Igualdad Capítulo 26

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Igualdad de Edward Bellamy
Capítulo XXVI: Comercio exterior bajo el sistema de la ganancia;
protección y libre comercio, o entre el diablo y la mar profunda

Llegamos a la Escuela Arlington algo antes del comienzo del examen oral al que íbamos a asistir, y el doctor aprovechó la oportunidad para presentarme al maestro. Se mostró extremadamente interesado al saber que yo había asistido a la sesión de la mañana, y muy deseoso de saber algo acerca de mis impresiones. En cuanto al examen oral que se avecinaba, sugirió que si los miembros de la clase supiesen que tenían tan distinguido oyente, sería probable que pasasen vergüenza, y por consiguiente él no diría nada acerca de mi presencia hasta el final de la sesión, cuando tendría el ansiado privilegio de presentarme a sus pupilos personalmente. Él tenía la esperanza de que le permitiese hacer ésto, ya que para ellos sería el acontecimiento de su vida, cuya narración sus nietos no se cansarían nunca de escuchar. La entrada de los alumnos interrumpió nuestra conversación, y cuando el doctor y yo tomamos asiento en una galería, donde podríamos oir y ver sin ser vistos, comenzó de inmediato la sesión.

"Esta mañana," dijo el maestro, "nos hemos limitado, en pro de la claridad, a los efectos del sistema de la ganancia, sobre una nación o comunidad considerada como si estuviese sola en el mundo y sin relaciones con otras comunidades. No hay forma en la cual esas relaciones exteriores pudiesen actuar negativamente sobre ninguna de las leyes de la ganancia que resaltamos esta mañana, sino que actuarían para extender el efecto de esas leyes de muchas y muy interesantes formas, y sin referencia alguna al comercio exterior nuestra crítica del sistema de la ganancia estaría incompleta.

"En los libros llamados de economía política, de nuestros antepasados, leemos muchísimo sobre las ventajas que para un país tiene el comercio internacional. Se suponía que era uno de los grandes secretos de la prosperidad nacional, y para los hombres de estado del siglo diecinueve parece haber sido de estudio preferente el establecer y extender el comercio exterior.--Ahora bien, Paul, ¿puedes hablarnos de la teoría económica en lo que a las ventajas del comercio exterior se refiere?"

"Se basa en el hecho," dijo el muchacho, Paul, "de que los países difieren en clima, recursos naturales, y otras condiciones, así que en algunos es completamente imposible o muy difícil producir ciertas cosas necesarias, mientras que es muy fácil producir ciertas otras cosas en mayor abundancia que lo que se necesita. En otros tiempos también hubo marcadas diferencias en el grado de civilización y la situación de la tecnología en países diferentes, lo que modificaba aún más su respectiva capacidad para la producción de riqueza. Siendo esto así, es obvio que puede resultar de mutuo provecho para los países intercambiar lo que pueden producir por lo que no pueden producir en absoluto o sólo con dificultad, y de este modo no meramente asegurarse muchas cosas sin las cuales deberían arreglárselas en otro caso, sino también incrementar enormemente la efectividad total de su industria aplicándola a las clases de producción más adecuadas para sus condiciones. Sin embargo, para que la gente de los respectivos países obtuviesen de hecho esta ventaja o cualquier ventaja del comercio exterior, sería necesario que los intercambios fuesen realizados en interés general con el propósito de dar a la gente en general el beneficio de dichos intercambios, como se hace hoy en día, cuando el comercio exterior, como otras tareas económicas, es realizado por los gobiernos de los diversos países. Pero en aquella época no había, por supuesto, ninguna agencia nacional para realizar el comercio exterior. El comercio exterior, al igual que los procesos interiores de la producción y distribución, estaba dirigido por los capitalistas en base al sistema de la ganancia. El resultado era que todos los beneficios de esta teoría del comercio exterior, que suena tan bien, se anulaban totalmente o se volvían maldiciones, y las relaciones del comercio internacional de los países constituían meramente una extensa área para ilustrar los efectos perniciosos del sistema de la ganancia y su poder para transformar el bien en mal y 'cerrar las puertas de la misericordia a la humanidad.'"


CÓMO LAS GANANCIAS ANULABAN LO BENEFICIOSO DEL COMERCIO.

"Ilústranos, por favor, el funcionamiento del sistema de la ganancia, en el comercio internacional."

