Juan Cruz Varela (VAI)

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JUAN CRUZ VARELA.



JUAN CRUZ VARELA



(1794 - 1839)




J

UAN CRUZ Varela nació en Buenos Aires, de padre Español y madre Argentina. Se educó en Córdoba en cuya universidad hizo sus estudios, graduándose de bachiller en noviembre de 1816, y en cánones algo más tarde cuando

contaba ya vintiséis años de edad.

Desde temprano reveló ingenio poético. Sus composiciones juveniles consagradas á asuntos caseros, conservan inéditas, copiadas de puño y letra del mismo Varela, con toda prolijidad y esmero. Tienen mucho chiste y agudeza: la más notable es una especie de romance, escrito con motivo de un tumulto estudiantil contra el rector

del colegio, en el cual aparece, entre otros personajes encargados de apaciguarlo, cierto escribano Llamado Olmos, cuyo figura ridícula se prestaba maravillosamente á la sátira festiva y maliciosa del joven poeta. Varela no despreció la ocasión y en la estrofa siguiente lo retrata en el momento de hacer su entrada:

Entró una nariz primera,
Luego una ala de sombrero,
Después dos cejas pasaron,
Y de tantos como entraron,
Don Diego Olmos fué el postrero.


A principios de 1817 escribió en Córdoba un poemita titulado Elvira del que más tarde, cuando en 1831 corrigió sus poesías con intención de imprimirlas, condenó muchas octavas y conservó sólo algunos fragmentos.

Á esta época pertenece también la mayor parte de sus versos amorosos, que si no constituyen su corona de poeta, son cuando menos no indignas muestras de su corrección como escritor, y un testimonio favorable de su comercio con las musas.

Ignoramos si Varela participó desde el principio del entusiasmo revolucionario que conmovía los ánimos de toda la juventud argentina de su tiempo; sin embargo, la mayor parte de sus composiciones que han llegado á nuestro conocimiento datan de los triunfos decisivos alcanzados por San Martín en Chile, triunfos que aclarando el horizonte político, dejaban presentir la suerte futura del país.

Variando el rumbo de sus ideas, abandonó entonces las quejas y lamentos de su amoroso numen, para empuñar la lira de bronce, asociándose á los nobles vates de la Revolución, celebrar en ella las recientes victorias de la Patria.

Trasladado á Buenos Aires, desde 1820, quizá antes, tomó participación activa en la política local.

Afiliado en seguida al partido que sin denominación alguna apareció entonces inspirado por Rivadavia y encabezado por el general Rodríguez, Varela fué uno de sus mas ardientes sostenedores y el más poderoso atleta en prensa periódica.

En 1822 tomó á su cargo la redacción de El Centinela, periódico destinado principalmente á defender la reforma del clero que se trataba de llevar á cabo.

Escribiendo alternativamente en estilo serio artículos de doctrina bien pensados, ó sátiras festivas en prosa y en verso, Varela desempeñaba á la vez un puesto en la Administración de la provincia, sin olvidar por eso su agradable trato con las musas.

Varela ha escrito dos tragedias: la Argia y la Dido; pero no trató jamás ningún asunto nacional, y entre sus manos la tragedia fué sólo una simple obra literaria, y una imitación de los más acreditados modelos del género.

La Dido es notable sobre todo por la versificación armoniosa; en cuanto al fondo del asunto es un traslado fiel del Canto IV de la Eneida de Virgilio, al que ha sabido conservar el sentido de la frase, la intención del poeta, y la expresión patética y delicada que brilla en el original.

Varela estaba penetrado de las bellezas de Virgilio y de los líricos latinos, que manejaba con facilidad, y á quienes no abandonaba ni de noche ni de día, siguiendo en esto el precepto de su maestro Horacio.

Las traducciones de este último, y sobre todo la de los primeros cantos de la Eneida, son trabajos de sobresaliente mérito.

Varela se distinguió principalmente en la poesía lírica. Abandonado á los propios movimientos de su inspiración ha acertado, aun en asuntos difíciles por su naturaleza, á expresar con brillo y dignidad sentimientos poéticos y delicados. Una muestra de ella se verá en los fragmentos que van en seguida, pertenecientes á una pieza escrita con motivo de los trabajos hidráulicos ordenados por el Gobierno (1822).


