Historia general de la medicina en Chile/Capítulo XXIII

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CAPÍTULO XXIII.

Condiciones de la profesión médica en los comienzos de la era republicana




SUMARIO.—§ I. Condición social y científica de los médicos. Ideas erróneas sobre la profesión médica. Causas de estas creencias. Sus consecuencias. Los honorarios. Inconvenientes graves que especialmente produjeron en Chile las formas de la colonización española.—§ II. Opiniones de personas notables. Nómina de factores que impedían el progreso médico. Falta de una educación liberal. Falta de un sistema de enseñanza. El charlatanismo. Primeras causas de la elevación moral de la profesión.




§ I.


Los primeros años de nuestra libertad, pasados arma al brazo, y en seguida, en luchas partidarias para constituir nuestra republicana hejemonía, no fueron, por cierto, dias fecundos para el progreso intelectual.

En la herencia hispánica, tampoco aportábamos dote moral que viniese á hacer renacer, cual ave fénix, de las cenizas del pasado, el espíritu de las ciencias que levantan y, muchas veces, glorifican á las naciones.

En el prolongado período colonial, son muy pocos los hombres de saber que alcanzan á sobresalir de los comunes límites.

Y no podia ser de otra manera.

La faz intelectual de Chile, tenia que ser el reflejo del estado de la madre patria.

Gobernada, España, por la casa de Austria en el primer período de la conquista, en pleno auje de su espada, avasalladora y soberbia, principalmente después de las victorias de San Quintin y de Lepanto, no tenia tiempo, en su guerrero orgullo, para dedicarse á los triunfos del saber. Y así se explica que, sólo á fines del siglo XVII vuelvan á aparecer dias precursores de lozania para las letras y la ciencia Ibérica.

En medicina el atraso era visible, supeditada por las naciones del viejo mundo que tampoco primaban en adelantos.

Los médicos arrastraban su profesión en medio del menosprecio público, debido á una prevención, tan injustificada como torpe, que creía indigno y bajo el ejercicio de esta misión; y si á esto se agrega el que los médicos de la colonia no eran por cierto lumbreras de la intelijencia, y hasta de probidad, descontando honrosas escepciones, se concibe entonces cual sería el papel que se les reservaba en este paupérrimo y belicoso dominio.

Los conquistadores no trajeron, pues, un bagaje científico, no diré suficiente pero al menos pasable para las necesidades primordiales de esta lejana tierra.

Los períodos de la medicina, místicos, filosóficos ó escolásticos, el empirismo de la escuela Árabe, los fundamentos nacidos de la Grecia, mezclados con las cábalas primitivas, no habían efectuado la evolución de su desenvolvimiento en los reinos de Castilla, á pesar de que la aurora del renacimiento manifestado en tangibles progresos daba mayor cohesión y nuevos rumbos á la ciencia de Hipócrates.

Los médicos humanistas españoles, latinos ó universitarios, y romancistas ó prácticos, armados de escasas nociones y de rudimentario arsenal terapéutico, no brillaban por su sabiduría, en la madre patria y mucho ménos, por cierto, en el suelo araucano.

Graves dificultades fueron la resultante de esta inferioridad intelectual que palpáronse, manifiestamente, en los primeros años del réjimen moderno.

Tal era la condición social é intelectual en que se tenía á los médicos, que una pragmática de Carlos III, en 1778, les prohibió ser rectores de las universidades de sus reinos.[1] Y como coronación de este estigma, la Real Audiencia les reglamentó hasta la percepción de los honorarios.[2]

La república no fué menos bondadosa en el decreto de Febrero 15 de 1814, que lleva la firma de Echeverría, al asignar, más ó menos, iguales retribuciones que las consignadas en el arancel colonial, y agregándole conminaciones y multas para los infractores.

El 28 de Noviembre de 1831, el presidente Prieto ratificó, por tercera vez, dichos honorarios y aún los rebajó en algunos de sus puntos, conminándolos con fuertes multas y con la suspensión del ejercicio profesional, si no cumpliesen dichas disposiciones ó no acudiesen al llamado inmediato de los necesitados. En este decreto se prohibia á los médicos el cobrar más de 4 reales por visita, y un peso después de las doce de la noche y por las juntas, so pena de multas que variaban de 25 á 100 pesos y privación del oficio de un mes á un año.

