Historia general de la medicina en Chile/Capítulo XX

De Wikisource, la biblioteca libre.



CAPÍTULO XX.

La viruela

Epidemias y Enfermedades

Recetas y sistemas curativos




SUMARIO.—§ I. La viruela.—§ II. El chavalongo ó tifus. La grippe. La bola de fuego, el quebrantahuesos, el malsito y diversas fiebres infecciosas epidémicas. El cólera ó la fiebre amarilla. La disentería. La sífilis. Varias afecciones comunes.—§ III. La terapéutica colonial. Resabios indíjenas é ignorancias. La piedra bezoar. La Metacoscopía del padre Feijó. Las recetas del Dr. Mandouti. Reales cédulas que recomiendan diversos medicamentos. Purgantes, sangrías y agua caliente. Medicinas de mejor uso y aceptación en la colonia.




§ I.

La viruela, ha sido la más devoradora plaga que haya azotado nuestro país; su historia está escrita con caracteres que asombran. Araucanos, españoles y criollos fueron carne de cañón de esta terrible maldición dantesca. Los archivos y manuscritos coloniales, por cientos de volúmenes, consignan como pesados libros de defunciones, la mortalidad diaria, horripilante, que diezmó las generaciones y acabó con los pueblos.

Esta devastadora plaga originaria de la China, cuya presentación epidémica se remonta al siglo VI, según los historiadores Procopio y Evagro, y descrita desde Oribacio y Aecio, asoló en 541 el Ejipto, la Palestina, la Italia y Turquía. Desde entonces continuó, periódicamente, invadiendo á muerte, por siglos, hasta que el sistema inmunizante de la inoculación le opuso las primeras vallas, y, poco después, la batió triunfalmente, el grandioso sistema de Jenner.

En Chile, hizo su primera aparición en 1561—[2].—Góngora y Marmolejo refiere que fue propagada por el buque en que venía el gobernador don Francisco de Villagra, invadiendo primero á la Serena y de ahí á todo el país.

El padre Arizabalo, refiriéndose á la primera epidemia, termina con estas palabras, después de haber pintado un animado cuadro de las esperanzas que daba la colonia y principalmente Santiago, «cabeza de oro» del afamado reino.[3]

«...Este estado tenía el reino de Chile agora veinte años. Empiezan á desmoronar esta dicha con la primera peste, de que murieron muchos indios, no tantos españoles; con que todos tres estados referidos sintieron este golpe, los caballeros en sus haciendas, por haber faltado los indios que la cultivaban, los religiosos en las limosnas, que eran menos; los mercaderes en sus tratos, porque las mercaderías eran menos y los plazos no eran tan puntuales. Este fué el primer azote de Dios justamente indignado con nuestas culpas.»

Si hubiera una estadística exacta de la mortalidad que hubo en la colonia, únicamente por viruelas, sus números causarían espanto.

Los araucanos cayeron en masas, y los conquistadores pagaron bien caro su tributo.

Dicha enfermedad se hizo endémica, presentando de tiempo en tiempo, cada cuatro años más ó menos, irrupciones fatales que asolaron el país.

Las epidemias de 1561, 1573, 1590, 1595, 1614, 1617, 1645, 1654, 1647, 1670, 1693, 1720, 1740, 1758, 1765, 1787, 1788, 1793, 1799, 1801, 1802 y 1806—[4]—son otras tantas series de mortandades y desolación.

En 1573, el encomendero don Pedro Olmos de Aguilera, de 12.000 indios que recibió de don Pedro de Valdivia quedó sólo con poco más de ciento,[5] y el encomendero Hernando de San Martin escribió á su Obispo que de 800 indios le habían quedado ochenta.

En la historia de Carvallo y Goyeneche se lee que el gobernador don Alonso de Sotomayor tuvo que abandonar la campaña de Arauco en el otoño de 1591, y regresar á Concepción porque sus tropas casi se habían acabado por la peste de viruelas.[6]

En 1614 la ciudad de la Serena casi fué despoblada por este mal, según lo relata el padre Miguel de Olivares.[7]

En 1616, el Cabildo alarmado por la mortalidad y la fuerza de la peste en la provincia de Cuyo pidió al Obispo que hiciera rogativas públicas y procesiones á San Saturnino. En 1619 estando la peste en Santiago el mismo Cabildo hizo ejecutar rogativas y tres procesiones en honor de San Marcos.[8] En diversas epidemias y calamidades públicas el ayuntamiento recurrió á estos auxilios sobrenaturales.

Después del terremoto de Mayo de 1647, la viruela tuvo caracteres malignos y duró dos años.

En 1654, todo el reino fué invadido con dolorosas consecuencias, según el padre Olivares.

En las diversas invasiones comprendidas entre los años 1660 á 1765 las mortalidades azotaron los pueblos, y en este último año fallecieron mas de cinco mil en la capital.[9]

En Talca, hizo estragos en 1765 y 1766, y en 1786, el padre José Javier Guzmán [10] atestigua que hubo tantos apestados que ya no se sabía donde ponerlos. En Santiago hubo que habilitar dos lazaretos pues los variolosos pasaban de seis mil. Este mismo padre dice que en los años 1801 y 1802, siendo cura de Curimon, hubo sólo en la provincia de Aconcagua más de diez mil apestados, quedando más desoladas aún las provincias del sur.