"Supongamos," dijo el chico, Paul, "que América pudiese producir grano y otros comestibles a precio muy barato y en mayores cantidades que las que la gente necesita. Supongamos, por el contrario, que Inglaterra pudiese producir comestibles sólo con dificultad y en pequeñas cantidades. Supongamos, sin embargo, que Inglaterra, por diversas causas, pudiese producir ropa y herramientas mucho más baratas y en más abundancia que América. En tal caso, parecería que ambos países ganarían si América intercambiase los comestibles que le son tan fáciles de producir, por la ropa y la herramientas que a Inglaterra le son tan fáciles de producir. El resultado parecería prometer una clara e igual ganancia para ambos pueblos. Pero esto es, desde luego, suponiendo que el intercambio se negociase mediante una agencia pública para beneficio de las respectivas poblaciones en general. Pero cuando, como en aquella época, el intercambio era negociado en su conjunto por capitalistas privados compitiendo por las ganancias privadas, a expensas de las comunidades, el resultado era totalmente diferente.

"El comerciante americano de grano que exportaba grano a Inglaterra se vería obligado, por la competencia con otros comerciantes americanos de grano, a bajar su precio lo más posible para el inglés, y para hacer eso, a reducir al mínimo posible el precio pagado al granjero americano que producía el grano. Y el comerciante americano no sólo debería vender a tan bajo precio como sus rivales americanos, sino que también debería vender por debajo de los comerciantes de grano de otros países productores de grano, como Rusia, Egipto, y la India. Y ahora veamos cuánto beneficio recibía el pueblo inglés, del grano barato americano. Digamos que, debido al suministro exterior de comida, el coste de vivir caía un medio o un tercio en Inglaterra. Aquí parecería una gran ganancia seguramente; pero miremos el otro lado del asunto. Los ingleses deben pagar por su grano, suministrando a los americanos ropa y herramientas. Los fabricantes ingleses de estas cosas eran rivales justo como lo eran los comerciantes americanos de grano--cada uno estaba deseoso de capturar una parte del mercado americano, tan grande como pudiese. Deben por tanto, si es posible, vender por debajo de los rivales de su país. Además, al igual que los comerciantes de grano americanos, el fabricante inglés debe competir con sus rivales extranjeros. Bélgica y Alemania hacían herramientas y ropa muy baratas, y los americanos intercambiarían su grano por estos artículos con los belgas y los alemanes a no ser que los ingleses vendiesen más barato. Ahora bien, el principal elemento en el coste de hacer ropa y herramientas era los salarios pagados por el trabajo. Por consiguiente, cada fabricante inglés llevaría la carga de la presión sobre sus trabajadores para obligarlos a aceptar menores salarios para que pudiese vender por debajo de sus rivales ingleses y por debajo también de los fabricantes alemanes y belgas, que estaban intentando conseguir el mercado americano. Ahora bien, ¿puede vivir el trabajador inglés con un salario más bajo que antes? Claramente puede, porque su suministro de alimentos se ha abaratado en gran medida. De inmediato, por consiguiente, ve su salario forzado a la baja, tanto, como el suministro de comida ha abaratado su sustento, y así el trabajador se encuentra justo donde estaba antes de que comenzase el comercio con los americanos. Y ahora miremos de nuevo al granjero americano. Ahora está consiguiendo su ropa y herramientas importadas mucho más baratas que antes, y consecuentemente el precio más bajo al que puede permitirse vender el grano es considerablemente menor que antes de que comenzase el comercio con los ingleses-- más bajo, de hecho, en la cuantía que se ha ahorrado en sus herramientas y ropa. De esto, el comerciante de grano, desde luego, sacaba rápida ventaja, porque a no ser que pusiese su grano en el mercado inglés a más bajo precio que los otros comerciantes de grano, perdería su mercado, y Rusia, Egipto, y la India estaban preparadas para inundar Inglaterra con grano si los americanos no pudiesen ofertar por debajo de ellos, y entonces ¡adiós a la ropa y las herramientas baratas! Así que inmediatamente el precio que el granjero americano recibía por su grano bajaba hasta que la reducción absorbía todo lo que hubiese ganado por la importación de tejidos y herramientas a precio más barato, y a él, como a sus compañeros víctimas del otro lado del Atlántico--los trabajadores del hierro o los operarios de las fábricas--no le iba mejor que antes de que el mercado inglés hubiese sido sugerido.