La corporación médica de Santiago protestó de esta resolución gubernativa, y en esta virtud, y sólo en 1.° de Septiembre de 1832, se pudo conseguir la derogación de esta disposición, permitiéndose cobrar ocho reales por asistencia quirúrjica y cuatro pesos por juntas; en este nuevo decreto se recuerda el juramento de los facultativos para asistir gratuitamente á los indijentes, y se advierte que se suspende la acción de lo acordado el 28 de Noviembre de 1831, por haber pasado las circunstancias epidémicas que motivaron aquella resolución. Y como natural complemento: el 16 de Diciembre de 1846, el presidente Bulnes, decreta un servicio nocturno para los médicos en igual forma que el de las boticas y enumera á los facultativos que semanalmente deben turnarse.

El primer profesor de Prima de Medicina y Protomédico, el Dr. Nevín, ganaba 50 pesos por estos dos empleos; y Ortún Xeres, el primer Verdugo, recibía 60. Estos hechos tenían que influir, necesariamente, en el menosprecio profesional.

¿Por qué está la medicina en España, y en sus colonias, en tal estado de infancia que se aproxima al del barberismo?—preguntaba, á fines del siglo pasado, el Dr. Mateos, de Madrid, en la «Filosofía de la Legislación.»

Y se respondía de esta manera:

«Es que la profesión mas noble y útil es considerada como un vil comercio y una ocupación despreciable; es porque los médicos reducidos á la mendicidad y á la servidumbre, son clasificados entre los aprendices de albañiles y zapateros. Es preciso que un hombre esté imbuido de una filantropía más que regular para que pueda dedicar su injenio y su talento á una profesión que atrae tanta deshonra y vilipendio. Los médicos, bajo el nombre de sanadores, son mal pagados y poco respetados, de consiguiente se amilanan y llegan á ser enteramente descuidados y neglijentes en su misión.»

La fisonomía que ostentaban las universidades, corría parejas con la vida que peregrinaban sus doctores, escepcionando muy pocos nombres. En los siglos XVI y XVII era vulgar esta sentencia: «Cirujano que quiera ser experimentado, vaya á aprender á Valladolid, á Montpellier ó á Bolonia.»

La Universidad de Alcalá fundada por el cardenal Cisneros, á fines del siglo XVI, merece también una especial mención.

Pero estos escasos destellos de la intelectualidad castellana, no eran suficientes para su prestijio en el concierto científico.

España, estuvo persuadida, como ha dicho Hermójenes de Irisarri, de que la riqueza americana consistía en las minas, y esta idea la dominó por completo durante trescientos años. Para la explotación de los metales preciosos se hicieron inmediatas ordenanzas protectoras; para el comercio, la industria y la agricultura, las prohibiciones más absurdas. No cuidó tampoco de lo que debía haber cuidado, del cultivo de la intelijencia de los mismos hijos suyos, puesto que en las venas de los colonos circulaba la sangre española. Con verdad el duque de Saint-Simon, embajador de Francia en la corte castellana, decía en 1722 en sus Memorias; «En España, la ciencia es un crímen, la ignorancia y la estupidez la primera virtud.»

Dura veritas, sed veritas que ha pagado penosa y ruinosamente la hidalga nación.

Aquel estado repercutió en nuestras playas con todas sus vibraciones; aquella situación correspondió como un calco á nuestra propia situación.

Con razón, dice Amunátegui,[3] «Santiago principió por ser un montón de barro coronado de tejas ó ramas de espino. Creció en medio de la ignorancia y de la inmundicia, de la pereza y de la incuria.

La población que habitaba la capital, careció de iniciativa y de espíritu público.

Su historia es triste y monótona como el sonido acompasado de un reloj.

La colonia había nacido con canas y arrugas...»

La libertad bastó para curar ese cuerpo raquítico y extenuado.


§ II.


Uno de los médicos más distinguidos que llegó á nuestra patria á princiqios del siglo XIX, el Dr. Blest, atribuye á tres causas principales el descrédito de los facultativos en Chile como en las repúblicas de origen español.[4]

A la falta de una educación liberal, en los individuos que son admitidos como miembros de la profesión médica, entre los que se hallan algunos hasta sin la menor cultura superficial.

A la falta de un sistema arreglado de educación médica.

A la mezquina remuneración con que se premia á la asistencia de los médicos.