Yo vi en los Andes la preñada nube
Más baja que la cima, y en los cerros
Rodando el trueno, y aterrando el valle,
Que en torrentes las aguas recibía
Blancas de espuma y entre piedras rotas.
Yo ví los llanos de la patria mía
Anchos, inmensos, dó sin fin en torno
Cual la imaginación la vista vaga,
Y en la hermosa planicie nada encuentra
Mas que verde extensión; y el horizonte
Asi parece cual si asiento fuera
Del vastísimo cóncavo del cielo.
Naturaleza allí clama por brazos
Que el seno virgen de la tierra rompan,
Y que llenen su voto, la simiente
Dó quier echando en el fecundo suelo;
Dó quier abriendo los canales anchos
Por dó corran las aguas; ó robadas
Para el riego fructífero al gran río
Que cantó Labarden [1]; ó desde el Centro
Brindador de la tierra, dó se ocultan,
Por una mano hidráulica arrancadas.
¡Cuántos prodigios en la idea veo!
Y á mi patria felice ¡cuánta gloria
Fatídica la mente pronostica!
Veo brotando los raudales puros
De límpida corriente, y la llanura
Aquí tornada en selva populosa,
Dó el reforzado roble crezca y sea
Mudo testigo del morir de siglos;
Y el pino se alce á la suprema nube
En mole gigantéa, y las raíces
Á la honda extraña de la tierra lleve.
Allí el terreno nivelarse miro,
Y sustentar gimiendo el peso enorme
De la gran casería, dó la lana
En vistoso tejido convertida,
La fábrica extranjera no visite
Para volver en delicada tela,
Á ser adorno de la linda virgen
Que las orillas argentinas pisa.
Vendrá la primavera precedida
De mansa lluvia, que fecunde el campo
Y el prado vista de florida alfombra:
El céfiro la mueva, y en la nube
Se temple el rayo, pero no se apague
Del sol engendrador. En el estio,
Á Ceres grata la campiña amena,
Cúbrase toda de materna espiga,
Y ría el labrador mientras el viento
La blanda mies ondéa, y sus sudores
Los parvulitos y la tierna esposa
En dulces besos doblemente pagan.
Llegue el otoño, y entre parra verde
Su sien corone con las anchas hojas,
Y entre los mostos del lagar se bañe.
Corren las aguas en distinto rumbo
Y á par de ellas corriendo los raudales
De nacional riqueza, el Orbe todo
Se agolpa á nuestras playas. Las familias
Del Europeo, que en cansada guerra
Y en miseria vivió, su bogar odioso
En placer abandonan: y á las popas
De los bajeles que á la mar se fían,
Suben á despedirse de aquel suelo
Que les negara el pan, ingrato siempre
Al Argentino puerto leda arriba
Preñada de hombres la ligera nave;
Y el suelo besan que promete al cabo
Sustento á sus hijuelos, y reposo
Cuando la ancianidad sobre ellos venga,
Y el tiempo pase en la cabeza cana.
Á la campaña corren, y entregados
Al trabajo rural, y á los amores
Que nacen entre paz, se multiplican
Cual la simiente que en el suelo arrojan,
Y el genio de la Patria los bendice.
La población se aumenta: el campo entonces
No extraña brazos, ni desierto llora:
Y Ceres y Pomona, y las deidades
Tutoras de las artes y la industria,
Se gozan presidiendo los trabajos,
Cual si tornaron las edades de oro.
El Indio rudo, que rencor eterno
Heredó de sus padres, su venganza
Entonces depondrá; ó allá en las sierras
Dó, como él, es inculta la natura
Pasará solo su salvaje vida;
Ni, como ahora, en el veloz caballo
Discurrirá por la extensión inmensa,
Talando campos y sembrando muertes.




En su carrera de escritor público Varela redacto El Mensajero Argentino (1825-1827), El Granizo y El Porteño (1827), y por último El Tiempo (1828-1829).

Los sucesos políticos que ocurrieron después de 1829 le alejaron para siempre del país, falleciendo en Montevideo el 23 de junio de 1839.

  1. Alude á la Oda al Paraná del célebre porteño D. Manuel de Labarden.