El fiscal de S. M. Perez de Uriondo escribió en 20 de Octubre de 1789, que las viruelas son un Herodes más cruel que Agripa, una plaga la más inhumana y un incendio el más voraz.[11]

El teniente Viana de la expedición Malaspina asegura que en la ciudad de Concepción, donde estuvo de paso, fallecieron en 1788 y 1789, 2.500 habitantes, de 6.000 que tenía la población.

Fray Pedro González de Agüeros, en los documentos del archivo de Indias de 1790,—[12] consigna las buenas condiciones climatéricas de Chiloé, «que aunque húmedo y frio es muy sano y exento de enfermedades contagiosas, tercianas, cuartaoas y otros accidentes que son regulares en los más de los países»; prueba su aserto diciendo que sólo en 1776 llegó la viruela á dicha provincia y con caracteres benignos, no pasando del puerto de San Carlos á ningún poblado del interior.

En un informe del capitán de Amigos Fermín Villagrán, [13] sobre la peste de viruelas, se encuentran numerosos datos sobre esta epidemia y sobre la marcha que en 1790 y 91 tuvo en las reducciones de Collico, Cura, Quechereguas, Petegüe, Chacaico, Dunui, Pillchiñaren, Qurro, Chaigüén, Canelo, Burén, Biñayco y Pilgüén. En este interesante informe se asegura que los indios se bañan y toman bebidas frescas apenas les brota la viruela con lo que consiguen disminuir la mortalidad.

La invasión negra, como se llamó á la de 1806, fue la más mortífera de todas;[14] de norte á sur, el país parecía un gran cementerio, y no había cómputos ni recuerdos que superaran un mayor número de víctimas, parecía que la terrible epidemía presentaba su última batalla en presencia de la vacuna que se incorporaba al país como elemento de salvación.[15]


§ II.


La primera enfermedad que en forma epidémica se desarrolló en Chile fue la fiebre tifoidea que asoló la provincia de la Imperial el año 1554.

El historiador Góngora y Marmolejo [16] dice que la enfermedad pestilencial que los indios llaman chavalongo—que en castellano significa dolor de cabeza—les dió con tal fuerza que: «en atacándolos los derribaba, y como los tomaba sin casas ni bastimentos murieron tantos millares que quedó despoblada la mayor parte de la provincia.»

Repetidas invasiones se sucedieron, de esta enfermedad—aclimatada en el país desde tiempos anteriores á la conquista,—siendo sus períodos más graves los correspondientes á los años 1616, 1647, 1718, 1724 y 1779.

En 1720, hubo epidemia de sarampión, que atacó tanto á los españoles como á los indios.

Una epidemia de dolor de costado y romadizo, se desarrolló en 1632, según dice el capitán Lazo de la Vega, en carta á Felipe IV, y que le ocasionó la pérdida de la mayoría de sus soldados.

En 1645, hubo en Valdivia una recrudescencia del escorbuto, según se deduce de la descripción del padre Rosales, enfermedad muy generalizada, antiguamente, en la marina.

La epidemia llamada quebrantahuesos, en 1658, dice el padre Rosales, «molia á uno y le daban dolores vehementísimos y con esa calentura y encendimiento grandísimo de la sangre, con un dolor de estómago y flaqueza de cabeza que quitaba el juicio, y no era la peor señal de vida.»

Entre las muchas enfermedades que se desarrollaron en 1647, después del terremoto del 13 de Mayo, la fiebre tifoidea hizo grandes males:

«Del mucho trabajo, de la aflicción grande, del desabrigo y turbación, y de tantos accidentes, y lo principal de los humores que la tierra abortó reconcentrados con el temblor, escribe la real audiencia, comenzó el contagio de un mal que acá llaman chabalongo los indios, que quiere decir fuego en la cabeza, en su lengua, y es tabardillo en sus efectos, con tanto frenesí en los que lo padecieron que perdían el juicio furiosamente. Esta ha sido otra herida mortal para esta provincia. Tiénese por cierto que se ha llevado otras dos mil personas de la jente servil trabajadora, y la mas necesaria para el sustento de la república, crianzas y labranzas, y como ya no entran negros por Buenos Ayres con la rebelión de Portugal, además de lo sensible de la pérdida, se hace irrestaurable en lo de adelante. Y con tanto contajio, que, entrando en una casa de ella deja de caer, si bien vivieron muchos; y va corriendo hoy por todos los contornos aflijidos y arruinados, y aún no está esta ciudad sin ella, la enfermedad.»

La falta de recursos hizo que muchas de estas dolencias fueran mortales.

En 1676, acompañó á la peste de viruelas otra enfermedad infecciosa con gran elevación de la temperatura y que, según los historiadores, producía una muerte acelerada.