«Cuando en Inglaterra, Francia, Alemania y Norte-América, dice dicho profesor, se encuentra cultivado este ramo con el mayor empeño, y consagrado á su favor el talento, sabiduría é infatigable celo, de algunos de los mas ilustrados varones del siglo, es seguramente sensible que en esta república de Chile, se halle en el mayor descuido y abatimiento, y que en lugar de algunos progresos, vuelva al grado de incertidumbre é imperfección, en que yacía en los siglos de obscuridad, cuando, según se nos refiere, fueron los médicos mirados como encantadores ó hechiceros.»

«Permítaseme preguntar, á aquellos que piensan tan bajamente de los Médicos, si la medicina no se mirara como una ciencia que abre un vasto é interesante campo á la contemplación que señala el modo por el cual las causas celestiales obran en la producción de efectos terrestres, que enseña al hombre á concebir con acierto varias operaciones de la naturaleza que parecen inexplicables al entendimiento inculto y común, ¿porqué se encuentran dedicados á un estudio los primeros talentos de las naciones? El mirar la medicina como un mero arte, y sus profesionales como miembros inferiores de la sociedad, es demostrar nuestra propia ignorancia y poner nuestras opiniones en oposición con las del mundo entero. »

«Ningún hombre ocupa en la sociedad, situación tan importante como el médico, parece que su profesión lo liga no sólo con el siglo en que vive y el pueblo en que reside, sino también con la posteridad y todo el género humano porque todas las naciones de la tierra son el objeto de sus reflexiones.

Como el custodio de la salud pública y el preservador de su especie, el profesor médico es obligado moralmente á esforzarse cuanto sea posible, no solo á curar las enfermedades, sino también á trasmitir los conocimientos que puede adquirir en su carrera, á los que le sucedan.»

«En este pais el cultivo de la medicina ha sido vergonzosamente olvidado.

Quizás esta negligencia habrá nacido de la suposición que la descripción que dan los libros médicos acerca de la naturaleza y curación de las enfermedades en otras partes del globo, serán aplicables también á las que aquí se padecen. Tal suposición será desvanecida con el solo examen de ella. Aquí el campo de las dolencias es muy estenso y peculiar en su aspecto. No pueden negarme mis compañeros, los médicos europeos, que á su llegada ignoran la exacta textura y fuerza de las enfermedades de este clima y que sólo después de haber practicado algunos meses comienzan á adquirir ideas sobre su naturaleza y principios sobre su curación.»

«Nada se ha descuidado tanto en este pais, como la educación médica.

Así como el poder de una nación consiste en el número de sus habitantes, su eficacia en tiempo de guerra y su felicidad en tiempo de paz, así también se gradúa en parte por el estudio de la salud, siendo de necesidad que la preservación de la enfermedad sea confiada á personas calificadas para tomar sobre sí tan importante cargo, sin que el pueblo quede expuesto á la casual llegada de facultativos de fuera á causa de no tener un sistema arreglado de educación médica.»

Hemos repetido en extenso las opiniones del primer maestro de nuestra escuela, porque ningunas son más exactas y expuestas con mayor conocimiento de causa. Su autor pudo palpar y analizar por sí mismo el abatido estado de la medicina en Chile.

Los tres factores que enumera como causas de la decadencia son reales.

La educación liberal y científica había sido nula.

El menosprecio por los individuos de profesión médica, no podía ser discutido.

Uno de nuestros antiguos médicos me ha referido que á un facultativo distinguido, se le hizo oposición para que se casara con una señorita de Santiago, alegándose que era médico.

Y la culpabilidad caía tanto sobre la autoridad y la sociedad toda, como sobre los mismos médicos que en su mayoría nada hacían por levantar y dignificar su estado.

El charlatanismo por otro lado era una plaga peligrosa y funesta.

Si en nuestros días es una cizaña invasora, se comprende cual sería su empuje en la era colonial y á principios de la vida republicana, a pesar de las luchas del protomedicato, principalmente en tiempos del Dr. Oliva que batalló catorce años con implacable tenacidad, sin que pudiese extirpar á los curanderos que encubiertos con el nombre de patriotas, merodeaban en medio de las turbas ignorantes.

El desconcierto era general.

Había médicos, en la lucha por la vida, que se entregaban á la servidumbre más denigrante de sus clientes, ó abandonaban su ministerio para ser boticarios ó degenerar en barberos y sangradores. El pago de sus cuatro reales, lo esperaban en el pasadizo, con el sombrero en la mano, muchas veces.

No es de extrañar entonces cual sería el medio social y privado en que vejetaban, muy lejos por cierto de la dignidad, en lo moral, y de satisfacer, materialmente, las necesidades de la vida.

