta de aquel Señor providentísimo que viste al pájaro y lo adorna con colores más hermosos y brillantes que la púrpura de Salomón en día de gala, y lo alimenta sin sembrar el trigo que lo sustenta... mandadnos, haremos felices a los hombres, los sacaremos del seno de la muerte eterna, sobre cuyo borde de un profundo abismo están colocados, les enseñaremos las artes, las ciencias, y la gran ciencia de entrar en una patria dichosa eternamente y para que han sido criados». Yo no me avergüenzo de implorar hoy este auxilio a favor de unas naciones bárbaras, a quien es acto de caridad sublime el dárselo, ni a presencia de un gobierno que ha jurado proteger esta religión que profesamos, así para dicha de los pueblos, como del mismo estado; sí, lo repito, no me avergüenzo de hablar y abogar por esta noble causa a presencia del general Santa-Anna que por lo mismo ha merecido los elogios de un escritor extranjero37; que ha protestado guardar la religión de sus mayores, ofreciendo además no faltarle en lo más mínimo ni en sus dogmas, ni en sus altares, ni en sus ministros, ni en su culto, ni usurparle sus bienes tan codiciados38. Mucho menos me avergüenzo de tomar la defensa de unos religiosos, que a despecho de sus enemigos, de esos hombres que no creen hoy parecer sabios si no los deturpan, si no los calumnian, y si no reproducen cuanto se ha escrito contra ellos, y de quienes ha triunfado completamente en nuestros días la verdad, vindicándolos además completamente, un autor moderno que ha escrito revisando cuanto contra ellos se había proferido para hacerlos —332→ desaparecer de la faz del mundo39. En confirmación de la necesidad urgentísima en que estamos de evangelizar las bárbaras naciones del Nuevo-México, presentaré un bosquejo de sus costumbres e idolatría, que no podrá menos de entristecernos, y hacer que con toda la efusión de un corazón cristiano pidamos al gobierno su socorro moral.
[Población] Lo que está poblado de Sur a Norte tiene de distancia setenta y seis leguas, y de Este a Oeste ciento seis, cuyo espacio encierra veinticinco pueblos de indios reducidos, inclusas las tres villas de Santa Fe, Santa Cruz de la Cañada y San Felipe Neri de Alburquerque. Se contienen en los términos dichos las poblaciones de los españoles ó vecinos, cuyo número de familias sube a seis mil. La tierra restante la habitan los gentiles independientes que no obedecen más que a sus pasiones particulares, entre cuyas tribus hay algunas que se comen a sus enemigos, otras los queman, otras los mutilan; algunas están en continua guerra y otras viven pacíficas. El odio de los primeros indios sublevados a los españoles de que hemos hablado, lo han heredado sus descendientes, y como no ha habido el esmero que debía en educarlos en las máximas religiosas, ellos continúan en sus antiguos desórdenes. Aunque las naciones reducidas se diferencian en sus idiomas, convienen en todo lo demás en el vestido: se embijan de colores, se arman y gritan de un mismo modo. Su color es cobrizo, son corpulentos y briosos, pero mal agestados, las orejas largas, de las que cuelgan anillos, uñas de animales y pedazos de concha; tienen poca barba, son muy ligeros en la carrera, y aunque el clima es frío están casi desnudos, porque sus vestidos se componen de unas botas, un mediano delantal que cubre sus vergüenzas, y un cotón, todo de pieles; las mujeres usan una manta cuadrada de lana negra muy estrecha, que andan con trabajo. Su alimento es el maíz; gustan mucho del trigo, del que hacen pan y tortillas; mas para ellos es plato regaladísimo el de ratones del campo asados o cocidos, y toda especie de insectos. Sus casas tienen dos y tres altos, pero son muy pequeñas y con la puerta a la azotea, acaso por temor de sus enemigos.