En 1719, una terrible epidemia de fiebre pasó de Buenos Aires al Cuzco y se generalizó en Sud América. Era un tabardillo el principio del morbo con dolor al vientre y cabeza, delirio y vómito de sangre, y muchos morían de disentería después de terminada la fiebre;—creian los físicos que era cólera morbo—como pudo haber sido fiebre amarilla. De dicho mal murieron mas de cien, diariamente, en el Cuzco en los meses de Agosto y Septiembre, y mas de 80,000 en toda la epidemiá. Pagaron su tributo, dicen los anales, los barberos, sepultureros y cuidadores y hasta las llamas que conducían los cadáveres al cementerio.[17]

Después del terremoto del 8 de Julio de 1730, se desarrollaron varias enfermedades contagiosas, las que aumentaron con las grandes sequías que siguieron á aquel fenómeno seísmico.

La bola de fuego, epidemia de grippe, seguramente, atemorizó al pueblo, en 1737, [18] dando ocasión á mil incidentes y supercherías que supieron aprovechar los curanderos y hechiceros. El presidente José Antonio Manso de Velazco tomó todas las providencias sobre higiene preventiva que se conocían en el país, para aminorar los estragos del mal, que terminó—según el vulgo—con la caída de la bola—un aereolito que coincidió con la desaparición epidémica—á una isla desierta del archipiélago austral.[19]

En 1752, dice el Dr. Pringle, en sus «Memorias sobre Enfermedades del Ejército» que recorrió la mayor parte de Europa un catarro que fué muy dañoso en Bruselas y al cual, dicho autor, denomina influenza ó grippe' y califica como una calentura de corta duración acompañada de un catarro violento. Esta enfermedad se generalizó en América en aquel mismo año.

En 1758, volvió la grippe con gran fuerza conocida ya con el nombre de quebrantahuesos.

El Malsito, llamaron á otra enfermedad epidémica, que atacó á las ciudades de Santiago y Concepción que, por ser los centros más poblados, sufrieron con mayor rigor los efectos de este contagioso mal.[20] En la casa de huérfanos de la capital, se asistieron 3978 mujeres desde Octubre de 1779 hasta el 21 de Enero de 1780, según lo indicó el director de dicho servicio el rejidor don José Miguel Prado. Hubo que dividir la ciudad en cuatro cuarteles sanitarios á cargo de diputados que vijiliaban la asistencia pública. En la imposibilidad de atender á todos los enfermos hubo que habilitarse dos hospitales provisorios, uno de hombres en el noviciado de los jesuítas y otros de mujeres en la casa de huérfanos. Se distinguió en esta humanitaria campaña don Diego Portales, abuelo del histórico ministro, que durante la epidemia no dejó un solo dia de asistir á los pacientes y auxiliarlos, siguiendo después su obra como mayordomo del hospital de mujeres y de la construcción del real hospital de San Borja, puestos que desempeñó caritativa y desinteresadamente.

Otra de las enfermedades que tomó forma epidémica fué la disentería. Las invasiones más graves correspondieron á los años 1628, 1648, 1668, 1718, 1724 y 1773.

El padre Olivares y fray Francisco Menendez cuentan en sus obras que, en 1706, hubo entre los pehuenches una epidemia de cursos de sangre que, según los brujos, fué ocasionada por haber pasado por sus tierras el padre Laguna y una señora española—una imájen de la virjen traida de Lima para la misión—la que hizo pasar muy malos ratos á los padres catequizadores.

En Calbuco se desarrolló epidémicamente la disenteria en 1791, según se lee en los escritos del padre Menendez.

En otro lugar hemos colocado los informes de los doctores Jordán de Ursino, Lassevinat, y Ochandiano y Valenzuela que tratan sobre esta enfermedad, provocada, según ellos, por las aguas del Mapocho. Así también, al ocuparnos del Dr. Zambrano, segundo catedrático de Prima Médica, hemos apuntado su informe en que recomienda el uso de la ipecacuana en la disenteria.

Las afecciones venéreas hicieron también sus estragos.

En la Historia Natural del Abate Molina se dice lo siguiente respecto á las enfermedades secretas:

«El mal venéreo había hecho pocos progresos en las tierras que habitan los españoles, pero, siento decir, ahora se ha propagado no menos que en Europa.»

Durante las guerras de la independencia, dice Barros Arana,[21] los jefes militares se abstenían de acuartelar sus tropas en ciertos pueblos á fin de substraerlos del contajio de dicha enfermedad.

En los últimos tiempos de la colonia la sífilis se había propagado bastante, según Laperouse.[22] «Ninguna enfermedad es particular á este pais, dice este autor, pero hay una que es bastante común y que no me atrevo á nombrar. »

La sífilis fué considerada por mucho tiempo como un maleficio ocasionado por los astros.[23]

Entre las enfermedades más comunes se cuentan á los ahogos—así llamaban á toda afección del corazón,—á la tisis, calentura, á la parálisis ó sea la perlesía, aire y hora, al pasmo, al aire colado, al constipado, al antojo etc, que eran otros tantos factores muy tomados en cuenta y generalizados á toda enfermedad.