"¿Pero le iba tan bien? ¿Al trabajador americano o al inglés le iba tan bien como antes de que comenzase el intercambio de productos, el cual, si se hubiese realizado correctamente, habría resultado tan enormemente beneficioso para ambos? Al contrario, a ambos por igual les iba claramente peor en aspectos importantes. De hecho, a cada uno le había ido bastante mal antes, pero el sistema industrial del que dependían, estando limitado por las fronteras nacionales, era comparativamente simple y falto de complejidad, auto-mantenido, y susceptible de alteraciones únicamente locales y transitorias, cuyo efecto podía ser estimado en cierta medida, y posiblemente remediado. Ahora bien, sin embargo, los operarios ingleses y los granjeros americanos habían llegado a depender por igual del delicado equilibrio de un complejo conjunto de ajustes internacionales susceptible en todo momento de perturbaciones que podrían llevarse su sustento, sin darles ni la más mínima satisfacción de entender por qué se han visto perjudicados. Los precios de su trabajo o de su producto ya no dependían, como antes, de los clientes locales establecidos y los estándares nacionales de vida, sino que habían llegado a ser objeto de determinación mediante las despiadadas necesidades de una competencia mundial en la cual el granjero americano y el artesano inglés estaban forzados a ser rivales del campesino indio, el labrador egipcio, el medio famélico minero belga o el tejedor alemán. En épocas anteriores, antes de que el comercio internacional se generalizase, cuando una nación estaba abajo, otra estaba arriba, y siempre había una esperanza mirando a ultramar; pero las posibilidades que el desarrollo ilimitado del comercio internacional en base al sistema de la ganancia estaban abriendo ante la humanidad en la última parte del siglo diecinueve eran las de un estándar de vida mundial fijado por el nivel al cual la vida podía ser sostenida en el caso de los pueblos peor tratados. El comercio internacional ya estaba mostrándose como el instrumento mediante el cual la plutocracia mundial podría haber establecido pronto su dominio si la gran Revolución se hubiese demorado."

"En el caso del supuesto comercio recíproco entre Inglaterra y América, que has usado como ilustración," dijo el maestro, "has supuesto que la relación comercial era un intercambio de artículos en los mismos términos. En tal caso, parece que el efecto del sistema de la ganancia era hacer que a las masas de ambos países les fuese algo peor que como les hubiese ido sin el comercio exterior, siendo las ganacias tanto del lado americano como del inglés para el total provecho de los capitalistas fabricantes y comerciantes. Pero, de hecho, los dos países que estaban en una relación comercial, habitualmente no lo estaban en los mismos términos. Los capitalistas de uno de los países eran a menudo mucho más poderosos que los del otro, y tenían una organización económica a su servicio que era más fuerte o más experimentada. En ese caso ¿cuál era el resultado?"

"La desbordante competencia de los capitalistas del país más fuerte aplastaba las empresas de los capitalistas del país más débil, cuyo pueblo consecuentemente se hacía totalmente dependiente de los capitalistas exteriores para muchos productos que de otro modo habrían sido producidos localmente para beneficio de los capitalistas locales, y en proporción a como los capitalistas del país dependiente se volvían económicamente incapaces de resistir, los capitalistas del país más fuerte regulaban a su placer los términos del comercio. Las colonias americanas, en 1776, fueron empujadas a la sublevación contra Inglaterra por la opresión resultante de una relación de ese estilo. El objetivo de la fundación de colonias, que era uno de los principales objetivos de los hombres de estado de los siglos diecisiete, dieciocho y diecinueve, era poner a nuevas comunidades en esta relación de vasallaje económico con los capitalistas de la metrópoli, quienes, habiendo pauperizado el mercado interior por sus ganancias, no veían posibilidades de tener más ganancias excepto ajustando sus ventosas sobre comunidades exteriores. Gran Bretaña, cuyos capitalistas eran los más fuertes de todos, era naturalmente el líder de esta política, y la principal finalidad de sus guerras y su diplomacia a lo largo de muchos siglos antes de la gran Revolución, era obtener tales colonias, y asegurarse, de las naciones más débiles, concesiones de comercio y asentamientos--pacíficamente si era posible, a cañonazos si era necesario."

"¿Cómo era la situación de las masas en un país reducido de este modo al vasallaje comercial por los capitalistas de otro país? ¿Era necesariamente peor que la situación de las masas del país superior?"

"Eso no era así en absoluto. No debemos olvidar que los intereses de los capitalistas y los de la gente no eran idénticos. La prosperidad de los capitalistas de un país de ningún modo implicaba prosperidad por parte de la población, ni a la inversa. Si las masas del país dependiente no hubieran sido explotadas por capitalistas extranjeros, lo habrían sido por los capitalistas del país. Ambas, ellas y las masas trabajadoras del país superior eran igualmente herramientas y esclavos de los capitalistas, que no trataban a los trabajadores mejor por ser sus compatriotas que si hubiesen sido extranjeros. Eran los capitalistas del país dependiente, en vez de las masas, quienes sufrían por la supresión de empresas de negocio independientes."