[Sus bailes] Tienen además de las casas en que habitan, en cada pueblo, una, dos, o más casas subalternas, capaces de poder abrigar dentro de su —333→ espacio a todo el pueblo, a las que llaman estufas, que más propiamente deberían llamar sinagogas. En estas hacen sus juntas, forman sus conciliábulos, y ensayan sus bailes a puerta cerrada. Los bailes supersticiosos son entre otros el de la tortuga, fortuna y cachina, que precisamente celebran en viernes con la asistencia del pueblo: el segundo lo bailan en obsequio de sus ídolos, y al que llaman Dios de la fortuna, de cuya mano creen que depende el buen éxito de sus empresas en la guerra, el logro de sus cosechas, la felicidad del parto de sus mujeres, y el acierto de sus tiros en la caza. Para este baile se embijan de negro hasta cien indios gandules, y puestos en cuatro líneas que forman cuadro, esperan el nacimiento del sol para dar principio a su canto, que arreglan al son de una calabaza, y de esta manera, sin moverse de un lugar a otro, siguen su baile hasta ponerse el sol que se retiran a cumplir con las últimas abominables ceremonias de su función. Los dos bailes restantes solo se diferencian de este en el canto, y en el desorden con que se encierran de noche hombres y mujeres en la estufa cuando bailan; siendo los movimientos de sus danzas otras tantas posturas lascivas, y gestos indecentes.
[Baile de la cabellera] Siempre que estos indios salen a campaña y consiguen matar algún enemigo, entre todos le quitan la cabellera, beben de su sangre, manchan con ella sus vestidos, y se raspan el rostro: se mojan las manos hasta empaparlas, particularmente la derecha, porque a su parecer consiguen por medio de esta inhumana ceremonia desterrar la flaqueza, desterrar la pusilanimidad, y repudiar el apocamiento. Acabado este acto le quitan la cabellera con el pedazo que le corresponde de la piel y la ponen en las manos del indio que primero se llegó al enemigo, al que llaman Matador, y miran desde aquel día con particular distinción, aun cuando no haya sido él el que le quitó la vida. Guarda este la cabellera, y no le es lícito descubrirla hasta el día que llegan a su pueblo, cuya entrada se solemniza con la asistencia de los viejos, mujeres y niños que salen a recibirlos adornados lo mejor que pueden. Luego que se incorporan estos con los que vienen de la campaña, descubre el matador la cabellera, y tomando el mejor lugar de la comitiva, da principio al canto que llaman de guerra, el que siguen todos hasta llegar a su pueblo, en cuya plaza dan una vuelta que termina en la puerta de la estufa. Allí entrega el matador la cabellera a dos indios ancianos que el pueblo elige para que la guarden, y se retira para su casa acompañado de sus deudos que lo llevan de la mano, pero sin hablarle, porque —334→ no les es lícito hacerlo hasta no lavarle los pies, brazos, y el rostro. Con esta ridícula ceremonia terminan su entrada, y desde entonces comienzan los ensayos del canto y baile para estar más diestros el día de la función. Esta dura dos días que emplean en saltar y danzar al son de un tambor que llaman tumbé; siendo todos los movimientos de sus danzas otras tantas posturas indecentes. Arrojan a los que bailan tortillas, carne, fajas, tiras de cuero, flechas, camusus, y algunos son tan pródigos en estos obsequios, que tiran cuanto encuentran en sus casas, y quedan careciendo de todo. El matador asiste a este baile infernal vestido de negro, y con sus armas en la mano; pero tan feo y horrible como pudiera parecer un demonio. No come en los dos días cosa alguna, y aunque está asistido de los viejos del pueblo y deudos más cercanos, no habla con ninguno, ni tampoco le es permitido mover la vista, baila poco; pero con mucha gravedad, y solo al tiempo de bailar la flecha que él mismo entrega a una india que sale para este fin, que adornan con plumas de diversos colores y otras alhajas para ellos preciosas, como conchas, cuentas chalchivites40 y cascabeles, todo en tanto número, que más bien le sirven de peso que de adorno. Sale con el pelo suelto, descalzo, y con el labio inferior pintado de negro. Cuando baila esta la flecha, se coloca en medio de dos líneas que forman dos indios del baile, y puesta en cruz con la flecha en la mano comienza a dar saltos con arreglo a los golpes del tumbé que le avisa también cuándo debe parar, y cuándo correr con ligereza de uno a otro extremo. Con este baile termina la función de la cabellera, y se retiran a comer a la estufa; pero el matador no puede hacerlo hasta otro día.