Las afecciones del hígado, el reumatismo—corrimientos—los tabardillos, las paguachas,—tumores—los vichos—las enfermedades del vientre—las pulmonías y tisis, fueron estados patológicos comunes durante los siglos XVI á XVIII.


§ III.


La terapéutica colonial tuvo que adolecer de los defectos propios y correlativos de los mismos sistemas y teorías en que estaban basados.

Lo maravilloso al lado de lo práctico y racional, marcharon siempre en consorcio en los recetarios y medicaciones.

Así vemos que las palabras pitagóricas se usaron para curar las fracturas y luxaciones, y el aceite hirviendo [24] en las heridas, a pesar de su condenación por Ambrosio Paré un siglo antes, junto con la taumaturgia de Paracelso, los polvos de simpatía de la orden Rosa Cruz, la demonología de Roberto Flud, los amuletos, y hasta las muelas de Santa Polonia según gráficamente lo expresa el doctor Mata, distinguido profesor de la medicina española.

Los perros pelados, contra las calenturas, y su carne fresca para el hígado, son aún de uso entre la jente ignorante.

Los ojos de cangrejo, los cuernos de ciervo, basuras de marfil, uñas de la gran bestia, cerebros de liebre y de gaviota, corazón de buitre, piedra de ara, estiércol de lagarto y de gallina, sebo de león, asta del unicornio etc, etc. han sido remedios universales y que, á pesar del progreso moderno, siguen guardados en las boticas para el uso y recetarios de las médicas, hierbateros y brujos.

Numerosos detalles hemos apuntado al tratar de la medicina araucana y de los curanderos criollos, y de estos muchos son los que se igualan á las prácticas estrafalarias del charlatanismo y de jentes sin instrucción.

El uso de las plantas medicinales de Chile, anotado en pájinas anteriores, se generalizó bastante en el país y aún en la madre patria, como hemos visto en varios documentos, sin embargo el abuso que se hizo de ellas sin conocer bien sus propiedades fisiológicas ocasionó muchos males y desgracias irreparables.

Las farmacopeas antiguas, tanto matritense como americanas, encierran también esa confusión y mescolanza de medicinas útiles con sustancias impropias y de usos ridículos.

Uno de los remedios que gozó de altísima reputación fué la piedra bezoar, concreción formada en el aparato dijestivo de los rumiantes, de forma ovoidea ó redonda, de superficie brillante, color cáscara, compuesta de pelos, sustancias calcáreas y diversas sales.

El padre jesuíta Miguel de Olivares [25] dice lo siguiente:

«La piedra bezoar es una concrecion calculosa que se encuentra en los intestinos, estómago, y vías urinarias de ciertos rumiantes. Hay dos especies, el bezoar oriental, de la gacela de las Indias, de la cabra montes y el puerco espín; y el bezoar occidental, que se halla en la llama, la vicuña y el guanaco. Su nombre viene del hebreo, de bel, señor, y zoar, veneno, esto es, señor de los venenos, ó contra veneno. Se atribuía á esas piedras, virtudes medicinales verdaderamente maravillosas. Se les creía un antídoto contra todo veneno y contagio. El doctor Nicolás Monardes, médico de Sevilla, que publicó en 1574, las tres partes de su Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales que sirven en medicina, ha destinado un extenso capítulo á la piedra bezoar, explicando sus virtudes y refiriendo las historias prodijiosas de las curaciones efectuadas por ella. No es la más singular, la que sigue: «Aprovecha mucho esta piedra en tristezas y melancolías, S. M. el emperador (Carlos V) que sea en gloria, la tomaba muchas veces para este efecto; y así la han tomado y toman muchas personas que tienen tristeza sin causa, porque la quita y hace, al que la usa, alegre y de buen continente. A muchos he visto apretados de congojas y desmayos y con melancolías, que en tomando peso de tres granos de esta piedra con agua de lengua de buei han fácilmente sanado.» La piedra bezoar dada con vinos, dice en otra parte, deshace la piedra de la vejiga.

Se comprende que un medicamento al cual la ignorancia y la superstición atribuían tan maravillosas cualidades, debía ser muy buscado y debía tener un precio exhorbitante. Se rerefiere de un bezoar de puerco espín que un judío de Amsterdam, quería vender por 2.000 escudos. Se atribuía además á los bezoares otras especies de virtudes. Se creía que el que llevaba al cuello una piedra de esta especie no podía dejar de ser feliz. De allí que los pobres que no tenían como comprar un talismán de esta naturaleza, lo tomaban alquilado por ciertos dias. En Portugal se les alquilaba á razón de dos pesos diarios. Este alto precio dió origen á la falsificación de estas piedras. Se les fabricaba en Goa con una pasta arcillosa que imitaba la forma exterior del bezoar, pero no su estructura ni su composición. El bezoar americano, aunque menos estimado en Europa, era objeto de un valioso comercio que esplotaban los españoles. Casi es innecesario decir que en nuestro tiempo nadie cree en el poder medical de los bezoares; y que sólo se les conserva como objetos de curiosidad en los museos de historia natural. »

Martinez de Bernabé, en su «Verdad en Campaña», explica también que piedras bezoares más apreciadas son las que se encuentran en los ventrículos de los guanacos, y que servían da buen comercio entre los indios araucanos, principalmente entre los pehuenches, por ser más grandes y más codiciadas las que se encontraban en los animales de este último territorio que la de los dantas y otros animales del Perú y reinos del norte.