ENTRE EL DIABLO Y LA MAR PROFUNDA.

"Con eso basta, Paul.--Ahora te pediremos alguna información, Helen, en cuanto a un punto que las últimas palabras de Paul han sugerido. Durante los siglos dieciocho y diecinueve, nuestros antepasados rugían en agria controversia entre dos partidos en opinión y política, llamados a sí mismos, respectivamente, los Proteccionistas y los Partidarios del Libre Comercio, los primeros mantenían que estaba bien cerrar la competencia en el mercado de un país a los capitalistas extranjeros por medio de una tarifa sobre las importaciones, mientras que los segundos mantenían que no debería haber ningún obstáculo en absoluto en el camino del libre comercio. ¿Qué tienes que decir sobre los méritos de esta controversia?"

"Meramente," replicó la chica llamada Helen, "que la diferencia entre las dos políticas, en lo que afecta a la gente en general, se reduce a la cuestión de si preferían ser desplumados por capitalistas del país o extranjeros. Libre comercio era el grito de los capitalistas que se sentían capaces de aplastar a los de las naciones rivales si se les daba la oportunidad de competir con ellos. Protección era el grito de los capitalistas que se sentían más débiles que los de otras naciones, y tenían miedo de que sus empresas fuesen aplastadas y que les quitasen sus ganancias si se permitiese la libre competencia. Los Partidarios del Libre Comercio eran como un hombre que, viendo que su antagonista no es rival para él, reclama con atrevimiento una pelea libre y sin favor, mientras el Proteccionista era el hombre que, viéndose sobrepasado, pedía que llamasen a la policía. El Partidario del Libre Comercio sostenía que el derecho natural de los capitalistas, dado por Dios, para esquilar a la gente donde quiera que la encontrase, era superior a las consideraciones de raza, nacionalidad, o fronteras. Los Proteccionistas, por el contrario, sostenían el derecho patriótico de los capitalistas a esquilar en exclusiva a sus compatriotas sin interferencia de capitalistas extranjeros. En cuanto a la masa de la gente, la nación en general, como Paul acaba de decir, era una cuestión indiferente si eran desplumados por los capitalistas de su propio país bajo la protección, o por los capitalistas de países extranjeros bajo el libre comercio. La literatura de la controversia entre los Proteccionistas y los Partidarios del Libre Comercio aclaraba esto muy bien. Fuese lo que fuese lo que los Proteccionistas no pudiesen demostrar, sí eran capaces de demostrar que la situación de la gente en los países donde había libre comercio era tan mala como en cualquier otra parte, y, por otro lado, los Partidarios del Libre Comercio eran igualmente concluyentes en las demostraciones que presentaban de que a la gente de los países protegidos, siendo iguales en otras cosas, no les iba mejor que a la de los países donde había libre comercio. La cuestión de Protección o Libre Comercio interesaba únicamente a los capitalistas. Para la gente, era elegir entre el diablo o la mar profunda."

"Pongamos un ejemplo concreto," dijo el maestro. "Tomemos el caso de Inglaterra. De entre todos los países del siglo diecinueve, era, sin punto de comparación, el que tenía más comercio exterior y dominaba más mercados exteriores. Si un gran volumen de comercio exterior bajo condiciones prácticamente dictadas por sus capitalistas fuese, bajo el sistema de la ganancia, una fuente de prosperidad nacional para un país, deberíamos esperar ver a la masa del pueblo británico de finales del siglo diecinueve disfrutando todos ellos de una extraordinaria felicidad y bienestar general en comparación con la de otros pueblos o cualquier pueblo anterior, porque nunca antes una nación había desarrollado tan inmenso comercio exterior. ¿Cuáles eran los hechos?"