[Baile de la Neñeca] Este baile se hace solo el día de viernes santo en lugar retirado del pueblo41, que por lo regular es una montaña. Lo hacen al diablo, pues esto significa la palabra Neñeca. Los que lo hacen se visten con unas máscaras de anta gorda (cuero de ciervo mayor que el común, cuya cornamenta se divide en dedos como los de la mano, según nuestro diccionario). Dichas máscaras rematan en punta semejante a la coroza: con ellas figuran los ojos con unas bolas de camusa rellenas de lana, y en el lugar que corresponde a la barba colocan crines de caballo, cuyo —335→ extremo arrastran hasta el suelo: ¡figura diabólica, vive Dios! Se ponen colas y aferran el cuerpo con pieles de oso. Vestidos de este modo dan principio a la fiesta rodeando todos una tinaja llena de agua que colocan en el medio. No se ha podido averiguar más de este baile, ni el objeto de su institución.
[Baile de Ochistecos] Este lo forma una junta de truhanes vestidos de ridículo y autorizados por los viejos del pueblo para cometer los mayores desórdenes, y gustan tanto de estos hechos, que ni los maridos reparan las infamias que cometen con sus mujeres, ni las que resultan en perjuicio de las hijas42.
[Bailes corrientes] Para solemnizar la función del santo patrono del pueblo, días de pascua, y fiestas de los gobernadores, usan de un baile como especie de contradanza, en el que hacen muchas figuras, y lo arreglan a los golpes del tumbé, al que sigue el canto de una multitud de indios que salen con este fin en tanto número de hombres como de mujeres: estas vestidas con decencia y honestidad, y los hombres no tanto; pero este baile nada tiene de indecencia.
[Partos] Luego que una india siente los dolores del parto, se retira al rincón, más escondido de su choza, y aunque la acompaña una vieja partera, pare sin su auxilio, y solo lo sirve para cantarle y llamar desde lejos a la criatura. Luego que sale a luz esta, sale la vieja de aquel lugar con la mano puesta en los ojos, y no se descubre hasta que no haya dado una vuelta fuera de la casa, y el objeto que primero se le presenta a la vista, es el nombre que se lo pone, a la criatura; de modo que si vio un perro, perro se llama, y si piedra, piedra se le pone. Generalmente los más de los indios se desentienden del nombre que se les impuso en el bautismo por llamarse sal, venado, piojo, cerro, etc. Esto lo tienen bien probado los antiguos padres misioneros que los manejaban.
[Abusos del bautismo] Más bien por el temor de no ser castigados los indios que por el de que sus hijos sean cristianos los llevan a bautizar; y el primer abuso que se descubre en ellos es el no querer sean los hombres padrinos de —336→ las criaturas. Por lo regular lo es una mujer, lo cual luego que sale de la iglesia ya bautizado el niño, se va con toda violencia para su casa, y allí poniendo su boca con la del infante, la chupa con toda diligencia para extraerle la sal que se le echó en el bautismo. Después le lava la cabeza hasta mudar seis o siete aguas, con lo que lo parece que no le queda la más pequeña reliquia ni virtud de cristiano.
[Confesión y comunión] Estos indios jamás cumplen con el precepto anual de la Iglesia, y solo en el artículo de la muerte suelen confesarse algunos; los demás mueren sin este auxilio porque no llaman al padre si no es cuando lo advierten difunto43.
[Entierros] Cuando muere algún indio, dan prontamente aviso al padre misionero para que lo sepulte, y juntando sus deudos todas las alhajas de su peculio, se las ponen y de esta manera lo envuelven en una piel de cíbolo y lo llevan a enterrar. Así es que cuando se abre una sepultura se encuentran cuentas, cascabeles, conchas, pedazos de fierro, etc. Hácenlo con el fin de que se encuentren con los necesarios en el otro mundo, a donde pasan a vivir: tal es la idea de la inmortalidad del alma, que hoy niegan muchos llamados sabios de la Europa, que pertenecen a la secta de los indiferentes.
[Naciones ya reducidas] Tihuas, Keras, Moquinos, Pecos, Tanos, Temez, Taos, Picuries, Zuñis, Moquis. Esta última, no ha muchos años que se sublevó, y hasta hoy lo está. Mataron al padre misionero en 1809. Se encontró en campaña en aquel pueblo destruido un cáliz, y con él se servían los indios para beber agua, y lo recogió el comandante don Lorenzo Gutiérrez, honrado y valiente oficial que dio honor a nuestras armas, y a quien se debe la conquista de la belicosa nación Nabajó, y por su conducta mereció el aprecio aun de los mismos bárbaros. Era digno de recompensa, y de que a su familia se le diese el monte pío de que carece con agravio de la justicia.