El padre jesuíta José de Acosta [26] dice que el uso principal de la piedra bezoar es contra venenos, y que aunque algunos creen que dicha piedra «es cosa de aire,» de ilusión, no obstante otros hacen milagros con ella. Agrega que en España é Italia, ha probado admirablemente en el mal de tabardillo como en el del corazón, melancolía y calenturas pestíferas, administrada en vino, en vinagre, en agua de azahar, en agua de lengua de buey, de borrajas etc. á elección, según conviniese á la calidad del mal.

El padre Rosales dice que la bezoar es un gran expulsivo de los venenos, y el padre Cobo [27] escribía en 1653 que se había encontrado en el Perú una piedra bezoar de un jeme de largo y del ancho de un huevo de gallina que tenia atravezada una saeta formando ambos una sola pieza compacta.

Las Tablas fisionómicas, tuvieron su boga en la era colonial, dado el carácter de su autor el padre Feyjó. [28] De dichos cuadros sacamos el resumente siguiente:

Primera tabla, en que se ponen los significantes del temperamento.

Segunda tabla, donde se pone lo que significa en particular el cuerpo y cada parte suya.

Tercera tabla, en que se pone separada la colección de sigilos de cada significado particular.

En el primer cuadro divide el temperamento en sanguíneo, ó acreo; colérico ó igneo; flemático ó aqueo; y melancólico, ó terreo; dando, á cada caso, las explicaciones relativas á la habitud del cuerpo externo, á la cara, voz y pulso, y diversas peculiaridades, muy curiosas, relativas á los sueños, el sueño, qualidades primeras, virtudes, vicios, ingenio, salud y vida.

En la segunda tabla, se especifican con toda minuciosidad las consecuencias materiales y afectivas que deduce de cada una de las partes del cuerpo, tomando en cuenta hasta los menores detalles y particularidades; y en la tercera concluye con dichas especificaciones, exponiendo que si no son enteramente acertativas, son por regla general exactas y fáciles de comprobar en algunos ensayos, que para el autor bastan para dar fuerza y valor á este arte que se ha llamado Metacoscopia.

Las recetas del doctor Manduti—ó Mandouti—fueron de fama á fines del siglo XVIII, tanto en Buenos Aires en donde se estableció este médico, como en Chile y demas reinos de España. Entre nosotros, el recetario de Manduti, tuvo gran éxito y estuvo de moda aún durante el primer tercio del siglo XIX.

He aquí algunos de sus remedios que tuvieron mayor aceptación:[29]

Aborto: Bebida el agua en que se hayan cocido raices de frutillas ó fresas, habiendo apagado en dicho cocimiento un pedazo de greda hecho ascuas, impide el aborto.

Acedías: mascar ñilhues.

Dijestión: semillas de paico, tostadas.

Tos: semillas de viznaga.

Tisis: zumo de llantén.

Verrugas: leche de pichoa.

Vómitos: para quitarlo, el hinojo; para provocarlo, leche de pichoa con agua y miel.

Parto: se provoca, con cocimiento de poleo, manzanilla y semilla de viznaga.

Gonorrea: cocimiento de orégano y ortigas.

Fué costumbre colonial el dar á conocer las mejores recetas y medicinas por pragmáticas reales; numerosas órdenes, que llevan la firma de los reyes, hemos encontrado en este sentido.

El 20 de Noviembre de 1786 el monarca indicó que el mejor remedio para las niguas eran las unturas con aceite de oliva, y así lo publicó en este reino el gobernador don Tomás Alvarez de Acevedo, en Mayo de 1787.

Por real orden de 22 de Julio de 1793, se publicaron varios métodos de curar el reumatismo, las venéreas y el escorbuto.[30]

El 27 de Mayo de 1795 se ordenó, por real cédula, curar el ombligo con bálsamo de copaiba, y el 1.° de Diciembre de aquel mismo año, el Barón de Ballenari, por decreto refrendado por don Ignacio de Andía y Vareta, en el Castillo de la Niebla, en Valdivia, mandó que se publicara por bando en la capital la exelencia del bálsamo de Copaiba en el ombligo para preservar de afferecia de que mueren muchos á la edad de 7 días, de 7 años ó de 21.

En otro capítulo ya hemos visto una real cédula sobre la manera de proceder en la operación cesárea.

A fines de la era colonial circuló una receta del Dr. Alcanas, de Alicante, muy recomendada para combatir la fiebre amarilla: [31] se reducía á fricciones de aceite rubio, lavativas de agua de mar y tazas de caldo cada dos horas alternadas con infusión de sahúco y zahumerios de azúcar.