"Era común," replicó la chica, "para nuestros antepasados, con el modo impreciso y confuso en el que usaban los términos 'nación' y 'nacional', hablar de Gran Bretaña como nación rica. Pero sólo eran ricos sus capitalistas, unos cuantos miles de individuos entre unos cuarenta millones de personas. Estos acumulaban de hecho cantidades inmensas, pero el resto de los cuarenta millones--todo el pueblo, de hecho, salvo una fracción infinitesimal--estaba hundido en la pobreza. Se dice que Inglaterra tenía un problema de pobreza mayor y más desesperado que cualquier otra nación civilizada. La situación de sus masas trabajadoras no sólo era más horrible que la de muchos pueblos contemporáneos, sino que era, como lo demuestran las más cuidadosas comparaciones económicas, peor de lo que había sido en el siglo quince, antes de que se pensase en el comercio exterior. La gente no emigra de un país donde les va bien, pero el pueblo británico, forzado a irse por necesidad, había encontrado que el gélido Canada y la zona tórrida eran más hospitalarios que su país natal. Como ilustración del hecho de que el bienestar de las masas trabajadoras no mejoraba de ningún modo cuando los capitalistas de un país dominaban los mercados exteriores, es interesante notar el hecho de que el emigrante británico era capaz de vivir mejor en las colonias inglesas cuyos mercados estaban completamente dominados por los capitalistas ingleses que si se hubiesen quedado en Inglaterra como empleados de esos capitalistas. Deberemos recordar también que Malthus, con su doctrina de que lo mejor que le podría ocurrir a un trabajador era no nacer, era inglés, y basaba sus conclusiones muy lógicamente en sus observaciones de las condiciones de vida de las masas en ese país que había tenido más éxito que cualquier otro en cualquier época en monopolizar los mercados exteriores del mundo mediante su comercio.

"O," continuó la muchacha, "tomemos el caso de Bélgica, esa antigua tierra de mercaderes de Flandes, donde el comercio exterior había sido utilizado durante más tiempo y más continuamente que en cualquier otro país europeo. En la última parte del siglo diecinueve, se decía que la masa del pueblo belga, la población que trabajaba en las condiciones más duras del mundo, estaba, por regla general, carente de una adecuada alimentación--en pocas palabras, en proceso de morirse de hambre lentamente. A ellos, como al pueblo de Inglaterra y al pueblo de Alemania, según se demostraba por medio de cálculos estadísticos sobre el asunto que han llegado hasta nosotros, les había ido económicamente mucho mejor durante el siglo quince y la primera parte del siglo dieciséis, cuando el comercio exterior apenas se conocía, que en el siglo diecinueve. Antes de que comenzase el comercio exterior en busca de ganancias, había una posibilidad de que una población pudiese obtener alguna parte de la riqueza de un país que estuviese en la abundancia, simplemente por la falta de salida para ella. Pero con el inicio del comercio exterior, bajo el sistema de la ganancia, esa posibilidad se desvaneció. Desde ese momento, todo lo bueno o deseable, por encima de lo que pudiera servir para la mínima subsistencia de los trabajadores, fue sistemática y exhaustivamente recogido por los capitalistas, para ser intercambiado con países extranjeros por oro y gemas, sedas, terciopelos, y plumas de avestruz, para los ricos. Como dijo Goldsmith:


"Por todo el mundo cada producto necesario vuela
Para todos los lujos el mundo provee."

"¿Con qué ha sido acertadamente comparada la lucha de las naciones del siglo diecinueve por hacerse con los mercados exteriores?"

"Con un concurso entre galeras tripuladas por esclavos, cuyos propietarios estuviesen compitiendo en una carrera para conseguir un premio."

"En semejante carrera, ¿a qué tripulación era probable que le fuese peor, a la de la galera ganadora o a la de la perdedora?"

"A la de la galera ganadora, por supuesto," replicó la chica, "porque se supone que, siendo iguales otras condiciones, fue la más dolorosamente azotada."

"Justo así," dijo el maestro, "y en base al mismo principio, cuando los capitalistas de dos países luchaban por dar suministro en un mercado exterior, eran los trabajadores del grupo de capitalistas vencedores por quienes había que tener la mayor lástima, porque, siendo otras condiciones iguales, era probable que sus salarios hubiesen sido los más recortados y que su situación general fuese la que más se hubiese degradado."

"Pero dinos," dijo el maestro, "¿no había en los países que no tenían comercio exterior, casos de pobreza general tan grande como la que prevalecía en los países que has mencionado?"

"¡Dios mío, sí!" replicó la chica. "No era mi intención dar la impresión, en absoluto, de que porque la tierna merced de los capitalistas extranjeros era cruel, la de los capitalistas nacionales lo era menos. La comparación es meramente entre el funcionamiento del sistema de la ganancia a una mayor o menor escala. En tanto el sistema de la ganancia fuese mantenido, daría igual al final, si se contruyese un muro alrededor de un país y se dejase que la gente fuese explotada exclusivamente por capitalistas del país, o se tirase abajo el muro y se dejase entrar a los capitalistas extranjeros."