[Naciones bárbaras de indios que circundan a Nuevo-México] Yutas, Caiguas, Xicarillas, Chaguanos, Faraones, Nabajóes, Xileños, Apaches mescaleros, Lipaines, Timpanogos, Mimbrereños, Comandus, Pucaras, Sios, Pananas y otras. Esta última está al Norte confinante —337→ con los anglo-americanos, de quienes recibe abundantes provisiones de armas de fuego, pólvora y toda clase de víveres a cambio de caballos.
Los veinticinco pueblos dichos, inclusas las tres villas, ocupan casi el terreno que hay útil para labor, y por esta causa se hallan las poblaciones de los vecinos situadas en los suelos más estériles, de que se sigue la carestía que regularmente padecen. Un buen gobierno las haría participantes de la mucha tierra que los indios dejan sin sembrar, pues solo lo hacen de lo muy preciso para suplir la primera necesidad, de modo que no siembran ni la cuarta parte, porque el pueblo que tiene más familias no pasa de ciento. Por el contrario, los vecinos se han multiplicado considerablemente; son gente robusta y bien formada, de algún cultivo y hacienda.
La cría de ganado en el Nuevo-México padece considerables desfalcos, porque los enemigos la consumen, y aun los pastores suelen ser más bien que pastores, guardas de los ganados mercenarios de aquellos.
El Nuevo-México es muy interesante a la república y debe ser objeto de mucha atención del gobierno, tanto por ser un puerto terrestre a tierra firme del Norte de América, cuyos establecimientos van avanzando cada día a hacia dicho territorio por los ríos Napeste y Colorado, como por los abundantes elementos y producciones de este suelo en animales, vegetales y minerales, y de estos está enteramente virgen. En el camino de Zuñí, en un paraje llamado los Gigantes, está, completamente indicado el abundante oro que encierran aquellas lomas, y lo mismo en otras muchas partes. Por lo que parece indudable, que si no se toman en tiempo providencias por el gobierno, los angloamericanos disfrutarán a placer de estas riquezas.
He trazado el horrible cuadro de idolatría, abominaciones y supersticiones que abundan en el Nuevo-México. Un corazón cristiano no puede tolerarlas sin clamar por un pronto remedio; este consiste en el restablecimiento de las misiones, que poco pueden costar al gobierno, y rendirle en breve mucho aprovechamiento. El hombre civilizado es el ente más útil a la sociedad... ¡Ah!, si con un rasgo de pluma no hubiese proscrito Carlos III la Compañía de Jesús, hoy serían cristianas y civilizadas estas naciones, y no sostendríamos de presente una guerra a muerte con los bárbaros, a quienes no podemos oponer fuerzas armadas en el número necesario. Cuando supe la emigración de los frailes de España por las revueltas causadas en estos tiempos, solicité —338→ que se les diese asilo a los emigrados; para poner con ellos un cordón de misioneros que contuviesen aquellas irrupciones; mas el gobierno del señor Bustamante en vez de condescender con esta súplica, por el contrario mandó que se reembarcasen cuantos se presentasen en nuestros puertos, pidiendo una hospitalidad cristiana. ¡Providencia cruel, salvaje, e inhumana!... ¡Tal ha sido el desenlace del drama político en que este honrado y apreciabilísimo jefe (bajo otros aspectos) hizo de primer actor! No se ha obrado así en el Perú, pues se han costeado remesas de frailes para regenerar aquellos pueblos que retrogradaban al gentilismo, y en Buenos Aires, donde el jesuita mexicano Peña, con unos cuantos misioneros jesuitas, está obrando maravillas. ¡Cuándo conocerán los gobiernos que no pueden ser felices si no protegen la religión y sus ministros? La América data la fecha de sus desgracias desde la noche fatal del día 25 de junio de 1767, en que en la casa profesa se intimó el decreto de expulsión de los jesuitas, que oyeron hincados de rodillas; noche terrible de la que puede decirse lo mismo que Cristóbal de Thou, primer presidente del Parlamento de París, lamentando una desgracia, con estos hermosos versos de Estacio:
Excidat illa dies aevo, nec postera credant
Saecula, nos certe taceamus, et obruta multa
Nocte tegi propriae patiamur crimina gentes.
Otro rasgo de pluma, u otro decreto de salud será el que únicamente podrá curar nuestros males... ¡Dichoso y muy dichoso el hombre a quien sea dado prestarte este inefable beneficio, o cara patria mía! El editor.