Fue también muy conocido el «Recetario que ha practicado el Comisario de guerra honorario don Rafael Ramos, Contador del Hospital Militar de la Nueva Orleans, con conocida ventaja de la salud pública, en Madrid, sitios reales y ciudad de Toledo.» [32]

El agua de lirios, tuvo su boga desde tiempos del padre Rosales, quien dice que, «es la hierba más eficaz para expeler las piedras cálculos, y cuenta del caso del Dr. Alonso de Solórzano que estando muy apretado por los dolores de la piedra, con una ayuda de estos lirios, echó, que fue admirable, más de cincuenta piedras como caberas de alfiler y algunas doze como garbanzos.

La chicha peruana, se llamaba á una fermentación hecha con semillas de quínoa, zarzaparrilla, sen y otras hierbas laxantes y diuréticas; tuvo también su época principalmente en tiempos del Dr. Juan Miquel que la recetaba á pasto.

En cuanto a la terapéutica, propiamente dicha, de los profesionales de la colonia el sistema dominante era igual al curativo de los médicos de la corte: purgantes, sangría y agua caliente eran el caballo de batalla en todas las formas de las enfermedades.[33]

La sangría era aplicada á troche y moche sin obedecimiento á reglas—ni aún se seguían los preceptos de Hipócrates—tanto en las fiebres como en las anemias, en las apoplegías como j en los tísicos, en los partos como en los síncopes, en los heridos como en las convalescencias, tanto en los ancianos como en los niños, sin tasa ni medida, pues si una sangría no bastaba para aparentar alivio se seguían otras y otras, hasta dejar al pobre paciente exangüe y exánime.[34]

Como las teorías dominantes achacaban las morbilidades á los malos humores, había que sacarlos y estraer las bilis, las flegmas, las sustancias crasas etc. que oprimían la masa sanguinaria.

En el siglo XVIII si se reglamentó algo el uso de la lanceta no por eso dejó de abusarse, y así vemos que en 1777 se elevó al rey un memorial de queja contra los padres hospitalarios, por sus neglijencias en el servicio de las sangrías, pues muchas veces no se pudieron verificar por no tener agua caliente en el hospital.

El mercurio, fué otro de los factores de muerte que tuvo la colonia suministrada por las manos inexpertas de muchos facultativos y 'varchilones.

Los purgantes hicieron furor; los drásticos como la jalapa y coloquíntida y los purgantes llamados frescos, emolientos, cálidos, dulcificantes etc, así como las lavativas, compañeras inseparables de aquellos, forman el principal sistema curativo de aquellos trescientos años.

Los eméticos, las píldoras de cinoglosa, los mirabolanos figuraban, también, en primer término en las boticas.

El uso de las cordialeras, ungüentos, emplastos, jarabes, aceites y polvos, que formaron las distintas secciones de la farmacopea peninsular, fueron de mejor utilidad para los médicos estudiosos así como la quina, el láudano, el aprovechamiento de las plantas medicinales y de las aguas termales del pais y la aplicación de los sudoríficos y diuréticos fueron de benéficos recursos para los profesionales del último período monárquico.

En las nóminas de medicinas existentes en el hospital de San Juan de Dios y en el análisis de algunas farmacopeas publicadas en otras páginas, quedan anotados los mixtos simples y compuestos, que sirvieron de recursos terapéuticos á los hijos de Esculapio.





  1. Hygiéne et Assistance Publique au Chili, por Adolphe Murillo,—etc —Medaille de 1.er classe du gouvernement francais.—Exp. Univ. de Paris 1889—sect. chilienne.—[Trd. en 4.° mayor—460 pajs.].

    —Estudio sobre la viruela presentado al Congreso Científico Latino Americano, de Buenos Ayres, en 1899.

    —Diversas memorias sobre el mismo tema.

  2. Diversos cronistas apuntan el año 1554 como el principio de la viruela en Chile. El historiador contemporáneo de aquella era, Góngora y Marmolejo señala como hemos visto el año 1562; y especifica que la epidemia de 1554 y 1555 fué de chavalongo, llamada peste, como así también denominaban á la viruela, ú otra enfermedad contagiosa, lo que, sin duda, ha servido para el error en que han caido Rosales, Carvallo Goyeneche, Molina y otros.

    En su Hist. Gral, de Chile, don Diego Barros Arana señala el año 1561 como el de la primera epidemia variolosa.

    En sus estudios históricos el Dr. Adolfo Murillo [1] tomó la palabra peste por viruelas, en sus fuentes de investigación, lo que lo hizo sostener, basado en José Perez Garcia y Jerónimo de Quiroga que en 1555 murieron de viruelas los ¾ de los indios.