La llegada de los primeros médicos ingleses y franceses, cultos, de expectante posición social y con acabados estudios para su época, fué la iniciación del enaltecimiento científico y personal de sus miembros.

A medida que se esparcía la civilización se elevaba en el mundo el tono profesional.[5]

Es una observación curiosa, nos decía una vez el Dr. Augusto Orrego Luco, al fijarse en el papel que ha desempeñado el médico á travez de las distintas evoluciones del tiempo y de los progresos humanos, según lo veamos á caballo, en birlocho, en victoria ó én coupé, en pleno triunfo intelectual, social y político. Y en verdad, ha habido una idea innata en la humanidad que se ha conservado en todas las edades, que consiste en dejarse dominar por cierta exterioridad brillante que, con más ó menos persistencia, ha caracterizado la presentación pública, tanto de la autoridad como de los cultos y hasta de los intereses particulares.

La moderna civilización ha pulimentado esta fascinación popular que también se halla latente en las clases superiores é intelectuales, y que vivirá aún, por muchos años.

En el viejo mundo y en algunas repúblicas americanas, con más preferencia que entre nosotros, ha valido mucho la apariencia y la forma, para saber imponerse hasta en la vida profesional, donde un intelijente savoir faire ha obtenido, mas de una vez, elevadas posiciones junto á los que las han conquistado por el talento, ó por dignificante perseverancia en el estudio.

De la anterior exposición se desprende fácilmente el por que del agobiado y penosísimo medio en que actuó la medicina antepasada.

El advenimiento de la emancipación nacional, no modificó durante muchos años el anticuado resabio colonial.

El hábito de la libertad y las luces de la instrucción pudieron al fin borrar aquel pecado original con que nació nuestra república, lavada hoy en el agua lustral del progreso que le señala rumbos definidos y preclaros.



  1. Real Cédula para que se formen nuevas constituciones en esta Real Universidad de San Felipe, teniendo presente lo que expone el fiscal del Consejo en su dictamen sobre las antiguas de que incluye copia.—Arch. del M. del I.— Vol. 737.
  2. En los archivos del Cabildo hemos visto varios acuerdos sobre el cobro de extipendios profesionales, pero la reglamentación más extensa data de la aprobación, fechada el 27 de Noviembre de 1781, al arancel presentado por el alcalde don Francisco Javier Errázuriz, en cumplimiento de la comisión impuesta por el Ayuntamiento el 6 del mismo mes y año. En el exordio se queja de la escasez de facultativos pues en dicha fecha sólo habia 5 médicos en el reino y una cáfila de medicastros. Los precios que señala son de 4 reales por visita de dia y 8 de noche; 2 pesos por operaciones quirúrjicas, por juntas y por visitas hasta una legua de distancia; 3 pesos por dos leguas y 6 por cada dia de asistencia fuera del pueblo. «Y no tienen que extrañarse, agrega, por corta esta regulación, si se atiende á que es propio de su profesión el andar mucho, y por esto el Derecho en varios lugares. Séneca, Epicteto y el Nicero llaman los médicos circustores, circumambulantes, circumforantes y parabelanos, por lo mucho que tienen que andar y rodear para curar. Que deben ver á los pobres de balde y aún darles limosna para la medicina y si no lo hacen pecan mortalmente in foro concientia et in foro poli.» Así deben proceder los ministros colaterales de la naturaleza, como llama á los médicos.

    La Real Audiencia, el 30 de Septiembre de 1799, aprobó á su vez la siguiente reglamentación de honorarios:

    Visitas de médicos y cirujanos.—Por la visita ordinaria los médicos y cirujanos llevarán cuatro reales.

    Por la visita estraordinaria, de diez a doce de la noche ocho reales.

    Por la id. id. de doce hasta las seis de la mañana, doce reales.

    Por id. en distancia de una legua, doce reales, en la de dos, tres pesos y escediendo de éstas a razón de seis reales de ida y seis de vuelta y un peso por la visita, siendo de cuenta del médico o cirujano el costo de cabalgaduras y demas que emprendan el viaje de ida y vuelta.

    Por las que se hagan en las distancias arriba dichas, deteniéndose a petición de los interesados llevarán cinco pesos diarios.

    Operaciones quirúrjicas.—Por las operaciones quirúrjicas ordinarias llevarán los cirujanos ocho reales.

