Julio Bruto
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Suena confuso y mísero lamento por la ciudad; corre la plebe al foro, y entre las faces que le dan decoro ve al gran Senado en el sublime asiento. Los cónsules allí. Ya el instrumento de Marte llama la atención sonoro; arde el incienso en los alteres de oro, y leve el humo se difunde al viento. Valerio alza la diestra; en ese instante al uno y otro joven infelice hiere el lictor, y sus cabezas toma. Mudo terror al vulgo circunstante ocupa. Bruto se levanta, y dice: «Gracias, Jove inmortal; ya es libre Roma.»