  3. P. Lorenzo Arizabalo.—✠/Relación/ al Rey nuestro Señor/ Don Felipe Quarto el Grande, en fu/ Real, y Supremo Conſejo de las/ Indias, del eſtado del Reyno/ de Chile. /Por/ el padre Lorenzo de Arizabalo/ de la Compañía de Jeſus. Procurador general del/ Reyno de Chile.—Fol.—8 hojs. foliadas—sin fecha ni lugar [1661?]—Apostillado.—Bibl. Hisp. Chilena, por J. T. Medina.—Tomo I.—Ob. cit.
  4. Historiadores de Chile, y actas del Cabildo de Santiago.
  5. Carta del citado encomendero al obispo de la Imperial en 21 de Junio de 1573, dándole cuenta de los estragos de la viruela. Protocolo eclesiástico de la Imperial.
  6. Hist. de Chile, por Carvallo y Goyeneche.—Ob cit.
  7. Hist. de la Compañía de Jesús.—Ob. cit.
  8. Actas del Cabildo de 20 de Junio de 1765.
  9. Actas del Cabildo.
  10. Hist. de Chile.—Ob. cit.
  11. Arch. de la R. A.—Vol. 967.
  12. Misiones y Expediciones en la Provincia de Chiloé.—(Bibl. Hisp. Chilena.)
  13. Capitanía General.—Vol. 967.—Angeles, 13 de Junio de 1791.—«Expediente formado sobre la introducción de la peste de viruelas entre los indios Butalmapus y modo de suministrarles algunos medicamentos y otros auxilios.»—Ob. cit.
  14. En un informe al Cabildo de Santiago, de fecha 3 de Julio de 1806, firmado por el procurador de ciudad don José Joaquin Rodriguez, se dice que la epidemia de viruelas que diezmaba la ciudad, en ese invierno, fué la más terrible de todas y la mayor de las conocidas en el mundo.
  15. Se comprende el miedo cerval que existía entre los habitantes é indíjenas, azotados tan implacablemente por las epidemias de viruelas. Se ha hecho tradicional el caso de que unos indios cargadores huyeron despavoridos al romperse un saco de lentejas, creyendo que eran semillas de la peste.

    Entre la jente ilustrada de la colonia fué muy conocido el famoso dístico de fray Gerundio:

    Hœec tria tabificam tollunt adverbia pestem:
    Mox, longè, tardè, cede, recede, redi.

    Cuya traducción es:

      De la mortífera peste
    tres dilijencías libertan:
    pronta salida, remota
    distancia y muy larga ausencia.

  16. Historia de Chile etc., por Alonso de Góngora y Marmolejo.—Ob. cit.
  17. Anales del Cuzco, pub. y trad, por don Ricardo Palma
  18. El historiador Perez García dála fecha de 1737; don Claudio Gay, en su Hist. Civ. y Polit, de Chile—t. 3.° fija para esta epidemia el año 1743.
  19. Ensayo histórico sobre el clima de Chile, etc, por B. Vicuña M.—Ob. cit.
  20. No está bien caracterizada esta epidemia; algunos la atribuyen á contagio traído por la escuadra del Almirante Vaccaro, á Talcahuano, otros á una descomposición atmosférica por un gran aluvión seguido de sequía, y en tanto que se le ha dado la fisonomía gripal hay quienes le dan forma de fiebre amarilla, importada del Perú, y otros de tifus fever.
  21. Hist. Gral. de Chile.—Ob. cit.
  22. Hist. de los viajes al rededor del mundo
  23. El Dr. Juan Miquel que llegó á Chile en 1818 dice (en sus manuscritos inéditos, conservados por su hijo el Dr. Damián Miquel), que encontró en el país enfermedades venéreas, pero que eran muy raras; agrega que las enfermedades del corazón no eran comunes y que se las tomaba por flatos; encontró pocos escrofulosos y ningún caso de coqueluche, y comprobó, únicamente, 8 casos de enfermedades mentales y 8 epilépticos. Cita, que en 1819 hubo una epidemia de crup que causó gran mortalidad.
  24. En la. Híst. Gral. de Chile, de Barros Arana, se dice lo siguiente, sobre una operación que se hacía, en castigo, á los indios y cuyas heridas eran curadas con sebo hirviendo:

    «El virrei don Francisco de Toledo, que por su parte era mucho menos caritativo que el rei con los indíjenas, i que cometió con los indios peruanos actos de la mas dura crueldad, habia dado a este respecto instrucciones un poco diferentes. «El castigo de los indios rebelados, escribía en marzo de 1574 a la real audiencia de Chile, se haga en algunas cabezas por la órden que mas pareciere que serán atemorizados los enemigos, i que los demas no sean castigados a cuchillo sino trasladados a la provincia de Coquimbo, desgobernándolos, como se dice, para que allí puedan sacar oro para los soldados que mantienen la guerra.» Cuando en 6 de marzo del mismo año nombró a Rodrigo de Quiroga jeneral en jefe del ejército de Chile, lo autorizó espresamente para que pudiendo sujetar «algun buen golpe de indios rebeldes, agora sea combatiendo multitud de ellos o en cabalgadas o facciones particulares, pueda traer hasta seiscientos o setecientos a la provincia de Coquimbo para que asegurándolos de la fuga con desgobernallos de un pié, puedan andar en las minas de oro i sacar con que se pueda mejor sustentar la guerra i pagar los soldados con ménos vejacion i molestia de los subditos i vasallos de S. M.» Desgobernar a un indio, en el lenguaje de los conquistadores, era cortarle el pié poco ántes del nacimiento de los dedos; esta bárbara operación ejecutada frecuentemente sobre los prisioneros de guerra, o sobre los indios de servicío que se habian fugado, los reducia a un estado de invalidez que casi no les permitia volver a la guerra i que los reducia a servir en las faenas de los españoles sin esperanzas de fugarse. Practicábase esta operacion con un machete afilado o con una especie de formon al cual se golpeaba con un martillo, haciendo que el indio pusiese el pié en un madero firme. Para evitar la hemorrajia consiguiente a esta cruel i ruda amputacion, se obligaba al indio a meter el pié en un caldero de sebo hirviendo, i así se contenia la sangre por cauterizacion. El maestre de campo Alonso González Nájera que escribía a principios del siglo siguiente su Desengaño de la guerra de Chile, debió ver practicar muchas veces esta operación, i la describe prolijamente admirando el estoicismo con que la soportaban los indios, sin lanzar un quejido i sin fruncir siquiera el ceño. Véase el libro citado, páj. 467.»