    Por las dichas estraordinarias tres pesos, a menos que, por sus particulares circunstancias exija mayor recompensa en cuyo caso se regulará esto por el protomédico, quien deberá designar cuales deben reputarse por estraordinarias, y ordinarias, dando las reglas mas sencillas que fuese posible, las que se agregarán al presente arancel para la debida constancia y noticia del público, entendiéndose que las asignaciones que van hechas de uno, y de tres pesos por las operaciones ordinarias y estraordinarias, debe ser solo por la primera que sea menester hacer al paciente a quien se le seguirá asistiendo por el estipendio ordinario designado a las visitas.

    Juntas de médicos y cirujanos.—Por la concurrencia de juntas llevarán los médicos y cirujanos tres pesos cada uno, visitando al enfermo a lo menos en un caso forzoso, dudoso y grave, y por solo una ocasion, y continuar en adelante el médico de cabecera, a eleccion de los interesados, éste y los asistentes a las juntas a ménos que sobrevenga otra grave novedad en que sea menester repetirla.

    Certificaciones de médicos y cirujanos:—Por las certificaciones juradas llevarán los médicos y cirujanos dos pesos incluso papel y escribiente, siempre que no sea de oficio.

    Estipendios de barberos y flebótomos.—Por la sangría ordinaria llevarán los barberos y flebotomianos dos reales.

    Por la dicha estraordinaria cuatro reales, y siendo muy difícil un peso.

    Por poner cáusticos dos reales, y lo propio por abrirlos y curarlos.

    Por las sanguijuelas dos reales.

    Por las ventosas simples y corridas dos reales, y por las ventosas sajadas tres reales.

    Por sacar una muela dos reales.

    Salarios de matronas o parteras.—Por asistencias a parturientas ricas o de clase, llevarán las abstetrices, o parteras, cuatro pesos, y uno dicho por la visita.

    Por las que presten a mujeres de menos facultades dos pesos, y cuatro reales por cada visita; y esto mismo lo pagarán los amos por sus esclavos.

    Derechos de exámenes.—Por el médico, y cirujano latino, exijirá el protomédico treinta y nueve pesos.

    Por el de cirujano romanista, treinta pesos.

    Por el de barbero, flebotomiano, o sangrador, veinte pesos.

    Por el de boticario, treinta pesos.

    Por el de parteras, seis pesos.

    Por el de oculista, y el de ornista diez y seis pesos.

    Por el barbero de navaja o tijera, que debe hacer el maestro mayor de este oficio a los que quieran abrir tienda pública, tres pesos.

    Derechos de visitas de boticas.—Por visitas de boticas se satisfará al protomédico que la actúe la cantidad de seis pesos. Al boticario visitador cuatro. Al escribano del protomedicato por su asistencia, y estender la dilijencia otros cuatro pesos entendiéndose también por lo escrito, y que la ocupacion de cada dia en los tres que únicamente debe durar la visita, ha de ser seis horas de trabajo. Al alguacil un peso y otro al portero de dicho protomedicato.

  3. El Cabildo de Santiago, por Miguel Luis Amunátegui.—Ob. cit.
  4. Observaciones sobre el estado de la medicina en Chile, con la propuesta de un plan para su mejora—Hœ scripsi non otii abundantia sed amoris erga te—por el Dr. Guillermo C. Blest.—Sant. de Chile—Imp. Independ.—1826.— 4.° 18 paj.
  5. Las fastuosas ceremonias públicas con que en otros reinos se celebraban los grados del doctorado contribuyeron a realzar la profesión médica. En otras páginas, ya hemos visto que este elemento faltó en Chile y que por el contrario fué brillante en el Perú y México.

    Análogos simbolismos y fiestas se conservan todavía en algunos institutos.

    En Rio Janeiro y Bahía, los postulantes visten un traje talar llamado beca, imponiéndoseles, en el momento del juramento, un anillo de oro formado por la unión de dos culebras hipocráticas que sostienen una esmeralda, piedra que es considerada como simbólica del ejercicio médico, y que deben llevar, toda la vida, colocado en el dedo índice de la mano derecha, en recuerdo, como lo repiten los directores de dichas academias, de que su lengua debe ser muda y sus ojos no deben ver, durante su noble práctica profesional. Estas ceremonias que han tenido un laudable fin moralizador á la par que de brillo mundano, quizás hicieron falta entre nuestros antepasados para levantar el tono moral en que estaban los médicos, dadas las condiciones de atraso de la antigua sociedad chilena.

Historia general de la medicina, tomo I de Pedro Lautaro Ferrer

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