    En otras operaciones hechas á los indios como castraciones etc, se les curaba también con aceite hirviendo y se estaguaba la sangre con hierros candentes. Vicuña Makenna, en su Hist. crítica i social de Santiago, relata uno de estos castigos «que se ejecutaba por mano vil y por el cuchillo del verdugo. Ha quedado constancia de este género de castigo en el acta del Cabildo de 27 de Noviembre de 1551 en que tratando de imponérselo á un negro que habia abusado de una indiezuela, llamaron á la sesión á tres mercaderes que hablan residido en Lima, y habiendo declarado estos que la Audiencia de Lima solía aplicar el castigo que insinuamos, sin mas dilijencia entregaron al verdugo al infeliz africano cual si hubiese sido un potro salvaje. »

  25. Historia de la Compañia dé Jesús en Chile (1593-1736)
  26. Historia moral y natural de los indios—por el jesuíta José de Acosta.
  27. Historia del nuevo mundo, por el padre Bernabé Cobo, de la Compañía de Jesús.—Publ. en Servilla en 1890.
  28. Obras del padre Gerómnio Feyjó—Benedictino.
  29. En la sección de M. S. de la B. N. se hallan todas las recetas de Mandouti. Este mismo médico escribió en el Suplement au Journal de París (1781) unos apuntes intitulados: Memoire sur les tablettes de Bonillon fabriquées por ordre de S. M. C. dans le province de Buenos Ayres, pour l'usage de la marine Espagnole.
  30. Se acompañaron seis ejemplares de una receta para que la conocieran los cirujanos del reino y fuere utilizada si lo creían por conveniente. He aquí la fórmula:
    Zarzaparrilla 3 onzas
    Palo santo 3 onzas"
    Zarzafras 3 onzas"
    Sen oriental 4 onzas"
    Harmodatil 3 onzas"
    Tártaro emético 4 granos
    Cogollos de Pino 1 onza
  31. M. S. de la B. N.—Tomo 6.°—(1489-1825.)
  32. Este recetario de 38 pag. en 16.°, fué impreso en Madrid en 1793.—Arch. del M. del I.—Vol. 742 (11501.)
  33. En su Historia de Santiago, dice Vicuña Mackenna que la práctica de la sangría era tan común que hasta las monjas tenían su sangrador. Fué de fama el sangrador de las monjas agustinas Cayetano Camaño que era muy solicitado por el público. En los conventos se tocaba á sangría con tres campanadas; así es que en toda la ciudad se sabía cuando se sangraba una monja, siendo para comentarios y bromas el dicho de las tertulia:

    ¿Qué monja se habrá sangrado hoy?

  34. El Dr. Dn. Angel de Luque, en la Apología del Dr. Don José María Villafañe, etc. en obsequio de la Humanidad etc. (véase nota de las pajs. 195 á 199 de la Bibliografía Chilena—1.ª parte, 1780—1811—por don Luis Montt) pondera los aciertos del famoso curandero Villafañe y ataca duramente á los médicos; en uno de sus párrafos dice: «Yo vivo como de milagro, por una especialísima providencia que me conserva. Son incalculables los males que han hecho á mi naturaleza los médicos... después de hacerme gastar un dineral en viages á la Sierra, á la montaña de los Andes, á los baños termales de Corís, á Chile, y si no les doy la mano, me hacen ir hasta el Cabo de Hornos. Padeciendo de crispatura ó espasmo de nervios, me han sangrado varias veces y hasta los varchilones de los hospitales saben que para el valetudinario nervioso la sangría es una estocada.»
Historia general de la medicina, tomo I de Pedro Lautaro Ferrer

DedicatoriaInformeIntroducción
Primera Parte: IIIIIIIVV
Segunda parte: VIVIIVIIIIXXXIXIIXIVXVXVIXVIIXVIIIXIXXXXXIXXII
Tercera Parte: XXIIIXXIVXXVXXVIXXVIIXXVIIIXXIXXXXXXXIXXXIIXXXIIIXXXIVXXXV